CRISTIANISMO E HISTORIA: A. Piñero
Inmortalidad del alma en el Nuevo Testamento I (4-06-2019; 1074)
Escribe Antonio Piñero
 
 
En un Curso de Verano de la Universidad “Juan Carlos I” –donde hay muchísimos buenos profesores y departamentos a pesar de la mala fama que ha caído sobre ella por un solo departamento, su famoso “máster” en tiempos de dos rectores de acción muy poco clara en el manejo de los casos de corrupción– sobre la “Inmortalidad / amortalidad en la filosofía, religión y en la ciencia”, me tocó disertar a mí brevemente sobre el tema que aparece en el título de esta postal. A este propósito les ofrezco brevemente mi intervención, dividida por partes en diversas postales.
 
 
La inmortalidad del alma es una noción de la que el judaísmo carece hasta bien entrado el s. III a.C. Aunque algunos les cueste saberlo casi nada, o nada sabía la religión judía sobre la presunta división del ser humano en alma y cuerpo, la existencia de una vida futura, el juicio de Dios y los premios y castigos según las acciones de la vida de cada uno tras ese examen. Unos pensaban que el hombre completo era aniquilado por la muerte y se disolvía en mero polvo, y otros que el ser humano caía en el sheol, también denominado “hades” como los griegos, y allí –al igual que en la religión homérica– la persona humana vivía un vida de sombra y humo, una especie de casi nula existencia
 
 
Sin embargo, en las creencias judías generales de la época de Jesús unos 250 años más tarde, la inmensa mayoría de los judíos creían vagamente que  todos los seres humanos, judíos o no, que hubieren llevado una vida virtuosa volverían a recuperar sus cuerpos en los últimos días para participar en la paz, prosperidad y justicia del Reino de Dios, concebido no como un reino espiritual e incorpóreo, bien en el interior del ser humano, bien en un mundo futuro absolutamente distinto al actual, sino como el cumplimiento de las mejores esperanzas humanas sobre la tierra. Y ya pensaban muchos que el hombre estaba compuesto de alma y cuerpo, y que habría Juicio y retribución divina en una vida futura según las acciones de la vida presente.
 
 
Puede decirse que estos cambios se debieron no a un impulso interno de la religión judía, sino a influencias exteriores. Sin duda, influencias del pensamiento griego, el cual se expandió por el Mediterráneo oriental y por el Medio Oriente próximo tras las campañas de Alejandro Magno y el consecuente gobierno de amplias zonas geográficas por generales griegos, sucesores de este. La popularización de las ideas filosóficas más elementales que afectaban a la religión y la religiosidad –sobre todo las del platonismo y del estoicismo—fue hecha por cientos de filósofos ambulantes que las expandieron en formas de máximas en sus charlas y coloquios. En concreto, la cultura griega casi general había incorporado a su acervo la noción de la inmortalidad del alma.
    
 
Entre los temas de la religión judía que cambian profundamente por influencia del helenismo, según Bousset-Greßman (“Die Religion des Judentums im späthellenistischen Zeitalter“ = La religión del judaísmo en el helenismo tardío, de 1903 con varias ediciones posteriores. Que yo sepa no está traducido al castellano) los más importantes afectaron a la trascendentalización y alejamiento de Dios, a la eliminación de antropomorfismos, y a la universalización del concepto de Dios.
 
 
También se vieron afectadas la concepción del ser humano, que empezó a considerarse no como una unidad sino como una dualidad compuesta de alma y cuerpo. Este cambio llevó implícito la incorporación al conjunto de la religión judía las nociones de la inmortalidad del alma, del Juicio divino, y en algunos casos de la resurrección de los cuerpos.alejamiento de Dios, a la eliminación de antropomorfismos, y a la universalización del concepto de Dios. También se vieron afectadas la concepción del ser humano, que empezó a considerarse no como una unidad sino como una dualidad compuesta de alma y cuerpo. Este cambio llevó implícito la incorporación al conjunto de la religión judía las nociones de la inmortalidad del alma, del Juicio divino, y en algunos casos de la resurrección de los cuerpos.
 
 
Dentro de las nociones acerca del fin del mundo, o escatología, debe destacarse en el judaísmo del siglo I de nuestra era la inmortalidad del alma, que en ese momento era ya una creencia casi general judía, aunque griega en su base. De ella debe distinguirse con todo cuidado la noción de la resurrección de los cuerpos. Esta no implica por sí misma la idea de la inmortalidad del alma. Por ello no es curioso que --de acuerdo con el anhelo por la llegada del reino de Dios y el deseo de entrar en él-- se popularizara primero el concepto de resurrección de los muertos antes que la idea de la inmortalidad del alma. Luego se unieron las dos ideas.
 
 
La resurrección de los cuerpos como creencia popular judía está bien representada en el Nuevo Testamento, tanto la resurrección de los justos como de los injustos (Jn 5,29; Hechos 24,15). A veces, sin embargo, se afirma que la resurrección será solo de los justos (Lc 14,14). En el Apocalipsis de Juan se describe muy claramente la resurrección de solo los justos para participar en el reino del mesías, cuando afirma que los que “habían sido degollados (por la Última Bestia, el Imperio Romano), “por dar testimonio de Jesús y por la palabra de Dios” volverán a la vida (20,4) y reinarán con Cristo en este mundo, en una especie de Jauja feliz, durante mil años. El resto de los malvados que había muerto también no resucitará para tomar parte del reino de Dios en la tierra. Aquí se observa, además, cómo la doctrina de la resurrección de los cuerpos estaba imbuida de un humanismo y un ‘materialismo’ típicamente judíos. Toda la historia humana aspira y se orienta hacia un reino mesiánico de cumplimiento humano al menos durante un cierto tiempo.
 
Seguiremos.
 
 
Saludos cordiales de Antonio Piñero

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Jueves, 4 de Julio 2019

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Antonio Piñero
Antonio Piñero
Licenciado en Filosofía Pura, Filología Clásica y Filología Bíblica Trilingüe, Doctor en Filología Clásica, Catedrático de Filología Griega, especialidad Lengua y Literatura del cristianismo primitivo, Antonio Piñero es asimismo autor de unos veinticinco libros y ensayos, entre ellos: “Orígenes del cristianismo”, “El Nuevo Testamento. Introducción al estudio de los primeros escritos cristianos”, “Biblia y Helenismos”, “Guía para entender el Nuevo Testamento”, “Cristianismos derrotados”, “Jesús y las mujeres”. Es también editor de textos antiguos: Apócrifos del Antiguo Testamento, Biblioteca copto gnóstica de Nag Hammadi y Apócrifos del Nuevo Testamento.





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