POLVO DE ESTRELLAS: Eduardo Costas y Victoria López Rodas



Blog de Tendencias21 para explicar el universo elegante en el que vivimos


Probablemente, lo peor del peor Trump sea su profundo desprecio por la ciencia. Martin Kallikak, la quintaesencia del pensamiento conservador norteamericano para justificar la desigualdad social, es una falacia asumida incluso por el nuevo presidente republicano con una significativa variante: los emigrantes hispanos son la fuente de los malos genes de los que los que las buenas familias WAPs (blancos, anglosajones, protestantes) deben protegerse si no quieren que los Estados Unidos desaparezcan diluidos en la estulticia genética.


A medida que se van conociendo las peculiares ideas de Donald Trump, se generaliza la preocupación. No es para menos: este curioso personaje parece tener una opinión simplista, exaltada y dogmática sobre casi todo, no muestra el menor recato a la hora de expresarla de manera radical -bordeando a menudo lo obsceno- y únicamente sus propios prejuicios avalan su verdad de iluminado.
 
Pero, aunque hasta ahora apenas se haya tenido en cuenta, probablemente, lo peor del peor Trump sea su profundo desprecio por la ciencia.
 
Con el desarrollo de la ciencia moderna –basada en la razón y el experimento- la humanidad vivió la mayor aventura intelectual de su historia, dando el paso mas importante hacia la modernidad y el progreso. Y para dar este paso tuvimos que prescindir de buena parte de nuestras creencias, dogmas, preconcepciones y, sobretodo, de nuestra arrogancia. En definitiva hubo que hacer justo lo contrario de lo que hace Donald Trump.
 
En particular, una parte de la ciencia, la genética, incomoda especialmente a Trump.
 
La genética se desarrolló como ciencia tras miles de experimentos con plantas, moscas Drosophila, ganado, animales de compañía, bacterias, virus, levaduras y humanos. Y sus resultados, en contra de nuestros deseos, nos dieron una extraordinaria lección de humildad, permitiéndonos explicar quienes somos, aunque esta explicación no gustó a muchos políticos, religiosos, sociólogos y psicólogos que, no teniendo la mas elemental idea de cómo funcionan los mecanismos de la herencia biológica, no estaban dispuestos a permitir que la genética echase por tierra sus prejuicios.
 
Lógicamente la polémica entre naturaleza y crianza (cuánto de lo que somos es el resultado ineludible de la herencia y cuánto es fruto del ambiente) cobró una extraordinaria relevancia.
 
Para quienes defienden la visión mas conservadora de la sociedad, la herencia resulta ideal para justificar la desigualdad: los mas desfavorecidos lo son porque tienen genes defectuosos; todo lo que se haga para ayudarlos a superar su situación será tirar esfuerzo y dinero, ya que su anómala genética les condena, inexorablemente, a la marginación.
 
El mito de la familia Kallikak
 
La principal prueba científica de este argumento conservador es la peculiar historia de Martin Kallikak, quintaesencia del pensamiento conservador norteamericano para justificar la desigualdad.
 
Martin Kallikak era un hombre de buena familia, a quien sus nobles ideales lo llevaron hasta la Guerra de Independencia de los Estados Unidos, donde luchó como un valiente. Pero ya se sabe: en ese ambiente bélico la rectitud moral se relaja y el bueno de Martin terminó tonteando durante algún tiempo con una malvada moza de taberna un tanto corta de entendimiento. Como resultado de sus ardores tuvo un hijo, Harry, que desde bien pequeño mostró una irresistible atracción por el mal. En su juventud ya era un taimado delincuente que, por sus muchas fechorías llegó a ser conocido como Harry 'el Terror'.
 
Para colmo, Harry 'el Terror' fue promiscuo y a su vez engendró numerosos hijos, que fueron tan malos como él, pues eran portadores de los malvados genes de la moza de taberna. Y estos infames hijos de Harry 'el Terror' siguieron con la afición a procrear y originaron nuevos descendientes a los que transmitieron los genes de su malvada abuela, lo que inexorablemente los volvió malvados y retrasados. Y así a lo largo de las generaciones.
 
Por lo visto, a día de hoy los numerosos Kallikak descendientes de la moza de taberna siguen siendo malvados y tontos, simple carne de presidio, o, en el mejor de los casos, de instituciones para discapacitados mentales. En todo caso ocupan los mas bajos puestos de la sociedad americana.
 
Pero una vez olvidado el ambiente de costumbres depravadas de la guerra, Martin Kallikak volvió al buen camino. Sus excelentes orígenes se impusieron y le arrastraron de regreso a Nueva Inglaterra. Allí se casó con una cuáquera de muy buena familia. Tuvo hijos listos, honestos y piadosos que heredaron sus buenos genes y los también magníficos genes de su piadosa madre cuáquera. Por supuesto tras casarse con parejas de genealogía impecable, le dieron nietos igualmente capaces y bondadosos. A lo largo de las generaciones, los Kallikak descendientes de la buena rama familiar, siguieron progresando por el buen camino. La almibarada historia de esta rama de los Kallikak no pudo acabar mejor: a día de hoy estos Kallikak son ilustres ciudadanos que ocupan lo más alto de la escala social norteamericana.
 
La lección de las dos ramas contrapuestas de la familia Kallikak está clara: la inteligencia y la bondad se heredan inexorablemente. Los hombres están hechos de genes buenos o de genes malos. Y los genes son los únicos responsables del éxito o del fracaso social. Nada se puede hacer para modificar este irremediable destino. Y nunca hay que olvidar que la mezcla entre genes siempre es pésima: los buenos genes de Martin Kallikak se malograron al mezclarse con los infames genes de la moza de taberna corta de entendimiento.

Martes, 17 de Enero 2017 | Comentarios

Hay muchas más especies de parásitos que especies no parasitarias y los parásitos que triunfan son los inteligentes: hacen tan poco daño que pasan desapercibidos. Los modelos evolutivos de parásito-hospedador se pueden extrapolar a las sociedades humanas, pero los seres humanos deben aprender teoría de juegos para saber cómo parasitar.


A mediados del siglo pasado, el Arzobispo de Canterbury, cabeza de la Iglesia Anglicana y convencido creacionista, protagonizó un acalorado debate sobre la evolución con J. B. S. Haldane, el más brillante biólogo evolutivo de su tiempo. Tras arduas discusiones, y ante la falta del más mínimo acuerdo, el arzobispo decidió poner fin a la discusión lanzándole al científico un dardo envenenado:

- Profesor Haldane, después de tantos años de estudio, algo le habrá enseñado la biología acerca del Supremo Hacedor…
Haldane no se arredró. Rápidamente recogió el guante y contestó magistralmente:
- Indudablemente: Dios siente un amor desmedido por los escarabajos.
 
Para entender la respuesta de Haldane debemos tener en cuenta que más del 30% de la totalidad de las especies de animales existentes sobre la Tierra son escarabajos. Y si, como sostenía el Arzobispo de Canterbury, Dios había creado el mundo en 7 días, indudablemente había demostrado un sorprendente gusto al crear más especies de escarabajos que cualquier otro ser vivo.
 
Pero, a pesar de su ingeniosa respuesta, Haldane no acertó del todo: está claro que lo que más le gusta al Supremo Hacedor son los parásitos. Hay muchas más especies de parásitos que de especies que viven sin dedicarse al parasitismo.
 
Se estima que cada especie tiene, aproximadamente, 2 parásitos exclusivos. Y aparte hay miríadas de parásitos inespecíficos (como garrapatas, pulgas, chinches, ácaros, áscaris, anisakis…), capaces de gorronear a centenares de especies diferentes. Así no hay que ser un portento de las matemáticas para inferir, acertadamente, que el número de especies parásitas supera con mucho al de especies no parásitas…
 
Ser parásito compensa
 
En el mundo de la biología, resulta evidente que el parasitismo es una estrategia evolutiva muy acertada: ser parásito compensa.
 
Y en estos tiempos de gran confusión parece que este hecho también se cumple en las sociedades humanas, donde -desafortunadamente- sobran ejemplos de comportamientos parasitarios que aparentemente compensan.
 
Pero los parásitos surgieron a partir de la evolución de organismos que inicialmente no eran parásitos. Con el tiempo, a veces poco a poco y otras veces a grandes saltos, fueron perdiendo la capacidad de vivir por sí mismos y se fueron adaptando a una vida de explotación de sus incautos hospedadores.
 
En principio, la vida del parasito parece una “vida muelle”. Pero no nos engañemos: ser un parásito eficiente es algo que encierra mucha dificultad. El parásito tiene que llegar a un equilibrio complicado, que le permita vivir como parásito, haciendo tan poco daño a su hospedador, que este ni siquiera se entere (o que si se entera considere que el daño sufrido es tan nimio que no le vale la pena perder el tiempo en librarse de tan despreciable criatura). Así, la gran mayoría de los hospedadores proporcionan una vida excelente a los parásitos, eso sí, siempre que estos no se pasen de la raya.
 
Pero cuando el parásito causa mucho daño a su hospedador, a este no le queda más remedio que reaccionar dedicando sus esfuerzos a exterminar a tan indeseable compañía. Mal asunto para el parásito. Incluso un parásito extremo, capaz de parasitar tanto que logre que el hospedador muera, está igualmente acabado: el fin de su hospedador también asegura la muerte del parásito.
 
Más del 99,99 % de los parásitos que han existido ya están extintos (aunque siguen apareciendo nuevos parásitos por evolución). Y los humanos estamos llevando al borde de la extinción a los parásitos más dañinos, e incluso estamos acabando con parásitos que no nos hacen demasiado daño (y que no se conocieron hasta fechas recientes, en que la ciencia los descubrió y les declaró la guerra).

Martes, 10 de Enero 2017 | Comentarios

Editado por
Eduardo Costas/Victoria López Rodas
Eduardo Martínez de la Fe
Eduardo Costas y Victoria López Rodas son Catedráticos de Genética en la Universidad Complutense de Madrid, donde llevan casi 30 años investigando juntos en genética evolutiva y biotecnología. Han publicado mas de 200 artículos científicos, diversos libros, y dirigido mas de 100 proyectos de investigación básica y aplicada, transfiriendo tecnología a diversas empresas (Iberdrola, Acciona…), desarrollando patentes, aplicaciones industriales y promoviendo empresas de base tecnológica. Han dirigido 25 tesis doctorales –varios de sus discípulos hoy son profesores en universidades Norteamericanas-. Convencidos de que la ciencia y la educación son claves para mejorar la vida cotidiana, intentan hacer una divulgación científica divertida.

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