Silvia nos ha dado en su escrito, una muestra viva de por qué son tan importantes los cuentos tradicionales, entre otras cosas porque permiten al niño identificarse con el héroe y de este modo confabular sus miedos y confiar en sus recursos, -que como sabe que todavía no están listos para ser utilizados, requiere, como nos dice ella, de un adulto en quien confiar para que le acompañe en su camino-, el niño al colocarse en situación de “como sí”, se proyecta hacia el futuro y empieza a concebir su vida como un proceso de trasformación.
También como dice Silvia los cuentos están no solo para ser leídos sino sobre todo para ser contados, cuando a un niño le hacemos la pregunta: ¿Te cuento un cuento?, le estamos ofreciendo no solo un relato, sino la posibilidad de vivir una experiencia en compañía.
En muchas culturas los cuentos se han utilizado como instrumento terapeútico ya que el sujeto mediante la contemplación de una historia que parece aludir a sus conflictos internos, abre vías de reflexión y con ellas vislumbra posibles soluciones.
En las sociedades preliterarias no hay una división clara que separe el mito del cuento popular, sin embargo, podrían encontrarse algunas diferencias, en el mito los héroes son sobrehumanos, son ideales difíciles de emular para los simples mortales, el cuento de hadas, de un modo sencillo, no exige nada al que lo escucha, esto impide que incluso el niño más pequeño se sienta inferior, es interesante observar como por ej. en la mayoría de los cuentos, el hijo más pequeño es el más listo y el único capaz de resolver el conflicto que el cuento plantea.
Los cuentos de hadas especialmente, ayudan al niño a descubrir su identidad, le enseñan que a pesar de las adversidades, si se atreve a iniciar la búsqueda, fuerzas benévolas acudirán en su ayuda, encontrará soluciones y vencerá.
En estos relatos, los procesos internos se externalizan y se hacen comprensibles al ser representados en las hazañas de los personajes.
El recorrido del héroe –plasmado en la mayoría de estos relatos-, siempre se inicia con una separación, algo falta que hay que encontrar, lo cual requiere abandonar la seguridad del hogar paterno e iniciar una búsqueda en solitario que va a conducir a una situación de completud, este parece ser el sentido de la vida. Según Bruno Bettelheim, si se educara a los niños de manera que la vida tuviera sentido para ellos, no tendrían necesidad de ninguna ayuda especial, según su criterio el cuento se dirige fundamentalmente al desarrollo emocional del niño, le ayuda a clarificar y poner en orden sus emociones, a liberarse de sus tensiones y a responder a sus preguntas.
Perspectiva psicoanalítica
Desde una perspectiva psicoanalítica, puede afirmarse que los cuentos aportan importantes mensajes tanto al plano consciente como al preconsciente como al inconsciente, es decir, que operan en diferentes niveles de complejidad, aproximan al niño a los grandes misterios, le enseñan que las pérdidas y las dificultades en la vida son inevitables, pero que si uno no huye y se enfrenta a las privaciones inesperadas y a menudo injustas, llega a dominar todos los obstáculos logrando al final su objetivo que para Jung sería el encuentro con lo que él denominó “el sí mismo” -la perla, el tesoro, el agua de la vida etc.-.
Los cuentos tradicionales enfrentan al niño con los conflictos propios de cada etapa evolutiva, le colocan frente a las emociones básicas que ya existen en su interior y que aparecen por ej. en sus pesadillas: el miedo a ser devorado, el temor a la pérdida y al abandono, la ira, la envidia….. emociones que no puede colocar en palabras y a las que da salida a través de la expresión del personaje con el que se identifica en cada momento, por eso es frecuente que el niño necesite escuchar la misma historia una y otra vez, hasta que se sienta seguro y preparado para superar el conflicto producido con frecuencia, por sus sentimientos ambivalentes hacia su familia o el entorno.
Los personajes de los relatos sin embargo, no son buenos y malos al mismo tiempo, no hay lugar para la ambigüedad, la mente del niño pequeño está aún polarizada y los cuentos reflejan esta necesidad: un hermano es tonto y el otro listo, una hermana es honrada y trabajadora mientras que las otras son malvadas y perezosas, una es hermosa –la buena claro- y las demás son feas, la madre buena –cuidadora y comprensiva- está representada a menudo en el hada, mientras que la madre mala –abandónica y frustradora- es representada a la perfección en la figura de la bruja o la madrastra.
Al presentar al niño caracteres completamente opuestos, se le ayuda a comprender más fácilmente las diferencias entre ambos y se le induce sutilmente a la identificación con los personajes positivos, que son mucho más atractivos, trasmitiéndole de este modo un sentido moral.
Ambigüedades impertinentes
Las ambigüedades, ya presentes en los relatos juveniles, no son pertinentes hasta que se haya establecido una clara diferenciación entre opuestos, de este modo se evita la confusión y se prepara paulatinamente al niño para dar cabida a una realidad más rica y compleja, desde donde pueda comprender, que las personas y los acontecimientos no son lineales y no se pueden valorar de un modo excluyente, todos tenemos un poco de todo.
La ayudas que el héroe encuentra en su recorrido a veces son muy primitivas: un animal, un árbol, la naturaleza, un enano, un viejo sabio, a menudo entroncan con figuras míticas y con lo que Jung denominó los arquetipos, imágenes arcaicas, primigenias, que pueblan el inconsciente colectivo, Jung trasmitió por ej. el arquetipo de la sombra, como aquella parte negativa de nosotros mismos que nos negamos a reconocer y que debemos integrar –muy presente en los sueños y en algunos personajes de los cuentos-; trasmitió también dos arquetipos ligados a la diferencia entre lo masculino y lo femenino, el animus como aquella parte masculina que lo femenino tiene que integrar y desarrollar y el anima como aquel núcleo de lo femenino presente en la masculinidad, estos arquetipos parece ser que operan en los cuentos de modo inconsciente lo que permite que tanto los niños como las niñas puedan hacer una doble identificación, tanto con aspectos masculinos como femeninos, dependiendo del género del personaje con el que se identifican en cada momento, el hecho de que los cuentos de hadas a menudo terminen en boda, simbolizaría precisamente la complementareidad, la unión de los contrarios que sería un objetivo a lograr en todo ser humano en la búsqueda del “sí mismo” es decir, en la aventura de llegar a ser aquello para lo que hemos nacido, aquello a lo que estamos destinados a ser.
Teniendo en cuenta que los cuentos de hadas, fundamentalmente los recogidos de la tradición oral por los hermanos Grimm, se apoyan en antiquísimas narracioness y han sobrevivido hasta hoy en día sin apenas modificaciones, soy de la opinión de que si corregimos o suavizamos los mensajes explícitos o aparentes de estos relatos, estaremos también desvirtuando los contenidos ímplicitos, desdibujando su trama, la geometría oculta que los sustenta, anteponiendo una vez más la política –es este caso correcta- a la vida.
No puedo evitar asociar esta propuesta del Ministerio de igualdad a la situación que se produce cuando un supuesto músico decide intervenir en una sinfonía, modificando su ritmo, para adaptarla a los “tiempos actuales” y hacerla más popular, es decir más fácil de escuchar, y a su criterio, menos aburrida, ¿a que esto que ocurría hace unos años ahora a todos nos parece una barbaridad?
También como dice Silvia los cuentos están no solo para ser leídos sino sobre todo para ser contados, cuando a un niño le hacemos la pregunta: ¿Te cuento un cuento?, le estamos ofreciendo no solo un relato, sino la posibilidad de vivir una experiencia en compañía.
En muchas culturas los cuentos se han utilizado como instrumento terapeútico ya que el sujeto mediante la contemplación de una historia que parece aludir a sus conflictos internos, abre vías de reflexión y con ellas vislumbra posibles soluciones.
En las sociedades preliterarias no hay una división clara que separe el mito del cuento popular, sin embargo, podrían encontrarse algunas diferencias, en el mito los héroes son sobrehumanos, son ideales difíciles de emular para los simples mortales, el cuento de hadas, de un modo sencillo, no exige nada al que lo escucha, esto impide que incluso el niño más pequeño se sienta inferior, es interesante observar como por ej. en la mayoría de los cuentos, el hijo más pequeño es el más listo y el único capaz de resolver el conflicto que el cuento plantea.
Los cuentos de hadas especialmente, ayudan al niño a descubrir su identidad, le enseñan que a pesar de las adversidades, si se atreve a iniciar la búsqueda, fuerzas benévolas acudirán en su ayuda, encontrará soluciones y vencerá.
En estos relatos, los procesos internos se externalizan y se hacen comprensibles al ser representados en las hazañas de los personajes.
El recorrido del héroe –plasmado en la mayoría de estos relatos-, siempre se inicia con una separación, algo falta que hay que encontrar, lo cual requiere abandonar la seguridad del hogar paterno e iniciar una búsqueda en solitario que va a conducir a una situación de completud, este parece ser el sentido de la vida. Según Bruno Bettelheim, si se educara a los niños de manera que la vida tuviera sentido para ellos, no tendrían necesidad de ninguna ayuda especial, según su criterio el cuento se dirige fundamentalmente al desarrollo emocional del niño, le ayuda a clarificar y poner en orden sus emociones, a liberarse de sus tensiones y a responder a sus preguntas.
Perspectiva psicoanalítica
Desde una perspectiva psicoanalítica, puede afirmarse que los cuentos aportan importantes mensajes tanto al plano consciente como al preconsciente como al inconsciente, es decir, que operan en diferentes niveles de complejidad, aproximan al niño a los grandes misterios, le enseñan que las pérdidas y las dificultades en la vida son inevitables, pero que si uno no huye y se enfrenta a las privaciones inesperadas y a menudo injustas, llega a dominar todos los obstáculos logrando al final su objetivo que para Jung sería el encuentro con lo que él denominó “el sí mismo” -la perla, el tesoro, el agua de la vida etc.-.
Los cuentos tradicionales enfrentan al niño con los conflictos propios de cada etapa evolutiva, le colocan frente a las emociones básicas que ya existen en su interior y que aparecen por ej. en sus pesadillas: el miedo a ser devorado, el temor a la pérdida y al abandono, la ira, la envidia….. emociones que no puede colocar en palabras y a las que da salida a través de la expresión del personaje con el que se identifica en cada momento, por eso es frecuente que el niño necesite escuchar la misma historia una y otra vez, hasta que se sienta seguro y preparado para superar el conflicto producido con frecuencia, por sus sentimientos ambivalentes hacia su familia o el entorno.
Los personajes de los relatos sin embargo, no son buenos y malos al mismo tiempo, no hay lugar para la ambigüedad, la mente del niño pequeño está aún polarizada y los cuentos reflejan esta necesidad: un hermano es tonto y el otro listo, una hermana es honrada y trabajadora mientras que las otras son malvadas y perezosas, una es hermosa –la buena claro- y las demás son feas, la madre buena –cuidadora y comprensiva- está representada a menudo en el hada, mientras que la madre mala –abandónica y frustradora- es representada a la perfección en la figura de la bruja o la madrastra.
Al presentar al niño caracteres completamente opuestos, se le ayuda a comprender más fácilmente las diferencias entre ambos y se le induce sutilmente a la identificación con los personajes positivos, que son mucho más atractivos, trasmitiéndole de este modo un sentido moral.
Ambigüedades impertinentes
Las ambigüedades, ya presentes en los relatos juveniles, no son pertinentes hasta que se haya establecido una clara diferenciación entre opuestos, de este modo se evita la confusión y se prepara paulatinamente al niño para dar cabida a una realidad más rica y compleja, desde donde pueda comprender, que las personas y los acontecimientos no son lineales y no se pueden valorar de un modo excluyente, todos tenemos un poco de todo.
La ayudas que el héroe encuentra en su recorrido a veces son muy primitivas: un animal, un árbol, la naturaleza, un enano, un viejo sabio, a menudo entroncan con figuras míticas y con lo que Jung denominó los arquetipos, imágenes arcaicas, primigenias, que pueblan el inconsciente colectivo, Jung trasmitió por ej. el arquetipo de la sombra, como aquella parte negativa de nosotros mismos que nos negamos a reconocer y que debemos integrar –muy presente en los sueños y en algunos personajes de los cuentos-; trasmitió también dos arquetipos ligados a la diferencia entre lo masculino y lo femenino, el animus como aquella parte masculina que lo femenino tiene que integrar y desarrollar y el anima como aquel núcleo de lo femenino presente en la masculinidad, estos arquetipos parece ser que operan en los cuentos de modo inconsciente lo que permite que tanto los niños como las niñas puedan hacer una doble identificación, tanto con aspectos masculinos como femeninos, dependiendo del género del personaje con el que se identifican en cada momento, el hecho de que los cuentos de hadas a menudo terminen en boda, simbolizaría precisamente la complementareidad, la unión de los contrarios que sería un objetivo a lograr en todo ser humano en la búsqueda del “sí mismo” es decir, en la aventura de llegar a ser aquello para lo que hemos nacido, aquello a lo que estamos destinados a ser.
Teniendo en cuenta que los cuentos de hadas, fundamentalmente los recogidos de la tradición oral por los hermanos Grimm, se apoyan en antiquísimas narracioness y han sobrevivido hasta hoy en día sin apenas modificaciones, soy de la opinión de que si corregimos o suavizamos los mensajes explícitos o aparentes de estos relatos, estaremos también desvirtuando los contenidos ímplicitos, desdibujando su trama, la geometría oculta que los sustenta, anteponiendo una vez más la política –es este caso correcta- a la vida.
No puedo evitar asociar esta propuesta del Ministerio de igualdad a la situación que se produce cuando un supuesto músico decide intervenir en una sinfonía, modificando su ritmo, para adaptarla a los “tiempos actuales” y hacerla más popular, es decir más fácil de escuchar, y a su criterio, menos aburrida, ¿a que esto que ocurría hace unos años ahora a todos nos parece una barbaridad?