CONO SUR: J. R. Elizondo

Bitácora

4votos

Para muchos observadores la transición de Chile a la democracia fue un modelo. Su performance económica fue vista como el camino seguro hacia ese desarrollo pleno, tantas veces prometido. Lamentablemente, las voces de advertencia respecto a que la democracia no era un sistema autosustentable fueron desoídas. El resultado es el enjambre de crisis en que estamos viviendo los chilenos y sobre eso trata este artículo



Publicado en El Libero, 26.7.2021
 
Es importantísimo que los primeros discursos que
un niño oiga  sean a propósito para conducir a la virtud.
Platón

 
PRÓLOGO PARA UNA LECTURA

Un mediodía de agosto de 2002, Julio César Rodríguez y Mirko Macari, entonces jóvenes periodistas, fueron a mi oficina de la Facultad de Derecho para engancharme como columnista de La Nación Domingo. Era un proyecto en desarrollo, que pretendía chasconear el vetusto diario oficialista y me querían como experto internacional. Sin embargo, un reciente libro mío –“Chile, un caso de subdesarrollo exitoso”-, les había ampliado la propuesta, pues era sobre política interna y -cito a Mirko- “escrito de la manera más políticamente incorrecta posible, para explicar por qué no podemos despegar del Tercer Mundo”. Ambos lo decodificaron como una ratificación por reversa del pronóstico de Aníbal Pinto, según el cual Chile era “un caso de desarrollo frustrado”. Recuerdo el episodio pues, veinte años después leo “Chile: los dilemas de una crisis”, libro de Luis Riveros Cornejo, ex rector de mi Universidad de Chile y ex Gran Maestro de la Masonería. Bajo capa de recopilación contiene, no ya otro pronóstico, sino un balance apabullante de aquello que no atinamos a evitar en los diez últimos años. Es un seguimiento, con datos duros, de lo que antes temíamos y ahora estamos sufriendo.

AMARGA VITA

¡Que te toque vivir tiempos interesantes!
Así reza una maldición -dicen que china-, complementaria del lamento del Galileo Galilei imaginado por Bertolt Brecht: “Ay del país que necesita héroes”
Hoy los chilenos vivimos tiempos más que interesantes y ni siquiera hay que explicarlo, pues sus síntomas están a flor la piel. Quizás la situación más gráfica sea la de quienes antes soñaban con la casa y el auto propios y ahora sufren la pesadilla del portonazo.
Por añadidura, la pregunta recurrente es: ¿dónde está el Estado en forma y de derecho del que antes nos ufanábamos? La mala noticia es que se trata de una pregunta retórica. Todos sabemos que no está. Y, peor aún, los héroes no asoman.
En este contexto, el libro de Luis Riveros es un condensado cronológico de esa peripecia amarga. Sus casi doscientas páginas contienen columnas, conferencias y ensayos de la última década, que fueron mostrando el tránsito desde los diagnósticos precoces hasta el enjambre de crisis en que estamos. Con su talante de humanista laico, independiente y universitario, el autor había alertado sobre cada uno de nuestros déficit. Incluso había planteado la necesidad de una refundación democrática de la República.
Para muestra, selecciono y refraseo diez de sus advertencias fundadas:
  • Los déficit de la educación nacional están en el límite, en todos sus niveles
  • Los partidos políticos sobreviven en estado de repudio
  • El gobierno no está gobernando
  • La democracia está enferma
  • La república está moribunda
  • Los estallidos se encadenan
  • Hay una nueva guerra de Arauco
  • Hace falta un “gobierno de unidad nacional”
  • El rol salvífico de una nueva Constitución es ilusorio
  • Surge el peligro de un poder dual destituyente
Leídas aisladamente, en su momento de emisión, los dirigentes políticos del sistema las decodificaron como el alarmismo sin causa de Pedrito y el lobo. Pero, leídas hoy, en bloque, demuestran que no supieron leer la realidad y que los políticos antisistema las leyeron con su sesgo.
La explicación más plausible es que los primeros no tuvieron intelectuales militantes que se las explicaran y los segundos recurrieron a la tesis histórica de sus “intelectuales orgánicos”. Esa según la cual “tanto peor (para el sistema), tanto mejor (para nosotros)”

EL OPIO DE LOS POLÍTICOS

Aunque no sea consuelo de inteligentes, este mundo de Mad Max, con pandemia incluida, es el mal de muchos. Afecta a demasiados países con estructura democrática y parece vincularse con esa mala lectura del fin de la guerra fría que hizo Francis Fukuyama. Con la coartada del “fin de la Historia” políticos de mando largo pero seso corto, creyeron que con el socialismo real fuera de juego podían pasar del estado de alistamiento al estado de disfrute del poder.
Para esos políticos ya no era necesario cortarse las venas para defender la democracia, mejorar la enseñanza para proyectarla y ejercer la austeridad para representarla. A nivel de la superpotencia hemisférica, ello explica por qué un político intelectual e incluido, como Barack Obama, fue reemplazado por un golpista bárbaro y excluyente como Donald Trump.
En Chile, el bioequivalente político empezó como una querella -más bien básica- entre los autocomplacientes y autoflagelantes de la Concertación y está culminando con una cascada de efectos interrelacionados. Entre ellos, el ocaso de los líderes / la intolerancia del poder sin ideas / la hegemonía de los operadores sin doctrina / los juegos de tronos supeditando los proyectos-país / el imperio del clientelismo raso / la postergación de los jóvenes militantes bien dotados / el olvido de la excelencia en la administración del Estado / el empoderamiento de los “revoltosos” / el desborde del Estado y … el temible fantasma del vacío de poder.
Por eso, la opinión pública sobre los políticos es la que consigna este libro de Riveros y ratifican todas las encuestas: dejaron de ser representativos de sectores sociales distinguibles y mutaron en una clase en sí, con intereses comunes de sobrevivencia. Esto, con el agravante del altísimo costo para el erario de sus cada vez más discutibles servicios. Nada que ver con el concepto histórico de la “dieta” austera.
Todo lo cual explica que, con una manada de lobos a la vista, nuestros políticos fingieran ignorarla, trataran de minimizarla o terminaran endosándola al alarmismo de los intelectuales. Se autoaplicaron, así, un viejo aforismo sobre el poder: “Si alguien te dice la verdad, regálale un caballo para que pueda huir”.

MIS SIETE CONCLUSIONES
 
1.- Este libro demuestra que el clivaje derechas-izquierdas hace rato dejó de ser lo que era. Está siendo desplazado por el de quienes siguen valorando la democracia representativa, con distintas propuestas de reforma y quienes creen que se trata de un sistema obsoleto, con distintas propuestas de revolución.
2.- Desde esa mirada, es la historia de cómo, ante la falta de adversario o enemigo estratégico global, los dirigentes de partidos políticos sistémicos se volcaron a la administración de lo vigente. Por imprevista añadidura, la caducidad de las ideologías totales se fundió con la deserción militante de sus intelectuales solventes.
3.- De manera tácita, esto obliga a adjetivar la relación partidos-democracia. Para ese efecto, el lector puede desclasificar el siguiente silogismo: La democracia necesita buenos partidos políticos / Los buenos partidos necesitan intelectuales genuinos / sin buenos intelectuales la representatividad es un rito sin contenido.
4.- Como contracara de lo anterior está la narrativa de un empoderamiento anunciado: el de quienes quieren rehacer nuestra historia, arrinconar la cultura del libre debate, implantar un sistema innominado y terminar con la identidad de Chile como actor nacional unificado 
 5.- En el trance vigente, el humanismo democrático ratifica que la educación nacional no puede delegarse en Google, las redes sociales ni en los periodistas predicadores. Habría que escuchar más a los académicos independientes y recordar que, en mejores tiempos, las universidades eran centros de reflexión y propuesta a la sociedad.
6.- Las advertencias del libro están confirmadas con el doble sinceramiento de los actores antisistémicos de talante violento. Para éstos, “el estallido” del 18-O fue una “revuelta” y esa revuelta es la base de la nueva Constitución en trámite.
7.- Quienes conocen la soledad del escritor chileno de fondo y medio fondo, descubrirán aquí la soledad de los columnistas que tratan de razonar con sus lectores, en los pocos segundos que dura una carrera corta.
 
VOLVIENDO AL PRÓLOGO
 
El “subdesarrollo exitoso” a que aludí en mi libro de 2002 se exteriorizaba en el orgullo pueril de ser los mejores en América Latina, en la autoadmiración por nuestra corrupción pequeña (léase, inferior a la de otros países) y en el pobre papel asignado a escritores y artistas.
 
Hoy está claro que aquello configuraba una relación inversa con la cultura del humanismo, laico o cristiano, base necesaria del desarrollo integral. Si antes era la quinta rueda del coche, con autofinanciamiento obligado, hoy su debilidad explica la fuerza de los otros.
 
Por eso, la cadena de advertencias de Luis Riveros no equivale al frustrante “yo lo dije” de los egoadictos. Es una convocatoria para defender causas que antes parecían evidentes, como el libre debate democrático, la participación informada de los ciudadanos y la solidaridad en la equidad social.
 
Desde esa perspectiva empalma con un sabio aforismo antifatalista, que aprendí en mis andanzas por el Medio Oriente:
 
“Si estamos ante un callejón sin salida / la única salida está en el callejón”.

José Rodríguez Elizondo
Lunes, 26 de Julio 2021



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Bitácora

2votos
CUBA: EL COMANDANTE ESTALLIDO José Rodríguez Elizondo

Tras 60 años de castrismo, lo que fue una revolución se ha convertido en un régimen conservador, administrado por funcionarios y protegido por un ejército ideologizado


Publicado en La República (Perú)    18.7.2021


A fines de abril dije, en esta columna, que el designado presidente cubano, Miguel Díaz-Canel, “tendrá que salir de la utopía congelada, para aterrizar en la realidad quemante”.
Entonces, tres cosas estaban demasiado claras. Una, que sin el carisma de Fidel Castro y con Raúl Castro vigilante -también sin carisma, pero con ejército-, no le quedaba otra que administrar. La segunda, que alentar a los inversionistas extranjeros y a los “cuentapropistas”, sin superar la planificación centralizada, era una opción retórica. La tercera, que conservar sin reformar y sin represión, le sería imposible.
Y así nomás fue.
Tras asumir, Díaz-Canel siguió administrando el legado castrista, con su racionamiento crónico, la explicación del bloqueo norteamericano y el descontento popular sin resonancias. Además, con dos cargas adicionales: las urgencias de la pandemia y la disminución drástica de la subvención venezolana, por crisis en casa propia de Nicolás Maduro.
En ese contexto, la supuesta resignación popular duró dos meses y medio. Interrumpiendo la inercia y parafraseando a Carlos Puebla, el trovador de los años 60, llegó el Comandante Estallido y mandó a parar. Miles de cubanos protestaron contra el gobierno en las calles de la capital y provincias. Gritaban “libertad” y coreaban “Patria y Vida”, un estribillo contestatario. Policías y otros actores estatales reprimieron, castigaron y detuvieron a esa cubanía, tras acatar la orden de combatirla.
Dado que el gobierno cortó internet y tiene el control de la información, la opinión pública recibió versiones bifurcadas. Según el oficialismo no fue una protesta contra el régimen, sino contra el bloqueo norteamericano y la violencia vino de vándalos infiltrados. Según fuentes periodísticas y neutrales -con Human Rights Watch a la cabeza-, la protesta fue la que vimos y, hasta el momento, su represión contabiliza un muerto, sobre 150 detenidos y un general renunciado.
Volvió a manifestarse, así, el triple estándar internacional sobre los derechos humanos. Para los gobernantes democrático-liberales hubo una violación clarísima. Esta vez, izquierdistas notorios los acompañaron. Para los gobernantes y partidos afines al castrismo el violador seguía siendo el imperialismo. Para los jefes de la ONU y la OEA el tema era tan complicado, que mejor miraron para otro lado.
 Sólo faltó el niño del cuento, diciendo que el rey estaba desnudo.
LA RESIGNACIÓN EN LA CALLE 
A inicios de los años 60, Cuba era el país donde la justicia social había empatado con la alegría. La Habana era el meollo del milagro, por su revolución con “pachanga” (jarana), el rol subordinado de los seriotes comunistas, el desparpajo de Ernesto Ché Guevara y la oratoria inflamada de Castro. Un reportero del New York Times definió a éste como “el Robin Hood de América Latina” y casi todos los medios destacaban el atractivo de los barbados revolucionarios, comparados con los grises funcionarios del socialismo real.
A fines de 2016, como turista en un hotel de La Habana, pude contrastar esa visión romántica -que en algún momento compartí- con lo que ahora lucía como un melancólico fin de fiesta.
A esa altura los barbudos se habían afeitado y eran mandos de un ejército profesional. El son no había emigrado, como cantaba Olga Guillot, pero se había reducido a los sitios turísticos. Castro era un ícono retirado, que firmaba columnas ortodoxas en el diario Granma. En vez de posters con temática antimperialista, se veían polos con la sonriente efigie de Barack Obama y túnicas desafiantes, con la bandera estampada de los Estados Unidos. Algunos jóvenes, celular en mano, se sentaban a la entrada de los hoteles, para colgarse de una precaria señal de internet. Compartían esos espacios con las cadenciosas e inquietantes “jineteras”.
Por reflejo periodístico, hice un reporteo con los habaneros a mi alcance. Personal del hotel, vendedores de artesanía, marchantes de arte, guías y taxistas, muchos con título universitario. Mi conclusión fue la que sospechaba: una revolución que dura más de medio siglo, sin abrirse al debate y a la alternancia, deja de ser revolución. Se convierte en la palabra despistante de un régimen conservador.
Mis interlocutores lo asumían sin teorizar. Recorriendo El Vedado y Miramar, un guía me aseguró que ahí no vivían los cubanos ricos: “aquí no tenemos diferencias de clases, hay una sola, todos somos pobres”. ¿Y quienes viven ahí? pregunté. Respuesta: “diplomáticos, altos cargos del gobierno, son casas que abandonaron los que se fueron, cuando llegó Fidel”. 
LA REVOLUCIÓN EN EL MUSEO
Para reencontrar el talante sesentero fui al Museo de la Revolución, donde ratifiqué, literalmente de entrada, la fusión entre el momento épico y la personalidad de Castro. Lo primero que vi, en el lobby, fue un pedestal de mármol coronado por una gorra de bronce, inmortalizando la que usara en un evento equis. 
Las tres plantas del edificio exhibían otros objetos personales del líder. Los calamorros que calzaba en la Sierra Maestra, una toga colorinche que habría usado en 1953, para su alegato “La historia me absolverá”. En paralelo, una exposición de periódicos, fotografías y documentos que destacaban sus hazañas guerrilleras y su liderazgo durante la invasión de Playa Girón y la crisis de los misiles de 1962. Todo trufado con algunas fotos de Guevara y otros históricos. En suma, una muestra más del culto administrativo al jefe. 
Anoté dos detalles sugerentes. Uno, que Haydée Santamaría, célebre combatiente en los años 50, fundadora de la Casa de las Américas, sólo aparecía en fotos grupales. Mi autoexplicación fue que, como terminó suicidándose un 26 de julio, día de la revolución, le reventó la fiesta nacional a Castro. El otro detalle fue un mosaico con los rostros de los guerrilleros cubanos que acompañaron a Guevara en su aventura boliviana. Al pie de cada foto el nombre real, nombre de combate, fecha de nacimiento y muerte… excepto en la última de Daniel Alarcón (a) Benigno. En ésta se informaba que nació en 1940 y, tras puntos suspensivos, se le estigmatizaba como “traidor”. La explicación implícita es que sobrevivió, se hizo disidente, logró exiliarse y acusó a Castro de haber traicionado a Guevara.
El líder máximo ni olvidaba ni perdonaba.
DEL HOMBRE NUEVO AL HOMBRE LIBRE
 Tras el reciente estallido, me pregunto si Guevara hoy podría sostener su utopía (poco inclusiva) del “hombre nuevo”. Ese que vive dispuesto a enfrentar cualquier sacrificio, para “ponerse a la cabeza del pueblo que está a la cabeza de América”. 
No eludo mi pregunta y me respondo que no. No podría. Ese pueblo utopizado hoy está más en la onda de un libro de Milan Kundera, según el cual “la vida está en otra parte”. Así lo reconoció su nieto Canek Sánchez Guevara, en una novela donde define a Cuba como “un disco rayado”. Allí cada día es una repetición del anterior y la fe se confunde con el fanatismo.
La realidad dice que, en lugar de ese hombre nuevo vino el hombre frustrado y lo que está emergiendo es el hombre y la mujer sin adjetivos. Esos que, tras el desplome de las utopías, sólo desean “un lugar en el mundo sin grandes responsabilidades históricas”, como dice un personaje de Leonardo Padura. Es lo que recoge la nueva trova de los disidentes, cuando llama a sustituir la disyuntiva “patria o muerte” por la conjunción “patria y vida”.
Si ese verso se hace oír en el partido y en sus cuarteles, los cubanos podrán convivir con el mínimo común de respeto y elegir con el máximo posible de libertad. En ese proceso caerá, por su solo peso, la política norteamericana del bloqueo, nacida con un déficit de prospectiva, en plena guerra fría y en la infancia de la revolución.

José Rodríguez Elizondo
Lunes, 19 de Julio 2021



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Editado por
José Rodríguez Elizondo
Ardiel Martinez
Escritor, abogado, periodista, diplomático, caricaturista y miembro del Consejo Editorial de Tendencias21, José Rodríguez Elizondo es en la actualidad profesor de Relaciones Internacionales de la Facultad de Derecho de la Universidad de Chile. Su obra escrita consta de 30 títulos, entre narrativa, ensayos, reportajes y memorias. Entre esos títulos están “El día que me mataron”, La pasión de Iñaki, “Historia de dos demandas: Perú y Bolivia contra Chile”, "De Charaña a La Haya” , “El mundo también existe”, "Guerra de las Malvinas, noticia en desarrollo ", "Crisis y renovación de las izquierdas" y "El Papa y sus hermanos judíos". Como Director del Programa de Relaciones Internacionales de su Facultad, dirige la revista Realidad y Perspectivas (RyP). Ha sido distinguido con el Premio Nacional de Humanidades y Ciencias Sociales (2021), el Premio Rey de España de Periodismo (1984), Diploma de Honor de la Municipalidad de Lima (1985), Premio América del Ateneo de Madrid (1990) y Premio Internacional de la Paz del Ayuntamiento de Zaragoza (1991). En 2013 fue elegido miembro de número de la Academia Chilena de Ciencias Sociales, Políticas y Morales.





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