Bitácora

Ética para la sociedad actual (I)

Redactado por Javier Del Arco



1 El problema central de la Bioética.

1.1. Definición, origen, fundamentos y principios generales.

La BIOÉTICA es la rama de la ÉTICA, disciplina troncal de la FILOSOFÍA, que provee los principios de la conducta humana en Biología, Medicina, Ecología, Farmacología y el conjunto de las Ciencias y las Tecnologías que entienden de la vida o interaccionan con ella, estableciendo sus límites (Def. del autor).

La Bioética es una disciplina reciente, este año cumple los 40, cuyos padres fueron el bioquímico Van Renselaer Potter en sus aspectos ambientales y el obstetra André Hellegers en su vertiente médica y fundamentalmente con los problemas relacionados con la concepción del ser humano. Ambos aparecieron, casi simultáneamente, en 1970 en USA.

La Bioética aplica los principios de la ciencia ética a las ciencias Biomédicas, de modo que éstas respeten y promocionen la dignidad del ser humano como cima de los seres del universo. Hace que la ciencia Biológica y la Medicina tengan conciencia de la dignidad del ser humano y estén a su servicio. La Bioética se mueve, pues, en un plano superior a la Medicina y a la Biología, iluminándolas desde arriba, a modo de un conocimiento sapiencial que orienta su investigación básica y aplicación. La Bioética enseña la primacía de la ética sobre la técnica, de la persona sobre las cosas.

A la producción le corresponde la técnica, y a la acción la sabiduría. La habilidad técnica dispone al hombre a producir bien, a realizar productos que son perfectos para el fin que son hechos. La sabiduría dispone al hombre para actuar bien, para cumplir aquellas elecciones que son conformes al bien de la persona como persona. Esto es: el bien al que se ordena la sabiduría es el bien de la persona, y por tanto, su ejercicio la hace buena; la habilidad técnica la hace capaz de producir mejor, pero no de ser mejor.

El dominio del ser humano sobre el resto de los seres ha de estar medido por el bien de la persona. El respeto a la dignidad del hombre y de la mujer, y los límites que ese respeto exigen al disponer del cuerpo –propio o de los demás-, no permite que sea manipulado arbitrariamente.



Una vez desarrollado brevemente el fundamento de la Bioética, pasemos a. sus principios:

1.2. Principio de defensa de la vida

"Todo individuo tiene derecho a la vida..." (Declaración universal de los derechos humanos). Respetar, defender y promover la vida es el primer deber ético del ser humano para consigo mismo y para con los demás; este principio tiene una validez y universalidad propia. La vida corporal representa el valor fundamental de la persona misma.

En el ámbito de la promoción de la vida humana se inscribe la defensa de la salud. El derecho a la vida precede al llamado derecho de la salud, la salud es una cualidad de la persona que vive. Existe la obligación moral de defender y promover la salud para todos los seres humanos en proporción a sus necesidades. No se trata de un derecho a la salud, que ningún sistema puede garantizar, sino del derecho a los medios y a los cuidados indispensables para la defensa y la promoción de la salud.

1.3. Principio de libertad y de responsabilidad

En la libertad y la responsabilidad está el origen del acto ético. El derecho a la vida es anterior al derecho a la libertad; la vida es la condición indispensable para que pueda ejercerse la libertad. El médico no puede transformar el cuidado en obligación cuando no está en juego la vida; es necesario el consentimiento del paciente. Médico y paciente son responsables de la vida y de la salud como bien personal y como bien social, aunque prioritariamente son responsabilidad del paciente.

1.4. Principio de totalidad o terapéutico

Para salvar el todo y la vida misma del sujeto, se debe intervenir incluso mutilando una parte del organismo. Proporcionalidad de la terapia: que exista cierta proporción entre los riesgos y daños que acarrea y los beneficios que aporta. Evaluar en el contexto de la totalidad de la persona.

1.5. Principios de socialidad y subsidiaridad

La propia vida y la salud no son sólo un bien personal, sino también social que se debe promover. La sociabilidad es una característica de la personalidad, y la vida y la salud son bienes primarios de la persona que dependen también de la ayuda de los demás. Este principio puede justificar la donación de órganos y tejidos, aunque implique alguna mutilación en el donante –evidentemente voluntaria-.

En términos de justicia social, este principio obliga a la comunidad a garantizar a todos y a cada uno los medios para acceder a los cuidados necesarios. Aquí se confunde con el principio de solidaridad, por el que la comunidad debe ayudar más allí donde es mayor la necesidad (cuidar más a quien esté más necesitado de cuidados, y gastar más con quien más enfermo está), y por otra parte no debe suplantar o sustituir la libre iniciativa de los particulares o grupos, sino garantizar su funcionamiento.

1.6. Principio del doble efecto o voluntario indirecto

Es lícito el acto médico que tiene dos efectos, uno bueno y otro no, y se realiza buscando el efecto positivo, existiendo un motivo grave y proporcionado, y no habiendo otros tratamientos, aunque de manera secundaria y no querida, se produzca un efecto negativo. Por ejemplo, es lícito administrar fármacos para aliviar el dolor en un enfermo terminal, aunque de manera secundaria e inevitable se produzca un acortamiento de la vida.

1.7. Principio de beneficencia

Corresponde al fin primario de la Medicina promover el bien para el paciente o la sociedad y evitar el mal; es más que el hipocrático primum non nocere (ante todo no dañar), llamado también principio de no maleficencia.

1.8. Principio de autonomía

Se refiere al respeto debido a los derechos fundamentales del ser humano, incluido el de la autodeterminación. Se inspira en la máxima no hacer a los demás lo que no quieras que te hagan a ti; respeto mutuo. En este principio se basan, sobre todo, la alianza terapéutica entre el médico y el paciente, y el consentimiento del paciente en las pruebas diagnósticas y en los tratamientos. Forma parte también de la beneficencia y está al servicio de la misma.

1.9. Principio de justicia

Se refiere a la obligación de igualdad en los tratamientos y, respecto al Estado, en la distribución equitativa de los recursos para prestar los servicios de salud, para la investigación, etc.; esto no quiere decir tratar a todos por igual, porque las situaciones clínicas y sociales son diversas.

Los principios de beneficencia, autonomía y justicia están jerarquizados según este orden, y han de considerarse en el contexto del valor fundamental del bien de la persona humana. No hay que aplicar pasiva y sistemáticamente estos principios a cada caso, sino que hay que tener un comportamiento activo y de compromiso moral.

2. El panorama de la Ética y la Bioética en la actualidad. El núcleo del problema.

El núcleo del problema de la amoralidad y de la decadencia que padecemos y el posible fin de la sociedad actual, creo yo, se articula en torno a varias causas que hemos identificado con la mayor precisión posible:

A) La consagración legal de la libre disposición del cuerpo y de la aparición de la teoría de la total autonomía en la gestión del mismo.

B) El problema del advenimiento de la sociedad del espectáculo y del simulacro como nuevo referente en la segunda mitad del S XX.

C) La teoría de las dos postmodernidades, la emergencia del personismo y el genealogismo, máximas expresiones de la miseria de la postmodernidad y de su consecuencia inmediata: el pésimo estado moral actual. La reacción positiva del postmodernismo resistente.

D) El riesgo del humanismo. El humanismo ateo devenido en antihumanismo

F) Relativismo ético y marco político

3. La consagración legal de la libre disposición del cuerpo y de la aparición de la teoría de la total autonomía en la gestión del mismo.

Nunca la ética y su rama que entiende de los asuntos de la vida, la Bioética, han sido tan cruciales. La primera causa es la génesis de un pensamiento desarrollado a lo largo del S. XX que cristaliza en la demanda de una nueva gestión de la vida, la muerte, el cuerpo y la sexualidad. En concreto, se postula la total autonomía del cuerpo de cada cual, al margen de las instituciones que han intervenido en su gestión como las Religiosas y las del Estado. Este pensamiento es fruto de tres tendencias:

-La tendencia des-regularizadora y anti-intervencionista de la ideología liberal, que va más allá de lo económico y se adentra en el campo moral al vincular la acción a la apetencia y a la autonomía y libertad radical del sujeto, sin más límite que la de la libertad del otro y la actuación dentro del marco legal sin cuestionar su trasfondo moral.

-La tendencia materialista e igualitaria del pensamiento socialista que niega que determinadas esferas de la moral sean ciertas (niegan que la sexualidad tenga ética y que el ser humano sea trascendente) y proclama, en defensa del igualitarismo, el derecho radical de todos en orden a disponer de su propio cuerpo.

-La tendencia a la deconstrucción negativa o débil de la Gran Filosofía y consecuentemente de la moral, vigente e indiscutida hasta finales del siglo XIX, que tiene en Nietzsche, a la vez, su último representante de envengardura y su primer detractor radical. La filosofía nietzscheana es el origen del pensamiento postmoderno, nacido de la pluma de Lyotard en 1971 y en continua expansión desde entonces, que niega la trascendencia del sujeto, la veracidad de la Religión como todo Gran Relato, relativiza la Cultura y las instituciones y consagra el relativismo moral y cultural.

Podemos particularizar la idea del historiador Eric Hobsbawm sobre la Historia del siglo XX, definida por él como la Era de las Catástrofes, y circunscribirla al campo Moral y calificar con todo rigor nuestro periodo actual como la Era del Derrumbamiento de lo Moral por las tres tendencias citadas.

4. El problema del advenimiento de la sociedad del espectáculo y del simulacro como nuevo referente en la segunda mitad del S XX.

4.1. El ideario del sistema de los objetos fungibles

¿Cuál es en última instancia el entramado ideológico del sistema de los objetos, entendiendo como tales los productos y los servicios que se nos ofrecen? ¿Qué ideario encarna este sistema cuyos principios son la caducidad y la obsolescencia —el imperativo de la novedad—, la ley del ciclo y otros automatismos semejantes? Jean Baudrillard dirá que son dos:

a) El principio personalizador, que se articula como democratización del consumo de modelos por la vía de la serialidad y de las existencias.

b) La novedad de la “ética” del crédito al consumo y la acumulación no productiva.

Hoy el glamour de las mercancías aparece como nuestro paisaje natural, allí nos reconocemos y nos encontramos con «nosotros mismos», con nuestros ensueños de poder y ubicuidad, con nuestras obsesiones y delirios, con los desperdicios psíquicos en el escaparate de la publicidad -verdadero espejo que nos devuelve nuestra imagen, si bien absolutamente deformada o disfrazada- una verdadera “summa espiritual” de nuestra civilización, el repertorio ideológico de la desinhibición.

El carácter distintivo del estilo de vida norteamericano o filo norteamericano, propio de la última sociedad primitiva contemporánea, se escenifica en las formas del distanciamiento, en el paisaje, en los grandes desiertos y carreteras de Norteamérica que deja entrever una profunda soledad así como las inclinaciones thanáticas que yacen bajo el optimismo americano. Si se es observador, se ve también la decrepitud del capitalismo tardío en la tierra de las oportunidades, el sueño americano convertido en el insomnio incontenible de la banalidad y la indiferencia.

4.2. Un estilo de vida desquiciado y una pesadilla

Los Estados Unidos son responsables de haber propiciado la desterritorialización de la identidad, la diseminación del sujeto y la neutralización de todos los valores y, si se quiere, la muerte de la cultura bajo el régimen de la mortandad de los objetos. En este sentido es una cultura ingenua y primitiva, no conoce la ironía, no se distancia de sí misma, no ironiza sobre el futuro ni sobre su destino; ella sólo actúa y materializa su política de Estado. Norteamérica realiza así sus sueños y sus pesadillas.

Vivimos en un universo frío, la calidez seductora, la pasión de un mundo encantado se visto sustituida por el éxtasis de las imágenes, por la pornografía de la información, por la frialdad obscena de un mundo desencantado. Ya no por el drama de la alienación, sino por la hipertrofia de la comunicación que, paradójicamente, acaba con toda mirada o, como dirá Baudrillard, con toda imagen y, por cierto, con todo reconocimiento.

4.3. Teatro continúo y mera apariencia.

El desafío de la diferencia, que constituye al sujeto especularmente, siempre a partir de un otro que nos seduce o al que seducimos, al que miramos y por el que somos vistos, hace que el solitario voyeurista ocupe el lugar del antiguo seductor apasionado. Somos, en este sentido, ser para otros y no sólo por la teatralidad propia de la vida social, sino porque la mirada del otro nos constituye, en ella y por ella nos reconocemos. La constitución de nuestra identidad tiene lugar desde la alteridad, desde la mirada del otro que me objetiva, que me convierte en espectáculo. Ante él estoy en escena, experimentando las tortuosas exigencias de la teatralidad de la vida social. Lo característico de la frivolidad es la ausencia de esencia, de peso, de centralidad en toda la realidad, y por tanto, la reducción de todo lo real a mera apariencia.

El éxito de la identidad prefabricada radica en que cada uno la diseña de acuerdo con lo que previsiblemente triunfa, los valores en alza que apenas disfrazan esa terrible falacia o sofisma (1) . La moda, pues, no es sino un diseño utilitarista de la propia personalidad, sin profundidad, una especie de ingenuidad publicitaria en la cual cada uno se convierte en empresario de su propia apariencia.

4.4. Un mundo lleno de irrealidad vacía.

La fragmentación de las imágenes construye una estética abstracta y laberíntica en el que cada fragmento opera independiente pero, a su vez, queda encadenado al continuo temporal de un instante narrativo único. Podemos retener el mundo entero en nuestras cabezas. Y no retener nada.

La aceleración y los estados alterados de la mente; los psicotrópicos; la representación electrónica de la mente en la cartografía del hipertexto; las autopistas de la información, donde todo acontece sin tener siquiera que partir ni viajar. Es la era de la llegada generalizada, de la tele presencia, de la cyber muerte y el asesinato de la realidad. El mundo es algo así como una gran cámara de vacío y de descompresión.

Imágenes de la gran urbe, fragmentos de los últimos gestos humanos reconocibles. Los sujetos indiferentes a la presencia de la cámara se mueven según el ritmo de sus propios pensamientos. Imágenes en movimiento: la estación del Metro de Tokio, súper-carreteras, aviones supersónicos, televisores de cristal líquido, nano-ordenadores, y otros tantos accesorios que nos implantan una aceleración a la manera de otras tantas prótesis tecnológicas. Es la era del Cyber reflejo condicionado, del vértigo de la ciber música, de los fundidos del inconsciente en una lluvia de imágenes digitales, vértigo espasmódico de señales que se encienden y apagan, del gesto televisivo, vértigo espasmódico de señales que se encienden y se apagan, del gesto neurótico y ansioso del zapping o el molesto corte del semáforo en las esquinas que parasitan el sistema de interrupciones artificiales y alimentan nuestra dependencia de los efectos especiales.

4.5. La miseria de la moda

La moda ha contribuido también a la construcción del paraíso del capitalismo hegemónico. Sin duda, capitalismo y moda se retroalimentan. Ambos son el motor del deseo que se expresa y satisface consumiendo; ambos ponen en acción emociones y pasiones muy particulares, como la atracción por el lujo, por el exceso y la seducción. Ninguno de los dos conoce el reposo, avanzan según un movimiento cíclico no-racional, que no supone un progreso. En palabras de Jean Baudrillard: “No hay un progreso continuo en esos ámbitos: la moda es arbitraria, pasajera, cíclica y no añade nada a las cualidades intrínsecas del individuo”.

Del mismo modo, para ese individuo sometido, el consumo es un proceso social no racional. Ciertamente la voluntad se ejerce -está casi obligada a ejercerse- solamente en forma de deseo, clausurando otras dimensiones que abocan a la sosegada reflexión, como la creación, la aceptación y la contemplación. Tanto la moda como el capitalismo producen un ser humano excitado, aspecto característico del diseño de la personalidad en sociedad del espectáculo.

4.6. El fetichismo de la apariencia y el juego translúcido de la frivolidad

La sociedad de consumo supone la programación de lo cotidiano; manipula y determina la vida individual y social en todos sus intersticios; todo se transforma en artificio e ilusión al servicio del imaginario capitalista y de los intereses de las clases dominantes. El imperio de la seducción y de la obsolescencia; el sistema fetichista de la apariencia y alienación generalizada.

La tesis de Baudrillard es que la peor de las alienaciones no es ser despojado por el otro, sino estar despojado del otro; es tener que producir al otro en su ausencia y, por lo tanto, enviarlo a uno mismo. Si en la actualidad estamos condenados a nuestra imagen, no es a causa de la alienación, sino de su fin, es decir, de la virtual desaparición del otro, que es una fatalidad mucho peor.

Ver y ser vistos, esa parece ser la consigna en el juego translúcido de la frivolidad. El así llamado momento del espejo, precisamente, es el resultado del desdoblamiento de la mirada, y de la simultánea conciencia de ver y ser visto, ser sujeto de la mirada de otro, y tratar de anticipar la mirada ajena en el espejo, ajustarse para el encuentro. La mirada, la sensibilidad visual dirigida, se construye desde esta autoconciencia corpórea, y de ella, a la vez, surge el arte, la imagen que intenta traducir esta experiencia sensorial y apelar a la sensibilidad en su receptor.

Nuestra soledad demanda un espejo simbólico en el que poder reencontrar a los otros desde nuestro interior. Buscamos en el espejo la unidad de una imagen a la que sólo llevamos nuestra fragmentación.

4.7. La des-realización del mundo y las personas

Con estupor tomamos las últimas fotografías posibles, un patético modo de certificar la experiencia o de convertirla en colección. Pareciera que la fotografía quiere jugar este juego vertiginoso, liberar a lo real de su principio de realidad, liberar al otro del principio de identidad y arrojarlo a la extrañeza. Más allá de la semejanza y de la significación forzada, más allá del "momento Canon" o el “momento de la cámara del móvil”, la reversibilidad es esta oscilación entre la identidad y el extrañamiento que abre el espacio de la ilusión estética, la des-realización del mundo, su provisional puesta entre paréntesis.

Como en “La invención de Morel” donde un aparato reproduce la vida (absorbiendo las almas) en forma de réplica, en forma de mera proyección. Los Stones como souvenir de sí mismos proyectados en el telón del escenario giratorio. La envidiable decrepitud de Mick Jagger con una delgadez mezquina y ominosa, como si fuera su propia narcótica reliquia.

Los rostros del otro, rostros distantes a pesar de su cercanía, ausentes a pesar de su presencia, los miramos sin que ellos nos devuelvan la mirada. La alteridad no es más que un espectro, fascinados contemplamos el espectáculo de su ausencia.

4.8. Simulación de tercer grado

Vivimos en un universo extrañamente parecido al original -las cosas aparecen replicadas por su propia escenificación -señala Baudrillard. Como Disney World que es un modelo perfecto de todos los órdenes de simulacros. En principio es un juego de ilusiones y de fantasmas: los Piratas, la Frontera, el Mundo Futuro, etcétera. Se cree a menudo que este “mundo imaginario” es la causa del éxito de Disney, pero lo que atrae a las multitudes es, sin duda y sobre todo, el microcosmos social, el goce religioso, en miniatura, de la América real, la perfecta escenificación de los propios placeres y contrariedades. La única fantasmagoría en este mundo imaginario proviene de la ternura y calor que las masas emanan y del excesivo número de dispositivos aptos para mantener el efecto multitudinario. El contraste con la soledad absoluta del parking -auténtico campo de concentración-, es total. O, mejor: dentro, todo un abanico de “gadgets” magnetiza a la multitud canalizándola en flujos dirigidos; fuera, la soledad, dirigida hacia un solo dispositivo, el “verdadero”, el automóvil. Por una extraña coincidencia (aunque sin duda tiene que ver con el embrujo propio de semejante universo), este mundo infantil congelado resulta haber sido concebido y realizado por un hombre hoy congelado también: Walt Disney, quien espera su resurrección arropado por una cámara a -180º.

De cualquier modo es aquí donde se dibuja el perfil objetivo de América, incluso en la morfología de los individuos y de la multitud. Todos los valores son allí exaltados por la miniatura y el dibujo animado. Embalsamados y pacificados. De ahí la posibilidad de un análisis ideológico de Disney: núcleo del “american way of life”, panegírico de los valores americanos, etc., trasposición idealizada, en fin, de una realidad contradictoria. Pero todo esto oculta una simulación de tercer orden: Disney existe para ocultar qué es el país “real”, toda la América “real”, una Disneylandia (al modo como las prisiones existen para ocultar la “lacra” que es todo lo social en su banal omnipresencia, reduciéndolo a lo estrictamente carcelario). Disneylandia es presentada como imaginaria con la finalidad de hacer creer que el resto es real, mientras que cuanto la rodea, Los Ángeles, América entera, no es ya real, sino perteneciente al orden de lo hiperreal y de la simulación.

No se trata de una interpretación falsa de la realidad (como la ideología), sino de ocultar que la realidad ya no es la realidad y, por tanto, de salvar el principio de realidad.

4.9. Personalidades narcisistas y emergencia de la Sociedad del Espectáculo

Sería un error minimizar la relación entre estos fenómenos y el origen de la personalidad narcisista, que no conoce límites entre ella misma y el mundo que exige la gratificación inmediata de sus deseos, así como la erosión de la vida intima tenida lugar a través de la relaciones sociales que se tratan como pretextos para la expresión de la propia personalidad. La transformación de la vida pública en un ámbito donde “la persona puede escapar a las cargas de la vida familiar idealizada... mediante un tipo especial de experiencia, entre extraños o, más importante aún, entre personas destinadas a permanecer siempre como extraños”, y donde una silenciosa y pasiva masa de espectadores observa la extravagante expresión de la personalidad de unos pocos en la “sociedad del espectáculo”, donde los medios de “comunicación” nos escamotean y disuelven el presente con las fanfarrias del último estelar televisivo.

La construcción del sentido social se desplaza del espacio de la política, hacia un mundo que no tiene historia, sólo pantalla. Son las nuevas formas de producción, las de un nuevo universo simbólico en donde se resignifica las viejas utopías mediante un proceso de descontextualización que las convierte en imágenes sin historia; en mercancías.

4.10. La Sociedad mediática y el secuestro de la moral y la fe públicas

En esos mismos medios de comunicación se desplazan hoy los actores políticos jugando su rol hegemónico en la construcción de sentido en tanto perpetran el secuestro de nuestra moral. La fe pública violada ha creado las condiciones para el desprestigio de lo político y con ello el de nuestras instituciones, qué puede extrañar entonces del robo hormiga de las grandes transnacionales, la extorsión «irrepresentable», sólo cognoscible por medio de una compleja organización multinacional articulada según un modelo gansteril. Nuestra vida cotidiana esta así signada por las abusivas relaciones mercantiles que experimentan una creciente densidad así como una significativa disminución de las relaciones interpersonales sin fines de lucro.

4.11. Un mundo, a la vez, efímero y nostálgico.

Pese a todo, incluso la personalidad de las celebridades esta sujeta a los procesos de obsolescencia y caducidad, al fenómeno postmoderno de corte“debole” de la «sacralidad impersonal». La obsolescencia de los objetos se corresponde con la de los rock stars y gurús intelectuales; con la multiplicación y aceleración en la rotación de las «celebridades», para que ninguna pueda erigirse en “ídolo personalizado y canónico”. El exceso de imágenes, el entusiasmo pasajero, determinan que cada vez haya más “estrellas” y menos inversión emocional en ellas, los revival son fenómenos de “nostalgia decretada” ideados como estrategias de marketing por algún ejecutivo de una compañía multimedia.

4.12. La “norma de consumo” y la obsolencia acelerada”

Maś allá de la “sociedad del espectáculo”y “el imperio de lo efímero” se instala la “norma de consumo” en el plano de las necesidades sociales, también gobernadas por dos mercancías básicas: la vivienda estandarizada, lugar privilegiado de consumo, y el automóvil como medio de transporte compatible con la separación entre el hogar y el sitio de trabajo. Ambas mercancías -y en especial, desde luego, el automóvil- fueron sometidas a la producción masiva y la adquisición de ambas exige una «amplia socialización de las finanzas» bajo la forma de nuevas o ampliadas facilidades de crédito (compra a plazos, créditos, hipotecas, etc.). Más aún, las dos mercancías básicas del proceso de consumo masivo crearon complementariedades (crédito hipotecario y automotriz) que producen una gigantesca expansión de las mercancías, apoyada por una diversificación sistemática de los valores de uso. El individuo se ve obligado a elegir permanentemente, a tomar la iniciativa, a informarse, a probarse, a permanecer joven, a deliberar acerca de los actos más sencillos: qué automóvil comprar, qué película ver, qué libro leer, qué régimen o terapia seguir. El consumo obliga a hacerse cargo de sí mismo, nos hace “responsables”, se trata así de un sistema de participación ineludible. Ese procedimiento generó, en el año 2008, una gigantesca crisis económica que comenzó con las llamadas hipotecas subprime, que arrastró al sistema financiero y, que al atravesar el Atlántico, ha herido a la Europa materialista y “materializada” en su Estado de bienestar quizá de manera irreversible.

El dispositivo que activa este sistema de “obsolescencia acelerada” —que impera a consumir compulsivamente— consiste en convencer al consumidor que necesita un producto nuevo antes que el que ya tiene agote su vida útil y funcionalidades. Ésta es una de las tareas de los diseñadores: acelerar la obsolescencia. A este respecto el automóvil ha sido un caso paradigmático de las obsolescencias decretadas del estilo, asociadas a las imágenes de prestigio y estatus que le rodean.

Así, el propósito es hacer que el cliente este descontento con su actual automóvil, su cocina, sus pantalones, etc., porque esta “pasado de moda”. Ya no debe esperarse que las cosas se acaben lentamente. Las sustituimos por otras que si bien no son, necesariamente, más efectivas, son más atractivas. Pese a todo es difícil discernir la frontera entre progreso técnico real y obsolescencia del diseño y —más aún— sustraerse al influjo de estos condicionamientos.

Siempre los objetos han llevado la huella de la presencia humana, pero ahora no son sus funciones primarias (el cuerpo, los gestos, su energía...) las que se imponen sino las superestructuras las que se dejan sentir. Así, el objeto automatizado representa a la conciencia humana en su autonomía, su voluntad de control y dominio. Ese poder va más allá de la prosaica funcionalidad —y de eso saben mucho los vendedores de automóviles—. El objeto es irracionalmente complicado, se llena de detalles superfluos y viaja en su juego de significaciones mucho más allá de sus determinaciones objetivas.

El automóvil es un signo de poder, de refugio, una proyección de poder sexual y narcisista, que —según Baudrillard— reúne “la abstracción de todo fin práctico en la velocidad, el prestigio, la connotación formal, la connotación técnica, la diferenciación forzada, la inversión apasionada y la proyección fantasmagórica”

El ejemplo del automóvil es paradigmático. A éste muy rápidamente se le sobrecargó de funciones parasitarias de prestigio, de confort, de proyección sexual inconsciente o no tan inconsciente... que frenaron y después bloquearon su función de síntesis humana.

4.13. El nuevo Potlach, la mitología y nemotecnia del consumo. Acumulación y derroche

El consumo, como se ve, no es la base sobre la que descansa el progreso, sino más bien la barrera que lo estanca o, al menos, lo lanza en la dirección contraria a la de la mejora de las relaciones sociales. El espíritu que realmente funciona es el de la fragilidad de lo efímero, una compulsión que se debate de forma recurrente entre la satisfacción y la decepción y que permite ocultar los verdaderos conflictos que afectan a la sociedad y al individuo.

Baudrillard habla de un gran happening colectivo dominado por el espectáculo de la mortalidad impuesta y organizada de los objetos, por su artificial obsolescencia, pero sabe que esa imposición no es sólo una consecuencia del orden de producción capitalista. Es difícil saber qué género de instinto de muerte del grupo, qué voluntad regresiva domina todo ese ceremonial que, bien pensado, recuerda a ciertas ceremonias salvajes como la del potlach

El Potlach es una práctica antes que un concepto, es una palabra de de un lenguaje perdido en la Historia de los primitivos amerindios canadienses que cuyo significado era mezcla de embriaguez, lujuria, exceso, danza, despilfarro, brutalidad e incluso muerte en un lugar determinado. No hay que ser un lince para entender que el Potlach se conserva, ciertamente con revestido con otros ropajes más de moda y en un entorno más sofisticado, muy vivo en ciertos ritos modernos: el sexo, el banquete y la embriaguez de la danza, «donde se ve que la dispersión no va hacia el sin sentido, sino que es una modalidad de encuentro con el sentido que pasa a través de la pérdida de centralidad del sujeto». Una economía ya no basada en la acumulación sino en el derroche, en el goce de lo producido. Nuestras sociedades viven de la acumulación de lo que producen, vigilan este excedente de forma celosa. En cambio, cuando se habla de Potlach nos referimos a los experimentos históricos basados en el gasto improductivo, al disfrute y la prodigalidad.

Finalmente nos resta por analizar el aspecto «mitológico» del capital y la sacralización de sus productos más emblemáticos: la Coca Cola, el Cadillac, los Mac Donald's. Los aspectos ideológicos del consumo rebasan los límites de la organización política para instalarse en el inconsciente colectivo y los usos rituales de una población. Se busca implantar sobre bases afectivas y nemotécnicas un nuevo y particular ethos, una forma de ir por el mundo, ya no como recolector o cazador, ni siquiera como consumidor, sino como el agente del desperdicio, carácter que surge sólo desde la conciencia de la prosperidad, la abundancia y el lujo.

Para estimular el flujo de la mercancía, a través del desperdicio y el derroche, entendida éste como clave de la prosperidad futura del mercado, se opera en varias direcciones. Primeramente —en el plano ideológico— contra el pensamiento orientado al ahorro, mentalidad difícil de desarraigar ya que corresponde a una práctica ancestral de la humanidad, la de precaverse para el desconocido y con frecuencia temido día de la escasez.

4.14. La trampa de la memoria emotiva

Por otra parte está la vertiente sentimental y poética del diseño, que se corresponde con una novedad metodológica importante, la apelación a la memoria emotiva. La vertiente sentimental de la mercadotecnia se refiere a la persistencia aún en los nuevos productos de un elemento visual implícito que marque una filiación con el pasado, asegurando la continuidad histórica en la espesa trabazón de los objetos. Casi sin excepción los nuevos diseños incluyen un ingrediente que los especialistas denominan «forma sobreviviente». Deliberadamente se incorpora al producto un detalle evocador que recordará a los usuarios un artículo similar, de uso semejante, tenido en una buena tarde o un feliz verano. La gente aceptará más fácilmente algo nuevo, sostienen los expertos en innovación, si reconocen en ello algo que surge “orgánicamente” del pasado. Al incluir un patrón familiar en una forma nueva, sea o no radical, se podrá hacer aceptable aún lo más inusitado, productos y usos que de otro modo rechazarían.

Esta es una de las causas del amor disfuncional que le profesamos a los objetos, aquel que los abraza a la vez que los rechaza. La misma dualidad entre coleccionismo y desperdicio da cuenta de esta ambivalencia.

4.15. Beneficio y “chorreo”

Por una parte está el individuo que colecciona desde sellos de correos hasta alfombras persas, y se siente así impulsado a «realizarse» en el placer que supone la posesión de un conjunto de objetos, donde la idea misma de colección está directamente vinculada a la posesión —no funcional— por encima de la necesidad, es decir, a la riqueza y por otra las maneras de «usar» el excedente como desperdicio. Aquí es posible identificar otra forma de mitología, la de ciertas lógicas capitalistas, según la cual a épocas de prosperidad, cuando la economía se expande y el crecimiento del producto es sostenido, le debiera seguir o suceder tiempos donde el beneficio —en razón de los excedentes— alcance a toda la población, incluso a la más desfavorecida, esto de acuerdo a la conocida estrategia de «crecimiento y chorreo» que dominó el «paraíso» neoliberal del Chile de los 80. Pero en realidad esto nunca sucedió, en su lugar advino la acumulación —incluso— del excedente; nuevas formas de codicia y de fraude fiscal terminaron por ahogar esta promesa escatológica del libre mercado.

Notas

1. Una falacia o sofisma es, según la definición de Irving Copi, un razonamiento lógicamente incorrecto, aunque psicológicamente pueda ser persuasivo. Cabe aclarar que un razonamiento falaz no necesariamente posee una conclusión falsa; así como un razonamiento correcto o válido no necesariamente tiene una conclusión verdadera. Los razonamientos falaces no son "falaces" por arribar a una conclusión falsa, sino por un error en su procedimiento. Podría decirse que una falacia es un razonamiento en que la conclusión no se deriva estrictamente de las premisas, aunque parece hacerlo.

2. Happening (de la palabra inglesa que significa evento, ocurrencia, suceso). Manifestación artística, frecuentemente multidisciplinaria, surgida en los 1950 caracterizada por la participación de los espectadores. Los happenings integran el conjunto del llamado performance art y mantiene afinidades con el llamado teatro de participación.

La propuesta original del happening artístico tiene como tentativa el producir una obra de arte que no se focaliza en objetos sino en el evento a organizar y la participación de los "espectadores", para que dejen de ser sujetos pasivos y, con su actividad, alcancen una liberación a través de la expresión emotiva y la representación colectiva. Aunque es común confundir el happening con la llamada performance el primero difiere de la segunda por la improvisación o, dado que es difícil una real improvisación, por la imprevisibilidad.

El happening en cuanto a manifestación artística es de muy diversa índole, suele ser no permanente, efímero, ya que busca una participación espontánea del público. Por este motivo los happenings frecuentemente se producen en lugares públicos, como un gesto de sorpresa o irrupción en la cotidianeidad. Un ejemplo de ello son los eventos organizados por Spencer Tunik en los cuales se implican a masas de gente desnuda.
Javier Del Arco
| Jueves, 9 de Septiembre 2010

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