CONO SUR: J. R. Elizondo

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EL GUERRERO QUE NO QUISO LA GUERRA José Rodríguez Elizondo

El general Francisco Morales Bermúdez murió a los 100 años en el Perú y sólo se le ha recordado por un tema, delicado, por cierto. Sin embargo, es posible que los historiadores hagan un balance más equilibrado de su gestión, pues fue un dictador atípico: promovió una transición impecable a la democracia y evitó por dos veces una guerra con Chile, que se habría expandido a gran parte de la región.


Publicado en El Libero 27.7.2022
El centenario exdictador peruano Francisco Morales Bermúdez (FMB) ha muerto y lo primero que se recuerda en los medios es su condena en Italia, como colaborador de la “Operación Cóndor”. Como chileno eso me complica. Prefiero creer en su alegada inocencia o prever que los historiadores destacarán otros temas. Por ejemplo, que su “dictablanda” -así la definía él mismo-, rescató  a los militares de su adicción al ejercicio directo del poder político, que dispuso el retorno de los exiliados por el general Juan Velasco Alvarado, que promovió una Constitución Política de amplio consenso, que inició una transición democrática impecable en un contexto complejísimo y que se retiró sin ningún alto cargo asegurado. En la revista Caretas, donde yo trabajaba, saludamos con respeto su salida del poder.
En lo más personal, añado un recuerdo agradecido: gracias a FMB mantuvimos por dos veces la paz entre chilenos y peruanos. La primera, cuando astutamente archivó un proyecto belicista del general Juan Velasco Alvarado. La otra cuando, pese a la presión de  generales y almirantes argentinos, se negó a coprotagonizar una guerra contra Chile por las islas del Beagle.
En el contexto del segundo caso, la policía peruana ordenó salir del Perú a muchos chilenos (yo, entre ellos). Ahí tuve claro que  había divisiones duras en el gobierno y que un mínimo entusiasmo guerrero de FMB habría colocado a Chile ante la temida hipótesis de un conflicto vecinal en todos los frentes. Pero, notablemente, los analistas globales sólo han mirado hacia el Vaticano, ignorando que la mediación papal se amarró con tres alambritos: la  neutralidad del Perú sostenida por FMB, el temor a que la injerencia de Fidel Castro  expandiera el conflicto a nivel región y el tiempo que esto dio a Jimmy Carter, desde los EE. UU y a Carlos Andrés Pérez, desde Venezuela, tiempo para concertarse y pedir a Juan Pablo II que interviniera.
Por lo dicho, en 2001 me pareció fascinante poder entrevistar a FMB para mi libro Chile Perú: el siglo que vivimos en peligro.
DIÁLOGO SIN EXCLUSIONES
A los 81 años, el hombre se mantenía en excelente estado físico e intelectual y con su vozarrón asordinado, tan fácil de imitar. Como para llegar a su casa sanisidrina debí pasar frente al flamante  monumento a Bernardo O’Higgins, en la avenida Javier Prado, partí con el tema del “prócer común, pero aquí bien olvidado, general”.   
FMB quiso ignorar mi banderilla, pero luego explicó que  ese bajo perfil fue un gaje de la guerra del Pacífico. “Quedó una aversión natural en un país que fue invadido”. Tras decirle que eso fue hace más de un siglo e invocar el paradigma europeo, asumió la necesidad de terminar con los recelos mutuos y ensayar una integración realista: “México está muy conectado a Norteamérica, Centroamérica y el Caribe tienen una característica geopolítica muy particular, lo que tenemos que mirar, ahora, es la integración sudamericana”.  Retruqué diciéndole que el motor de esa integración podían ser nuestros dos países y eso lo llevó a plantear el tema de la confianza mutua. Sus bases, dijo, “no sólo dependen de la diplomacia, los jefes de Estado y los cancilleres (…) creo que incrementar la relación entre las Fuerzas Armadas del Perú y de Chile va a ayudar muchísimo.” Ejemplificando, añadió que durante su gobierno hubo oficiales peruanos en la Escuela de Equitación de Chile y oficiales de Chile en el Instituto Cartográfico Geodésico del Perú.
En esa línea de diálogo tocamos los dos grandes momentos de tensión prebélica, antes mencionados. Por su interés histórico, extracto las partes pertinentes.  

JRE. Un momento fue en 1974-75 y el otro en 1979. En el primero estaba en el gobierno Velasco Alvarado y parece que el riesgo fue grave.
 
FMB. Mucha fábula ha habido sobre eso. Yo se le digo en forma absolutamente garantizada por mi comportamiento político. Y es bueno que mencione los dos momentos. Se lo explico: durante el período del gobierno del general Velasco y en gran parte del mío, se produce lo que llamamos un reequipamiento de las Fuerzas Armadas y una vitalización de la parte sur, en materia de estructura militar. Si nosotros comparamos lo que teníamos en el norte, resulta que el sur estaba desmantelado. Nuestro equilibrio estratégico se había roto. Los gobiernos anteriores poco se habían preocupado de tener una fuerza armada equilibrada, en relación a lo que significaba la región. Se hizo un plan de equipamiento y, por otro lado, entramos a un proceso de ordenamiento metodológico y presupuestal en el Ejército.
 
(Agrega que entonces, como jefe del Estado Mayor, se planteó “por qué razón el Perú sólo hace maniobras en el norte” y por primera vez su Ejército dispuso una maniobra conjunta en el sur, en 1975).
 
JRE. En Chile se temió una invasión
 
FMB. Yo sé. Como hubo movimiento de blindados hasta muy cerca de la frontera, se temió que podía ser una acción militar de invasión. Y eso no ocurrió en ningún momento. Por otro lado, se dijo que había en la época de Velasco –y eso va en contra mía-  un plan de guerra para atacar a Chile y reconquistar el territorio perdido y esa es la falsedad más grande. Nunca hubo un plan de acción militar ofensiva contra Chile.
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¿Usted recuerda a Fujimori cuando dijo que el Perú se había armado para hacer la guerra a Chile el año 75?
 
Un disparate total, pues.
 
¿De dónde sacó eso Fujimori?
 
¿Qué de dónde lo sacó? ...de sus propias mentiras, pues. ¿Usted sabe que ha dicho estos días que yo soy millonario, que tengo diecisiete millones de dólares en el extranjero?... ¡esas son las mentiras de Fujimori!
 
(La mención al expresidente -prófugo a la sazón- lo irrita. Tras una pausa, le pregunto si se alzó contra Velasco porque no quería esa guerra con Chile y FMB lo niega rotundo).
 
¿Cuál fue, entonces, el motivo para desalojarlo?
 
La cosa interna, naturalmente.
 
¿La enfermedad de Velasco?
 
Claro, no había gobierno por la enfermedad. Por prescripción médica iba a palacio dos o tres veces a la semana y cuando iba tenía que retirarse a las cuatro de la tarde.  (El general) Mercado debió intervenir porque tenía la responsabilidad, pero no lo hizo. Yo veía que la conducción económica se venía abajo y la política económica había consistido, prácticamente, en estatizar. Se llegó a un límite de estatización, la economía comenzó a sufrir y vino un problema muy serio, que fue la subida de precio del petróleo. Se produjo un desbalance de la balanza de pagos. Entonces yo tenía dos problemas: el primero, que no había una  conducción política y yo en esos momentos ya era el Primer Ministro y comandante del Ejército. Después de Velasco era yo y entonces me dije, según el estatuto militar, si Velasco está enfermo el que le sigue soy yo, en consecuencia yo soy responsable de esto. Por esa razón, el golpe de Estado fue para enmendar la situación política y económica del país. Esa fue la razón del pronunciamiento de Tacna del 29 de agosto de 1975.
 
(A continuación lo invito a dar el salto hasta 1978 y le cuento sobre la orden de expulsión que afectara a los chilenos. Ante su gesto de sorpresa, esbozo el contexto: la dictadura argentina buscaba una guerra contra la dictadura chilena, se acercaba el año del centenario de la guerra del Pacífico y en sus discursos él hablaba de “una mancha que había que lavar”. Formulo entonces la pregunta impertinente).
 
¿Hubo, realmente, peligro de guerra en 1979?
 
No, absolutamente. Pero, vea usted... el año 79 era de un simbolismo enorme en la vida peruana. Representaba el centenario de una guerra infausta, con pérdida territorial, pasión, etcétera. Y precisamente, el hecho de buscar un reequipamiento para nuestras Fuerzas Armas se debía mucho a que en 1879 el Perú perdió la guerra, en gran parte, por haber estado su Fuerza Armada desarmada, en relación a Chile. En 1979 debía estar equipada debidamente. No para invadir, vuelvo a repetirlo.
 
¿Por qué nos dijeron a los chilenos que nos fuéramos?
 
Yo no dije nada de eso.
 
Usted no, pero yo recibí orden de la policía.
 
Usted sabe cómo son los ejecutantes que van mucho más lejos de las decisiones políticas. Eso es grave, pero ocurre. Y ocurre, precisamente, en los servicios de inteligencia, en las fuerzas de policía, de vigilancia. 
  
NEGACIONISMO CON CAUSA
 
En el curso de la entrevista, lo más cercano a un reconocimiento de beligerancia con Chile fue su confesión de que con Velasco Alvarado hubo discusiones sobre “aspectos fundamentales”, por lo cual el futuro mostraba “una especie de nebulosa muy peligrosa”.
En esa onda reduccionista, nunca contaría lo que conversó con su homólogo argentino general Jorge Rafael Videla, en Lima (marzo de 1977) y en Buenos Aires (junio de 1979). Al parecer, recordaba a  éste como un hombre que tampoco quería la guerra, pero que “tiene problemas en su patria como los tengo yo en el Perú”, según dijo en 1977, en entrevista para El Comercio. Tampoco reconocería un trascendido según el cual rechazó un tratado de alianza contra Chile propuesto por Oscar Montes, el canciller argentino.
El diálogo terminó con intercambio y dedicatoria de libros y me despedí con la sensación de haber entrevistado a un estoico negador de su gran mérito histórico, quizás por sujeción a los códigos de su profesión. Sin decirlo, ambos sabíamos que sus críticos, dentro y fuera del Ejército peruano, le había puesto la chapa de “felón” como sinónimo de “traidor”, por haber desestimado una posible acción bélica victoriosa.
¿Se explica, entonces, por qué su condena en Italia me complicó?
Debo agregar que su alegato de inocencia ante los jueces italianos, con base en la impropia autonomía de los agentes secretos, me hizo recordar cuando él mismo declaró persona non grata a Francisco Bulnes, embajador chileno en el Perú.  En 1979 éste fue acusado  por acciones de espionaje de funcionarios de su oficina limeña, que actuaban por cuenta de la Dina y sólo nominalmente estaban bajo su mando.  
Por todo eso, escribo esto que escribo. Es mi recuerdo para un dictador especial, que supo sostener un futuro de paz entre chilenos y peruanos. Algo que debiera ser lo más valioso de su gestión, pero que hasta hoy sigue inmerso en las sombras del hermetismo militar.
 

José Rodríguez Elizondo
Martes, 26 de Julio 2022



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INDIGENISMO Y PLURINACIONALIDAD José Rodríguez Elizondo

La siguiente entrevista, del periodista peruano Emilio Camacho, fue publicada en el diario La República del 10 de julio. Por motivos de espacio apareció con leves reducciones. Esta es la versión comoleta.


En el plebiscito de octubre de 2020, un 78% de electores chilenos quería una nueva constitución, era aparentemente la salida para la crisis política en la que estaban, y un 79% de votantes quería que esa nueva carta fuera redactada por una convención constitucional, ¿por qué el trabajo de esa convención, el borrador de nueva constitución, no goza hoy de ese mismo respaldo?
 
Tras el estallido del 18-O -calificado primero como “social” y luego “de la revuelta”-, el plebiscito  pareció marcar un gran momento de unidad nacional. Pero, en el corto plazo se mostró como una ilusión. Parte de la mayoría democrática lo vio como una manera in extremis de recuperar la institucionalidad. Esta se venía derrumbando, desde antes, por la incompetencia de los partidos, la falta de sintonía popular del presidente Piñera y la ingobernabilidad consecuente. La parte antisistémica e ideologizada de la oposición, lo vio como la interrupción de un proceso revolucionario a la antigua, con la violencia como partera. Tras polémicas internas, esa minoría decidió plegarse tácticamente a la mayoría que pedía nueva Constitución. Gracias al repudio a los partidos y aprovechando un sistema electoral ad hoc, que privilegió a los independientes, mujeres y pueblos originarios, se convirtió en líder de una mayoría absoluta en la Convención. Inauguró, así, una suerte de vía  constitucional a la revolución, que algunos prefieren llamar “refundación”.
Tomás Mosciatti, el conocido presentador de Radio Bío Bío de Santiago decía que uno de los principales problemas de este borrador de constitución es que no trae paz y que tiene un tinte revanchista, ¿coincide con él?
Mosciatti pertenece a la descontinuada especie de los profetas bíblicos. Fue uno de los pocos analistas que definió al estallido como puntapié inicial de un “proceso revolucionario”. Bien dotado para la prospectiva, supo reconocer lo que estaba sucediendo. Nadie osa contradecirlo… pero todos se hacen los desentendidos. Dicho esto, que el borrador de Constitución sea revanchista y no pueda traer la paz, son calificativos marginales.  Lo sustantivo es que la mayoría de los convencionales no buscó negociar. Arrasó con quienes tenían posiciones moderadas, en un juego de suma cero.
A usted le preocupa el primer artículo de la carta propuesta: “Chile es un estado social y democrático de derecho. Es plurinacional, intercultural, regional y ecológico”, ¿por qué?
Yo no podría estar en desacuerdo con lo social, lo democrático, lo ecológico, la atención a las regiones y el cultivo de  la interculturalidad. He promovido el estudio de esos temas desde que tengo uso de razón política y forman parte de mi labor académica.  Pero, con un mínimo conocimiento de las relaciones internacionales y como ciudadano de un Estado-nación unitario y bicentenario, rechacé la plurinacionalidad desde el inicio por tres razones básicas. Primera, porque me convierte en un chileno residual. Segunda, porque es el eje de temas que afectan o pueden afectar la política exterior, la configuración geopolítica y el estatus geoeconómico de Chile. Tercera, porque  favorece dinámicas separatistas, en el corto o mediano plazo, aunque jurídicamente existan cerrojos en la propia Constitución. Ejemplificando, permitiría que en las autonomías territoriales se impongan políticas propias con impacto externo, que las autoridades de pueblos originarios negocien con homólogos de otros países, y hasta que bloqueen la ejecución de políticas centrales de carácter estratégico. En síntesis, la plurinacionalidad debilita la cohesión del Estado y, sugerentemente, es el único factor del artículo primero que se mantuvo invariable entre distintas versiones o aproximaciones.
¿Nadie más lo advirtió?
Lamentablemente, la preocupación comenzó a cundir a fines de enero, cuando ya el pleno de los convencionales había aprobado el tema y Evo Morales les había enviado un saludo jubiloso. A toro pasado, como dicen en España, hoy se reconoce que la plurinacionalidad es el error más grave  del borrador. Mérito, por cierto, de la habilidad de los convencionales que supieron embolinar la perdiz con buen manejo de la muleta y los banderillazos. Como el tema es complejo, las diferencias semánticas y de contenido entre identidades sociales, pueblos y naciones pasaron coladas. Pocos asumieron que era rarísimo homologar pueblos como el mapuche, que representan un 10.2 % de la población, con comunidades étnicas sin incidencia demográfica. Tampoco llamó la atención que se crearan naciones por una norma jurídica, cuando las que existen son fruto de evoluciones socioculturales de larga o larguísima duración. La propuesta constitucional incluso abre la posibilidad de adicionar a Chile nuevas naciones mediante ley simple.  
¿Ve una inspiración foránea en la idea de un estado plurinacional?
Admito que los chilenos no somos muy creativos en cuanto a pensamiento político. Somos más bien copiones y a veces se nos pasea el alma. De partida, la plurinacionalidad es el nuevo nombre de lo que Lenin describiera, en 1914, como “Estados abigarrados”. Eran aquellos de raigambre imperial, que contenían distintas naciones, las cuales tendían a la autodeterminación y, en definitiva, a configurar Estados independientes.  Lenin favorecía ese proceso, no por razones jurídicas, sino por el interés de la clase obrera en cuanto vanguardia revolucionaria. Y acertó, pues así se formó la Unión Soviética. Luego, tras la implosión de la URSS y la exitosa performance libremercadista de China, esa posición ha sido actualizada por marxista-leninistas “revisionistas”, como dirían los ultraortodoxos. Mediante una aplicación indigenista han sustituido a la clase obrera industrial   por los pueblos originarios, en cuanto fuerza motriz de la revolución social. El caso más conspicuo que conozco es el del boliviano  Álvaro García Linera, asesor ideológico de Evo Morales. Su libro Comunidad, socialismo y estado plurinacional, de 2015, fue editado y presentado en Chile por el mismo autor, cuando era vicepresidente de Bolivia, mientras en La Haya se veía un juicio contra Chile, entablado por el presidente Morales. Una proeza política notable. Agrego que, en el prólogo de ese libro, los editores explican su iniciativa revelando que Bolivia es “uno de los más importantes centros generadores de teoría  y conocimiento político en el mundo”.
¿De qué manera se afectaría la política exterior de Chile?
No sólo de Chile. La plurinacionalidad, según el libro mencionado, tiene bajo el poncho un puñal geopolítico de alcance regional. Sinópticamente, sus tesis postulan a) constituciones nuevas para Estados plurinacionales, b) “un continente plurinacional” como resultado, c) una “guerra social total” como marco, d) un “bloque histórico gramsciano” como política de alianzas, e) una vanguardia indígena como “fuerza motriz” y f) el socialismo como sistema de “tránsito”. Además, se advierte contra quienes creen que las constituciones deben ser una “casa común” de los ciudadanos. Para el autor, “ninguna Constitución fue de consenso”.  Por si eso fuera todavía demasiado abstracto, explica, en un anexo, que el objetivo continental  de la plurinacionalidad exige satisfacer, previamente, un objetivo nacional boliviano: “la resolución del tema marítimo”, mediante la concesión de “un pequeño espacio soberano”. Toda una paradoja.
Usted ha dicho que eso afectaría al tratado chileno-peruano de 1929.
Efectivamente. Y a su protocolo complementario, que garantiza la contigüidad geográfica entre nuestros países. En Chile no hubo señales de que esto se percibiera. En cambio, el tema sí fue percibido  por ldiez diplomáticos peruanos top, encabezados por Allan Wagner, que denunciaron como injerencista el proyecto  RUNASUR de Morales Este quería declarar una “América Latina plurinacional” desde el Cusco, violando todos los protocolos diplomáticos. A juicio de esos expertos, lo que realmente  pretendía el expresidente era instalar un espacio litoral aymara soberano, en el Pacífico, controlado por Bolivia. Obviamente, sería un espacio interpuesto entre Chile y el Perú.
¿Es un proyecto de Evo Morales o de Bolivia?
Ese empeño contradice la posición de los políticos bolivianos pragmáticos y pacifistas, que reconocen la validez de los tratados de límites, la necesidad de compatibilizar su interés nacional con el de los peruanos y la conveniencia de interactuar con Chile desde la relación diplomática plena. Esto lo he conversado con amigos bolivianos ilustres, el primero de los cuales fue Walter Montenegro (Q.E.P.D), autor de una obra señera  en la materia. Por tanto, tengo fundamento para ver el proyecto de Morales como un “recuperacionismo” beligerante, vinculado a una vocación de poder vitalicio, según modelo castro-chavista. Su base jurídica está en el desconocimiento unilateral del tratado de 1904, que instaló en la Constitución plurinacional boliviana de 2009. Su base geopolítica viene de la pretensión de soberanía boliviana sobre Arica, que fuera denegada por el propio Simón Bolívar. Su base social está en el irredentismo  cultivado por quienes explican el subdesarrollo del país por su “enclaustramiento”. Por cierto, esto lo saben bien los internacionalistas peruanos y me remito, en especial, al prolijo tratado de Juan Miguel Bákula, Perú: entre la realidad y la utopía, que tuve el honor de presentar en la Municipalidad de Miraflores, hace veinte años.
 

 ¿Qué va a pasar con el gobierno de Gabriel Boric si los votantes chilenos rechazan el borrador de constitución en septiembre? ¿Se puede sostener Boric con un rechazo a la constituyente?
Yo creo que sí, pues es estudioso y aprende rápido. Dadas su juventud  y la ideologización de quienes lo apoyan, ahora está agotando el método error-rectificación y alguna distancia está tomando del resultado eventual. Todo esto me recuerda  viejas conversaciones con Armando Villanueva y Andrés Townsend, sobre lo que le costaba al joven Alan García buscar el apoyo y la experiencia de los políticos fogueados.
 
El gobierno de Pedro Castillo y la izquierda en el Perú también promueven la instalación de una Asamblea Constituyente. De ser aprobada, ¿cuál debería ser el proceso que debería inspirarnos? ¿La Convención Constitucional de Chile o el proceso peruano de 1979?
La Constituyente de 1979 fue ejemplar por su contexto y resultados. Producida durante la dictadura de Francisco Morales Bermúdez, un general  políticamente muy culto. Elegida de manera democrática, tras superar pretensiones de cupos reservados y vetos sobre contenidos. Presidida por Víctor Raúl Haya de la Torre, un socialdemócrata sabio y avanzado. Con la participación equilibrante de Luis Bedoya Reyes, un líder socialcristiano de alto vuelo… El resultado fue una Constitución consensuada, de centro progresista,  que dio inicio a una limpia transición democrática y a un  buen sistema de pocos partidos. Lástima grande que durara sólo dos períodos.
Como en Chile, el sistema de partidos en el Perú pasa por su peor momento. Usted vivió en Lima, conoce un poco de nuestras figuras políticas, ¿cuándo cree que nuestro sistema de partidos empezó a fallar?
Tendría que aplicar el aforismo de Zavalita a la etapa que me tocó vivir. Con base en mi cariño al Perú, donde tengo parientes y amigos entrañables, me atrevo a responder con una metáfora futbolera: el sistema de partidos peruano estaba todavía en rodaje, cuando Alan dio el pase presidencial a un outsider y éste se llevó la pelota para su casa.
Con la victoria de Petro en Colombia, y las cifras que ponen a Lula como primera opción de voto en las presidenciales de Brasil, se habla de un vuelco al progresismo en la región, ¿es real ese movimiento? ¿Las izquierdas en la región son lo mismo, en propuestas, o lo único que comparten son algunos símbolos?
He escrito muchísimo sobre las izquierdas, porque de allá vengo. Primero fue sobre la crisis de las izquierdas democráticas por injerencia del castrismo guerrillero. Luego vino el auge de las izquierdas renovadas, con el retorno a la democracia en la región. Ahora estamos ante la crisis de esas izquierdas renovadas y la correlativa irrupción de las izquierdas indigenistas. Para oscurecer el panorama, estas últimas ni siquiera han leído a José Carlos Mariátegui. Por eso hoy escribo como extremista de centro y la verdad es que me siento bastante solo.

José Rodríguez Elizondo
Domingo, 10 de Julio 2022



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Editado por
José Rodríguez Elizondo
Ardiel Martinez
Escritor, abogado, periodista, diplomático, caricaturista y miembro del Consejo Editorial de Tendencias21, José Rodríguez Elizondo es en la actualidad profesor de Relaciones Internacionales de la Facultad de Derecho de la Universidad de Chile. Su obra escrita consta de 30 títulos, entre narrativa, ensayos, reportajes y memorias. Entre esos títulos están “El día que me mataron”, La pasión de Iñaki, “Historia de dos demandas: Perú y Bolivia contra Chile”, "De Charaña a La Haya” , “El mundo también existe”, "Guerra de las Malvinas, noticia en desarrollo ", "Crisis y renovación de las izquierdas" y "El Papa y sus hermanos judíos". Como Director del Programa de Relaciones Internacionales de su Facultad, dirige la revista Realidad y Perspectivas (RyP). Ha sido distinguido con el Premio Nacional de Humanidades y Ciencias Sociales (2021), el Premio Rey de España de Periodismo (1984), Diploma de Honor de la Municipalidad de Lima (1985), Premio América del Ateneo de Madrid (1990) y Premio Internacional de la Paz del Ayuntamiento de Zaragoza (1991). En 2013 fue elegido miembro de número de la Academia Chilena de Ciencias Sociales, Políticas y Morales.





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