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Donde puedan respirar la vida y la escritura

Julieta Valero en “Los tres primeros años” vuelve a estirar los límites del lenguaje para la expresión de la experiencia


La obra de la poeta Julieta Valero (Madrid, 1971) se caracteriza por implicar una conciencia política y estética con diversas lecturas. En su último poemario, editado por Vaso Roto, la autora vuelve a la complejidad de la vida a través de la complejidad del lenguaje. Lo hace dentro de una estructura flexible, acuosa e imprevisible que seguro dará a cada lector su propio fruto. Por Víktor Gómez Ferrer.




Donde puedan respirar la vida y la escritura
Después del intenso y logrado Que concierne (Vaso roto, 2015), en el que un “nosotros” cuestiona y se rebela contra las derivas neoliberales y rancias del yo hegemónico y autorreferencial del sistema-mundo actual, Los tres primeros años de Julieta Valero (Madrid, 1971) nos enfrenta a lo imprevisible de la poesía de esta autora, inmersa en una arriesgada deriva de conciencia política y estética que, vamos a reconocerlo, da lugar a un libro no reducible a una ni a dos lecturas.

La problematización del lenguaje poético, de la mirada maternal, de la sensibilidad política, de lo femenino, de una est-ética; la reformulación de nuestro pensar, de las identificaciones, la paradójica y revuelta realidad que llamamos “presente”, tan violentamente sacudida por las lógicas y demagogias de lo reaccionario y ultraconservador… Son todo temas o vías de lectura que están por “hacerse un hueco” donde pueda respirar la vida, la escritura.

La primera complejidad de la obra, la formal, se produce desde casi una agramaticidad y una fuga del sentido logocéntrico de comunicación. Es así como este nuevo título de Julieta Valero nos hace leer con suma atención, con todas las capacidades y sensibilidad humanas, diríase que como hace una madre primeriza con su hijo recién nacido y que debe aprender el lenguaje: "Traer un hijo / al mundo, pero ¿de qué estamos ha- / blando?" 

Arquitectura y voz

Por otra parte, el libro tiene una cuidada estructura flexible, acuosa, imprevisible. Se inicia con unos cuantos poemas, cuyos títulos forman parte de ellos (aparecen en ocasiones en negrita, en otras, con las primeras palabras en mayúscula).

A continuación siguen unos textos datados, a modo de diario, que forman una experiencia de constelación materno-filial. Esta escritura fechada, que comienza como una constatación, va del 17 de junio al siete de septiembre de 2015.  Continúa el libro con una disposición similar a la inicial, en la que lo fragmentario alterna poemas breves y alguno más largo, como "Tiempo" o "Niña en el campo".  

Más allá de esta división, como decía antes, se diría que hay  en la obra una arquitectura móvil. Tanto que el libro se puede leer de adelante hacia atrás y viceversa, por la mitad y en cualquier dirección, sin alterar gran cosa la extrañeza y a la vez complicidad que genera: un hogar desde un lenguaje poético liberado del deseo de dominar o seducir.
Arquitectura, por tanto, flexible y de piel erizada: “Lo que se funda con el cuerpo oculta para siempre sus límites / cuenta para siempre con tu conciencia de su finitud / tu asombro, tu melancolía”.

En cuanto a la voz poética esta es frágil, más sorprendida de lo que sorprende, inquieta, titubeante. Va de hallazgo en hallazgo mostrándose sin falsas elocuencias, vulnerable, agradecida, temerosa o corajuda, incisivamente política, delicadamente amorosa. No es la voz de la razón, sino la de un cuerpo: "Después de dar a luz contarle al cuerpo quién es. / Contra el lenguaje. Sin cuerpo". 

Alcances y complicidades

Por otro lado, en esta obra la experiencia física y emocional de la maternidad sobrepasa la experiencia del lenguaje. Pero presenta una certidumbre poética derivada de la indagación, y de la  exposición desde una consciencia intensificada como resultado del nacimiento de la hija.

Este hecho hace que cobren relevancia los límites vida/muerte, racional/intuitivo, uno/múltiple, ético/estético, homogéneo/heterogéneo, dogmático/escéptico, sexualidad/incomunicación; pero también, en combinación con el hecho poético, nos invita también a leer desde una cierta desobediencia a los criterios reduccionistas y normalizadores del uso del lenguaje que pueden atrofiar las inteligencias afectiva, cognitiva, estética y social.

Pues –parece decirnos Valero– tanto escribir como ser madre son actos de gestación y de creación que requieren de mucho amor y desobediencia.  Por eso, en Los tres primeros años lo poético se pone al servicio de la vida, que ni se somete a las servidumbres ni se rinde a la doma de la existencia o el arte. La desobediencia ante las involuciones es un modo de leer este libro que dará en cada lector su fruto, sus dudas y alcances, sus complicidades.  


Sábado, 29 de Febrero 2020
Víktor Gómez Ferrer
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