CRISTIANISMO E HISTORIA: A. Piñero
Síntesis y aplicación de la teoría socrática sobre el conocimiento y su aplicación a los Evangelios  (25-6-22. 1129)
Escribe Antonio Piñero
 
 
Foto: Gorgias de Leontino, el sofista consecuente.
 
 
Ha llegado el momento de aplicar al subjetivismo textual que denunciamos en la postal dedicada a la nueva tendencia de la investigación del Nuevo Testamento.
 
 
Pero en orine rugar una breve valoración de la aportación de Sócrates: su teoría del conocimiento (sólo conocemos a base de conceptos, formados por inducción; esos conceptos son universales; los tenemos todos y gracias a ellos podemos comunicarnos) es lo que hace a este filósofo, “aficionado” según él mismo, dar un paso de gigante en filosofía. Antes no se había formulado algo hoy tan evidente. Sobre esta base se fundamenta  Platón, luego Aristóteles y más tarde toda la filosofía medieval y occidental…. En gran parte.
 
 
El primer efecto de su teoría del conocimiento fue la destrucción de la base de las teorías de los sofistas. Si conocemos por conceptos universales, la base de todo es la razón compartida. El sofista había hecho perder la fe en la posibilidad de una verdad objetiva. Sócrates restaura esa fe. Esto significa también fundamentar la filosofía, por un lado, y cualquier tipo de conocimiento, sobre la universalidad de la razón, no sobre los sentidos o la percepción. El avance de Sócrates consiste, pues, en restaurar lo que antes de los sofistas era una mera creencia sin fundamento: que la verdad objetiva (en cuanto puede alcanzarse “para andar por casa”) y el bien ético eran lo mismo. Los sofistas con su doctrina de la única “verdad” subjetiva habían eliminado la base para esa creencia inaugurando una era de puro escepticismo, de crítica radical, y elevando al subjetivismo a norma universal, con lo que justificaron la ley del más fuerte. Sócrates vuelve a identificar el bien con la verdad, paro ahora sobre la base de la razón universal. Sócrates hace lo contrario de Aristófanes, el comediógrafo más famoso de Atenas.
 
 
El viejo reaccionario, Aristófanes, al ver el peligro del pensamiento sofista, no encontró más solución que retirarse a los “gloriosos tiempos pasados, al tiempo de las tradiciones”, mientras que Sócrates aceptó la apuesta de los sofistas y fundamentó lo que ellos habían desbaratado sobre el fundamento sólido no de la tradición, sino de la razón. Los sofistas afirmaron el principio de que la verdad es mi verdad, y que nadie me la imponga desde fuera. Sócrates corrigió la idea afirmando que la verdad es mía, pero también de los demás, si se  basa en la universalidad de la razón.
 
 
Esta pugna sofistas-Sócrates es aplicable a la disputa hoy entre la razón y lo defensores de unas suprema fuente de conocimiento, la intuición personal. Ya sabemos que la verdad objetiva –en cuanto puede alcanzarse– no puede basarse nunca sobre la percepción. Pues bien, la intuición, como subjetiva que es, es una percepción suprasensorial y a veces instantánea, pero percepción al fin y al cabo. Como tal sólo vale para mí y no puedo compartirla con lo demás, y menos hacer de ello una verdad universal con la que los demás tengan que comulgar. Yo intuyo una cosa, pero el que está a mi lado intuye otra cosa opuesta. Aquí la razón está colocada bajo de la percepción suprasensorial. Ya no puede haber una norma de medida universal. Ya no hay verdad objetiva. Esta teoría llevada a sus consecuencias lógicas aboca al más rotundo escepticismo. Y aplicar la ley del más fuerte. Como pueda, impondré mi verdad aun por la fuerza.
 
 
Y, ya en concreto, vemos una relativamente fácil aplicación a la ciencia histórica, y en concreto a los te los Evangelios, que son los que nos proporcionan un cierto conocimiento de Jesús de Nazaret.
 
 
Primera propuesta: La idea del posmodernismo de que todo es relativo es un mito. No lo es, ya que hay conceptos universalmente compartidos.
 
 
Naturalmente esto depende de a qué mundo nos refiramos. Partimos aquí del supuesto de que estamos hablando del mundo en el que nos movemos. No hablamos del mundo de las grandes magnitudes, galaxias, estrella, universo, etc. al que se aplica la teoría de la relatividad de Einstein. Ahí, dos conceptos esenciales para entendernos, espacio y tiempo, son relativos y dependen exactamente del observador (casi como dirían Protágoras o Gorgias, los dos sofistas que hemos mencionado en postales anteriores).
 
 
Tampoco hablamos del ámbito de lo infinitamente pequeño, el de la física cuántica, de Max Planck, porque en la vida diaria no nos podemos mover en ese ámbito y nos es inalcanzable. Y ahí, en lo infinitamente pequeño, si aceptamos en el “Principio de indeterminación” de Heisenberg, que indicaba que al observar ese mundo, podemos distorsionarlo, no entenderlo bien, o sencillamente destruir la esencia de lo que estamos observando. Es evidente que el ámbito de la historia antigua, que es en el que nos movemos cuando estudiamos los Evangelios es el de la vida real y palpable. En la mera práctica… nada que ver con la física cuántica, ni con la teoría de la relatividad restringida o generalizada einsteniana. Si hemos quedado, estamos todos de acuerdo en lo que es un triángulo, ya no me está permitido llamar “triángulo” a cualquier figura geométrica, solo a una.
 
 
Segunda propuesta: la idea de que el texto (un documento antiguo, por ejemplo) es totalmente autónomo y no depende de lo que pretendió el autor que lo escribió es un mito. El texto no es autónomo.
 
 
En concreto en los Evangelios: cuando un autor evangélico, por ejemplo, Marcos, compone una parte de su evangelio, lo hace para transmitir al lector su punto de vista sobre un hecho o un dicho de Jesús de Nazaret, o una opinión que los demás vierten sobre él. Marcos escribe ese texto con una idea muy clara. Sería más o menos así “Yo, como autor, quiero que mi lector entienda este texto que he escrito, y que saque de él la idea que yo pretendo comunicar, no otra, la que él quiera”. “Mi Evangelio es en verdad un libro de propaganda / o expansión sobre cómo fue Jesús. Si un lector no entiende lo que he escrito, tal como yo quiero, he fracasado como escritor. Porque yo pretendo mostrar una imagen concreta de Jesús y no otra… la que le dé la gana al lector, sacando mi texto de quicio, es decir, del entorno, ámbito, mundo, cultura, etc. en el que lo he escrito”.
 
 
Creo que queda claro: si al autor que llamamos Marcos le dijéramos: “El texto que tú escribes será entendido por el lector como le dé la gana; como él quiera, con sus propias ideas, fuera de la intención con la que tú lo has escrito”… le daría un síncope. Y de momento tomaría la decisión que si eso es así, diría: “Mejor, no escribo nada”.
 
 
Consecuencia: si un texto antiguo no tiene autonomía, y si hay que entenderlo como el autor pretendió que fuera entendido por el primer lector que lo leyera en su tiempo… en el último tercio de lo que hoy llamamos siglo I, eso significa que el texto tiene un solo sentido y no varios (salvo que el autor pretenda expresamente que sea polisémico). E insisto: más tratándose de un libro que hace propaganda de una persona y de su obra, Jesús de Nazaret… que ha de ser entendido como quiere Marcos y no de cualquier otro modo.
 
 
En esta línea, mi tercera y última propuesta /aclaración por hoy: el texto antiguo, en concreto el de Marcos, es entendible porque las palabras que él escribió en griego, cada una de las palabras significativas, son portadoras de un concepto “universal” que está en la mente de los lectores. Si las palabras, o la combinación de palabras formando sintagmas o frases, no tuviera un sentido fijo, sería como si –siguiendo el ejemplo que pusimos– escribo la palabra “triángulo” y cada lector entiende la figura geométrica que le venga en gana y no lo que hemos convenido implícitamente, a saber, que por “triangulo” entendamos solo una cosa. Eso no es posible, pues destruiría toda posibilidad de comunicación entre los humanos.
 
 
Si solo creo en mi “verdad” sobre el significado de un texto antiguo, “apaga y vámonos”…: ¡imposible hacer historia!
 
 
Por tanto, espero que quede claro en la aplicación a un texto antiguo:
 
 
1. El texto no es autónomo. Porta un significado y no otro; el que le dio el autor. El historiador debe averiguar qué es lo que entendía el primer lector que leyó el texto de Marcos, conforme a la intención del autor.
 
2. El texto es capaz de portar un significado porque las palabras, o combinación de palabras, significan una cosa, y solo una cosa, en la que hemos convenido los humanos. Un “triángulo” solo significa “triángulo” y no lo que a mí me parezca que significa. Las palabras o combinación de palabras equivalen –porque así lo hemos convenido los humanos en cada sistema lingüístico– a los “conceptos universales”.
 
3. El historiador tiene que buscar, qué pretendió el autor y cómo fue entendido su texto por el primer lector que leyó su texto.
 
 
Estamos simplificando, naturalmente, pero es necesario para que queden las cosas claras.
 
 
Seguiremos
 
 
Saludos cordiales de Antonio Piñero
 
 
NOTA:
 
Aquí va un enlace a otra entrevista. Yo quedé especialmente contento sobre cómo salió.

https://www.ivoox.com/jesus-historico-con-antonio-pinero-audios-mp3_rf_52231665_1.html
Jueves, 25 de Junio 2020

La presencia de jardines, maceteros, pebeteros para inciensos, en el exterior y el interior de los templos del Mediterráneo antiguo está ligada a profundas convicciones sobre la agricultura y la concatenación de los años y las generaciones humanas. Una muestra de esto son las modestas y muy desconocidas fiestas dedicada a Adonis, las Adonias.
Hoy escribe: Eugenio Gómez Segura


019. Las fiestas de Adonis en julio.
Imagen de un vaso del s IV a. C. que muestra a un cupido ayudando a una mujer a subir una estilizada maceta de Adonis al tejado de su casa. Tomada de https://pbs.twimg.com/media/CYlKlwLU0AAZA38?format=jpg&name=smallhttps://pbs.twimg.com/media/CYlKlwLU0AAZA38?format=jpg&name=small

El mortal Adonis llegó a Grecia ya para la época de Homero (s. VIII) si tenemos en cuenta que la poetisa Safo (hacia el 600) escribió un poema en el que su mito y culto estaban ya implícitos:

Ha muerto, Citerea, el tierno Adonis. ¿Qué haremos?
Golpeaos el pecho, muchachas, y rasgad vuestras vestiduras (Trad. de C. García Gual).

Parece, incluso, que el joven semidios habría llegado a Grecia junto a la también extranjera Afrodita, en época muy antigua. Los griegos sabían perfectamente que el nombre era foráneo, derivado de la misma raíz que Adonai, uno de los nombres del dios hebreo: la raíz adon, “Señor”, y ponían su origen en Biblos y Chipre.

El caso es que su mito vincula a Adonis con la muerte: Tías, el rey de Siria, se vio engañado por su propia hija Mirra o Esmirna y se acostó con ella durante doce noches. La joven había sido castigada por Afrodita con esa pasión incestuosa. Cuando por fin Tías se apercibió del engaño intentó matar a su hija, la cual, suplicando a los dioses, acabó transmutada en el árbol de la mirra. Tras diez meses, la corteza del árbol se levantó y dejó salir a la luz un niño que fue llamado Adonis. Afrodita confió al niño a Perséfone, diosa del inframundo.
Cuando la criatura ya creció se convirtió en un joven apuesto que enamoró a la reina de los muertos, de manera que, cuando Afrodita reclamó al joven, Perséfone se negó a devolverlo. Hubieron de llegar a un acuerdo que dejaba a Adonis ocho meses bajo tierra y cuatro con Afrodita.

El culto a Adonis se concentró en las fiestas llamadas Adonias. Se celebraban hacia el día 22 de nuestro julio, coincidiendo con la canícula, que es el momento en que el sol entra en la constelación Canis, el Perro, de la cual deriva el sustantivo que da nombre a la época más calurosa del año.

Estas fiestas reproducían en pequeño el fenómeno del agostamiento de la vegetación en los campos durante estas mismas fechas. Para celebrarlas, las mujeres preparaban unos tiestos muy peculiares: eran bajos y anchos, con poca altura de tierra. En ellos sembraban semillas de hierbas que germinaban rápidas pero morían también velozmente debido al calor y a la poca tierra que disponían en los maceteros.

Estas macetas se colocaban en los tejados de las casas, a los que, durante la fiesta, también subían las mujeres para bailar y cantar, según indicó Menandro en su comedia La Samia:  

Y en cierta ocasión dio la casualidad que bajaba yo del campo a todo correr y me las encontré reunidas en casa con otras mujeres celebrando las fiestas de Adonis. Y como es natural había una juerga enorme en la reunión. Así que me quedé de mirón con ellas, pues semejante jaleo me desveló. Subían al tejado unas plantas, bailaban y no paraban de divertirse en toda la noche (trad. J.  L. Navarro).

Desde un punto de vista social, parece que la fiesta se aprovechaba como una de las pocas ocasiones en que las mujeres griegas podían hacer algo libremente. Parece que tanto las mujeres casadas como las heteras participaban de la fiesta nocturna, que no era del Estado sino privada. Entre cantos y bromas también se lamentaba la muerte del joven Adonis, como al de las plantas de los tiestos. Aristófanes indica (Lisístrata 387-396) que gritaban ¡Ay Adonis!, ¿Adonis muerto, sollozad! Mientras bebían y se emborrachaban. Platón dedicó un pasaje despectivo a la fiesta:

Sócrates: el agricultor sensato ¿sembraría acaso en serio durante el verano y en un jardín de Adonis aquellas semillas por las que se preocupara y deseara que produjeran fruto, y se alegraría al ver que en ocho días se ponían hermosas? ¿O bien haría esto por juego o por mor de una fiesta, cuando lo hiciera, y en el caso de las simientes que le interesaran de verdad recurriría al arte de la agricultura, sembrándolas en lugar conveniente, y contentándose con que llegaran a término cuantas había sembrado una vez transcurridos siete meses? (Trad. L. Gil Fernández).

El último acto de la fiesta era acercarse a la costa para lamentar allí que Adonis se iba al inframundo de nuevo, hecho asociado con el depositar las briznas agostadas de los tiestos en el oleaje (Dioniso, dios de los difuntos, también llegaba a Atenas desde el mar).

Lamentablemente nuestra información sobre estos “jardines de Adonis”, el culto al héroe muerto y los ritos de las Adonias casi acaban aquí.

De todas formas, la fiesta provenía de Oriente, así que no parece que los griegos hubieran conocido bien todo el significado de esos ritos. De hecho, tenemos un paralelo muy interesante en la Biblia: Ez 8, 14 menciona la fiesta de Tammuz:

Me llevó a la entrada del pórtico de la Casa de Yahveh que mira al norte, y vi que allí estaban
sentadas las mujeres, plañiendo a Tammuz (Trad Cantera-Iglesias).
 
Tammuz era el Dumuzi mesopotámico, cuyo mes era más o menos nuestro julio. Su muerte se asociaba al agostamiento de la vegetación en esa época.

Saludos cordiales.
 
Lunes, 22 de Junio 2020
Segunda parte de “Cómo salimos del atolladero del subjetivismo absoluto” (18-6-2020.- 1128)
Escribe Antonio Piñero
 
 
Foto: Protágoras, el más grande de los sofistas y gran adversario de Sócrates
 
 
Decíamos en la postal anterior que el subjetivismo absoluto en concreto respecto a textos antiguos (¿Cómo alcanzar al menos algo de la verdad de un hecho del pasado?) es un aspecto más de un problema de “cómo conocer rectamente”, cuestión que habían planteado los sofistas coetáneos con Sócrates. Y escribíamos que puede decirse que, según Sócrates, se sale del atolladero de los subjetivo porque el ser humano conoce a base de conceptos universales.  Y estos conceptos los tiene todo ser humano; y gracias a que los tenemos todos, podemos entendernos acerca de la verdad objetiva de lo que está fuera de nosotros: la tierra o un texto antiguo.
 
Insisto que lo que estamos diciendo no se refiere sino a la vida diaria, de ahora y del pasado, no a lo casi “infinitamente” grande (donde sí afecta la teoría de la relatividad) y a lo casi  “infinitamente” pequeño que está regido por leyes de la mecánica cuántica que son en principio contraintuitivas.
 
 
Ahora nos preguntamos: ¿Qué es un concepto universal? Para explicarlo pongamos un ejemplo: cuando veo en la vida ordinaria un montón de perros, muy diferentes entre sí, pero que califico con la misma palabra “perro”, mi mente, como la de los demás seres humanos normales, es capaz de eliminar aquellas características que pertenecen a un perro determinado y, ya eliminadas, quedarse con las características o cualidades que se dan en todos los perros por diferentes razas que sea. Así logra formarse la idea de “perro” juntando en ella las características que se dan en todos los perros por muy diversos que sean.
 
 
Este proceso lo hacemos espontáneamente cuando el cerebro está ya un poco desarrollado y es un a priori o posibilidad de todo cerebro humano. Por ejemplo, no puedo atribuir a la idea como tal de “perro” el color blanco…, ni ningún otro color, ni un tamaño determinado, pero sí unas características de vertebrado, estructura, olfato, sonidos emitidos…, etc. Pues eso es un concepto universal. Y sin esos conceptos no somos capaces de pensar, porque si no tuviéramos el concepto universal de perro, y otros muchísimos, no nos podríamos entender entre los humanos.
 
 
Y añade Sócrates: la razón humana es la facultad que maneja los conceptos universales. La razón no es sólo la facultad deductiva, es decir, de obtener deducciones a partir de unas premisas, sino sobre todo la posibilidad de formar conceptos universales. Éstos se forman por “inducción”. La “inducción” consiste en formular un principio general a partir de la repetición de casos particulares de los cuales extraemos rasgos comunes, como hemos visto en el caso del “perro”. La deducción es la facultad de aplicar a casos concretos conceptos generales.
 
 
Pongamos un ejemplo socrático: Sócrates tomaba diversos y variados casos de lo que era calificado como “prudente” por la gente. Extraía los rasgos comunes a esos actos, y así formaba el concepto de “prudencia”. Luego, como confirmación, aportaba nuevos ejemplos y veía si se confirmaban con el concepto extraído por medio de la inducción. Si no se confirmaban se corregía el concepto.
 
 
Sócrates, al situar el conocimiento en los conceptos, hace de la razón el órgano del conocimiento verdadero. ¿Por qué? Pues porque esos conceptos no se los saca la mente “de la manga”, sino por la observación (junto con otras muchas personas) de muchos y diferentes perros… respecto a los cuales  todos estamos de acuerdo –a pesar de que vemos que tenga características diferentes– en que son genéricamente “perros”.
 
 
Ya con la idea del “concepto universal”, se opone Sócrates a una doctrina de los sofistas: que el conocimiento verdadero viene de la mera percepción y que cada uno tiene la suya, y que por tanto no hay verdad para todos igual. Ahora bien, si se admite que la razón es el elemento universal del conocimiento en el ser humano, se está diciendo a la vez que existe una verdad objetiva (existen diferentes seres, pero en común todos los denominamos “perros”). Y si es que podemos compartir conceptos universales, y que éstos responden a realidades objetivas…, resulta claro que no todo depende de lo que a mí como ser humano individual me dé la gana.  Sócrates restaura así la creencia en la existencia de una verdad objetiva, válida para todos los seres humanos.
 
 
Esto se ve claramente si pensamos que un concepto es lo mismo que una definición. Seguimos con el mismo ejemplo para no “liarnos”. Definimos qué es un perro cuando expresamos con palabras los elementos comunes que tiene la idea de perro. La definición no es más que exponer un concepto dentro de la comunicación entre los humanos por  medio de las palabras. Ahora bien, debe insistirse en que por medio del proceso de fijar definiciones objetivas (porque estamos todos de acuerdo en ellas) estamos formando patrones objetivos de verdad. Otro ejemplo, si llegamos al concepto de triángulo, por inducción, y luego definimos lo que es un triángulo, ya no será posible llamar “triángulo” a cualquier figura geométrica que me dé la gana pintar. Tengo que atenerme al concepto y a la definición. Y todos, al oír la palabra “triángulo” sabrán exactamente a qué me refiero.
 
 
Pongo otro ejemplo: si alcanzamos el concepto de “virtud”  (por medio del mismo proceso mental por el que hemos conseguido la definición / concepto de “perro”), y definimos el concepto de “virtud”, o de “justo”, o “conforme a derecho”, luego no tengo más que comparar lo que hago con la definición de “virtud”, o de “justo”, o “conforme a derecho”, y decir si ese acto es o no conforme a lo justo, a derecho o conforme a la virtud. Desde ese momento ya no es posible que un sofista diga: “Lo que a mí me parece justo, es lo que es justo (si tengo fuerza para imponerlo a los demás)”. O “Lo que yo escoja como conforme a la virtud es lo virtuoso”. Así, un acto no podrá ser juzgado por impresiones subjetivas, sino por conceptos o definiciones. Esto es exactamente lo que proponía Sócrates.
 
 
El conocimiento, sostenía Sócrates, no es lo mismo que las sensaciones, o percepciones de los individuos, lo que significaría que cada individuo puede formarse la idea de verdad que a él le parezca mejor. El conocimiento significa formarse un concepto de las cosas tal como son objetivamente (es decir comparando con otros; de ahí el continuo diálogo socrático para hallar conceptos basados en acuerdos, porque así se ve por medio de la razón de varios o muchos individuos y se extiende a todos, por inducción). Por ello la filosofía de Sócrates es ante todo formarse conceptos rectos de las cosas. Y como él estaba interesado en la filosofía moral y política (es decir, el gobierno de la polis o ciudad-estado) no hacía otra cosa que preguntarse y buscar definiciones como “¿Qué es la virtud?”; “¿Qué es la prudencia?”, es decir, ¿cuáles son los conceptos y definiciones de esas cosas? Intentaba así Sócrates encontrar una base objetiva para la verdad y para crear una ley moral.
 
 
Una vez que hemos explicado el pensamiento de Sócrates –como hemos podido– acerca de la “verdad absoluta” (hay que explicar esto, porque Sócrates también sabía que esta no existe más que en el ámbito conceptual y partiendo de unos presupuestos, como en las matemáticas, por ejemplo), tendríamos que aclarar también que para él la teoría del conocimiento tenía un propósito: ofrecer una base a un comportamiento moral tanto en la vida personal como como en la vida en común… y moral en todos los ámbitos, también en la política o en las tareas de investigación de la historia o cualquier otra actividad humana
 
 
En este ámbito de la vida práctica y la moral regida por el conocimiento formuló Sócrates dos proposiciones importantes: Una, la “virtud” se identifica con el conocimiento. Un hombre no puede actuar justamente, si antes no sabe qué es la justicia. La acción moral nace del conocimiento: se basa en él y surge de él.
 
 
La segunda, más dudosa, es si un hombre tiene un conocimiento correcto, no puede hacer el mal. Todo el que hace el mal es por ignorancia, porque cree que está haciendo un bien (para sí mismo o para otros). Si alguien hiciera el mal intencionadamente, sería un individuo mejor que el que lo hace sin intención, porque el primero tiene al menos la sabiduría de saber qué es el bien; el segundo no tiene esperanza alguna de hacer algo recto, porque ni siquiera conoce correctamente.
 
 
Vamos a dejar aparte la derivación hacia la moral, o la ética, de la teoría de Sócrates sobre cómo conocemos y nos concentraremos en las consecuencias generales: su teoría nos ayuda a salir del subjetivismo y lo aplicaremos a la investigación histórica, y en concreto a la búsqueda del Jesús histórico.
 
 
Seguiremos, pues,
 
Saludos cordiales de Antonio Piñero
 
http://adaliz-ediciones.com/home/36-el-jesus-que-yo-conozco.html
 
Jueves, 18 de Junio 2020
“Cómo salimos del callejón sin salida del subjetivismo absoluto” (11-06-2020.- 1127)
Escribe Antonio Piñero
 
Foto: Sócrates
 
Decíamos en la postal anterior que el pensamiento postmodernista sobre la teoría que el significado de un texto (y más si es antiguo) lo otorga solo el lector; que no es posible alcanzar una verdad objetiva a través de lo que aparentemente dice el texto; que su significado depende de las coordenadas mentales del lector; que este dictamina en último término qué significa el texto para él son proposiciones que conducen a un subjetivismo absoluto, lo cual es un aparente callejón sin salida. Y nos preguntábamos si en verdad es así. ¿Se acabó toda la objetividad de la información histórica? ¿Tenemos que olvidarnos de la crítica histórica y los historiadores deben limitarse al estrecho campo del ámbito narrativo que en último término depende del lector?
 
 
Yo respondería que esta cuestión no es moderna, sino ya muy añeja. Es la misma a la que se enfrentó Sócrates cuando discutía con los sofistas, para quienes el “ser humano es la medida de todas las cosas”.  Para responder debemos hacer un poco de historia de la filosofía yendo a los conceptos fundamentales de los sofistas a los que se enfrentaba Sócrates, y ver si por esa vía hay una respuesta objetiva y convincente a las propuestas del subjetivismo postmoderno.
 
 
El sofista Protágoras (485-411 a. C.) identificaba la “verdad” para el ser humano con lo subjetivo, no con lo objetivo. Un ejemplo: Pienso en la tierra. El sujeto pensante soy yo. Por tanto, subjetivo es lo que pertenece al sujeto, a mí. Objetivo, es lo        que pertenece al objeto = la tierra. Por ello puedo pensar, a partir de la observación de una inmensa carretera recta, que la tierra es plana; eso es la impresión subjetiva, pero lo objetivo es que la tierra es redonda, porque es un conocimiento físico adquirido y firme. Protágoras, pues,  afirmaba exactamente que la verdad no existe objetivamente, que no hay verdades objetivas, y que la verdad depende del sujeto pensante.
 
 
El sofista Gorgias de Leontinos, en Sicilia (485-380 a. C.), contemporáneo de Sócrates (470-339 a. C. y que escribió un volumen Sobre la naturaleza o lo no existente, intentaba probar el núcleo del pensamiento de Protágoras. En su libro intentó fundamentar tres proposiciones: 1. Nada existe objetivamente; 2. Si algo existiera, no puede ser conocido en sí mismo; 3. Si algo pudiera ser conocido, no sería posible comunicar ese conocimiento a otros.
 
 
No podemos detenernos aquí en todas las pruebas (algunas son complicadas) que aporta Gorgias y que tienen que ver con la filosofía griega anterior a él (por ejemplo, con Zenón de Elea quien creyó poder probar teóricamente que el movimiento no existe en sí, sino en nuestra percepción), sino en la idea de que Gorgias pensó que había probado que esas tres proposiciones eran verdaderas.
 
 
Con ello confirmaba Gorgias que la verdad para el ser humano depende de su percepción. Un ejemplo de algo que sucede continuamente: Tengo diversas impresiones continuamente de un mismo objeto, pero gentes diferentes tienen en idénticas circunstancias diferentes impresiones de ese mismo objeto, luego saber la verdad sobre ese objeto es imposible. Si la verdad se corresponde con la sensación  (pues otra verdad es imposible) y si la sensación es mía, la verdad no es comunicable… porque las percepciones y sensaciones son personales e intransferibles. Pero atención: No es que Gorgias quería probar que nada existe fuera de mí, sino que nada existe para mí como verdadero o como falso absoluto… porque lo que para mí es falso para otro es verdadero.
 
 
Así pues, según los sofistas, la verdad es lo que es verdad para el individuo. Esto es una filosofía que puede denominarse “utilitarista”. La verdad es lo que para mí es útil. Y para mí es muy útil –siguiendo con el ejemplo anterior– pensar que la tierra no es redonda, sino plana.
 
 
Al negar la diferencia entre razón universal para todos como fundamento de la verdad y percepción individual, consecuentemente se niega que la razón sea la única norma de la verdad. Eso lleva a poder sostener que dos proposiciones contradictorias pueden ser verdaderas.
 
 
Protágoras vio que esto era así y no se arredró ante esta conclusión. Lo contradictorio en sí puede ser verdadero para diversos seres humanos;  o bien para el mismo ser humano en diversos momentos de su vida. Por eso opinaba que a cualquier opinión que se intente demostrar se le puede oponer otra proposición contradictoria con iguales argumentos e igual aspiración a la verdad.
 
 
Por tanto, sólo hay verdad para mí mismo. Verdad y falso no existen como conceptos objetivos. Vale igual decir que “todo es verdadero”, como decir “todo es falso”. “Verdad” y “Ser” son sólo conceptos relativos. Protágoras miraba incluso con cierto desdén a matemáticos y astrónomos que hacían cuentas y cálculos sin aplicación a lo verdadero…  ¡que es lo que percibo… y eso es lo útil en esta vida…!
 
 
Protágoras pudo ser inducido a esta conclusión por efecto de observar cuán diferentes son las impresiones de los diversos individuos tienen sobre un mismo suceso y cómo cada uno habla de ello, tal como lo percibió, o “habla de la feria como le fue en ella”. Igualmente pudo influirle la doctrina de Heráclito sobre la no verdad de la permanencia: Todo fluye y todo es y no es al mismo tiempo expresada en su célebre frase (que en verdad es espuria, pero manifiesta bien su pensamiento): “Nunca te estarás bañando en el mismo río”, ya que el agua que fluye constantemente hace que siempre sea un río diferente. Eres tú el que dices que es el mismo río. Pero no es así. Por tanto si es verdad decir que algo es, es también verdad decir que algo no es, a la vez.
 
 
A todas estas ideas se opuso Sócrates decididamente. Y nosotros nos apoyaremos en sus ideas para salir de este atolladero, que como ven tiene mucho que ver con el pensamiento modernista: No hay verdad objetiva extraíble de un texto antiguo –por ejemplo de los Evangelios–, sino solo subjetiva. La que yo como sujeto extraigo.
 
 
Sócrates fue contemporáneo de los sofistas, como he indicado, pero su pensamiento es radicalmente distinto, pues si algo hay en su vida es la búsqueda de la verdad absoluta.
 
 
La doctrina de Sócrates se dirige ante todo a la ética, al comportamiento. Pero la ética socrática está basada en una teoría del conocimiento, sencilla, pero muy importante. En resumen puede decirse que, según Sócrates, se sal del atolladero de los subjetivo porque el ser humano conoce a base de conceptos universales.  Y estos los tiene todo ser humano y gracias a que los tenemos todos podemos entendernos acerca de la verdad objetiva de lo que está fuera de nosotros: la tierra o un texto antiguo.
 
 
 
Seguiremos
 
 
Saludos cordiales de Antonio Piñero
 
Http://adaliz-ediciones.com/home/36-el-jesus-que-yo-conozco.html
 
 
NOTA:
 
Un enlace a una entrevista que me han hecho últimamente:
 
 
https://www.ivoox.com/origenes-del-cristianismo-analisis-primeros-audios-mp3_rf_51778403_1.html   
 
 
Jueves, 11 de Junio 2020

Para apoyar la postal que Antonio publicó este jueves, publico hoy una noticia literalmente extraordinaria que ha venido a confirmar que la ciencia, mediante cualquiera de sus ramas, es de gigantesca ayuda para conocer tanto la naturaleza como los pensamientos humanos.
Hoy escribe Eugenio Gómez Segura


018. ¿Cannabis en un templo dedicado a Yahvé?
Reconstrucción en el Museo de Israel de la cella del templo de Tel Arad. Fotografía, Eugenio Gómez.

Las excavaciones arqueológicas de Tel Arad, que durante los años 60 dieron un primer aldabonazo en la historia de la fe en Yahvé al exhumar un templo del siglo VIII paralelo al de Jerusalén, vuelven ahora a la actualidad gracias a un artículo presentado al público el 20 de este último mayo en la prestigiosa revista Tel-Aviv: Journal of the Institute of Archaeology of the Tel-Aviv University.

Los investigadores Eran Arie, Baruch Rosen y Dvory Namdar presentan en el número 47 de la revista un detallado análisis químico de las sustancias que aparecieron en los altares que presidían la entrada a la cella del templo de Tel-Arad, altares que comenté en el post 014 de mi serie, publicado el 10 de mayo.

El santuario, localizado en el interior de la fortaleza de Tel-Arad, consta de un patio rodeado por una tapia, el conocido como haṣer; una zona de almacenamiento al norte del patio; una sala principal (hekal) al oeste de patio y almacén, y un pequeño nicho o cella (debir) al oeste de la entrada a la sala principal. En el patio se construyó, en una segunda fase, un altar con piedras sin trabajar.

Imágenes en https://madainproject.com/tel_arad_temple#gallery-1

La remodelación en 2007-2010 de algunas salas del Museo de Israel en Jerusalén, donde están reconstruidos los restos de la cella de Tel-Arad, dio pie a nuevos análisis de los altares, cuyos resultados paso a comentar.

En ambos altares se conservaron, prácticamente en el centro de su superficie, sendas manchas de productos orgánicos que han sido las ahora analizados. En el altar de más altura, el izquierdo, los análisis han revelado la existencia de restos de resina incienso (frankincense) mezclada con grasa animal. El incienso y la mirra fueron utilizados regularmente en el culto a Yahvé tal como se expone en numerosos pasajes de la Biblia. Además, durante el siglo VIII los registros arqueológicos de la zona de Tel-Arad documentan el comercio de incienso desde el sur, Arabia, hacia el norte pasando por la zona de la fortaleza.

En cuanto al altar de menor tamaño, la sorpresa de encontrar restos de resina de cannabis ha sido enorme. La resina estaba mezclada con estiércol para permitir su quema (“the cannabis resin had been mixed with dung to enable mild heating”, dicen los autores). En cuanto a la finalidad buscada al usar cannabis, los autores apuntan que no debe despreciarse la idea de producir efectos psíquicos en los presentes (“It seems feasible to suggest that the use of cannabis on the Arad altar had a deliberate psychoactive role”), un objetivo ya conocido en otros lugares de Oriente Próximo y el Egeo: en Creta hubo un culto extático; ha aparecido opio en Chipre, y no hay que olvidar la “diosa de las adormideras” de Gazi, en Creta (https://www.facebook.com/bronzeagecollapse/posts/poppy-goddess-the-use-of-opium-and-other-drugs-in-the-bronze-agepictured-figurin/587377764782630/), o el yacimiento de Yavneh, en Israel, de cultura filistea, en cuya colina del templo apareció un pozo con piezas  desechadas del culto entre las que se identificaron restos de material alucinógeno.

Se puede leer el artículo (en inglés) en la siguiente dirección:

https://www.tandfonline.com/doi/full/10.1080/03344355.2020.1732046

Saludos cordiales.
Domingo, 7 de Junio 2020
Un panorama totalmente distinto en la investigación del Jesús histórico (04-5-2020.-1126)
Escribe Antonio Piñero
 
 
Foto: Werner Heisenberg, autor del principio de indeterminación.
 
 
Después de los progresos en la incardinación del Jesús histórico en el judaísmo palestino del siglo I, que hemos adquirido gracias a las obras pioneras de E. P. Sanders y Geza Vermes, seguidos por muchísimos investigadores, se asiste a un cambio radical de panorama en la breve historia de la investigación de James D. G. Dunn, en “Jesús recordado”, que nos sirve de guía. Este cambio nace de la pregunta “Es en realidad capaz el método histórico crítico de llegar al Jesús histórico?  (p. 127).
 
Pero más en fondo, y en mi opinión, la respuesta a la pregunta y el cambio que supone ofrecer como respuesta “No; no es capaz”, nace del miedo que produce para la fe tradicional basada en la mezcla de Jesús con el Cristo paulino. La idea de un Jesús totalmente judío, propio del siglo I, con casi ninguna idea de un mesías celestial, no casa bien con esa fe. El encuadramiento sociológico, religioso y político (íntimamente unidos) que conducen a la idea de que el reino de Dios va unido a la idea de que el Imperio romano no puede existir en un Israel preparado para la venida de ese reino a la tierra de Israel, es demasiado tremendo para aceptarlo. Además si se afirma que Jesús pensaba exactamente  eso.
 
 
Lo que llama Dunn pensamiento “postmodernista”, que se enfrenta radicalmente al método histórico, amenaza ciertamente con dar al traste con todo lo que hasta ahora parecía un buen camino hacia el Jesús de la historia.
 
 
Pero el postmodernismo no nace espontáneamente, sino que hunde sus raíces en diversos movimientos filosóficos de la época. El primero es la negación absoluta de la verdad cartesiana que afirma “que el yo como sujeto consciente de mi propio ser –que es análogo a lo de fuera de mí–  puedo definir y describir con objetividad lo que percibo”. Es decir, los objetos de fuera existen, con una existencia objetiva fuera de mí, y yo los percibo tal cual son. Tengo de ellos un conocimiento objetivo. Trasladado al Jesús histórico sería: “El Jesús de la historia, del siglo I israelita es un entidad que existe fuera de mí, en la memoria del pasado. Y si yo lo observo adecuadamente, puedo rescatarlo y percibirlo en toda su realidad, y además casi exactamente.
 
 
Sin embargo, con el postmodernismo, la afirmación sería muy distinta: “No puedo observar un objeto de la realidad exterior simple y llanamente, y menos del pasado, porque yo, el observador, al observarlo lo cambio de modo radical en su entidad. Lo percibo de un modo diferente a lo que es”.
 
 
La filosofía existencialista ayuda mucho a sentir que el observador cambio lo observado; que lo importante es el sujeto que observa y no la realidad de los observado. El problema de esta nueva realidad es que la ciencia física parece estar de acuerdo con ella. Ya no nos sirve la mecánica celeste que surge de las leyes o principios matemáticos del universo, tal como las señaló Newton. Ahora reina en la física la teoría de la relatividad einsteniana: el espacio y el tiempo no existen en realidad, sino que dependen de la posición del observador y se crean con la percepción. O el principio de incertidumbre de Werner Heisenberg, el cual afirma que ciertamente el observador es incapaz de observar objetivamente la posición y el movimiento de una partícula.
 
 
A esto se añade la mecánica cuántica, cuyos principios fueron formulados ya por Max Planck al principio del siglo XX, que adquieren también gran vigencia en el postmodernismo, ya que en el mundo de lo infinitamente pequeño rigen unas leyes que se parecen más al azar (aunque no lo sean) que otra cosa, y que incluso puede darse la interacción de dos partículas distantes o –al menos la apariencia– que una partícula está en dos sitios a la vez. Además, observarlo con exactitud es casi imposible.
 
 
Toda esta atmósfera de pensamiento es aprovechado por el postmodernismo para afirmar “la relatividad de las cosas y de los procesos”. Esto lleva en la historia a abandonar la idea de que puede haber un conocimiento objetivo del pasado, que lo corrompemos al observarlo, que nunca lo alcanzaremos tal cual es. Ello significa que a través de los textos antiguos no podemos acercarnos a ninguna realidad objetiva; en primer lugar porque los observadores antiguos no podían ser ellos mismos objetivos; y en segundo lugar, porque nosotros mismos no podremos nunca alcanzar una realidad objetiva a través de los textos históricos que nos describen lo que ellos creen que pasó.
 
 
Y la consecuencia respecto al Jesús de la historia es clara: Este Jesús es inalcanzable objetivamente. Lo que importa no es el objeto en sí (en esta caso el Jesús del siglo I en Israel), sino como yo lo percibo. Por tanto, despreocupémonos de los estudios históricos y atengámonos a nuestras percepciones de Jesús. Y estas percepciones nos las proporciona la fe, no la historia.
 
 
Todo queda claro: abrazo la fe y me quedo tranquilo. Además, este pensamiento postmodernista me dice que la intención del autor del texto, lo que pensó al escribirlo y la finalidad a lo que lo destinó, tampoco es importante. El texto, una vez escrito, es autónomo, independiente del autor. Lo que importa es lo que el texto me dice a mí, lector, en el acto de la lectura… El significado primordial o no importa o no puedo percibirlo. Lo que importa es “qué significa ese texto para mí”. Yo como lector, le otorgo el significado.
 
 
Me imagino que caerán en la cuenta de las terribles consecuencias que tienen estas ideas para la crítica de los Evangelios, que intenta alcanzar: A) Una verdad objetiva; B) Que afirma que el texto antiguo no depende de mis coordenadas mentales del siglo XX o XXI; C) Que yo como lector no dictamino en último término qué significa el texto para mí; D) Que lo que debo hacer es entenderlo tal como lo entendía el primer lector que leyó ese texto en el siglo I, sin añadirle nada subjetivo y personal.
 
 
Son, pues, dos mundos distintos. Se acabó toda objetividad… aparte de que ya no se puede formar grupo religioso alguno basado en una interpretación similar de Jesús para todos los miembros del grupo… Porque… si lo que importa soy yo como lector… y yo soy un individuo único, necesariamente me construiré un Jesús a mi medida, y guiado por mis ideas y sentimientos, que los aplicaré, sin duda, a la lectura del texto. En consecuencia ese Jesús será para mí solo y no puedo compartirlo.
 
 
¿Hay salida a estos argumentos?
 
 
Seguiremos.
 
Saludos cordiales de Antonio Piñero
http://adaliz-ediciones.com/home/36-el-jesus-que-yo-conozco.html
 
 
NOTA:
 
Ahí va un enlace a una entrevista en You Tube sobre el fin del mundo:
 
 
https://youtu.be/ZbXhbFivbDg  : Sobre el fin del mundo” Canal “Dulcinea despierta”, Argentina / Colombia
 
 
 
Jueves, 4 de Junio 2020


Editado por
Antonio Piñero
Antonio Piñero
Licenciado en Filosofía Pura, Filología Clásica y Filología Bíblica Trilingüe, Doctor en Filología Clásica, Catedrático de Filología Griega, especialidad Lengua y Literatura del cristianismo primitivo, Antonio Piñero es asimismo autor de unos veinticinco libros y ensayos, entre ellos: “Orígenes del cristianismo”, “El Nuevo Testamento. Introducción al estudio de los primeros escritos cristianos”, “Biblia y Helenismos”, “Guía para entender el Nuevo Testamento”, “Cristianismos derrotados”, “Jesús y las mujeres”. Es también editor de textos antiguos: Apócrifos del Antiguo Testamento, Biblioteca copto gnóstica de Nag Hammadi y Apócrifos del Nuevo Testamento.





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