CRISTIANISMO E HISTORIA: A. Piñero
El otro legado de Jesús. Una lectura en clave oriental de la Carta de Santiago (1021) (18-10-2018)
Escribe Antonio Piñero
 
 
El título de esta postal es también el de un libro. Su autor es Joaquín Riera Ginestar, licenciado en Geografía e Historia y Profesor de Enseñanza secundaria en la especialidad de ciencias sociales. Ya he comentado un par de obras suyas sobre el Evangelio de Tomás copto en el que intenta llegar a un estrato profundo de la enseñanza original de Jesús a través de un análisis del texto copto de este evangelio apócrifo muy importante.
 
 
La ficha completa del libro: Editorial Almuzara, 203 pp. 14x24 cms. ISBN: 978-84-17418-90-8. El libro presenta en primer lugar un esbozo biográfico de Santiago, el hermano del Señor, según Gal 1,19 (citado luego en también, pero sin el apelativo, en Gal 2,9.11 y Hch 15,13ss. Trata también el autor brevemente las relaciones de los dos judeocristianismos principales de los primeros momentos de lo que luego sería el cristianismo: el de la comunidad de Jerusalén y el formado por los grupos paulinos; dibuja también con brevedad los rasgos principales del Jesús histórico en contraste con la teología el Cristo celestial paulino; echa una breve ojeada a la historia para constatar la derrota física de los judíos ante Roma (Gran Revolución del 66-73 d. C.) y cómo eso llevó la desaparición física de muchos judeocristianos y el consiguiente triunfo del paulinismo, aunque solo fuera porque el campo había quedado libre.
 
 
Dentro de  este ámbito preparatorio, antes de introducirse en la lectura en clave oriental de la Carta de Santiago del Nuevo Testamento, hay también una importante tarea por parte del autor para desbrozar el camino hacia tal lectura, muy enriquecedora desde su punto de vista. Así estudia la Carta de Santiago en sí, su género literario (Carta, o más bien un tratado sapiencial de moral), la cuestión de si pudo ser realmente un texto redactado por el hermano de Jesús y –si así fuere– si es el documento más antiguo del cristianismo.
 
 
Luego procede Riera Ginestar a introducir al lector en las posibilidades de un contacto cultural del Israel de la primera parte del siglo I con la espiritualidad oriental que procede de tierras al pie del Himalaya. La respuesta del autor es clara: “Jesús (y por tanto las enseñanzas que recoge su hermano) no estuvo en el Himalaya físicamente…; pero cultural y espiritualmente, sí” (pp. 81-92). Su conclusión es la siguiente: está comprobada “la secular influencia cultural sobre la zona geográfica de Israel de los pueblos, religiones y filosofías asiáticas, un influjo especialmente notable en Galilea, patria de Jesús y de Santiago. Por ello no es difícil imaginarse a un rabino galileo, constructor de oficio, adquiriendo nociones de filosofía oriental a través sobre todo de los libros sapienciales hebreos  (Eclesiástico/Sirácida, Tobías, Eclesiastés/Qohelet; Sabiduría, Proverbios, Job, etc.), pero también del trato con sus clientes gentiles de origen asiático, y trasladando la esencia de esas enseñanzas universales a su predicación del reino de Dios. Unas enseñanzas reformuladas y recogidas de manera sintética, tras la muerte de Jesús, por su hermano Santiago, líder de la iglesia nazarena de Jerusalén hasta el año 62 d. C., en un documento judeocristiano de raigambre sapiencial oriental, la Carta de Santiago” (p. 92).
 
El libro procede luego a esbozar sintéticamente las características básicas de las filosofías y religiones orientales, y a señalar los ecos de ellas en la Carta de Santiago, que el autor resume en tres ideas: A. “Fe en algo trascendente y superior”; B. Fe en una realidad o sustancia espiritual aparentemente individual, que procede lo siempre permanente, que está presente en el ser humano y que de algún modo pervive más allá de la muerte; y C. Voluntad de unión (re-unión o re-integración) de la sustancia espiritual aparentemente individual o personal con  la sustancia espiritual superior.
 
 
El libro continúa con la versión en clave oriental de la Carta de Santiago dividida en sesenta y seis máximas (en número romanos), con la referencia exacta a la Carta original, en números arábigos. Finalmente, el autor ofrece una versión “del texto original de la Carta de Santiago, fruto de un laborioso cotejo de las diversas traducciones del griego disponibles en castellano e inglés” (p. 121),  a lo que añade dos apéndices: I. Paralelos entre la Carta de Santiago y la tradición sinóptica, la Fuente Q. En las “Notas” hay mucha discusión histórica sobre temas interesantes de interpretación del Jesús histórico, del pensamiento judeocristiano o paulino y sobre temas de ulterior conexión entre el pensamiento de la Carta de Santiago y la filosofía oriental.
 
Y ahora mi juicio sobre este trabajo. En primer lugar reconozco el esfuerzo loable por entender la Carta de Santiago, un documento muy relegado en los estudios sobre el Nuevo Testamento (sobre todo en ámbito protestante vulgar; por ejemplo, Marín Lutero la habría eliminado con gusto del canon del Nuevo Testamento, por su aparente insistencia en las obras en detrimento de la pura fe como “instrumento” único de la salvación) y hacer de ella un tratado ético con validez universal y de plena utilidad en el siglo XXI. No tengo nada que objetar, pues la inmensa mayoría de los preceptos morales y éticos del judeocristianismo pueden ser reducidos a una moral universal con la que construir una ética también universal, valedera para regular las acciones humanas.
 
 
Segundo: considero que las posibles relaciones e influjos de las religiones del norte de la India sobre el Israel del siglo Is son meramente posibilidades, que no se pueden negar, pero tampoco probar, de modo que la lectura en clave oriental de la Carta de Santiago me parece un buen ejercicio de ética universal, pero que no es posible probar en absoluto la influencia, tanto como para montar una tesis. Es totalmente cierto (y hay publicaciones, y muchas, que señalan las concomitancias de las doctrinas de Buda y las de Jesús; incluso hay alguna con el título “El evangelio de Buda”; concomitancias, que si no recuerdo mal fueron opuestas de relieve hace muchos decenios por J. Smit-Sibinga, erudito holandés, que leí en su momento) de la relaciones profundas entre éticas.
 
 
Pero esas concomitancias se deben a una reflexión sobre las circunstancias sociales del ser humano que se dan por igual en ámbitos histórico-geográficos alejados, porque son producto del cerebro de personas inteligentes sapiens-sapiens, que tienen un “software cerebral” básicamente idéntico. Los parecidos entre las religiones son obvios –además– porque las posibilidades de expresión de la relación ser humano-divinidad son muy limitadas. Siempre he puesto el ejemplo de que el erudito formalista ruso Vladimir Propp descubrió treinta y una posibilidades combinatorias en la estructura del cuento popular (por ejemplo, el bueno/ el malvado/ el joven y la joven enamorados/ las diversas adversidades / los viajes y sus efectos, etc.) pero opino que las posibilidades combinatorias para expresar las relaciones ser humano /divinidad superior son mucho más limitadas (en vez de treinta y uno  no creo que lleguen ni a diez). Por tanto no es extraño que se repitan los esquemas religiosos y morales en las diversas religiones sin necesidad de contacto e influencia laguna. Son mera posibilidades de nuestro software mental.
 
 
Creo muy implausible –conociendo por Flavio Josefo, la apocalíptica judía en general, los escritos apócrifos del Antiguo Testamento, en fin, todo lo que se llama “Literatura judía de la época de Segundo Templo”, incluida la inmensa riqueza de los textos de Qumrán… puramente judíos, judíos “a rabiar”– una aceptación consciente de modelos orientales de pensamiento religioso por los fanáticos religiosos judíos, inmersos en el ambiente religioso de la Biblia hebrea y sus derivaciones en su tiempo, entre los cuales tenemos que contar a Santiago y desde luego a Jesús de Nazaret. Las concomitancias, señaladas al margen de una edición el texto griego del Nuevo Testamento, como la N-A28 (ojo que no son ideológicas, sino sobre todo lingüísticas; si fueran ideológicas los paralelos al margen sería mucho mayores), bastan y sobra para explicar el pensamiento de Jesús y de la Carta de Santiago, sin recurrir a paralelos orientales.
 
 
Además, no creo probado en absoluto que la Carta de Santiago sea el primer escrito del Nuevo Testamento. Tendría que ser anterior a 1 Tesalonicenses, que ciertamente es del año 51 d. C. Y eso es imposible por varias razones: A. porque Santiago no habría escrito en griego, jamás, sino en arameo. Y la Carta de Santiago no es griego de traducción, sino compuesta en griego. B. Porque en esos momentos no se conocía ninguna carta paulina, no se habían difundido, ni nada de nada. Entonces es imposible explicar la contienda “fe-obras” (aclárese como se aclare) en la Carta de Santiago como procedente de un escrito anterior a 1 Tesalonicenses. El texto de Santiago es el siguiente (2,18-24):
 
 
“18 Ahora va uno y dice igualmente: «Tú tienes fe, y yo tengo obras; muéstrame esta fe tuya sin obras, y yo te mostraré la fe que se prueba a partir de mis obras». 19 Mira: ¿crees que hay un solo Dios? Haces bien, también los demonios lo creen y tiemblan. 20 Pues ahora, ¿quieres saber, necio que eres, que la fe sin obras es inútil? 21 Nuestro padre Abrahán, ¿no fue justificado con las obras cuando llevó a su hijo Isaac al altar del sacrificio? 22 Ahí puedes comprobar cómo la fe cooperaba con sus obras y cómo esta fe alcanzaba la perfección gracias a las obras. 23 Así se cumplió la Escritura, que dice: «Creyó Abrahán a Dios y le fue tomado a cuenta de justicia», y fue llamado amigo de Dios. 24 Ya veis pues que por las obras se justifica el hombre y no sólo por la fe” (Traducción de G. del Cerro, revisada por J. Montserrat, para la edición del Nuevo Testamento que, espero, saldrá el año que viene).
 
 
A mí me parece evidente que esta polémica no se entiende sin la lectura previa de Gálatas y sobre todo de Romanos 4. Y eso hubo de ocurrir bien entrado el siglo I, cuando se empezaron a expandir las cartas de Pablo entre una Gran Iglesia que era ante todo paulina, ya que de Pedro nada se había conservado.
 
 
Tampoco creo que se pueda hablar de “texto original” de la Carta de Santiago, y publicarlo con este calificativo, aquello que no esté hecho exclusivamente sobre el texto griego (nada de traducciones) y siguiendo las normas de la crítica textual del Nuevo Testamento.
 
 
Por último siempre hay alguna que otra cosilla discutida y discutible sobre el exacto dignificado del pensamiento paulino en sí mismo o bien sobre el Jesús histórico. Pro no voy a entrar aquí porque en líneas generales me parece correcta la intelección del autor en ambos campos y –desde luego– se seguirá discutiendo eternamente sobre ellos.
 
 
¿Suponen estas críticas o disensiones que descalifique yo el libro de Riera Ginestar? De ningún modo. Me parece que es para mucha gente interesante hoy día el tender puentes entre las religiones (y lo está haciendo la moderna teología católica hasta extremos insospechados para algunos, como negra la unicidad de Jesús como mediador entre la divinidad y el ser humano); me parece muy correcto el resaltar el valor universal de preceptos socio-religiosos del judeocristianismo, que siguen luego en el cristianismo a secas y que acabarán por cristalizar en la Declaración universal de los derechos humanos (impensable sin el influjo soterrado del cristianismo durante siglos), y me parece interesante el intento de valorar la figura de Santiago. Por tanto, en estos aspectos se trata de un libro válido.
 
 
Saludos cordiales de Antonio Piñero
http://adaliz-ediciones.com/home/36-el-jesus-que-yo-conozco.html
 
 

Jueves, 18 de Octubre 2018

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Editado por
Antonio Piñero
Antonio Piñero
Licenciado en Filosofía Pura, Filología Clásica y Filología Bíblica Trilingüe, Doctor en Filología Clásica, Catedrático de Filología Griega, especialidad Lengua y Literatura del cristianismo primitivo, Antonio Piñero es asimismo autor de unos veinticinco libros y ensayos, entre ellos: “Orígenes del cristianismo”, “El Nuevo Testamento. Introducción al estudio de los primeros escritos cristianos”, “Biblia y Helenismos”, “Guía para entender el Nuevo Testamento”, “Cristianismos derrotados”, “Jesús y las mujeres”. Es también editor de textos antiguos: Apócrifos del Antiguo Testamento, Biblioteca copto gnóstica de Nag Hammadi y Apócrifos del Nuevo Testamento.





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