FILOSOFIA: Javier del Arco

1. La identidad de la persona y la teoría de las dos postmodernidades, la emergencia del personismo y el genealogismo, máximas expresiones de la miseria de la postmodernidad y de su consecuencia inmediata: el pésimo estado moral actual. La reacción positiva del postmodernismo resistente

1.1. La postmodernidad decadente o débil y la postmodernidad fuerte o resistente

De acuerdo con una opinión bastante generalizada, existen al menos dos tipos de concebir la postmodernidad: la que puede llamarse decadente o débil, y la que puede llamarse fuerte o resistente. A estas dos formas de concebir la postmodernidad corresponden igualmente dos modos distintos de interpretar el problema de la identidad persona.


1.2. El personismo y la escisión entre ser humano y persona.

La destrucción de la idea de identidad personal en la postmodernidad débil se manifiesta a su vez al menos de dos modos. En primer lugar, el personismo, heredado de la tradición lockiana y que propone la escisión entre los conceptos de persona y ser humano. De ello serían ejemplo elocuente las obras de Derek Parfit. Como es sabido, Locke distingue entre ser humano, como miembro de la especie biológica humana y ser persona, como aquel ser humano capaz de vida consciente y libre, de vida biográfica. Para él la identidad personal es autopercepción, conciencia de sí. Ser persona es saberse el mismo, ser uno mismo. No hay identidad sin autoconciencia, pero la autoconciencia tiene que tener carácter actual. Por eso el miedo a volverse loco carece de fundamento, ya que el loco sería una persona distinta de la que ahora tiene miedo. Del mismo modo concluye Derek Parfit «no es la misma persona la que ahora sufre y la que luego no se acuerda del sufrimiento». Derek Parfit niega la idea de sustancia del yo, y con ello la identidad personal como una cuestión de todo o nada. Para él, la identidad es una cuestión de grados, conectada a la continuidad corporal y psicológica. Lo que les lleva a admitirla existencia de distintos yoes a través del tiempo. Ello conduce a poner en cuestión temas como la obligatoriedad de las promesas, la irresponsabilidad por actos cometidos en el pasado, la prescripción penal y al establecimiento de jerarquías entre los seres humanos: «matar seres humanos está mal, matar personas está peor». Esta misma distinción se da en Engelhardt, en lo que él llama bioética secular, que según él es la única válida para todos, salvo para los cristianos dentro de su gueto.

Además de la obra nuclear de Parfit, existen otras más recientes como la de Vicente Verdú que ve a la sociedad de comienzos del siglo XXI, la del capitalismo de ficción, caracterizada por una cultura del consumo en la que el principio del placer es esencial y femenino. La felicidad cobra, ahora, una importancia que antes no tenía. Aprender a ser feliz se hace necesario, como muestran las numerosas publicaciones dedicadas a llevarnos por el camino de la felicidad. Ser feliz requiere un paladar fino y femenino. Requiere igualmente la sabiduría femenina para gozar de una sexualidad más matizada y menos imperativa que la del varón.

En una sociedad en la que, como indica Vicente Verdú, la necesidad de cambiar está hipertrofiada y el cambio es una necesidad sobre-impuesta, el consumidor se constituye en su pieza central: la dama en el juego del ajedrez. El consumo adquiere de este modo una posición central en la sociedad del siglo XXI. Como ya advierte el autor en el prólogo y repite a lo largo de toda la obra, el ciudadano del capitalismo de producción deja paso al consumidor del capitalismo de ficción. El consumo es ahora lo que posiciona a las personas en la sociedad. Consumir ya no es sólo darse gusto y disfrutar de una posesión; es, al mismo tiempo, mudarse simbólicamente de situación o clase social.

La cultura del consumo masivo se articula para Vicente Verdú a través de los medios de comunicación de masas. Los media y la publicidad de la que se nutren reflejan el mundo que ellos quieren que se vea o escuche. En realidad, la visión del mundo de muchas personas es la visión que contemplan a través de la pantalla. De este modo, en la producción de la realidad mediática el objeto es siempre algo más que un objeto y tiende a confundirse con el sujeto. Es entonces cuando aparece el “sobjeto”, término acuñado por Vicente Verdú para designar una “criatura híbrida” en la que se cruzan “la subjetividad del objeto y la objetividad del sujeto”.

El consumo, el marketing y la publicidad del capitalismo de ficción no se centran ya en las ventas sino en las compras. Se centran por tanto en el consumidor, en las personas y en sus emociones. Todo tiene adherencia emocional, y el consumo se personaliza y transforma el discurso publicitario en el paradigma del discurso moderno. El discurso de los “sobjetos” para Vicente Verdú es esencial en el ámbito personal. También lo es para Pablo Nacach, que en Las palabras sin las cosas sostiene que la publicidad es el discurso hegemónico del siglo XXI. Con la persona como elemento central del consumismo moderno, del estar conectado, Vicente Verdú acuña un segundo término: el “personismo”. Lo utiliza para designar la respuesta que la sociedad del siglo XXI da al fracaso tanto del colectivismo como del hiperindividualismo. El “personismo” es el rasgo definitorio de una época que, como escribe Verdú, es conectiva, femenina, sensitiva y afectiva. La persona es comunicación, algo que ya apuntaba Verdú en su obra El planeta americano cuando contemplaba Estados Unidos como una sociedad en la que las relaciones interpersonales eran parciales y de escasa profundidad. El “personismo” como expresión de un nuevo tipo de hombre y de mujer augura más cooperación y humanitarismo. Algo que sin duda endulza este análisis, a veces devastador, de la sociedad del siglo XXI.

1.3. El genealogismo

La otra variante postmoderno-decadente de la negación de la identidad personal es la genealogista, que tiene como principales representantes a Nietzsche y a los autores post estructuralistas, concomitantes con la izquierda freudiana, como Deleuze, Guattari, Foucault o Maffesoli. El término persona se opone ahora al de individuo, precisamente para eliminar la identidad personal. «La persona es el concepto central de la postmodernidad, como lo era el individuo de la modernidad. Mientras el individuo implica unidad e identidad, la persona implica multitud, número indefinido.

1.3.1. Nietzsche destruye la identidad personal por su ateismo militante. Propone un individualismo sin sujeto.

Hume había extraído las consecuencias de la concepción de Locke. En la sección sobre el alma inmortal niega la sustancia, por ser superflua y además incomprensible.

En la sección sobre la identidad personal considera que lo único real son las percepciones, mientras que el yo no es una percepción. En la identidad hay grados según las mutaciones de un ser natural sean más o menos amplias o más o menos repentinas. La cuestión de la identidad no es cuestión de blanco o negro sino de más o menos. La idea de sí mismo es una ilusión, «un problema gramatical», apoyada en la creencia. La unidad de la personalidad puede asimilarse a una república en la que los miembros cambian continuamente pero permanecen los lazos de la asociación, «el solipsismo es simultáneamente «instanteísmo». El rechazo de la idea de transcendencia del sujeto implica el rechazo de la realidad del tiempo y hace imposible la idea de identidad como autoobjetivación.

En la época de Hume se podía mantener la hipótesis de la identidad personal como simple creencia, en la época de Nietzsche ya no, por lo que éste convertirá la sutileza de la insinuación en violencia de la denegación.

La voluntad de poder disuelve la identidad en el deseo polimorfo. El yo no es una sustancia sino una ficción, fábula, juego de palabras, se diluye en el lenguaje. Sólo es real el deseo. La voluntad no es causa, por tanto es siempre inocente.

La disolución de la identidad personal en Nietzsche va unida a un triple rechazo:

a) La idea de juicio y culpa.
b) La idea de duración.
c) La idea de compasión y con ella la muerte de Dios.

a) Tener identidad, ser un sujeto, equivale a poder ser juzgado. De ahí la apelación de Nietzsche a Dionisos, y al esteticismo como destructores del principio de individuación, coincidiendo con el romanticismo y Schopenhauer La voluntad de poder rechaza cualquier sentido y cualquier justificación, y se presenta como voluntad lúdica, aspira a ser una voluntad pura, autónoma, sin sometimiento de ningún tipo, sin dependencia alguna, por lo que necesariamente debe ser una voluntad indiferente. Por eso su noción del superhombre implica capacidad de soportar los roles más contradictorios, La disolución de la identidad personal en Nietzsche parece estar en plena sintonía con el modernismo. y anticipar el postmodernismo decadente que coloca el arte por encima de la verdad. Sólo el placer y el impulso artísticos son reales, lo demás es muerte y neurosis.

b) La disolución de la identidad personal conecta igualmente con la idea del eterno retorno Y conduce a la reivindicación del olvido. Nietzsche insiste a lo largo e toda su obra en la ética del olvido y del juego, que encarna en lo que él llama «el niño». Exalta por tanto todo lo que había sido más aborrecido y temido: lo fugaz, lo transitorio, lo instantáneo, lo no duradero. Por ello ve en la creación del hombre un ser capaz de prometer la mayor de las represiones, y una gran pérdida de la capacidad de sorprender.

c) La oposición a la idea de identidad personal y con ello al cristianismo es sobre todo oposición a la idea de compasión. Por ello el que mata a Dios es el hombre más feo ya que no puede soportar ser visto y compadecido por Dios.

1.3.2. Deleuze y Foucault disuelven la identidad personal al oponerse al tabú del incesto

Sin embargo, lo que en Nietzsche era expresión de una posición trágica, mantenida con el riesgo de su propia cordura va a volverse materialmente vulgar en los autores representantes del post estructuralismo y la izquierda freudiana En todos ellos se parte del principio de que «todo lo que dura resulta duro», y por tanto la principal tarea contracultural consiste en luchar contra las instituciones, que encarnan el espíritu de permanencia y muy especialmente contra la familia, que pasa a ser considerada la institución represiva por antonomasia.

Giles Deleuze y Félix Guattari disuelven la noción de identidad personal a través del concepto de maquina de deseo. La primacía del principio de placer sobre el principio de realidad lleva a negar todo criterio de diferencia ción de las personas, de personas que pudieran ser prohibidas (como la madre o la hermana), o de personas que prohíben (padre o tío), por lo que desaparece la prohibición del incesto, y con ello, toda posibilidad de salir del
reino animal, así como de fundar la idea de identidad personal.

No es casual que en ese escrito, “L’anti-oedipe”, se defienda el salvajismo, presuntamente primitivo, del indefinido número de sexo y la esquizofrenia, como liberación frente a todo intento de continuidad personal, que fatalmente debe conducir al totalitarismo y la barbarie. Consideran que la esquizofrenia es la ultima versión del superhombre al liberar el deseo, y hacer peligrar al sistema social.

Con la desaparición de la idea de yo y la diferencia de sexos, desaparece así toda culpa y toda dependencia La crueldad auténtica, siguiendo a Nietzsche, consiste en dar al hombre una memoria en la medida en que sujeta el deseo a la producción... «El inconsciente es huérfano. De modo análogo a como el cogito carecía también de padres, frente al psicoanálisis ortodoxo de Freud que se empeña en mantener el yugo de papá y mamá» En el escrito de Deleuze y Guattari se pretende desintegrar la institucionalización de las diferenciales sexuales, que son condición indispensable de la identidad personal.

Foucault, muestra su admiración entusiástica por Deleuze, en sus escritos “Difference et repetition” y “Logique du sens” que el resume en el lema: «ateísmo y sodomía». El yo está partido, demediado, desintegrado, lo que coincide con la línea Sade, Nietzsche, Bataille. Ataca al humanismo, al estar basado, según él, en ficciones como el alma, la conciencia, el sujeto, la libertad, que dificultan el desarrollo del deseo de poder. La superación del humanismo hay que realizarla destruyendo el concepto de sujeto, base de la normalización represiva. Siguiendo a Nietzsche cree que hay que disolver el Yo en el Ello, sustituir la fidelidad por la creación artística, liberar el mundo del sexo y la droga.

La muerte del sujeto implica la disolución de la persona en las personas y la familia en las familias. Como escribe Rorty, identificándose con la posición que describe: «El modo de autonomía que buscan los ironistas creadores de sí mismos, como Nietzsche, Derrida o Foucault, no es una cosa que alguna vez pudiera encarnarse en instituciones sociales».

La desintegración del sujeto se da también en la obra de Lyotard, siguiendo la interpretación que da Bouveresse del libro de Robert Musil, “El hombre sin atributos” que destruye según él la posibilidad del relato de la identidad personal. Sin embargo, Lyotard reconoce en pensadores como Buber o Levinas, otra postmodernidad -la que nosotros llamamos resistente- en la que la ciencia no puede deslegitimar a los otros juegos del lenguaje.

Con el postmodernismo débil se traslada la exaltación de lo instintivo a la vida, a la calle. Este postmodernismo libertario va a triunfar a partir de la década de los 60, con una nueva ética del consumo, con la nueva sensibilidad, que exalta la perversión sexual, la homosexualidad y las relaciones atípicas. Es el triunfo de lo que se ha dado en llamar por un influyente representante del movimiento lib-lab, la «democracia de las emociones».

1.4. Quebrar una lanza por la postmodernidad resistente.

Frente a las tesis de la postmodernidad decadente o débil en las que se disuelve la idea de identidad personal, en la postmodernidad resistente o fuerte, se recupera la cuestión de la identidad personal. En primer lugar, a través del retorno de la noción de religación a Dios como clave de la idea misma de persona. La base fundamental de la identidad personal es la llamada de Dios al hombre: «Ego vocavi te nomine tuo». En ello insiste el pensamiento vinculado a la tradición judía, en autores como Buber, Jonas o Levinas, con su filosofía de la anámnesis, y el pensamiento vinculado a la tradición cristiana. En autores como Guardini, Ricoeur o Zubiri.

De otro lado, son muchos los autores contemporáneos que coinciden en destacar que la identidad personal va unida al hecho de tener el mismo cuerpo, de tener un fenotipo propio, resultado de la síntesis entre genotipo y ambiente. El fenotipo es la clave de la identidad biológica personal ya que permite distinguir incluso a un gemelo de otro, mientras el genotipo no puede distinguirles. El fenotipo manifiesta la continuidad del yo, pese a sus transformaciones.

El error de Locke habría consistido en proponer que la identidad personal se constituye exclusivamente por la conciencia y el recuerdo propios. «Sin embargo, determinar si fui yo el que hizo o dejó de hacer esto o aquello no depende sólo de mi. Pero ¿cuál es el criterio de los demás para determinar mi identidad? Es un criterio exterior, a saber, la identidad de mi cuerpo como existencia continua en el espacio y el tiempo». Hay una amplia coincidencia en subrayar la conexión entre identidad personal e identidad corporal como continuidad en el tiempo. Cabe destacar en esta línea al pensador alemán R. Spaemann. La continuidad de la persona está unida a la continuidad de un organismo, que se encuentra en el mundo y que los demás pueden identificar como el de una persona determinada, ya que el ser de las personas consiste en tener una naturaleza, frente a la pretensión autárquica de la Stoa y de Descartes».

Una posición semejante es la defendida por el filósofo español Xavier Zubiri, a través de la distinción entre personeidad y personalidad. La personeidad corresponde a la unidad estructural psico-orgánica sexuada que existe desde la singamia, y que designa también como persona y suidad, y que constituye el punto de partida de la realidad humana. Para Zubiri, el ser humano mantiene su identidad personal, desde la concepción a la muerte natural, ya que es siempre el mismo. La personalidad va unida al despliegue de sus potencialiades en el tiempo, y por tanto no es siempre lo mismo: es el punto de llegada de la realidad humana.

La distinción entre personeidad y personalidad permite jerarquizar los derechos humanos para lograr la verdadera universalidad de los mismos, dado que la personeidad es algo que se da estructuralmente en todos los seres humanos. Los derechos de los seres humanos como personeidad, esto es la identidad personal, serían previos y más importantes que los derechos derivados de la personalidad. La vida aparecería como un derecho previo y condicionante respecto al derecho a la libertad. Como personeidad, el cigoto tendría derecho a la vida y por tanto derecho al ambiente adecuado, es decir, derecho al útero de la madre, derecho que hace posible los demás derechos empezando por su desarrollo y su nacimiento. La personalidad fundamentaría los diversos derechos de libertad.

Por su parte Paul Ricoeur afirma: «el criterio corporal no es extraño a la problemática de la ipseidad en la medida en que la pertenencia de mi cuerpo a mi mismo constituye el testimonio más pleno de la irreductibilidad de la ipseidad (ipse, selfhood, Selbsstein) a la mismidad» (idem, Sameness, Gleichheit). El fenotipo manifiesta la identidad y continuidad de la persona y es a su vez algo que merece un respeto incondicionado, como pone de relieve el hecho de que toda agresión a la integridad corporal del ser humano supone automáticamente una agresión a su identidad personal y a su dignidad.

1.5. La postmodernidad resistente y la Bioética

Dado que el fenotipo es la base de la identidad, ello exige en primer término la defensa del genoma, como señala la Declaración de la UNESCO de 15 de julio de 1997 que prohíbe toda manipulación del patrimonio genético, salvo en beneficio de la propia persona y de acuerdo con el principio de precaución. Exige asimismo la defensa del ambiente adecuado, lo que implica la prohibición del alquiler de útero así como la fecundación heteróloga, o la inseminación de mujer soltera.

Desde el momento en que el embrión ya no es protegido por su habitat natural —el cuerpo de la madre— nada impide que sea utilizado para fines contrarios a su propia supervivencia. El respeto al habitat exige que el ser humano sea genitum, y no factum.

La identidad personal requiere de la existencia de un ambiente adecuado no sólo desde el punto de vista natural sino también cultural. Aquí entra como elemento básico la realidad de la familia. La clave de la identidad personal es la familia, el reconocimiento de que la autonomía se realiza a partir del hecho de la dependencia y el cuidado. El lema de Píndaro, «llega a ser el eres», lema básico de la identidad personal, exige el derecho a un padre que sea varón, el derecho a una madre, que sea una mujer, tanto desde el punto de vista genético como educativo.

Sin aceptación de los roles familiares y de la dependencia inicial de los hijos respecto a los padres no hay humanidad posible... La filiación significa que la humanidad desciende, no asciende. Por eso la autofundación de Nietzsche y los genealogistas conduce a la inhumanidad.

El primado del deseo, en que insisten los postmodernos decadentes, lleva a la desidia, y con ello al autoaborrecimiento y a la pérdida de la identidad. «No existe autofundación. «La autonomía procede de la heteronomía. El niño aprende la libertad obedeciendo primero a la madre y luego a sí mismo. La humanidad nace con la disciplina. «Sólo la prohibición abre a la humanidad el campo de la cultura». «La seducción diabólica propone la indiferencia sin limites». «La misma persona no puede ocupar todos los roles al mismo tiempo. «Si un padre no renuncia a su posición de niño y especialmente de niño que quiere ser omnipotente, su hijo corre el riesgo de convertirse en hijo juguete. «La institución de la diferencia de sexos, de generaciones, de funciones es la condición de las relaciones no salvajes entre los seres humanos así como de la constitución de un sujeto fuerte capaz de tomar decisiones autónomas y mantener sus proyectos en el tiempo.

Javier Del Arco
Jueves, 9 de Septiembre 2010
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Editado por
Javier Del Arco
Ardiel Martinez
Javier del Arco Carabias es Dr. en Filosofía y Licenciado en Ciencias Biológicas. Ha sido profesor extraordinario en la ETSIT de la UPM en los Masteres de Inteligencia Ambiental y también en el de Accesibilidad y diseño para todos. Ha publicado más de doscientos artículos en revistas especializadas sobre Filosofía de la Ciencia y la Tecnología con especial énfasis en la rama de la tecno-ética que estudia la relación entre las TIC y los Colectivos vulnerables.




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