Hoy escribe David Hernández de la Fuente. La poesía lírica clásica ha ejercido siempre su llamado irresistible desde el otro lado y regresa periódicamente a nosotros. Podría decirse que uno de sus mecanismos de eterno retorno es la propia pretensión de inmortalidad del poeta. La otra realidad, tanto más efectiva, es el goteo de hallazgos filológicos en forma de fragmentos papiráceos o de descubrimientos en manuscritos que posibilitan que la lírica griega y latina siga llenándonos de asombro.
La voz singular y desafiante del poeta lírico nos llama a veces desde un lugar situado más allá de la experiencia humana. Ta lyrika, los poemas compuestos en un primer principio para ser entonados al son de la lira, en su vertiente coral o monódica, ocuparon desde muy pronto en el mundo clásico la posición de la más pura subjetividad: amor, odio, noticias personales, rivalidad desabrida y reflexiones fúnebres o procaces componen desde lo antiguo la materia prima de la que están hechos los versos de Safo, Alceo, Arquíloco o Anacreonte, pero también, varios siglos más tarde, de los de Horacio, Catulo y toda la espléndida corte de los poetas latinos.
“No moriré del todo.” Esta del poeta lírico es una voz perdurable, hecha para vencer las cadenas de la carne y de la muerte. Tanto es así que, en determinadas ocasiones, nos llama audazmente desde el otro lado. El poeta, una vez culminada su obra, modula la voz de la subjetividad lírica con una potencia sobrenatural que la convierte en un llamado imperecedero.
En el mundo griego, aunque ya el buen Homero nos recuerda que es el “duro destino” del poeta “que en adelante seamos cantados por los hombres” (Il. VI, 357-359), es también la lírica la que consagra este continuo canto de memento. La ciudad, los gobernantes y los héroes del momento que honra Píndaro con sus odas acabarán por perecer. Tal vez su lengua se convierta en una reliquia de anticuario que será enseñada y aprendida por cada vez menos hombres en el transcurso de las generaciones. Pero, a través del poder de la literatura, su voz inmortal sobrevivirá. En el Himno a Zeus de Píndaro, la poesía es necesidad cósmica y puede trascender la otra dura necesidad, la del morir. Otro tanto ocurre con Teognis (245 y ss.), que consuela a Cirno diciéndole: “ni muerto perderás la fama, sino que serás cantado por los hombres siempre con nombre inmortal...” Y Simónides le dice a Anacreonte que “no abandonará la melodía dulce como miel, y ni / en el Hades dará reposo, una vez muerto, a la lira” (AP VII, 25).
Se puede decir con el viejo Ennio uolito uiuos per ora uirum (Varia 17-18 Vahlen, citado por Cicerón, Tusc., I, 3i) para evitar las lágrimas de un funeral terreno. La voz va de boca en boca entre los hombres y no se extingue jamás. Así, la lírica encarna la suprema ficción de una eventual victoria sobre la muerte, con la pervivencia del autor y sus letras, más sólidas que cualquier soporte, la dura piedra, el bronce o el acero: exegi monumentum aere perennius. Horacio (Odas III 30) canta casi from beyond y proclama orgulloso: “He levantado un monumento más duradero que el bronce y más alto que la regia permanencia de las pirámides, al que ni la devoradora lluvia, ni el furioso Aquilón podrán jamás destruir, ni tan siquiera la innumerable sucesión de los años y el paso del tiempo”.
El mismo grito oracular que Horacio inmortalizó es retomado por Ovidio al dar término a su magnum opus, las Metamorfosis: “viviré.” Perque omnia saecula fama, / si quid habent veri vatum praesagia, vivam (Met. XV 878-79). El exiliado en el Ponto conjuga ambos verbos de supervivencia poética, el de Horacio y el de Ennio, cuando afirma en Tristia III, 7. 50-52: me tamen extincto fama superstes erit, dumque suis uictrix omnem de montibus orbem / prospiciet domitum Martia Roma, legar. La inmortalidad que conlleva la poesía ha de extenderse, para Propercio, incluso a la feliz mujer a quien canta el poeta: Fortunata, meo si qua est celebrata libello! / carmina erunt formae tot monumenta tuae (1:11, II, 17)
Pero hay, en el caso de la lírica, otra manera de realizar ese retorno desde más allá del olvido, un tanto más material pero no por ello menos poética. Tal vez sea este el género literario más renovado en las letras clásica mediante ocasionales hallazgos que sorprenden a los eruditos y a los lectores. Entonces la voz non omnis moriar parece surgir con más fuerza que nunca de las arenas del desierto o de los polvorientos anaqueles para recordarnos la inmortalidad de la lírica. Acaso en cumplimiento profético de los versos mencionados, conviene estar siempre atentos a disciplinas auxiliares de la filología clásica como la papirología, que históricamente han aportado novedades literarias de enorme interés. Fueron muy notable, por ejemplo, los nuevos fragmentos de Alcmán y Estesícoro que recogió D.L. Page en su edición de 1962 (Poetae Melici Graeci, Oxford, Claredon Press) o los textos de nuevos papiros como el de Colonia 7511 (cf. Melero y Suárez de la Torre, Cuadernos de Filología Clásica 12 [1977] 167-199). En 1992 se encontraron nuevos fragmentos papiráceos de las elegías de Simónides, entre ellos partes de un largo poema sobre la batalla de Platea (479 a.C.) que destaca las hazañas de los espartanos, junto a otros fragmentos simposíacos y eróticos (cf. D.Boedeker y D.Sider [eds.], The New Simonides: Contexts of Praise and Desire, New York & Oxford: OUP-USA, 2001). Pero quizá el hallazgo más importante de los últimos tiempos sea el nuevo poema de Safo sobre la vejez. Mucho se ha escrito ya sobre este nuevo fragmento de la poetisa de Lesbos, cuyo texto fue publicado por M. Gronewald y R. W. Daniel en Zeitschrift für Papyrologie und Epigraphik ("Ein neuer Sappho-Papyrus", ZPE 147 [2004], 1-8 y "Nachtrag zum neuen Sappho-Papyrus", ZPE 149 [2004], 1-4) y traducido y comentado magistralmente por M.L. West, (ZPE 151 [2005], 1-9). El texto fue difundido también entre el gran público gracias a la noticia publicada en el Times Literary Supplement el 24 de junio de 2005. Contamos con una excelente versión castellana por C. García Gual en su artículo “El último poema de Safo” (Letras libres, julio 2006).
En lo que a la lírica latina hace, en contraste con la griega, las arenas del desierto han sido menos generosas. Existe en los fragmentos poéticos una mayor estabilidad, como prueban las pocas novedades de la lírica en las más recientes ediciones (Cf. los 262 fragmentos de lírica republicana y del principado de A.S. Hollis, Fragments of Roman Poetry c. 60 BC-AD 20. Oxford: Oxford University Press, 2007). El del poeta y prefecto de Egipto Cornelio Galo (70-26 a.C.) es el único texto que nos fue regalado por la investigación papirológica. La obra de Galo nos había sido negada hasta hace poco tras una azarosa historia de pérdidas y falsificaciones. En 1501 el filólogo napolitano Pomponio Gaurico, por entonces un joven de diecinueve años, dio a las prensas en Venecia seis elegías bajo el nombre de Cornelio Galo. En realidad se trataba de obras del siglo VI, de las que había suprimido con intención románticamente falsaria el dístico con la adscripción del poema y una referencia a Boecio, para hacerlas pasar por elegías de un poeta del siglo I a.C. (el autor era en realidad Maximiano “un poeta oscuro, insignificante, blando, que en muchos lugares ofende las reglas de la cantidad silábica y que abunda en barbarismos”, según L. Crusius, Lives of the Roman Poets, Londres 1753, página 276). Otros cuatro fragmentos atribuidos a Galo por Aldo Manuzio en 1590 (presentes en la Anthologia Latina de Riese, en 1869) suelen considerarse también falsificaciones desde la investigación filológica que Escalígero les dedicó, “aunque están escritos con más gusto que los anteriores”, como dice Crusius refiriéndose a los versos de Maximiano. Aun no sabemos quién fue este genial falsario.
Pero la voz del poeta había de regresar. En 1978 se encontró un papiro en Qasr Ibrim (Egipto) con nueve versos de Galo, en lo que seguramente supone el manuscrito más antiguo de la poesía latina y una nueva supervivencia subjetiva y amorosa de la lírica: tandem fecerunt carmina Musae /quae possim domina deicere digna mea. En 1999, la helenista portuguesa Sara María Goas da Conceçao presentó el hallazgo de unas nuevas líneas en un palimpsesto procedente de la biblioteca del seminario de Tui (Pontevedra). Los versos, entreverados de tonos fúnebres (Tantum vacuum... umbra nos absumens...omnia enim cum maerore accidunt) y apologías de la edad de oro cesariana (In ciuitate libertatis dies oritur ... expedita ubi flumina ac fulgida ruunt... glauci in planitiem vix montes innituntur) fueron atribuidos entonces con entusiasmo a Cornelio Galo. La traducción y edición de estos fragmentos fue interrumpida en 2004 por la muerte de la poetisa Sophia de Mello, gran amiga e inspiradora de la erudita portuguesa. A la vista del gran interés de estos textos esperamos que se reanuden los trabajos a la mayor brevedad.
Las múltiples renovaciones de la lírica pueden vencer así cualquier accidente y el grito del poeta -non omnis moriar- se verifica a través de ediciones, traducciones, falsificaciones o milagrosos hallazgos de manuscritos o papiros. La lírica perdurará. Vencer la caducidad de cualquier soporte –la carne, el pergamino, el papiro o la piedra– es también desafío a la muerte.
DAVID HERNÁNDEZ DE LA FUENTE
“No moriré del todo.” Esta del poeta lírico es una voz perdurable, hecha para vencer las cadenas de la carne y de la muerte. Tanto es así que, en determinadas ocasiones, nos llama audazmente desde el otro lado. El poeta, una vez culminada su obra, modula la voz de la subjetividad lírica con una potencia sobrenatural que la convierte en un llamado imperecedero.
En el mundo griego, aunque ya el buen Homero nos recuerda que es el “duro destino” del poeta “que en adelante seamos cantados por los hombres” (Il. VI, 357-359), es también la lírica la que consagra este continuo canto de memento. La ciudad, los gobernantes y los héroes del momento que honra Píndaro con sus odas acabarán por perecer. Tal vez su lengua se convierta en una reliquia de anticuario que será enseñada y aprendida por cada vez menos hombres en el transcurso de las generaciones. Pero, a través del poder de la literatura, su voz inmortal sobrevivirá. En el Himno a Zeus de Píndaro, la poesía es necesidad cósmica y puede trascender la otra dura necesidad, la del morir. Otro tanto ocurre con Teognis (245 y ss.), que consuela a Cirno diciéndole: “ni muerto perderás la fama, sino que serás cantado por los hombres siempre con nombre inmortal...” Y Simónides le dice a Anacreonte que “no abandonará la melodía dulce como miel, y ni / en el Hades dará reposo, una vez muerto, a la lira” (AP VII, 25).
Se puede decir con el viejo Ennio uolito uiuos per ora uirum (Varia 17-18 Vahlen, citado por Cicerón, Tusc., I, 3i) para evitar las lágrimas de un funeral terreno. La voz va de boca en boca entre los hombres y no se extingue jamás. Así, la lírica encarna la suprema ficción de una eventual victoria sobre la muerte, con la pervivencia del autor y sus letras, más sólidas que cualquier soporte, la dura piedra, el bronce o el acero: exegi monumentum aere perennius. Horacio (Odas III 30) canta casi from beyond y proclama orgulloso: “He levantado un monumento más duradero que el bronce y más alto que la regia permanencia de las pirámides, al que ni la devoradora lluvia, ni el furioso Aquilón podrán jamás destruir, ni tan siquiera la innumerable sucesión de los años y el paso del tiempo”.
El mismo grito oracular que Horacio inmortalizó es retomado por Ovidio al dar término a su magnum opus, las Metamorfosis: “viviré.” Perque omnia saecula fama, / si quid habent veri vatum praesagia, vivam (Met. XV 878-79). El exiliado en el Ponto conjuga ambos verbos de supervivencia poética, el de Horacio y el de Ennio, cuando afirma en Tristia III, 7. 50-52: me tamen extincto fama superstes erit, dumque suis uictrix omnem de montibus orbem / prospiciet domitum Martia Roma, legar. La inmortalidad que conlleva la poesía ha de extenderse, para Propercio, incluso a la feliz mujer a quien canta el poeta: Fortunata, meo si qua est celebrata libello! / carmina erunt formae tot monumenta tuae (1:11, II, 17)
Pero hay, en el caso de la lírica, otra manera de realizar ese retorno desde más allá del olvido, un tanto más material pero no por ello menos poética. Tal vez sea este el género literario más renovado en las letras clásica mediante ocasionales hallazgos que sorprenden a los eruditos y a los lectores. Entonces la voz non omnis moriar parece surgir con más fuerza que nunca de las arenas del desierto o de los polvorientos anaqueles para recordarnos la inmortalidad de la lírica. Acaso en cumplimiento profético de los versos mencionados, conviene estar siempre atentos a disciplinas auxiliares de la filología clásica como la papirología, que históricamente han aportado novedades literarias de enorme interés. Fueron muy notable, por ejemplo, los nuevos fragmentos de Alcmán y Estesícoro que recogió D.L. Page en su edición de 1962 (Poetae Melici Graeci, Oxford, Claredon Press) o los textos de nuevos papiros como el de Colonia 7511 (cf. Melero y Suárez de la Torre, Cuadernos de Filología Clásica 12 [1977] 167-199). En 1992 se encontraron nuevos fragmentos papiráceos de las elegías de Simónides, entre ellos partes de un largo poema sobre la batalla de Platea (479 a.C.) que destaca las hazañas de los espartanos, junto a otros fragmentos simposíacos y eróticos (cf. D.Boedeker y D.Sider [eds.], The New Simonides: Contexts of Praise and Desire, New York & Oxford: OUP-USA, 2001). Pero quizá el hallazgo más importante de los últimos tiempos sea el nuevo poema de Safo sobre la vejez. Mucho se ha escrito ya sobre este nuevo fragmento de la poetisa de Lesbos, cuyo texto fue publicado por M. Gronewald y R. W. Daniel en Zeitschrift für Papyrologie und Epigraphik ("Ein neuer Sappho-Papyrus", ZPE 147 [2004], 1-8 y "Nachtrag zum neuen Sappho-Papyrus", ZPE 149 [2004], 1-4) y traducido y comentado magistralmente por M.L. West, (ZPE 151 [2005], 1-9). El texto fue difundido también entre el gran público gracias a la noticia publicada en el Times Literary Supplement el 24 de junio de 2005. Contamos con una excelente versión castellana por C. García Gual en su artículo “El último poema de Safo” (Letras libres, julio 2006).
En lo que a la lírica latina hace, en contraste con la griega, las arenas del desierto han sido menos generosas. Existe en los fragmentos poéticos una mayor estabilidad, como prueban las pocas novedades de la lírica en las más recientes ediciones (Cf. los 262 fragmentos de lírica republicana y del principado de A.S. Hollis, Fragments of Roman Poetry c. 60 BC-AD 20. Oxford: Oxford University Press, 2007). El del poeta y prefecto de Egipto Cornelio Galo (70-26 a.C.) es el único texto que nos fue regalado por la investigación papirológica. La obra de Galo nos había sido negada hasta hace poco tras una azarosa historia de pérdidas y falsificaciones. En 1501 el filólogo napolitano Pomponio Gaurico, por entonces un joven de diecinueve años, dio a las prensas en Venecia seis elegías bajo el nombre de Cornelio Galo. En realidad se trataba de obras del siglo VI, de las que había suprimido con intención románticamente falsaria el dístico con la adscripción del poema y una referencia a Boecio, para hacerlas pasar por elegías de un poeta del siglo I a.C. (el autor era en realidad Maximiano “un poeta oscuro, insignificante, blando, que en muchos lugares ofende las reglas de la cantidad silábica y que abunda en barbarismos”, según L. Crusius, Lives of the Roman Poets, Londres 1753, página 276). Otros cuatro fragmentos atribuidos a Galo por Aldo Manuzio en 1590 (presentes en la Anthologia Latina de Riese, en 1869) suelen considerarse también falsificaciones desde la investigación filológica que Escalígero les dedicó, “aunque están escritos con más gusto que los anteriores”, como dice Crusius refiriéndose a los versos de Maximiano. Aun no sabemos quién fue este genial falsario.
Pero la voz del poeta había de regresar. En 1978 se encontró un papiro en Qasr Ibrim (Egipto) con nueve versos de Galo, en lo que seguramente supone el manuscrito más antiguo de la poesía latina y una nueva supervivencia subjetiva y amorosa de la lírica: tandem fecerunt carmina Musae /quae possim domina deicere digna mea. En 1999, la helenista portuguesa Sara María Goas da Conceçao presentó el hallazgo de unas nuevas líneas en un palimpsesto procedente de la biblioteca del seminario de Tui (Pontevedra). Los versos, entreverados de tonos fúnebres (Tantum vacuum... umbra nos absumens...omnia enim cum maerore accidunt) y apologías de la edad de oro cesariana (In ciuitate libertatis dies oritur ... expedita ubi flumina ac fulgida ruunt... glauci in planitiem vix montes innituntur) fueron atribuidos entonces con entusiasmo a Cornelio Galo. La traducción y edición de estos fragmentos fue interrumpida en 2004 por la muerte de la poetisa Sophia de Mello, gran amiga e inspiradora de la erudita portuguesa. A la vista del gran interés de estos textos esperamos que se reanuden los trabajos a la mayor brevedad.
Las múltiples renovaciones de la lírica pueden vencer así cualquier accidente y el grito del poeta -non omnis moriar- se verifica a través de ediciones, traducciones, falsificaciones o milagrosos hallazgos de manuscritos o papiros. La lírica perdurará. Vencer la caducidad de cualquier soporte –la carne, el pergamino, el papiro o la piedra– es también desafío a la muerte.
DAVID HERNÁNDEZ DE LA FUENTE
Domingo, 3 de Enero 2010
Redactado por Antonio Guzmán el Domingo, 3 de Enero 2010 a las 11:40
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