CRISTIANISMO E HISTORIA: A. Piñero
El patrón de recurrencia quizás más perturbador: Jesús y el Imperio Romano (I)

 
Escribe Antonio Piñero
 
Como escribía ayer voy a poner un solo ejemplo por ahora de un patrón de recurrencia, el de las relaciones de Jesús con el Imperio, que puede ser perturbador porque sitúa al personaje en una luz insólita para algunos acostumbrados desde pequeñitos a un Jesús manso y humilde de corazón (Mt 11,29 y 21,5) dibujado ante todo por Mateo y Lucas: el de un Jesús interesado por la situación política y social del Israel de su tiempo.
 
Y no podía ser menos, ya que en el mundo judío de la época religión y política y sociología iban íntimamente unidas (tal como ahora ocurre con el islam, que al fin y al cabo es una religión abrahámica nacida en la Arabia Félix como heredera de un cristianismo basado en los evangelios y tradiciones  apócrifas y en un judaísmo un tanto elemental y un poco barbarizado): el predicador de la inmediata venida del reino de Dios en la tierra de Israel era necesariamente, por la fuerza de los hechos y de las circunstancias del país y tiempo en el que vivía,  un Jesús sedicioso desde el punto de vista del Imperio Romano.
 
El patrón, o cadena de textos y alusiones desperdigadas en los evangelios que  voy a presentar está sacado de dos ensayos, uno mío y otro de F. Bermejo. El primero es “Jesús y la política de su tiempo”, apéndice/ensayo que iba acompañando una novela de Emilio Ruiz Barrachina, que dio origen a la película “El Discípulo”, y que una mala propaganda editorial de Ediciones B dejó bastante en la sombra: Barcelona, 2010, pp. 217-311. ISBN: 978-84-666-4326-9. Y el de F. Bermejo es un artículo en inglés titulado “Jesus and the Anti-Roman Resistance A Reassessment of the Arguments”,  publicado en  “Journal for the Study of the Historical Jesus” 12 (2014) 1-105, del que no hay versión castellana, pero que es totalmente accesible en Academia.edu.
 
Se trata, pues, de unir en una cadena textos evangélicos canónicos que apuntan en la dirección señalada por el título de los dos ensayos. El marco de mi propuesta en mi trabajo arriba mencionado es que la predicación de Jesús del reino de Dios en la tierra de Israel, con sus típicas características de bienes materiales y espirituales que la divinidad habría de conceder en esos tiempos, supone un cambio tal de la situación política y social del país que no podría conseguirse sin una acción armada, bien fuera milagrosa, de parte de Dios –que enviaría por ejemplo doce legiones de ángeles a expulsar a los malvados (Mt 26,53)–, bien por mano humana pero con la ayuda igualmente de la divinidad. En cualquiera de los dos casos los romanos tenían que ser expulsados de la tierra de Israel, propiedad sólo divina, lo que naturalmente no ocurriría sin violencia.
 
1. Lc 22,35-38: “Y les dijo: «Cuando os envié sin bolsa, sin alforja y sin sandalias, ¿os faltó algo?» Ellos dijeron: «Nada». Les dijo: «Pues ahora, el que tenga bolsa que la tome y lo mismo alforja, y el que no tenga que venda su manto y compre una espada;  porque os digo que es necesario que se cumpla en mí esto que está escrito:  “Ha sido contado entre los malhechores”.  Porque lo mío toca a su fin». Ellos dijeron: «Señor, aquí hay dos espadas». El les dijo: «Basta»”.
 
2. Mc 3,18; Mt 10,4; Lc 6,15; Hch 1,13: Jesús tenía entre sus discípulos un celota al menos, Simón el “cananeo”, como discípulo íntimo. Es muy improbable que lo hubiera elegido sin comulgar con su ideología. El apelativo “cananeo” significa “celote” (arameo qanna’), no un “individuo que procede de la ciudad de Caná”.
 
3. Cierto “ruido de sables”, cuyos restos son perceptibles: Mt 10,34: “No vine (al mundo) a poner paz, sino espada...”; igualmente  Mt 11,12: “El reino de Dios padece violencia y los violentos lo toman por la fuerza”, dicho que aparece también en Lc 16,16.
 
4. “"Si alguien quiere ir tras de mí, niéguese sí mismo y coja su cruz y sígame” (Mc 8,34 y sus paralelos en Mt 10,38 y 16,24) no significa lo que entiende normalmente un piadoso cristiano, a saber una incitación al sacrificio en el marco del discipulado de Jesús, en el cual el vocablo “cruz” es entendido metafóricamente. Por el contrario, estas palabras deben entenderse en su significado más real, como la pena que imponían usualmente los romanos a quienes prendieran como sospechoso de rebelión contra el Imperio, los celotas. Jesús afirmaría entonces: “El que desee seguirme debe atenerse a las consecuencias. Si los romanos lo capturan, puede acabar en la cruz”. Ello indicaría que las acciones y dichos de Jesús podrían, al menos en ocasiones, situarse en el ámbito de una acción políticamente peligrosa desde el punto de vista romano.
 
5. Lc 22,49: «Señor, ¿herimos a espada?»”.  Este pasaje muestra que los discípulos iban armados. Únase al texto de Lc 22,38: “Ellos, los discípulos, dijeron: «Señor, aquí hay dos espadas»”, citado al completo en 1.
 
Seguiremos hasta aproximadamente 35 textos evangélicos, lo cual es un buen número para una cadena o patrón.
 
Saludos cordiales de Antonio Piñero
Universidad Complutense de Madrid
www.antoniopinero.com
 
Sábado, 31 de Diciembre 2016
Una salida satisfactoria a la perplejidad.   Los patrones de recurrencia (y V) . Conclusiones

 
 
Voy a terminar esta ·disquisición” sobre los patrones de recurrencia que he estado haciendo de la mano del Prof. F. Bermejo, cuyo artículo “La figura histórica de Jesús y los patrones de recurrencia Por qué los límites de los criterios de autenticidad no abocan al escepticismo” (accesible en Academia.edu), artículo que he comentado y parafraseado en las últimas postales. Y terminaré con el ejemplo, aducido por F. Bermejo, del Prof.  Dale C. Allison Jr., actualmente en la Universidad de Princeton, autor muy estimado especialmente por su Comentario” el Evangelio de Mateo y por algunas obras sobre el Jesús histórico, entre las que destacaría The Historical  Christ and The Theological Jesus, y Jesus of Nazareth Millenarian Prophet,  que ha impulsado enormemente la utilización de los patrones de recurrencia, ya que en su opinión el que se repita continuamente o en muy diversos lugares de nuestras fuentes un aspecto determinado de la personalidad o de la función de Jesús  hace que tal aspecto tenga todos los visos de ser histórico. Naturalmente esta idea se refiere a las impresiones generales sobre la persona de Jesús.
 
 
Es claro que el autor insiste en su obra en la cantidad de recurrencias: cuantas más veces aparezca un detalle o un aspecto, tanto más posibilidades tiene de ser histórico. El argumento esgrimido para fundamentar este aserto es el siguiente: los estudios sobre la memoria colectiva demuestra que esta se fija sobre todo en los aspectos generales y menos en los detalles, y que son estas generalidades las que se guardan por más tiempo y con mayor fidelidad en tal memoria colectiva. Añade Allison que si rechazáramos este argumento, a saber de prestar atención histórica a ciertos puntos generales sobre Jesús, caeríamos en el más  absoluto escepticismo: hay que abandonar toda esperanza de encontrar algo fiable en los Evangelios. Y esto no parece ser razonable, viéndolos en su conjunto.
 
 
Rápidamente surge la dificultad: si utilizamos como modelo para la investigación los patrones de recurrencia, y abandonamos el uso de los criterios de autenticidad, obtendremos una imagen de Jesús muy superficial, generalista y poco utilizable.
 
 
La respuesta es este argumento no es difícil:
 
 
a) El uso de los patrones de recurrencia no significa por sí mismo (aunque algunos investigadores hayan intentado proponerlo) el rechazo o la exclusión del uso de los ya tradicionales criterios de autenticidad.
 
Ejemplo: Especialmente el “criterio de dificultad” es imprescindible, porque un patrón de recurrencia (por ejemplo, el reino de Dios como núcleo de la predicación de Jesús y su carácter, inmediato, futuro, material y espiritual) se topa con la teología preponderante del cristiano del siglo II que no admite algunos de esos atributos. La dificultad hace que sea muy verosímil ese aserto.
 
Más: no tenemos por qué dejar de utilizar cualquier otro criterio como el de la “múltiple atestiguación” (no es lo mismo este criterio que el de patrón de recurrencia, ya que el primero solo afirma que para que sea verosímilmente histórico un pasaje o un  motivo evangélico tiene que estar atestiguado al menos en dos fuentes independientes).
 
b) Estas aparentes generalidades ayudan muchísimo para reconstruir una figura de Jesús correcta, ya que comienza con el patrón de  recurrencia “Jesús y Juan Bautista”, que une la figura de Jesús a la de este último y proporciona un marco seguro para el inicio de la actividad de Jesús, precisándola desde luego con otros instrumentos. Además, el motivo recurrente “Jerusalén-causas de la  muerte de Jesús” contribuye a situar el final del personaje. Ambos patrones, el del principio y del final, son un buen marco para encuadrar la actividad y la personalidad de Jesús. Ya habrá tiempo luego para precisar esta figura básica con la ayuda de los criterios de autenticidad usuales.
 
 
En conclusión: estas últimas consideraciones nos ayudan a salir definitivamente del escepticismo radical. No todo está perdido en la investigación sobre el Jesús histórico. Existen una serie de conjuntos básicos y generales que nos ayuda a reconstruir con bastante seguridad la figura básica de Jesús. La reconstrucción crítica posterior puede ayudarse de otros medios, pero puede saber que parte de bases  seguras.
 
Alguien dirá que partir de motivos generales para reconstruir a Jesús es contentarse con algo demasiado pequeño, parco, o insatisfactorio. Respondo, con el Prof. Bermejo, que más vale algo sólido que nada. Segundo, que ese algo no es tan poco: hemos citado que podemos situar bastante bien los inicios y el final de Jesús, y con gran solidez. Tercero: esta objeción no significa que la utilización de los “patrones de recurrencia” sea inválida por sí misma, sino en todo caso que es básica, inicial, y que debe ser completada con otras herramientas. Los “patrones” son ante todo puntos de partida seguros, no el final de la investigación.
 
 
Y por último: sigue siendo verdad que siempre nos queda el consenso de los investigadores a lo largo de decenios y siglos para partir de una base relativamente segura sobre Jesús. Expliqué en el prólogo de mi libro “Jesús y las mujeres”  (editorial Trotta, Madrid 2ª edición de 2014) que la verdad histórica absoluta no existe y menos en historia antigua, donde hay tan pocos elementos para reconstruirla. Pero que el consenso de mentes ilustres que han investigado desde todos los puntos de vista a Jesús durante cerca de 250 años, de estudiosos que proceden de todos los lugares y de todos los ambientes sociales, políticos y religiosos, incluidos ateos declarados o agnósticos redomados, ese consenso digo sobre ciertos puntos de la vida, función y mensaje de Jesús goza de una cierta validez y estimo que es un buen punto de partid para investigar al personaje.
 
Desde que en 1768 Lessing publicó la obra de Hermann Samuel Reimarus, “Sobre el propósito de Jesús y el de sus discípulos” han pasado más de doscientos años. Y se ha formado en algunos puntos un cierto consenso no solo entre investigadores independientes, sino entre confesionales y los primeros. Y en general este consenso se basa, aun sin nombrarlo, en la impresión causada en el investigador por el material recurrente de los evangelios.
 
 
Es síntesis me parece que no es mal punto de partida para investigar a Jesús de Nazaret la utilización del método de  los patrones de recurrencia. El próximo día, y utilizando dos publicaciones, una mía y otra del Prof. Bermejo, pondré como ejemplo el patrón  que suele costar más asimilar a mucha gente: la de un Jesús sedicioso desde el punto de vista del Imperio Romano, un “sedicioso” al menos que rompe el esquema de un Jesús manso y humilde de corazón exclusivamente…, pero del que hay como mínimo una treintena de indicios recurrentes esparcidos por los evangelios.
 
 
Saludos cordiales de Antonio Piñero
Universidad Complutense de Madrid
www.antoniopinero.com 
Viernes, 30 de Diciembre 2016

Escribe Antonio Piñero
 
 
Sin duda alguna, hay mucho material evangélico sobre el que no es posible  dictaminar con seguridad si pertenece al estrato histórico más cercano a Jesús o bien es un producto de una reelaboración posterior de la primitiva tradición o bien de los evangelistas mismos. Y si no se tiene un material sólido es difícil, o mejor imposible, construir una “vida” de Jesús sobre ellos. Por este motivo diversos investigadores han vuelto su mirada hacia otro sistema, y en concreto los “patrones de recurrencia”.
 
 
Creo que ya los he definido en alguna postal anterior, pero lo hago ahora de nuevo, brevemente. Según el Prof. Bermejo, que recoge ideas iniciadas ya por investigadores de principios del siglo XX, un patrón de recurrencia” son textos de los evangelios que apuntan hacia una misma dirección, pasajes o sentencias que tomados todos juntos producen una visión de conjunto  transmiten una impresión sólida de una actitud, un hecho o de una manera de ser de Jesús.  Y pone el ejemplo siguiente: si se leen bien los evangelios, hay suficientes pasajes o alusiones breves que apuntan a la idea de que Jesús tuvo una elevada conciencia de sí mismo y de su misión. No siempre es posible tener garantías de autenticidad sobre cada texto en particular, pero la presencia recurrente de una misma idea en las fuentes permite alcanzar una cierta seguridad al investigador.
 
F. Bermejo acoge con entusiasmo este método y yo estoy de acuerdo con él en que es muy provechoso. Y me voy a permitir de nuevo citarlo porque este sistema de investigar sobre Jesús es más añejo de lo que parece y ha sido utilizado sin darle el nombre actual por investigadores de una tendencia más bien confesional, a los que se les profesa respeto, pero que son  poco atendidos en ocasiones por los investigadores independientes. Es el caso de C. H. Dodd, cuyas ideas sobre el Cuarto Evangelio ––al que concede una historicidad de conjunto que otros estudiosos niegan–– son siempre interesantes.
 
El ejemplo es este: si se forma un grupo, un racimo de los siguientes pasajes, se puede llegar a la conclusión muy verosímilmente histórica que Jesús tuvo una actitud abierta hacia los marginados de la sociedad en la que vivía  y que les prestó mucha atención como candidatos posibles a entrar en el reino de Dios cuya venida él predicaba:
 
 
· La llamada de Leví al apostolado: Mc 2,14;
 
· La fiesta con publicanos y pecadores: Mc 2,15-17;
 
· El episodio de Zaqueo: Lc 19,2-10;
 
· L a pecadora en casa de Simón: Lc 7,36-48;
 
· El caso de la adúltera: Jn 7,53–8,11;
 
· La parábola de la oveja perdida: Lc 15,4-7; Mt 18,12-13;
 
· La parábola del fariseo y el publicano: Lc 18,10-14;
 
· La parábola de los niños en el mercado Mt 11,16-19; Lc 7,31-35
 
· E l dicho sobre publicanos y prostitutas que entran en el Reino Mt 21,32.
 
 
Comenta Bermejo: “Tenemos aquí material extraído de gran variedad de fuentes y formas. Aunque los incidentes individuales no suelen repetirse, sí lo hace el motivo general. Y esto permite concluir a C. H. Dodd que la idea de que Jesús mostró una actitud abierta con los marginados corresponde a la realidad histórica”.
 
Me sumo yo también a esta propuesta, y pienso que es un buen sistema para construir “marcos” en los que encuadrar a Jesús con cierta certeza. Y una vez construido un marco sólido de interpretación, pueden añadírsele otros materiales dudosos por el criterio de coherencia.
 
Un ejemplo: si el análisis de los textos que relacionan a Juan Bautista con Jesús (prescindiendo del espinoso caso de si el Bautista fue maestro de Jesús o simplemente su precursor) y la observación de que partes de la predicación del Bautista es recogida y repetida por Jesús en los tres evangelios sinópticos (Marcos, Mateo y Lucas), podemos concluir con cierta seguridad que, al menos al principio de su ministerio, el marco mental del Nazareno y de su predicación era el del pensamiento judío apocalíptico ya tradicional en su tiempo. Y por el criterio de coherencia, y aunque algunos de los textos sean dudosos en sí en cuanto a su atribución a Jesús y no a sus discípulos o a un evangelista, podemos suponer que el material apocalíptico del gran discurso escatológico de Marcos 13 ––insisto: aunque no pueda retrotraerse a Jesús en todas sus partes–– sí correspondía en general a su tono y marco mental: Jesús era un profeta apocalíptico judío. El método tiene consecuencias notables, pues irá apuntando a un Jesús fundamentalmente judío que no rompió los marcos mentales de su religión. Será  inverosímil según las probabilidades históricas que Jesús haya superado al judaísmo, dejándolo obsoleto.
 
Saludos cordiales de Antonio Piñero
Universidad Complutense de Madrid
www.antoniopinero.com
 
Jueves, 29 de Diciembre 2016
Escribe Antonio Piñero
 
En el artículo del Prof. Bermejo, que estoy comentando, hay varios ejemplos de casos –de pasajes de los evangelios– en los que el investigador se queda perplejo al aplicar los criterios de autenticidad…, pues no puede llegar a conclusión fiable alguna. Al leer a otros estudiosos y sus comentarios, y al entresacar los argumentos en pro y en contra de un texto, parece que las opiniones quedan empatadas: ¿auténtico, retrotraíble a Jesús? ¿No auténtico? No puede saberse. De entre esos ejemplos tomo uno para intentar una aclaración. Es el caso de Mc 15,34b / Mt 27,46. He aquí el texto:
 
Marcos: “A la hora nona gritó Jesús con fuerte voz:  «Eloí, Eloí, ¿lema sabactaní?», -- que quiere decir --  «¡Dios mío, Dios mío! ¿por qué me has abandonado?»”.
 
Mateo: “Y alrededor de la hora nona clamó Jesús con fuerte voz:  «¡Elí, Elí! ¿lemá sabactaní?»,  esto es:  «¡Dios mío, Dios mío! ¿por qué me has abandonado?» ”
 
Ciertamente esta frase final de Jesús en la cruz es la única que goza de “atestiguación múltiple” (por lo tanto, en principio, es atendible como auténtica). Pero el argumento es deficiente, no vale, ya que Mateo “se inspira” claramente en Marcos. Por tanto, la atestiguación es única.
 
En pro de la autenticidad:
 
· El resultado de la aplicación del criterio de dificultad: parece impensable que la comunidad primitiva hay podido inventar esta frase, pues presenta a un Jesús desesperado, que ha perdido la confianza en su Padre, un Jesús fracasado y que, según algunos, reniega en el fondo del Dios en quien había confiado plenamente. Toda su idea del reino de Dios parece irse al traste.
 
· El resultado del criterio del trasfondo arameo: las frases reproducidas en arameo / hebreo (aquí muy parecidos) atestiguan una tradición firme y sólida, lo que lleva a pensar que se retrotrae a un recuerdo firme de Jesús.
 
· El resultado del criterio de plausibilidad: esa frase se corresponde bien con lo que podría esperarse de un condenado al severísimo tormento de la cruz.
 
· El que en ese momento Jesús –un experto en las Escrituras– recordara el  texto  del Salmo 22 es sumamente verosímil.
 
 
En contra de la autenticidad:
 
· Lo dicho más arriba sobre la verdadera falta de atestiguación múltiple.
 
· Las citas y alusiones a las Escrituras son muy numerosas en la historia de la pasión, tantas (se calcula que en torno a 80) que puede pensarse que allá donde aparece una alusión, o más una cita explícita, la realidad histórica ha sido acomodada para que se vea que ocurrió según estaba predicho por las Escrituras.
 
· El criterio del trasfondo arameo no es del todo convincente, porque  la historia de la pasión es probablemente la fuente o fragmento preevangélico más importante compuesto cuando había muchos judeocristianos cuya lengua materna era el  arameo. Si se trataba de presentar a Jesús como un justo piadoso que al morir cita las Escrituras, no era difícil añadir –o sencillamente fingir– un texto sagrado en esa lengua.
 
· Una cita del Salmo 22 no tiene por qué ser una prueba de un estado de desesperación de Jesús. Es sabido que en su época se podía citar un solo versículo de un pasaje con la intención de que el oyente o el hablante lo completara por su cuenta. Es así que el Salmo 22 termina con exclamaciones e esperanza y confianza en Dios (véase: “«Los que a Yahveh teméis, dadle alabanza, raza toda de Jacob, glorificadle, temedle, raza toda de Israel». Porque no ha despreciado ni ha desdeñado la miseria del mísero; no le ocultó su rostro, mas cuando le invocaba le escuchó” (vv. 23.24). Por tanto, el profeta cristiano atribuyó estas palabras a Jesús, o en cuyo nombre habló, puedo pensar que no era un grito de desesperación, sino de esperanza. Y si es así, desaparece el problema planteado por el criterio de dificultad.
 
· Por último: si los otros evangelistas, Lucas y Juan, atribuyen al último momento de Jesús  sentencias diferentes (Lucas: Jesús, dando un fuerte grito, dijo: «Padre, = en tus manos pongo mi espíritu» = y, dicho esto, expiró: 23,46; Juan: “Cuando tomó Jesús el vinagre, dijo: «Todo está cumplido.» E inclinando la cabeza entregó el espíritu” (19,30), ¿por qué vamos a prestar más crédito a Marcos?
 
En conclusión: el intérprete no puede tomar una decisión satisfactoria sobre si esta última frase de Jesús que le atribuyen Marcos y Mateo es históricamente segura o no lo es.
 
Y así puede ocurrir en muchos otros casos si, tomando papel y pluma, recorremos los comentarios especializados y vamos apuntando los argumentos en pro y en contra de la autenticidad de muchas sentencias de Jesús.
 
Este hecho abrirá el camino para –al menos- construir un marco histórico de diversas situaciones de Jesús (o un marco general de interpretación de Jesús del que puedan derivarse posibilidades de que una sentencia concreta sea verosímilmente histórica) por medio de los patrones de recurrencia, que ya hemos definido y de los que debemos poner algún ejemplo.
 
Continuaremos
 
Saludos cordiales de Antonio Piñero
Universidad Complutense de Madrid
www.antoniopinero.com
 
Miércoles, 28 de Diciembre 2016
La cuestión del valor de los criterios de autenticidad para descubrir al Jesús histórico. “Los patrones de recurrencia” (II)
 
Escribe Antonio Piñero
 
Hoy voy a retomar el hilo de una cuestión, la valoración de los criterios de autenticidad para la reconstrucción de Jesús histórico, que quedó cortada cuando finalmente me decidí a comentar el libro-homenaje “In Mari Via Tua” de la Universidad de Córdoba, y su consecuencia que fueron los artículos de la Dra. Carmen Padilla acerca de mis publicaciones de los últimos diez años. Esa incursión ha acabado ya, y vuelvo a la cuestión  que nos estaba ocupando anteriormente: los criterios de autenticidad, su puesta en duda en cuanto a su efectividad por muchos estudiosos, y el nuevo sistema que podía ser su sustituto, o al menos su complemento, que es la utilización de los “patrones de recurrencia”.
 
A este propósito publiqué el viernes 9 de diciembre de este año, 2016, en este Blog,  una postal que llevaba el título «Los límites de los criterios de autenticidad y los “patrones de recurrencia”»  (I). Hoy sigo, pues, con el tema. Recuerdo que estoy comentando un artículo del Prof. Fernando Bermejo –con el título “La figura histórica de Jesús y los patrones de recurrencia por qué los límites de los criterios de autenticidad no abocan al escepticismo”– que nuestro colega y amigo publicó en la revista “Estudios Bíblicos” 70,3 (2012) 371-401. Sus conclusiones son muy interesantes y merecen consideración
 
Comenta el Prof. Bermejo que  el uso de los “criterios de autenticidad” no sirven a menudo para construir una imagen del Jesús histórico partiendo desde cero, es decir, como si el investigador –cuando empieza a estudiar a Jesús– hubiera borrado de su mente todas las ideas que tenía sobre este personaje y comenzara a formar una imagen histórica de Jesús a base de ir estudiando una por una las perícopas evangélicas pertinentes, analizándolas por medio de los “criterios de autenticidad”. Pero resulta –afirma– que nunca es así: el investigador/estudioso no puede hacer una tabla rasa de las ideas que tenía previamente sobre Jesús, sino que busca confirmarlas, o moldearlas, a veces cambiarlas, volviendo a ver con ojos de crítico las perícopas pertinentes. Pero previamente tiene una idea de cómo era Jesús. Por tanto: los criterios de autenticidad valen para ver con ojos críticos las nociones previas que tenemos sobre Jesús, pero no para encontrar ideas o imágenes nuevas…, realmente nuevas. Por consiguiente: esos criterios no sirven como herramientas “heurísticas” (vocablo derivado del verbo griego heurísko, “inventar”, de donde viene la exclamación Eureka) para descubrir cosas nuevas, sino para confirmar o desechar las ya existentes.
 
Bermejo se une entusiásticamente a la propuesta de Dale C. Allison, investigador norteamericano, actualmente catedrático de Nuevo Testamento y cristiano primitivo en la Universidad de Princeton, que fue el gran impulsor a nivel internacional de los “patrones de recurrencia”. Bermejo sustenta el uso de esta herramienta afirmando que ciertamente la utilización sola de los “criterios” no es suficiente. Escribe: “Es de temer que (el uso de) los criterios (de autenticidad) no sea tanto una garantía de objetividad cuanto un medio de prestar apariencias de objetividad, y un medio de canalizar la subjetividad de cada estudioso. Lo cierto es que las numerosas inconsistencias en el uso de los criterios parece buena prueba de ello”.
 
El siguiente paso para confirmar esta idea (el primer paso era el de la “subjetividad en el uso de los criterios”; el segundo, una variante: “no valen como herramienta “heurística”) es la afirmación. “No siempre se puede llegar a una conclusión segura –entre los dichos y hechos de Jesús– acerca de su autenticidad. En muchos momentos la duda persiste sin poderse resolver”.
 
Pero el Prof. Bermejo pone un caveat antes de fundamentar la existencia de dudas razonables sobre la autenticidad del material acerca de Jesús: lo anteriormente argumentado no significa que siempre estemos en duda acerca de la historicidad de todos los dichos y hechos de Jesús (es decir, no cabe el escepticismo absoluto), y pone los siguientes ejemplos:
 
1. Los pronunciamientos muy favorables de Jesús sobre Juan Bautista muestran grandes posibilidades de remontarse al Jesús histórico, pues “contradicen de modo flagrante la tendencia de la comunidad cristiana a subordinar a Juan y minimizar su importancia con respecto a Jesús”.
 
2. La crucifixión de Jesús es un hecho histórico, pues contradice paladinamente lo que los discípulos podrían pensar acerca del final de su amado maestro.
 
Y a la inversa: hay material que con toda seguridad no se remonta a Jesús. Así:
 
1. El diálogo de Jesús y Juan en Mt 3,14-15, cuando el Bautista se niega al principio a bautizarlo:
 
 
“Pero Juan trataba de impedírselo diciendo: «Soy yo el que necesita ser bautizado por ti, ¿y tú vienes a mí?». Jesús le respondió: «Déjame ahora, pues conviene que así cumplamos toda justicia.» Entonces le dejó”.
 
 
Es evidente
a) que las palabras de Juan Bautista son redaccionales, es decir, provienen de la pluma de Mateo y contienen vocablos y pensamientos mateanos;
b) el contenido no es plausible dada la situación de Juan Bautista, el desconocimiento que este tiene de quién es Jesús (confirmado por Mt 11,3 «¿Eres tú el que ha de venir, o debemos esperar a otro?»);
c) la tendencia apologética: el deseo claro –debido a la teología cristiana primitiva– de presentar a Jesús aun nivel más elevado que el de Juan: Jesús es el mesías y Juan Bautista, el precursor.
 
2. El pasaje de Mt 28,16-20:
 
Por su parte, los once discípulos marcharon a Galilea, al monte que Jesús les había indicado. 17 Y al verle le adoraron; algunos sin embargo dudaron. 18 Jesús se acercó a ellos y les habló así: «Me ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra. 19 Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, 20 y enseñándoles a guardar todo lo que yo os he mandado. Y he aquí que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo».
 
Parece muy claro que estamos ante un caso de teología cristiana postpascual. La tradición de todo lo que conocemos de Jesús (su innegable nacionalismo y su rechazo a proclamar el evangelio  a los gentiles: solo ha venido a predicar a las ovejas de Israel: Mt 15,24) hace imposible esta escena. Y no digamos  la rotunda teología cristiana postpascual que supone la sentencia “Me ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra”. Parece, pues, imposible que estas palabras provengan del Jesús histórico.
 
3. Otros pasajes que presuponen el cerco y la destrucción de Jerusalén en la Guerra Judía del 66-70 d. C. pertenecen sin duda alguna a una fecha posterior a la muerte de Jesús. Por ejemplo, Lc 21,20: “Cuando veáis a Jerusalén cercada por ejércitos, sabed entonces que se acerca su desolación”, o bien la parábola de los viñadores homicidas de Mc 121-11 tal como se ha transmitido,
 
Continuaremos con un solo caso de una perícopa, cuya autenticidad es discutidísima y seguiremos profundizando en el tema de los “patrones de recurrencia”.
 
Saludos cordiales de Antonio Piñero
Universidad Complutense de Madrid
www.antoniopinero.com  
Martes, 27 de Diciembre 2016
¿Enigmas de Navidad o falta casi absoluta de información? La vida oculta de Jesús (y II)

 Escribe Antonio Piñero
 
Diversas circunstancias me han impedido continuar con lo prometido en la postal del viernes pasado.
 
Concluíamos, pues, hace un par de días que la primera teología cristiana indicaba que la vida real de Jesús como mesías comenzaba inmediatamente después de la recepción del bautismo de Juan Bautista, no antes, ya que el bautismo era el acto por el cual Dios lo consagraba visiblemente como su agente mesiánico. Por ello, pasado un cierto tiempo tras la muerte de Jesús, es más que probable que no hubiera ya gentes a quienes preguntar datos fiables sobre la vida oculta del personaje, aunque comenzara a sentirse que podía ser interesante para los cristianos saber algo de ella. Los posibles informantes habrían muerto prácticamente todos.
 
El segundo factor que contribuyó a no buscar, inmediatamente tras la muerte de Jesús, datos sobre su infancia y juventud fue la firme creencia en la instauración fulgurante del reino de Dios. ¿Qué  interés podrían tener los primeros cristianos en atesorar datos sobre esos años en los que Jesús no era aún señor y mesías? Es evidente que si el fin del mundo estaba a la vuelta de la esquina, tenía poco sentido ponerse a indagar noticias sobre  la infancia y niñez –en un oscurísimo pueblecito de Galilea– de un niño que era hijo de un simple carpintero, y del que en aquellos momentos no se tendría la menor idea que iba a ser tan importante. El fin del mundo vendría enseguida; lo demás importaba poco.
 
Ahora bien, cuando la gente comenzó a sentir el retraso de esa venida de Jesús, o simplemente cuando se pensó que la parusía vendría mucho más tarde, y cuando al mismo tiempo iba quedando claro en los creyentes que Jesús era un mesías de tal clase que su naturaleza tenía una gran parte de celestial…, fue cuando se empezaron a componer las primeras «biografías» de Jesús, los evangelios. Marcos fue el primero en escribir una «biografía» de esa clase, pero de esos años oscuros no informaba nada…, probablemente porque no sabía o no le interesaba. Y eso que solo habían pasado unos cuarenta años después de la muerte de Jesús.
 
El Evangelio de Marcos debió de conocerse pronto entre las comunidades más importantes de seguidores de Jesús en las ciudades prominentes del Imperio Romano. Es de suponer que a muchos de sus lectores debió de parecerles que a esa «biografía» le faltaba un elemento esencial que sí tenían otras «vidas» de hombres ilustres que circulaban por la época, a saber el relato de la infancia del héroe. Y esa infancia tenía que ser maravillosa, puesto que su vida de adulto lo había sido.
 
Es lógico que entonces empezaran los creyentes a preocuparse por cómo habría sido la vida del verdadero héroe, el mesías, Jesús. Pero, como hemos dicho, era demasiado tarde. Si en tiempos de Marcos sería ya difícil encontrar informantes sobre la vida oculta de Jesús, mucho más hacia los años 80-90, o más, cuando se compusieron los evangelios de Mateo y de Lucas.  En esos años es ya seguro que no quedaría ningún anciano en Nazaret o alrededores, o algún pariente
 
Este panorama reconstruido nos lleva a concluir que las circunstancias físicas y teológicas impidieron la recopilación de datos sobre los años de la vida oculta de Jesús…, puesto que en el fondo no había habido interés alguno. Finalmente, y ante esa carencia de datos, hubo de intervenir la función mitopoética del ser humano, la fértil imaginación popular que deseaba rellenar con datos, aunque fueran ficticios, los «huecos» en blanco de la vida de Jesús. Ante ese vacío,  los más imaginativos –y partiendo de lo que creían en aquello época como verosímil–  inventaron multitud de leyendas en torno a esos a los años ocultos de la vida del «héroe». Y en cada grupo de cristianos se crearon leyendas diferentes. Comienza así a actuar el impulso que llevará a la composición de evangelios apócrifos: rellenar con meras leyendas  fantasiosas los huecos que dejaban las primeras biografías de Jesús aceptadas por las comunidades más importantes.
 
Y una última consideración: ese impulso mitopoético, generador de tales leyendas que procuraban rellenar huecos de la historia, se observa ya como existente y actuante en los capítulos iniciales de los dos evangelios canónicos que tratan algo de la vida oculta de Jesús, los de Mateo y Lucas. Pero es muy plausible además que los autores de esos evangelios, es decir, quienes escribieron Mt 3-28 y Lc 3-24, no hubieran escrito nada sobre la vida oculta de Jesús (los personajes que actúan esos capítulos de sus obras no saben absolutamente nada de lo que se cuenta antes, por muy maravilloso e interesante que hubiese sido), y que fueran manos posteriores las que añadieron, con más o menos habilidad e imitando el estilo, esos dos primeros capítulos a las obras ya completas de Mateo y de Lucas.
 
Y si esto es así, no queda más remedio que admitir que quienes añadieron esos capítulos 1-2 tanto al Evangelio de Mateo como al de Lucas sucumbieron ya al impulso de rellenar con leyendas los huecos de la infancia de Jesús de los que no se sabía prácticamente nada en realidad. El tono legendario (y contradictorio entre ellos) nos  apunta a que está actuando ya en las manos complementarias de los evangelios canónicos el mismo deseo, o el mismo impulso, que llevará a la creación de los evangelios apócrifos. En mi opinión, y en la de otros muchos, los primeros «evangelios apócrifos» están ya dentro de los evangelios canónicos de Mateo y de Lucas.
 
En síntesis: si no había datos sobre algo que interesaba en la vida de Jesús, la imaginación popular los inventó. Y esto fue lo que ocurrió con el «héroe» Jesús, ya que no fue héroe hasta que murió y fue resucitado por Dios (Hch 2,22-24). Su vida «oculta», fue tal por las circunstancias de unos momentos que tenían ocupadas las mentes solo en su pronta y  segunda llegada.  Para ellos esa «vida oculta» no tuvo importancia alguna. Y cuando la tuvo, las fuentes de información fidedigna no existían. No hubo más remedio que inventarlas.
Y una conclusión más general: no hay de verdad «enigmas» en torno a la vida oculta de Jesús, sino solo absoluta falta de información fiable. En realidad, la vida de Jesús es perfectamente encasillable dentro de los paradigmas de que conforman las actuaciones de otros personajes de la época.
 
Saludos cordiales de Antonio Piñero
Universidad Complutense de Madrid
www.antoniopinero.com 
Lunes, 26 de Diciembre 2016
¿Enigmas de Navidad o falta casi absoluta de información? La vida oculta de Jesús.

 
Escribe Antonio Piñero
 
Por estas fechas de Navidad suele oírse, en medios de comunicación que abordan temas religiosos o en revistas de igual talante, hablar a la gente o a los periodistas  de los «enigmas de la Navidad» o bien de los «enigmas» de la vida oculta de Jesús. A este respecto, me he preguntado muchas veces el porqué de esta expresión: ¿por qué nos planteamos tantos enigmas y buscamos resolverlos? La respuesta es sencilla, pero no tanto el trasfondo de esa respuesta como veremos enseguida. Y la respuesta es: «Por falta  absoluta de información fiable».
 
Y ¿por qué no tenemos informaciones fiables sobre la vida oculta de Jesús? Ulterior respuesta: Por el carácter del cristianismo más primitivo y sus ideas en torno a la naturaleza del mesías. Me explico: la teología más primitiva del cristianismo naciente tenía tres grandes focos de desarrollo:
 
A) Jerusalén en donde, según Hechos, se habían reunido los discípulos más allegados de Jesús después de su muerte cuando ya albergaban la creencia firme en su resurrección;
 
B) Galilea. Aunque no tengamos noticias apenas de este grupo, lo que se habla de Galilea en los relatos de las apariciones en los evangelios canónico y la posible existencia de la «Fuente Q» (en caso de que se acepte su procedencia también más que posible de Galilea) hace verosímil la existencia allí de un grupo cristiano muy primitivo de seguidores de Jesús. Y
 
C) Antioquía: en donde recaló la mayoría de los expulsados después de la persecución anti judeocristiana narrada en Hch 8, y en donde fue acogido Pablo durante unos catorce años.
Ahora bien, tanto la teología jerusalemita, como la de los antioquenos y la de Pablo defendían que el mesías era un mero hombre, un hombre normal, de nacimiento totalmente normal. Y solo su vida de obediencia absoluta a Dios, su muerte conforme a un designio divino y su exaltación a los cielos junto con su sesión a la derecha del Padre lo convirtieron en una entidad divina, pero cuya naturaleza no quedaba del todo clara. Pero su procedencia meramente humana sí era clarísima.
Para probar que era así basta con reflexionar en  la teología subyacente al discurso de Pedro tras Pentecostés, al menos como lo reflejan los Hechos (2,22-24):
 
«Israelitas, escuchad estas palabras: A Jesús, el Nazoreo, hombre acreditado por Dios entre vosotros con milagros, prodigios y señales que Dios hizo por su medio entre vosotros, como vosotros mismos sabéis, a éste, que fue entregado según el determinado designio y previo conocimiento de Dios, vosotros le matasteis clavándole en la cruz por mano de los impíos;  a éste, pues, Dios le resucitó librándole de los dolores del Hades, pues no era posible que quedase bajo su dominio.
 
 
Obsérvese la expresión «hombre acreditado» y «Dios lo resucitó» …  y que no fue él el que se resucitó a sí mismo. A estas ideas se añade que Esteban en su discurso antes de morir, recogido en el capítulo 7 de Hechos, se denomina a Jesús “profeta igual a Moisés” (Hch 7,37). Y ahora la conclusión: parece claro que si se consideraba a Jesús  un mero hombre y un profeta, y que su importancia teológica comenzaba solo después de su resurrección, cuando Dios lo confirmó en sus funciones de «señor y mesías» (Hch 2,36), todo el mundo pensaría sin más que su vida oculta, los primeros treinta años no debió de tener importancia ninguna… al igual que la de otros profetas ¿Quién tenía interés por informarse acerca de «la vida oculta» de Isaías, Jeremías, o Ezequiel? De hecho la primera teología cristiana indicaba que la vida real del mesías Jesús comenzaba inmediatamente después de la recepción del bautismo de Juan Bautista, no antes (era ese el momento en el que la mayoría de cristianos pensaba que Dios lo escogía y le otorgaba su misión
 
Por ello cuando treinta, cuarenta o cincuenta años se buscara a alguien para preguntarle sobre datos de la niñez de Jesús en Nazaret, es muy difícil que se lo encontraría. Todos probablemente habían muerto. No había gentes a quienes preguntar datos fiables sobre la vida oculta del personaje que ya era vital para los cristianos y del que se deseaba saber todo lo posible.
Continuamos mañana con estas observaciones para llegar a la conclusión de la falta de información fiable, segura, era casi inevitable
 
Saludos cordiales de Antonio Piñero
Universidad Complutense de Madrid
www.antoniopinero.com 
Viernes, 23 de Diciembre 2016
El último libro hasta ahora: “Gnosis, cristianismo primitivo y Manuscritos del Mar Muerto”. Bibliografía comentada  de los últimos libros del Profesor Antonio Piñero  (y XI)
Escribe Carmen Padilla
 
 
 
Debería haber terminado ayer esta serie, pues con la “Guía para entender a Pablo de Tarso” concluía mi artículo en el libro-homenaje al Prof. Piñero. Pero no me resisto añadir el último libro que salió de su factoría y que me parece interesante por la rara mezcla de dos temas que, en mi opinión, requieren cada uno de ellos un grado notable de especialización. Este libro es lo que se llama en latín en el argot científico  “Sparsa collecta”, es decir, una reunión de artículos o capítulos de libros sobre un tema, o varios, que el autor ha ido publicando a lo largo de años en diversos medios y que –pasado el tiempo– son difíciles de encontrar. Además, como tienen la unidad de un tema (en este caso dos) unidos a su vez  por la relación con el nacimiento del cristianismo, puede parecer interesante publicarlos de nuevo en forma de libro accesible.
 
 
Me parece que nada mejor para presentar este libro es lo que dijo su autor en una entrevista que le hizo la conocida periodista María José Bosch, a propósito de lo que pretendía con su publicación:
 
 
»He querido más que contar, despejar mil dudas que tiene una parte importante del público. Yo he querido poner orden en el caos que la mayoría de las gentes tiene sobre los Manuscritos del mar Muerto, la gnosis y el cristianismo.  Este libro pretende enfocar al público dos temas que son difíciles pero esenciales para comprender la génesis de la religión cristiana.  En primer lugar, una de las formas de cristianismo más controvertidas e interesantes, la gnosis cristiano-judía de los siglos I y II.  Y el segundo asunto es la relación de dos fenómenos trascendentales en el descubrimiento de manuscritos en el siglo XX, los llamados “Textos de Qumrán” y el cristianismo primitivo. 
 
»Comencemos con la gnosis, ese vocablo griego cuyo significado apunta al ‘conocimiento’.  La gnosis parte básicamente del supuesto del desgarro que siente el ser humano al verse aprisionado en un mundo que le oprime y en el que se siente extranjero. Al considerar la extensión del mal en el mundo o la inanidad de la materia en sí, muchos seres humanos se ven conducidos al deseo de liberarse de este mundo y unirse de algún modo a la divinidad a la que creen pertenecer. Es como la sensación del desgarro y distanciamiento de dos polos que deberían estar unidos. 
 
»La gnosis así entendida pertenece al sentimiento común que se halla en la base de diferentes sistemas espirituales o que se forma en el interior de ellos. En el Mediterráneo oriental la gnosis pudo manifestarse como una atmósfera religiosa que consideraba a una religión determinada, dentro de la cual crecía, como un estadio inferior de la religiosidad que, por ejemplo, no sentía tan profundamente la sensación de desgarro interno ante el mundo, arriba mencionada. El estadio superior lo tendrían los verdaderos «conocedores» o gnósticos, que albergaban un deseo especial de poseer la verdad total, y a los que respondía la divinidad con una revelación. Naturalmente, los gnósticos serían la élite, digna de recibir esa revelación que dará respuesta a las cuestiones esenciales del hombre religioso, tales como: ¿Quién soy yo realmente? ¿De dónde vengo? ¿Qué relación tengo con la divinidad? ¿Cómo conseguiré poder volver allí de donde procedo, es decir, cómo alcanzaré la salvación?”
 
El libro introduce al lector en este tema con aclaraciones sencillas y a la vez profundas, de modo que pueda entender bien cómo y por qué el pensamiento gnóstico forma parte de la historia cristiana. Y otra cosa: entre los evangelios gnósticos, hay dos el “Evangelio de María Magdalena” y el “Evangelio de Felipe” que ha sido utilizadísimos en los últimos años… pero muy mal entendidos. Y el libro aclara muy bien qué es lo que pretendían decir sus autores.
 
 
Y del tema “Manuscritos del Mar Muerto” lo que más me ha gustado personalmente ha sido el capítulo dedicado a estos textos y los orígenes del cristianismo, donde se pregunta, y se responde si en verdad son una revolución pendiente en la historia del cristianismo primitivo. Y me ha gustado porque explica con gran claridad en qué consisten esos misteriosos textos, cuál es su teología… si el cristianismo ha copiado de ellos directamente o no,  y cómo ayudan a comprender el Nuevo Testamento. Me parece esclarecedor. En conjunto un libro único por la unión de los dos temas, a veces complicados, y por la claridad expositiva. La luz que aporta es notable.
 
Y con esto concluyo mi pequeña aportación al homenaje en honor del  Prof. Antonio Piñero, al que aprecio y admiro. No sé si habré conseguido  hacerle justicia – toda obra humana es susceptible de mejora –, pero  en este repaso acelerado de su producción literaria en los últimos años, bastante fecundos,  he intentado reflejar cómo el trabajo y el estudio de tanto tiempo, la incansable  actividad y la constancia producen frutos que nos enriquecen  a todos. Me consta que tiene otros tantos proyectos en su mente. Y creo  que su mejor obra aún está por hacer. Ad multos annos! 
 
Saludos cordiales de Carmen Padilla
Jueves, 22 de Diciembre 2016
“Guía para entender a Pablo de Tarso”. Bibliografía comentada  de los últimos libros del Profesor Antonio Piñero  (X)

 
 
Escribe Carmen Padilla
 
 
El segundo libro al que haré referencia es  Guía  para entender a Pablo. Una interpretación del pensamiento paulino,  ed. Trotta, Madrid 2015. Incluye esta nueva Guía el corpus de las siete  cartas que se consideran auténticas de Pablo: 1 Tesalonicenses, Gálatas,  Filipenses, Filemón, 1 y 2 Corintios y Romanos. Su autor pretende  “conducir de la mano al lector a través de los vericuetos de unos textos  religiosos, menos fáciles de entender de lo que muchos opinan, de un  personaje judío, Pablo de Tarso, cuya influencia en el nacimiento del  cristianismo ha sido inmensa”.
 
 
En la amplia “Introducción”, donde se explicita el método que seguirá en la obra, A. Piñero asegura que lo más  importante es la lectura directa de los textos conservados de Pablo, ponerse en contacto directo con el genio religioso del personaje y que solo le antecederán  elementos mínimamente indispensables para comprenderlo. Así explica: de qué fuentes disponemos, además de sus cartas, para entenderlo bien: ¿existen fuentes arqueológicas que nos ayuden a entender su mundo?  ¿Hay otras fuentes textuales en su entorno que nos conduzcan al mismo fin? ¿Cómo era la concepción del mundo que tenía Pablo y de la que  dependía su pensamiento? ¿Cómo manejaron la figura del apóstol Pablo sus  sucesores?
 
 
Por último, en la misma Introducción, hay un apartado dedicado  al género epistolar propio de las cartas, que es lo único conservado. Explica el autor que se trata de una correspondencia unilateral, pues ya no poseemos  noticias fidedignas de sus corresponsales y, a menudo, desconocemos  incluso quiénes son exactamente. No se sabe qué predicó oralmente Pablo a sus conversos; no tenemos las reacciones de sus corresponsales a sus cartas… en una palabra que debemos leer a Pablo un y otra vez para indagar si entre los entresijos de lo que escribió encontramos pistas para situar bien su pensamiento y sobre todo para interpretarlo correctamente.
 
 
 
El resto de la Guía, una vez establecidos  los presupuestos básicos, es un análisis riguroso y pormenorizado  de las siete cartas paulinas, con unas conclusiones que sorprenderán a  los lectores en más de un aspecto. Algo novedoso e interesante es que cuando en la lectura de las cartas el lector se encuentra con un concepto capital de la teología paulina, se hace un alto  en la lectura y aparece una “Aclaración”. Hay veinte, y en ellas se recoge sintéticamente la teología paulina reuniendo cómodamente los textos pertinentes de las cartas, analizándolos en conjunto, obteniendo así, creo, una idea clara  de cada concepto. Por ejemplo: ¿cómo entendía Pablo la naturaleza del mesías que es totalmente humano para a la vez tiene algo de divino? ¿Qué pensaba Pablo de la validez de algunos preceptos de la ley de Moisés? ¿Qué entendía por filiación divina del creyente? ¿Qué pensaba Pablo en realidad del  papel de las mujeres en las iglesias? ¿Tenía Pablo una verdadera teología política que enfrentara a las concepciones en torno a la función del Imperio Romano y en concreto entorno a la persona del emperador y su estatus divino?
 
 
Esta obra ha sido largamente meditada  y pensada por su autor durante varios años, y desde aquí nos atrevemos  a pronosticar que tendrá el mismo éxito que la anterior dedicada al  Nuevo Testamento. De ambas obras  se siente satisfecho, porque  son el fruto de muchos años de reflexión personal sobre los textos y porque  están escritas sin ningún interés de mostrar conocimientos bibliográficos ni  erudición especial, sino cuál es mi entendimiento global del Nuevo Testamento  y de Pablo en particular, con especial afán didáctico y clarificador. En mi opinión personal, quizás sea esta la mejor y más original obra del autor que comentamos.
 
 
El próximo día concluiré mi repaso a la bibliografía del Prof. Piñero en esta década con una breve ojeada a otra obra que no pudo estar en el libro-homenaje “In Mari Via Tua”, ya que salió cuando estos comentarios estaban ya entregados a la imprenta, pero que merece la pena que al menos la nombremos y expliquemos su contenido.
 
 
Saludos cordiales de Carmen Padilla
 
Miércoles, 21 de Diciembre 2016
“Guía para entender el Nuevo Testamento”. Bibliografía comentada  de los últimos libros del Profesor Antonio Piñero  (IX)
 
Escribe Carmen Padilla
 
 
 
Intencionadamente he dejado para el final, fuera de epígrafes, las  dos obras en mi opinión más relevantes de Antonio Piñero tanto en la década que estoy comentando como en general: la primera, que creo ya bien  conocida, es la Guía para entender el Nuevo Testamento,  ed. Trotta, Madrid 2006, 6ª edición 2016, bajo pedido. Consta de 565 páginas,  incluyendo una bibliografía básica, un glosario, índices analíticos e índice  general.
 
 
A mi entender es un libro fundamental para todo el que  quiera acercarse al Nuevo Testamento, por lego que sea en la materia,  ya que no presupone conocimientos previos en el lector, con el afán de aprender y encontrar una explicación razonada, objetiva  y crítica a todo el corpus neotestamentario. No falta ni sobra nada.  Comenzando por saber qué es el Nuevo Testamento, cómo se escribió,  la formación del canon, su transmisión, el entorno inmediato, las bases  de nuestro conocimiento de Jesús, etc. Todo aparece bien fundamentado  a partir de un comentario más o menos extenso de cada uno de los 27  libros que lo forman.
 
 
Ciertamente está todo lo que hay que saber y se  nos advierte de que  esta Guía no está compuesta desde un punto de vista confesional. Su acercamiento  a los textos es histórico y literario. Pero a la vez es respetuoso con las creencias,  aun no se sintiéndose ligada a ellas, sino al intento de explicar por qué surgió el Nuevo Testamento y cómo puede comprenderse.  Lo que más me gusta de este libro: su incuestionable utilidad, su  claridad, el método didáctico y pedagógico empleado para facilitar al  lector la comprensión de un tema tan denso, las síntesis al final de los  capítulos, la presencia de diversas opiniones de estudiosos en los temas  más controvertidos, la ausencia de dogmatismo, la sencillez en la exposición,  la distribución de epígrafes y capítulos. En definitiva, me parece  un total y absoluto acierto, un libro imprescindible. 
 
 
En dos días terminaré este breve examen de la obra de nuestro autor en esta década 2006-2016 que creo fructuosa.
 
 
Saludos cordiales de Carmen Padilla
 
Martes, 20 de Diciembre 2016
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Editado por
Antonio Piñero
Antonio Piñero
Licenciado en Filosofía Pura, Filología Clásica y Filología Bíblica Trilingüe, Doctor en Filología Clásica, Catedrático de Filología Griega, especialidad Lengua y Literatura del cristianismo primitivo, Antonio Piñero es asimismo autor de unos veinticinco libros y ensayos, entre ellos: “Orígenes del cristianismo”, “El Nuevo Testamento. Introducción al estudio de los primeros escritos cristianos”, “Biblia y Helenismos”, “Guía para entender el Nuevo Testamento”, “Cristianismos derrotados”, “Jesús y las mujeres”. Es también editor de textos antiguos: Apócrifos del Antiguo Testamento, Biblioteca copto gnóstica de Nag Hammadi y Apócrifos del Nuevo Testamento.





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