CRISTIANISMO E HISTORIA: A. Piñero

La religión del antiguo Egipto presenta varios casos de relación entre una divinidad femenina y los cielos, especialmente los nocturnos: Nut, Hathor.
Hoy escribe Eugenio Gómez Segura.


034. La reina de los cielos (3): Egipto
Cama en forma de Mehet-Weret, tumba de Tutankamón. Museo de el Cairo. Tomada de Wikkimedia commons.

La diosa Nut, diosa del cielo, era hija, según la cosmología de Heliópolis, del aire y la humedad, unos ancestros lógicos si pensamos en que por la tarde-noche en muchos lugares se levanta brisa y la humedad aparece tras dejar el sol de mostrarse en el espacio. Esta diosa, cuya descendencia incluye nada menos que a Isis y Neftis, Osiris y Set, se representó de dos maneras, como una mujer y como una vaca. En ambos casos había cierta similitud en la postura que se le atribuía: como mujer, su tronco formaría una bóveda celeste sustentada sobre sus piernas y sus brazos, con la cara vuelta hacia el interior de dicha bóveda. Como vaca, patas delanteras y traseras sostendrían también el cuerp del animal, en muchas ocasiones con su vientre estrellado. Puede apreciarse en la tumba de Seti I, en el Valle de los Reyes.

Esta forma de vaca podría ser una versión de la diosa Mehet-Weret. Esta divinidad sería la responsable del nacimiento de RA, el Sol, cada mañana, pero también lo engullía cada noche. A decir verdad, las imágenes tanto de Nut como de Mehet-Weret muestran a la tierra (el dios Gueb) entre las manos y pies de la mujer o la vaca: el dios alza sus brazos y con la mano izquierda alcanza la boca de Nut / Mehet-Weret y con la derecha toca el pubis de la diosa / vaca, indicando así el recorrido que haría el sol desde que la noche lo engulle hasta que al amanecer la misma noche lo trae de nuevo al mundo.

Esta representación de la noche conlleva las ideas de muerte y renacer (cosa que en griego también se asociaba con el dormir: las epístolas de San Pablo presentan con mucha frecuencia la palabra “durmiente” para “muerto” y la palabra “ser despertado” para resucitar). De hecho, uno de los hallazgos arqueológicos más importantes de la historia, la tumba del faraón Tutankamón, proporcionó un perfecto ejemplo de toda esta simbología: una de las camas allí encontradas tiene la forma de sendas vacas doradas con estrellas azules que sirven como laterales al somier. Las vacas son identificadas con Mehet-Weret.

Por otra parte, estas divinidades aún se combinaron con Hathor, otra diosa en forma de vaca que parece haber tenido un oportuno éxito, éxito que propició su engrandecimiento a costa de Nut y Mehet-Weret. Hathor, diosa en forma de vaca, pero una vaca más brava que Nut, también acabó representada como animal estrellado, con sus cuernos rodeando a Ra y protegiendo a los faraones. Considerada como madre de Horus (la forma divina del faraón), el hijo de Osiris e Isis, Hathor jugó un papel muy importante en la mitología de la condición divina del faraón, pues como hijo de Osiris Horus era entre los vivos lo que su padre entre los muertos, el rey.

No son estas diosas específicamente reinas de los cielos. Pero sí indican la importancia que siempre tuvo la idea de entender el cielo para guiarse en tierra, la profunda reverberación de las ideas de luna, crecimiento de las plantas, orden de los meses, discurrir del tiempo… Un tiempo que, a imagen del ciclo diario solar y del ciclo anual también de astro rey, a los pueblos agricultores les ofrecía la seguridad de un renacer seguro, por tanto, un respaldo por parte de las divinidades de cara a la supervivencia del grupo humano.

No en vano los faraones plagaron sus tumbas de cielos estrellados: pensaban que, al morir, acabarían enlazando su existencia posterior al infinito e inacabable discurrir de las estrellas en el negro cielo nocturno, un espacio por el que RA, el Sol, transitaba desde la muerte del atardecer hasta el renacimiento de la mañana.

Saludos cordiales.
 

Lunes, 2 de Noviembre 2020

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Editado por
Antonio Piñero
Antonio Piñero
Licenciado en Filosofía Pura, Filología Clásica y Filología Bíblica Trilingüe, Doctor en Filología Clásica, Catedrático de Filología Griega, especialidad Lengua y Literatura del cristianismo primitivo, Antonio Piñero es asimismo autor de unos veinticinco libros y ensayos, entre ellos: “Orígenes del cristianismo”, “El Nuevo Testamento. Introducción al estudio de los primeros escritos cristianos”, “Biblia y Helenismos”, “Guía para entender el Nuevo Testamento”, “Cristianismos derrotados”, “Jesús y las mujeres”. Es también editor de textos antiguos: Apócrifos del Antiguo Testamento, Biblioteca copto gnóstica de Nag Hammadi y Apócrifos del Nuevo Testamento.





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