CONO SUR: J. R. Elizondo

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CHILE: NUEVO CICLO POLÍTICO José Rodríguez Elizondo

Gabriel Boric, el juvenil nuevo presidente de Chile, ya anunció quienes lo van a acompañar como ministros. Su diseño de gabinete es interesante y revela que, de inicio, ´primará en el la orientación reformista de izquierda por sobre la del revolucionarismo estudiantil



Está claro que en Chile hasta los buenos políticos envejecieron mal. En lo fundamental, porque actuaron como si fueran una generación dorada y no promovieron la juventud ni la diversidad en cargos estratégicos. Tuvo que llegar el presidente electo Gabriel Boric, de 36 años, para que de veras pudiera   renovarse el personal.
Sus ministros, en cuanto mayoritariamente jóvenes y paritarios, sexualmente diversos, con posgrados y hasta con un experto de excelencia en economía real, comprueban que ya empezó el cambio de ciclo político que anunciara en su primer mensaje.
En lo adjetivo, por su mirada fresca y su lenguaje inclusivo los reconoceremos (ya están sexualizando cada palabra y cada adjetivo  sin cuidado por la estética del idioma). Pero, en lo más importante, se presume que aportarán una mirada nueva para problemas como los de una Convención Constituyente con mayoría para refundarlo todo, un Congreso con mayorías y minorías equilibradas, una delincuencia que desbordó a la policía, demandas étnico-territoriales de autodeterminación, un “principio” de plurinacionalidad que puede socavar el Estado unitario, sistemas de salud y pensiones más justos y una pandemia que no da señales de dimitir.
El resultado dependerá de si esa mirada presunta se fija o no en la centroizquierda, para no hablar de socialdemocracia, que es una categoría más precisa. Fue la orientación que mostró el candidato Boric después de la primera vuelta y que le acreditó su aplastante victoria. No le será fácil, pues tendrá que imponerla a quienes lo apoyaron en nombre del socialismo bolivariano, contra “los cuicos”, “los fachos”, “los neoliberales” y todo tipo de adversarios ideológicos.
Para ayudar a apostar, bueno es recopilar un poco de historia.

Sobre calles,” fachos” y banderas

Esa “calle” entre comillas, que invocaban los actores de primera línea del estallido del 18.10.2019, fue de inicio un concepto democrático. Identificaba la sensibilidad crítica del ciudadano de a pie, ante la burocratización de la clase política y las inequidades de eso que, en otros trabajos he llamado “subdesarrollo exitoso”. 
Debido al estancamiento en la mala onda burocrática, esa connotación cambió. Tener calle llegó a implicar luchar contra la clase política y descalificar a los otros como “fachos”. Un neologismo derivado del fascismo y el nazismo, que se aplica a todos quienes  están entre el centro político y las derechas. Culturalmente, sus aplicantes ignoran -parece obvio-  que el paradigmático fascista Benito Mussolini emergió, en Italia, como un líder socialista y que Adolf  Hitler, inspirado en sus ideas, bautizó a su partido alemán como nacionalsocialista.
Creo que el origen remoto de esa evolución semántica estuvo en los asesores soviéticos de la  República Democrática Alemana (RDA). Para ellos, tras la derrota de Alemania en la segunda guerra, los nazis habían huido o se habían quedado en Alemania occidental, en posiciones de poder. El nazifascismo llegó, entonces, a ser sinónimo de capitalismo desarrollado y se convirtió en arma arrojadiza del estalinismo.
Por cierto, los intelectuales serios de la RDA sabían que eso era un juego burdo y que, consecuentemente, la voz “fascismo” había perdido contacto con su origen. Uno de ellos me contó que, una vez integrados al mundo soviético, los ciudadanos de la calle estealemana habían sacado los parches con la svástica de sus banderas, para izarlas como rojas banderas revolucionarias.

La espontaneidad como método

Rara vez los estallidos sociales son espontáneos. Ya lo explicó Ortega y Gasset cuando definió la opinión pública como “un  estado de contagio”. Shakespeare personalizó esa percepción cuando contó que había “método” en la locura de Hamlet.
Aplicado a la política, significa que la acción, supuestamente espontánea de una masa humana, puede cobijar individuos o grupos con un proyecto, una estrategia y un programa. Es un arte que conocen bien los dirigentes políticos estudiantiles y, por accesión, los políticos adultos que pretenden instrumentalizarlos.
Los ejemplos más nítidos fueron esas “manifestaciones” pre y post 18-O, que demasiados periodistas describían como pacíficas, sólo porque la gran mayoría protestaba contra el presidente Piñera, las AFP, los “superricos” y las desigualdades. Bajaban el perfil, de manera sistemática, a esos “infiltrados”, que destruían saqueaban y vandalizaban y, sobre todo, a la violencia sistemática en la Araucanía.
Reflejo fiel de lo dicho es el sinceramiento semántico del reventón supremo. Lo que durante dos años se consignó como “estallido social”, hoy se reconoce como “estallido de la revuelta”.

Terrorismo sin revolución

En su clásico Técnica del Golpe de Estado, Curzio Malaparte desmonta las diferencias de método entre Trotsky, Stalin y Lenin respecto a la revolución rusa. Sostiene que, mientras los dos últimos postulaban una huelga general revolucionaria, como detonante, Trotsky tenía en la mira los centros tecno-neurálgicos (agua, electricidad, comunicaciones) y los soldados desmoralizados que venían de una guerra perdida. En definitiva, el éxito fue fruto de la complementación entre el golpe técnico, la movilización social y la fuerza de un segmento militar, bajo conducción de una organización política minoritaria, pero cohesionada.
Es posible que quienes destruyeron  la red del metro, ese 18-O, hayan tenido nociones sobre el tema. Pero, a posteriori, quedó claro que, haciendo de su precariedad virtud, iniciaron una acción revolucionaria sin teoría revolucionaria y sin cuadros profesionales. A sabiendas o no, asumieron la lógica del terrorismo: crear un pánico social, a la mayor escala posible, sólo para derribar lo que existe.
Los perros colgados
Cuando hay señales de terrorismo en un país, el primer deber de un gobernante es procesarlas, disponer una estrategia de acción y una estrategia de información. Esto supone, en lo mínimo, una adecuada capacidad de conceptualización política
Por eso, cuando tras el 18.O el presidente Piñera dijo que estábamos “en guerra contra un enemigo implacable”, provocó desconcierto incluso en los militares. Lo dramático de la frase chocaba con el soslayamiento de las numerosas señales previas. Tema que, a su vez, reflejaba la carencia de un buen servicio de inteligencia y la tendencia a ignorar que el terrorismo silenciado tenía un paradigma externo, de relieve mundial, en el vecino Perú.
En efecto, a inicios de los años 80, las acciones de Sendero Luminoso sólo eran noticia fuera de Lima. El presidente Fernando Belaúnde no hablaba de terrorismo pues, según los analistas, le significaba recurrir a los mismos militares que lo habían sacado del poder en 1968. Tuvo que producirse un evento de apariencia exótica, para que el país comenzara a despertar, En diciembre de 1980, en pleno centro de la capital, aparecieron perros colgados con letreros al cuello, en los cuales se leía “Teng Siao Ping”.
Cosa de chiflados, pensaron muchos. Pero de chiflados que así anunciaban la aplicación, al Perú, de una  revolución cultural fundamentalista originada en la República Popular China. En la revista Caretas, donde yo trabajaba, el director Enrique Zileri lo percibió al toque. “Esto es terrorismo”, dijo y dispuso una edición especial sobre el tema, bajo un título alegórico: “La violencia, esa vieja arpía”.
Con todo, el gobierno comenzó a mostrar preocupación específica  sólo un año después, cuando la prensa mundial ya hablaba de una   intensa ola de atentados y Sendero se había convertido en una amenaza estratégica. Según cable de AFP de la época, esa era la amenaza que enfrentaban las todas “las frágiles democracias latinoamericanas”.  El balance final fue pavoroso. El sistema democrático quedaba desestructurado y hubo más bajas humanas que en todas las guerras internacionales del país.

Éxito necesario

En Chile hemos tenido y seguimos teniendo señales disruptivas bastante más claras que la de los perros limeños. Tenemos, además, todos los problemas políticos y sanitarios pendientes ya reseñados. Mirar para el lado no sirve y el “buenismo” ya no vale.
Esto significa que no hay “pelea chica” posible. Lo que hoy está en juego es la viabilidad misma del país. Su seguridad interna y hasta su integridad. Por eso, es aconsejable -entre otros temas estratégicos-, que el líder y sus expertos profundicen en el estado de situación de la política vecinal de Chile, en relación con el desuso de los emblemas nacionales, “la diplomacia de los pueblos” y el “principio de plurinacionalidad”. Para ejemplificar, bueno sería que sus asesores y los de la canciller se enteren de lo que ha sucedido, precisamente en el Perú, con el proyecto plurinacional Runasur impulsado por el expresidente boliviano Evo Morales y denunciado como “separatista” por los más prestigiosos diplomáticos peruanos.
Concluyendo, estamos ante  el deber  patriótico de apoyar a un nuevo gobierno democrático y contribuir a su éxito en la aylwiniana medida de lo posible. Para ello “la calle” de los chilenos debe  recuperar su talante democrático y dejar de plantearse como el antagonista en acecho del gobierno de turno.
En lo contingente, eso dependerá de que el presidente Boric persevere en la orientación socialdemócrata o de centroizquierda, sostenga una mirada realista en el plano interno y adquiera un conocimiento cabal de sus implicancias en la política exterior. 

José Rodríguez Elizondo
Martes, 25 de Enero 2022



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LOS LOBOS DE LA PLURINACIONALIDAD José Rodríguez Elizondo

Declarar que un país es plurinacional y estamparlo en la Constitución Política del Estado, puede traer más de algún problema. De partida, porque en el mundo global que nos rodea los actores que mandan son los actores nacionales unitarios. A eso aludo en esta entrega.


 
Días atrás el senador chileno Francisco Huenchumilla, descendiente de mapuches, planteó por la prensa la necesidad de un diálogo con la Coordinadora Arauco Malleco (CAM).
CAM es una de las diversas organizaciones del pueblo mapuche en demanda de reparaciones históricas. Pero tiene un rol que la distingue: ha declarado la guerra  al “poder colonial” (léase, al Estado vigente) y no de manera figurada. En la llamada Zona Macrosur, sus efectivos utilizan métodos que la doctrina considera terroristas: ataques armados, incendio de casas y vehículos, robo de maderas, bloqueos de caminos, resistencia ante la policía y reivindicación audiovisual de sus acciones.

EUFEMISMO CON CAUSA
Objetivamente, el senador mencionado pertenece a la mayoría mapuche integrada al sistema jurídico-político. Es abogado y destacado militante  democratacristiano. Como tal, antes fue alcalde, diputado, ministro e incluso intendente de la Araucanía. Por lo mismo, está muy al tanto de la incrementada complejidad del conflicto con su pueblo originario y de su correlato actual: el desborde de la fuerza policial, que implica el desborde del Estado nacional.
Desde esas circunstancias, sin duda desgarrantes, no puede ignorar que el único diálogo aceptable, entre un gobierno legítimo y una organización insurgente, tiene dos capítulos principales: cuándo y dónde deponer las armas y cómo implementar la reinserción social de sus miembros. La amnistía para los prisioneros y otros temas  afines,  serían capítulos subordinados.  
Sin embargo, todo indica que el senador usó la palabra “diálogo” para plegarse, de manera táctica, a la orientación de dialogar con todos, CAM incluida, del futuro gobierno de Gabriel Boric. En efecto, lo que plantea es una negociación estratégica, con uno de los distintos centros de poder del pueblo mapuche, para instalar “una  completa política de reparación que, aceptada por ella (la CAM), permitiría terminar con la violencia sin necesidad de recurrir a la acción de fuerza del Estado”.

RENDICIÓN SIN CAUSA
Dicho en corto, el senador patrocina negociar con una organización armada, sobre todas las reivindicaciones históricas del pueblo mapuche, una de las cuales es la autodeterminación. Como ilustración contrafactual, es como si al gobierno español de Felipe González se le hubiera propuesto negociar con ETA el separatismo vasco.
La réplica surgió de inmediato, pero no desde políticos en activo, sino desde  intelectuales, entre los cuales el escritor Sergio Muñoz y el excanciller Ignacio Walker. Argumentaron, en síntesis, que la violencia y el terror, en sus distintas variables, son refractarias a la negociación política y que, en el marco de una democracia, por debilitada que esté, son una amenaza nacional que debe enfrentarse con políticas de Estado.
Dicho de otra manera, una negociación sin fronteras con la CAM sólo podría darse entre un gobierno en trance de rendición y un pueblo mapuche que se asume legítimamente representado por una fracción armada.

UN CASO CONCRETO
En relación con lo planteado está el “principio” de plurinacionalidad, hoy en diversas agendas políticas, entre las cuales la de la Convención Constituyente.
Llama la atención que ese tema se esté  tratando sin complejizarlo, como si fuera de fácil despacho. Sin reparar, por ejemplo, en su funcionalidad directa respecto a las voluntades separatistas organizadas.
Da la impresión de que, por improvisación o lo que sea, se está identificando la plurinacionalidad, que es una realidad demográfica instalada, con la multiculturalidad, que es un derecho humano en distintos niveles de respeto (o de violación).
Tal identificación no sólo es errónea, sino peligrosa. Comienza por la desvalorización de los símbolos nacionales tradicionales y, en su dinámica, puede inducir la autodeterminación, concebida como fragmentación del Estado nacional. Es decir, su desaparición como actor nacional unitario, con los consiguientes e imprevisibles efectos internacionales.
No es una divagación desde la nube académica. Tengo a la vista un caso concreto, producido recientemente en el Perú. Aludo a la reunión convocada en el Cusco, por el expresidente boliviano Evo Morales, para crear una instancia plurinacional, que trascendería a los Estados, con base en los pueblos originarios del Perú, Bolivia y Ecuador. El proyecto Runasur.
Dicho evento fue denunciado como intervencionista por los más avezados expertos peruanos en política exterior. Prestigiosos diplomáticos, encabezados por los excancilleres Allan Wagner, José Antonio García Belaunde y Ricardo Luna, emitieron una dura declaración, acusando a Morales de querer fundar en el Cusco una “América Plurinacional”, a semejanza de la denominación que aplicó en Bolivia. Sus actores serían “pueblos indígenas, obreros, profesores, campesinos y académicos escogidos con la misión de capturar el poder”. Su objetivo geopolítico sería “desmembrar al Perú, otorgando a Bolivia una salida soberana al Pacífico y así conformar una nación aymara como extensión territorial”.
En resumidas cuentas, Runasur era un proyecto con base plurinacional, antagónico con la soberanía e independencia de por lo menos tres países de la subregión andina. Y como si aquello fuera poco, escondía un objetivo estratégico urticante para la gran mayoría de peruanos y chilenos: desconocer la contigüidad territorial restablecida por el tratado de 1929 y su Protocolo Complementario.
Tras la denuncia mencionada, Evo fue declarado persona non grata por la Comisión de Relaciones Exteriores del Congreso y el presidente Pedro Castillo suspendió la reunión programada, no se sabe si con su anuencia.

SEGURIDAD EN DEMOCRACIA
Está claro que no se trata de negar el respeto a la multiculturalidad ni el diálogo acotado con las organizaciones violentistas. La historia de los conflictos internos enseña que no es sensato confiar la seguridad del Estado al negacionismo (léase, censura) ni sólo a esas medidas de fuerza que se identifican como "mano dura".
La verdadera eficiencia, en tan delicada materia, supone que la libertad de opinión se respete y que las medidas de fuerza se dispongan y ejecuten en el marco de una política de Estado. Es decir, en el marco de una política no confrontacional, que contemple desde la coyuntura hasta el largo plazo.
En una democracia, lo dicho implica aceptar que el éxito de una política antiterrorista o antiviolentista beneficia tanto al gobierno como a la oposición. Si la oposición de turno no participa de esta lógica, pasaría a ser parte importante del problema, pues no hay terrorismo exitoso sin una oposición cómplice, irresponsable o suicida.
Es que, en definitiva, el objetivo realista de la libertad con seguridad no es tener siempre al lobo en la mira del fusil, sino instalar políticas que permitan disfrutar de una sociedad sin lobos.

José Rodríguez Elizondo
Sábado, 15 de Enero 2022



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Editado por
José Rodríguez Elizondo
Ardiel Martinez
Escritor, abogado, periodista, diplomático, caricaturista y miembro del Consejo Editorial de Tendencias21, José Rodríguez Elizondo es en la actualidad profesor de Relaciones Internacionales de la Facultad de Derecho de la Universidad de Chile. Su obra escrita consta de 30 títulos, entre narrativa, ensayos, reportajes y memorias. Entre esos títulos están “El día que me mataron”, La pasión de Iñaki, “Historia de dos demandas: Perú y Bolivia contra Chile”, "De Charaña a La Haya” , “El mundo también existe”, "Guerra de las Malvinas, noticia en desarrollo ", "Crisis y renovación de las izquierdas" y "El Papa y sus hermanos judíos". Como Director del Programa de Relaciones Internacionales de su Facultad, dirige la revista Realidad y Perspectivas (RyP). Ha sido distinguido con el Premio Nacional de Humanidades y Ciencias Sociales (2021), el Premio Rey de España de Periodismo (1984), Diploma de Honor de la Municipalidad de Lima (1985), Premio América del Ateneo de Madrid (1990) y Premio Internacional de la Paz del Ayuntamiento de Zaragoza (1991). En 2013 fue elegido miembro de número de la Academia Chilena de Ciencias Sociales, Políticas y Morales.





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