TECNOHUMAN@.


Blog de Tendencias21 sobre las implicaciones sociales del avance científico, tecnológico y biomédico.


Búsqueda

El mundo microscópico es fascinante y enigmático. Ahora, su conocimiento precisa sosiego, tranquilidad y enormes dosis de paciencia.


Fuente: Pixabay.
Fuente: Pixabay.
No recuerdo bien la época del año, ni siquiera me acuerdo cuando sucedió. Tampoco si había alguien más. Sólo soy capaz de recordarla a ella, y al instituto de investigación donde me citó. Nos encontramos en la puerta y amablemente me dirigió a una sala no muy grande que estaba en la planta baja. Al descender sorprende la poca luz y ver a personas solitarias trabajando en pequeños cubículos. En aquella sala había, a la derecha, unas placas de madera de corredera que parecían que daban a una especie de armario o almacén. Desplazó esas puertas y allí estaba.

Contemplé una torre que me pareció enorme, inmensa. Una columna de color ocre, metálica, limpia. La pequeña sala sólo contenía una silla negra y ese extraño instrumento. Estaba repleto de botones y tenía dos objetivos. Supuse, entonces, que era un microscopio. También se podía ver, inserto en toda esta estructura extraña y futurista, un computador. Recordé esas películas distópicas que tanto me gustan.

No quería parecer un ignorante ante ella, así que intenté hacer una pregunta que mostrara cierto conocimiento. ¿Qué tipo de microscopio es éste?, preguntó con firmeza. Un microscopio electrónico de transmisión, me respondió. Entonces volví a revisar todo ese gran artefacto. Parecía que, ahora que conocía su nombre, podría entender mejor sus entresijos. Inmediatamente pensé, de manera ilusa e inocente, que con él uno podría conocer la totalidad del mundo e incluso llegar a entender todos los seres vivos.

Con gran curiosidad seguí preguntando. Me interesaba conocer para qué lo utilizaba en sus investigaciones. Me dijo que intentaba observar y comprender la estructura de un microorganismo. La respuesta me dejó un poco frío. ¡Claro!, exclamé. Introduces a ese organismo en este microscopio y ya está, ya eres capaz de verlo, añadí. Ella sonrió con dulzura y comprensión. ¡No, hombre!

Me explicó que algo que puede parecer sencillo, no lo es tanto. De hecho, agregó, cuando en las series, películas o en la tele se enseña algo relacionado con los microscopios, parece que con ellos se puede entender todo el universo e incluso toda la vida. Noté como me ruborizaba un tanto avergonzado.

Con calma fue detallando, con grandes dotes didácticas, que los microscopios electrónicos, en general, permiten ver estructuras muy pequeñas. Pero sólo se pueden ver pequeñas partes de seres vivos o de cualquier estructura. Posteriormente me indicó cómo se debía trabajar para poder contemplar alguna estructura de ese pequeño bicho.

Antes de nada se debía tener, en una pequeña solución, un conjunto de esos organismos. De ahí se extraía una cantidad que tenía que ser incluida en un tipo de resinas. Gracias a eso era posible obtener unos bloques que, posteriormente, se cortarían en porciones finas. Estos eran revisados, concienzudamente, en un microscopio óptico. Cuando se consideraba que algunos de estos bloques eran adecuados se iniciaba el minucioso proceso del corte ultrafino, los presuntos futuros candidatos a mostrar la ansiada búsqueda, y por tanto, el éxito. Estos cortes eran los que, finalmente, se introducía en dicho microscopio.

Luego esos cortes los observas al microscopio y ya lo puedes ver todo, afirmé.

No, dijo. Es necesario revisar multitud de cortes. El trabajo es muy lento, aseveró con rotundidad y mostrando cierta resignación. En ocasiones, el bloque es defectuoso. Entonces debo volver a montar otro bloque de resina. En otros casos, aunque éste puede estar bien, no es posible detectar estructuras nuevas. El bicho no nos muestra su lado bueno para la foto. ¡Es muy pesado!, exclamó. De hecho, creo que este organismo utiliza unas estructuras para comer que todavía no se han podido comprobar que existan.

Catorce meses después, me cuenta por teléfono y con gran ilusión, que ya ha logrado obtener una imagen de lo que quería. La prestigiosa revista internacional que publicará su artículo, la va a poner en la portada.
Miércoles, 30 de Agosto 2017
Nota

BITÁCORA

La ciencia la mantiene viva. Silente, tendida y viva.


El nudo gordiano
La casa es grande y húmeda. En la planta de arriba está su habitación. Desde allí puede ver parte de una bocarribera del Monte Segade. Le encanta observar, a través de la ventana, el movimiento de las ramas de los árboles. En esta casa vive con su hijo desde hace años. Es mayor y ya está muy desgastada.

Los años han ido haciendo su trabajo. El paso del tiempo la ha postrado en cama. Su cuerpo y su mente se han divorciado, tanto que el primero no responde a las órdenes que le envía el cerebro. Ello la obliga a estar allí. Su hijo se ocupa de asearla, de las medicinas y de la comida. Desde su cama escucha a las visitas familiares, el correteo de los niños, el aire que entra por la ventana. Escucha sin oír. Oye sin ver.

Los médicos han dicho que su mielina está dañada, aunque desconocen la causa. Un virus, un problema genético o ambos. Ese demiurgo que con no poco sarcasmo se ha dedicado a reordenar su vida se mantiene oculto. De cualquier modo, lo relevante es que la información no es conducida correctamente por su sistema nervioso. Los espasmos, el dolor y el entumecimiento se ocuparon de lo demás.

Su lecho es un nudo gordiano construido con fármacos.

El techo de la habitación parece que necesita ser pintado. En la esquina que da a la casa de los de Fuentes parece que ha salido humedad. Una píldora. En la otra esquina, una araña teje una tela desde que ella era pequeña. Siempre la recuerda allí. “El nuevo” ha puesto esa música que tanto le gusta. Suena bien… El baile en el que conoció a Alfonso… La boda… Alberto… Un pájaro marrón se acerca a la ventana. Es el momento del oxígeno y otra píldora. Alfonso habla y sonríe.

En el salón, tras diez años viviendo así, Alberto está desesperado y no sabe qué hacer. Por suerte, gracias a los avances en medicina y farmacología ella puede seguir así: muda, sola, quieta, silenciosa…

Viva.
Martes, 22 de Agosto 2017
Nota

BITÁCORA

Los avances científicos requieren nuevos métodos de trabajo, en los que las investigaciones y el conocimiento de las diferentes disciplinas dialoguen.


La 'coacher' científica
La investigación estaba en marcha. Habían empezado hace varios años con una nueva línea de trabajo y el grupo de investigación creía mucho en sus posibilidades. El interés suscitado por la misma, generó que numerosas estudiantes quisieran realizar su tesis doctoral.

A él también le parecía alucinante ese grupo de investigación y sus trabajos. Tras una entrevista fue aceptado y comenzó a investigar. Los años de éxitos habían terminado y era el único doctorando en el laboratorio. Dos años obtenido datos. Dos años sin fines de semana y con pocos días de fiestas. Dos largos años en los que se había sentido un poco solitario.

Era el momento de hacer público la información obtenida. El esfuerzo de los últimos meses tenía que ser mostrado a la llamada comunidad científica. Tras semanas de empeño, de lectura e imitación, el artículo estaba terminado, revisado por su jefe y listo. Tenía la sensación de desahogo. ¡Ya está!, se decía. Pensaba que el texto había quedado bien, estaba satisfecho. Era el momento de la revisión final. Lo curioso, en esta ocasión, era que ésta no la iba a realizar su director de tesis, ya la había hecho. Ahora era el turno de una coacher.

El grupo de investigación había optado por una novedosa opción para maximizar el esfuerzo. Una persona se encargaría de ayudar a los doctorandos en su trabajo. Una coacher es precisamente eso, una persona cuya labor es la de motivar y alentar a las personas de la que es responsable. Sus palabras buscaban que uno recobrase el ánimo tras conversar con ella. Además, realizaba su trabajo con cariño. Su voz tranquila y modelada hacía que el científico bajo su mando trabajara mejor. Bueno, así se sentía él. Ahora era el momento de enfrentarse a un reto inédito: publicar.

Para este nuevo reto, ella recurrió a una carta que tenía bajo el brazo. Nadie imaginaba que esa opción podría ayudar.

Me faltas tú, le decía. Es necesario que dejes intersticios en el texto. De este modo le das opciones al lector y le dejas espacio interpretativo. Lo escrito será más interesante y el trabajo se te aceptará con mayor facilidad. ¿Y cómo hago eso? La respuesta es relativamente sencilla. Primero escribe lo que deseas poner. Después corrige. Una vez hecho esto, será el momento de ponerlo bonito. De “bonitear”, añadió giñando un ojo. Mira, dijo con seguridad, los diferentes ámbitos de conocimiento convergen constantemente. La finalidad de la literatura, es decir de las ciencias humanas, y de la farmacología, o cualquier otra de las ciencias experimentales, es la misma. Por ello apoyarse, en este caso, en el saber de la literatura va a mejorar el texto.

Así se hizo. El trabajo fue publicado sin problemas y aceptado sin modificaciones.
Lunes, 21 de Agosto 2017
Nota

BITÁCORA

Determinadas actividades científicas se convierten en caminos imposibles.


Fuente: Pixabay - Printeboek.
Fuente: Pixabay - Printeboek.
Recuerdo cuando me invitaron a tomar un café en casa de una amiga. Vivían en un piso alto, uno de esos típico de estudiantes. En la cocina me presentaron a una chica morena, con aire despistado y enormemente tímida. Me saludó casi sin mirarme y se sentó en la mesa de esa cocina sencilla justo en frente de mí.

La conversación era interesante y me resultaba muy agradable. Mientras movíamos el tercer o cuarto café, para que se enfriaran un poco, le pregunté a esa chica enigmática a qué se dedicaba. Era investigadora en un centro de investigación. Se dedicaba a estudiar un organismo invisible altamente destructivo. Ella trabajaba con un microorganismo capaz de eliminar, de un plumazo, grandes cantidades de dinero en empresas del sector agroalimentario. Bien, pero, concretamente, ¿qué haces?

Su respuesta, quince años después, todavía me sigue resultando sorprendente.

En las investigaciones científicas siempre es necesario intentar tener material de experimentación con cierta facilidad y de una manera lo más barata posible. Este era el caso. Por ello su decisión fue la de congelar ese organismo.

¡Congelar un bicho! Inmediatamente pensé en el mito de Disney. ¡Nunca pensé que tan cosa fuese real! La idea era sencilla. Lograr tener en un congelador a este organismo. De esta manera siempre estaría allí. Sencillo y sorprendente.

Tras un mes de esfuerzos le pregunté qué tal avanzaba su trabajo. Nada, lo sigo intentando. Esa fue su respuesta. Mi sorpresa, nuevamente, era mayúscula. ¿Nada? Nada. Entonces intentó explicarme la complejidad de algo tan aparentemente sencillo.

Es necesario que ese organismo invisible se enfríe, sin que su interior se dañe. Para ello se emplean diferentes posibles compuestos. Por esta razón, es imprescindible probar aquellos que mejor funcionan y conocer si logran el efecto deseado. El problema es que cada vez que haces pruebas necesitas descongelar y comprobar la viabilidad. Un trabajo de detalle, lento y repetitivo. No sigo detallando la multitud de factores que ella me expuso. En mi ignorancia me parecían interminables, aunque sigo considerando que son innumerables. Ante tanta complejidad, dejamos ahí la conversación y las explicaciones.

Cada cierto tiempo le preguntaba por la situación de ese invisible Walt Disney. Por desgracia, tras un enorme y largo año de trabajo, el organismo parecía que era recalcitrante. Pasó el tiempo y finalmente se dejó a un lado las intenciones de congelar a ese pequeño bicho. Pienso que ello sucedió doce meses después. Un año de trabajo lleno de datos, repleto de información, de esfuerzo, de paciencia propia de un monje, de una heroína. ¿Dónde vas a publicar este inmenso trabajo?

No es posible, no he logrado el objetivo...
Lunes, 21 de Agosto 2017
Nota

BITÁCORA

Hace muchos años que no se veían y cuando se encontraron los recuerdos se agolparon. El más joven recordaba cierta admiración y sorpresa cuando escuchaba las clases de Jesús. Ahora esas impresiones cambiaron.


Fuente: Pixabay. Imagen de Sansiona
Fuente: Pixabay. Imagen de Sansiona
El tiempo transcurre y la memoria cambia. La visión que tenemos de los sucesos y de las personas se transforma sustancialmente con el tiempo. La admiración que teníamos sobre una persona se puede venir abajo. No es el caso de nuestra historia, pero vamos por pasos.

Es un sábado de calor y sol. Esos que te agobian por una sensación insoportable. Jesús estaba entre un conjunto de personas observando a unos niños. Presentaba una barba canosa propia de un sabio científico. La apariencia seguía siendo relativamente cuidada. Esa vestimenta que implican que has pensado detenidamente qué ropa ponerte, pero dando la sensación de no ir muy puesto. Su pelo, también canoso, mostraba los años de trabajo delante de un ordenador y bajo la cabina de flujo laminar de un laboratorio.

Un observador anónimo lo contempla mientras atiende a su hijo pequeño. Le resultaba llamativo haberlo encontrado en un espectáculo circense adaptado a los niños pequeños. Su sorpresa aumenta cuando contempla un objeto en sus manos. Unas zapatillas pequeñas y marrones que delataban que también estaba atendiendo a otro pequeño.

El eminente microbiólogo, con apariencia juvenil y algo altivo, se había transformado. Ese ser humano inalcanzable mutó. Ahora era uno de esos sabios de los que siempre es posible aprender algo y cuya conversación sosegada te permite comprender la naturaleza y el tiempo. La necesidad de hablar con él paulatinamente se fué incrementando. Tan sólo unas breves palabras. Un instante de acercamiento para revitalizar el pasado.

El tiempo y la vida los había equiparado un poco. Ese abismo inmenso que existía entre el eminente microbiólogo y el alumno se había reducido. Ahora eran dos científicos cuidando de sus hijos.

Posiblemente la ciencia no es algo tan especial, ni tan alejado de nuestra humanidad.
Sábado, 19 de Agosto 2017
Nota

BITÁCORA

Todos los días al levantarse de la cama se acercaba a la ventana a ver el día que hacía.


Fuente: Avelina Pixel - Pixabay
Fuente: Avelina Pixel - Pixabay
Hoy no llueve podré dar un buen paseo, se decía. Entra en la cocina y se toma un largo café negro. Fita lo había dejado en la cafetera italiana al lado del pan. A Ramón le encantaba disfrutar de esa primera taza en silencio, mirando cómo el viento mueve las ramas de esa “carballa” que tantos recuerdos le trae.

Ramón se arregla, toma el bastón entre sus manos y cierra la puerta tras de sí. Toma el camino hacia Santabaia. Desea volver a ver esos hórreos imponentes que tanto le gustan. Es un camino largo y va a echar toda la mañana. El callado en las dos manos. Respira hondo y comienza el pequeño viaje.

En el trayecto, el científico, como buen geógrafo, observa, respira y olla todo el paisaje que va lentamente transitando. Mientras camina, los recuerdos se le amontonan y las imágenes del pasado no cesan de volver a su cabeza. El camino parece convertirse en una metáfora de parte de su vida.

Trasalba, entonces, es su historia personal, su mundo de la vida y su contexto mental. La ciencia que él desarrolla la realiza desde allí. Sin Trasalba Ramón no podría escribir. Sin los árboles, los caminos y los ríos, estaría incapacitado para hacer ciencia. Su ciencia es gallega, es vida y su vida es ciencia. De hecho, Ramón suele sacar un pequeño lápiz y un papel de su bolsillo para ir tomando notas de sus observaciones matinales. Esas impresiones expertas, que le hacen ver lo que nadie parece observar.

Al pasar se encuentra con Manuel, quien le pregunta por su salud y por Fita. Todo está bien, le responde. Los paisanos del lugar suelen ponerle el don delante del nombre. Don Ramón, le llaman; algunos incluso catedrático. Cuando lo saludan en sus caminos suelen no interferir en sus pensamientos. Saben que cuando camina, Galicia va con él.
Viernes, 18 de Agosto 2017
Nota

BITÁCORA