CRISTIANISMO E HISTORIA: A. Piñero
“Ni judío ni griego”. Final de la tetralogía “El cristianismo en sus comienzos” (22-4-2019) (1059)
Escribe Antonio Piñero
 
 
Con la publicación de este volumen, que comentaré brevemente y cuyo título aparece arriba, James D. G. Dunn concluye una obra ciclópea que en conjunto tiene nada menos que 4.527 páginas. El primer tomo “Jesús recordado” trata de la figura y misión de Jesús (Secciones 1-19). El segundo (dividido en dos volúmenes: más de 1400 páginas) se ocupó de los inicios de la historia del cristianismo desde Jesús a Pablo, comenzando por Pentecostés / la comunidad primitiva de Jerusalén hasta la descripción de la confluencia de las figuras de Pablo, Pedro y el autor/autores del Evangelio de Juan (secciones 20-30/31-37) a finales del siglo I. Y el tercer tomo (secciones 38-50) comienza con la historia del surgimiento de la Gran Iglesia, y desarrolla un estudio a fondo de las fuentes disponibles para una consideración global del cristianismo en los siglos I y II. La obra concluye con el estudio crítico de la “Escuela johánica” y la descripción provisional de un cristianismo que se encarrila hacia su configuración definitiva en los siglos III y IV bajo la guía, según Dunn, de Pedro (¿?) y Pablo. Los signos de interrogación se refieren a que la tradición apunta a Pedro como columna de la futura Gran Iglesia, pero eso es más una situación ideal que real. En la existencia real del desarrollo del cristianismo, las ideas propias, teológicas, de un galileo rudo y animoso, judeocristiano puro, tuvieron poco que ver.
 
 
La edición de esta tetralogía imponente es de la editorial Verbo Divino. El último volumen se publicó en inglés en 2015, y ha aparecido en castellano ya bien entrado 2018. ISBN de este último volumen es 978-84-9073-338-7. El ISBN de la obra completa, 978-84-8169-917-3. Quiero destacar aquí la tremenda labor del traductor, Serafín Fernández Martínez, quien (supongo) ha debido entregarse casi en exclusiva a la tarea de hacer accesible la obra a los lectores hispanos. La traducción es muy buena en líneas generales y va mejorando, sin duda, con las sucesivas entregas.
 
 
La disposición de la obra completa hace que en el tomo III (volumen IV) el lector se encuentre en gran parte de las páginas con una aparente repetición del estudio de algunas de las obras ya analizadas en el tomo I (vol. I), a saber y en concreto, los Evangelios, que vuelven a ser objeto de estudio…, pero desde otro ángulo diferente,  no con la vista puesta en deducir de ellos la figura del “Jesús recordado” (el inicio de la obra), sino como escritos en sí mismos que hacen que el Jesús recordado se convierta en el “Evangelio de Jesucristo”, que es la base para el desarrollo del cristianismo, basado en la reconfiguración, o reinterpretación de éste en los Sinópticos y en los Evangelios de Juan y de Tomás gnóstico. Son, pues, perspectivas distintas.
 
 
El tomo III, el aparecido en 2018, concluye, pues, el estudio del cristianismo en sus comienzos. Se inicia el volumen con el análisis de “La tradición de Jesús en el siglo II: PP. Apostólicos y Apologetas, y la descripción, breve, de otras corrientes de tradición: estudio breve de los “ágrafa” (es decir, palabras de Jesús, unas posiblemente auténticas; otras, no que no aparecen en los Evangelios canónicos); de los papiros fragmentarios que recogen textos evangélicos en circulación en el siglo II; de los evangelios judeocristianos (“Hebreos”, “Nazarenos”, Ebionitas”), y sobre todo, de la tradición gnóstica sobre Jesús de los siglos II y III (“Diálogo del Salvador”; “Apócrifo de Santiago”; “Evangelios” de Felipe, de María Magdalena y de la Verdad, más el famoso “Evangelio de Judas” y, el probablemente espurio, “Evangelio secreto de Marcos” (el publicado por Morton Smith hacia 1973), que hemos reseñado varias veces en estas páginas.
 
 
Viene luego –en este mismo último volumen– la exposición de la teología judeocristianismo. En mi opinión la vigencia de esta teología que va contra el núcleo del Nuevo Testamento, la divinización de Jesús, fue más importante en los siglos I y II de lo que cree la normalidad de los cristianos hoy día, ya que supuso un intercambio fluido de creyentes en Jesús como mesías judío, humano, profeta, entre el judaísmo normativo del momento y la Gran Iglesia, paulina.
 
Los temas aquí, en esta última parte, son muy interesantes: la enigmática figura de Santiago; ¿qué ocurrió con la iglesia de Jerusalén? ¿Cómo fue el Santiago gnóstico? ¿Hubo muchos escritos cristianos del siglo II con un carácter netamente judío? ¿Es razonable pensar que en esos primeros siglos hubo realmente un abismo insalvable entre el judaísmo y el cristianismo? ¿O más bien una comunicación fluida? Tensiones, desavenencias, algunos –pocos– reencuentros definen el siglo II.
 
 
Otros temas tratados por Dunn aquí son: la apertura a los gentiles dentro del primitivo judeocristianismo; el influjo en judíos y cristianos de la destrucción del templo de Jerusalén en  el 70 d. C.; el rechazo judeocristiano y paganocristiano a las rebeliones judías posteriores  (114-117, en la Cirenaica-Libia y Egipto; Rebelión de Bar Kojba en 132-135) y la consideración por parte judía de los judeocristianos como “notzrim” (herejes judíos), o “minim” (herejes de origen pagano). Todo este conjunto de hechos lleva a lo que el autor denomina “La separación de los caminos”, de modo que se fue perfilando la idea de que “el principal ‘otro’ para el cristianismo en su primitivo desarrollo es el judaísmo” y al revés, “el principal ‘otro’ para los judíos es el cristianismo primitivo”.
 
 
En esta última sección de este cuarto volumen quiero destacar también los temas principales de las dos últimas grandes secciones de la obra completa: “La influencia continua (y formativa) de Pablo, Pedro y del cristianismo johánico (Evangelio de Juan y Cartas; Apocalipsis, que es obra de un autor muy diferente, pero muy judeocristiano); de las Odas de Salmón y el estudio de los inicios del gnosticismo cristiano.
 
 
Como puede observarse por esta visión panorámica, los temas tratados son, en mi opinión, súper interesantes. La conclusión del autor, James D. G. Dunn, llegado al final de su obra magna, me parece reveladora, y sobre ella hemos de volver a comentarios posteriores. La condición absolutamente judía de Jesús pasa a un segundo plano. Cuando el cristianismo primitivo puso sus ojos en el “Jesús / Cristo” celestial, emerge la gran figura de Pablo en la conformación del cristianismo hasta nuestros días, lo hubieran sentido –o no– claramente los cristianos del siglo II y quienes hoy apoyan el influjo decisivo petrino en este desarrollo. Nunca afirma Dunn que existiera una gran iglesia petrina que fuera exactamente la unificadora y unificante de las diversas ramas judeocristianas y paganocristianas, sino que fue la forma de cristianismo de Ignacio de Antioquía, netamente paulina, la que “se llevó el gato al agua”, aunque otras formas de cristianismo no desaparecieran nunca… incluso hasta hoy.
 
 
Como puede observarse, la obra de Dunn es tan tremenda –como la de J. P. Meier, publicada en la misma Editorial– que ha de ser tenida necesariamente en cuenta por los investigadores del cristianismo primitivo. Agradezco mucho en verdad a Verbo Divino el notabilísimo esfuerzo de ponerla a disposición del público.
 
 
Seguiré comentando en postales posteriores algunos aspectos que me puedan parecer más interesantes de esta obra en su conjunto.
 
Saludos cordiales de Antonio Piñero
 
http://adaliz-ediciones.com/home/36-el-jesus-que-yo-conozco.html

Lunes, 22 de Abril 2019

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Antonio Piñero
Antonio Piñero
Licenciado en Filosofía Pura, Filología Clásica y Filología Bíblica Trilingüe, Doctor en Filología Clásica, Catedrático de Filología Griega, especialidad Lengua y Literatura del cristianismo primitivo, Antonio Piñero es asimismo autor de unos veinticinco libros y ensayos, entre ellos: “Orígenes del cristianismo”, “El Nuevo Testamento. Introducción al estudio de los primeros escritos cristianos”, “Biblia y Helenismos”, “Guía para entender el Nuevo Testamento”, “Cristianismos derrotados”, “Jesús y las mujeres”. Es también editor de textos antiguos: Apócrifos del Antiguo Testamento, Biblioteca copto gnóstica de Nag Hammadi y Apócrifos del Nuevo Testamento.





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