CRISTIANISMO E HISTORIA: A. Piñero
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 Escribe Antonio Piñero
 
 Concluyo hoy la reseña comenzada el día pasado de este interesante librito,  cuyo título coincide con el de esta postal.
 
Del estudio, también en Hechos, del proceso romano de Pablo ante Félix y Festo (capítulos 23-26) concluye Goguel que sería posible imaginarse –por comparación con el resultado de estas actuaciones– el origen del mito de la participación judía en el prendimiento y muerte de Jesús. Tal origen podría hallarse en la “costumbre” mostrada en la actuación de estos dos procuradores de consultar al sanedrín (sobre todo Festo en 25,2-9) respecto a las acusaciones contra Pablo formuladas ante un tribunal romano. Por analogía podría mantenerse que el orine del mito del pueblo deicida, el judío, podría hallarse en el hecho de que Pilato consultase al Sanedrín sobre Jesús de Nazaret, e incluso, según Lc 23,7-14, que formulase también una mera consulta ante Herodes Antipas, como buen conocedor que era de las costumbres judías.
 
 
Sostiene, pues, Goguel que, tomando pie en estas meras consultas, la apologética cristiana posterior –tal como se ve ya en los evangelistas– se las ingenió para inventarse una participación en el prendimiento de Jesús; se construyó un proceso judío previo al romano, y de dibujó la intervención recia de los dirigentes judíos, ante Pilato y las multitudes, de modo que consiguieron la muerte de Jesús (pp. 68-70).
 
 
D. Respecto a otros libros del Nuevo Testamento (Ap 1,7; Hb 13,12; 2 Tim ¿?), escribe Goguel que no aportan indicación alguna sobre los responsables de la Pasión (p. 52). En este apartado hay un par de cosas que no entiendo en la traducción castellana. La primera: no comprendo bien qué quiere decir el traductor cuando alude “la confesión hecha a Jesús ante Poncio Pilato”. Tal confesión no aparece en esa epístola, sino en 1 Tim 6,13, donde se lee: “Te recomiendo en la presencia de Dios que da vida a todas las cosas, y de Jesucristo, que ante Poncio Pilato rindió tan solemne testimonio”. Tampoco entiendo bien y pienso que no es buen castellano, lo que se traduce en p. 63: “Tenemos pues un ejemplo muy claro, en el que un crimen [mejor escribir ‘delito’] religioso judío y proseguido ante un tribunal romano…” (¿?).  Respecto al apócrifo Evangelio de Pedro, Goguel afirma igualmente que nada históricamente seguro puede obtenerse de él para el tema de la responsabilidad judía o romana del prendimiento y muerte de Jesús.
 
 
E. En conclusión, Goguel concluye que puede razonablemente pensarse que existía una tradición muy antigua entre los judeocristianos, que mantenía que los judíos no tuvieron arte ni parte verdaderamente activa en el prendimiento, juicio y muerte de Jesús. Toda la culpa en este triple proceso fue de los romanos. Y añade, sin embargo, que estos últimos, encarnados en Pilato, vieron en Jesús, sobre cuya vida, doctrina y obras estaba mal informado, a un “soñador insignificante, indiferente en sí mismo, pero al que convenía vigilar” para evitar algún movimiento de masas, peligroso para el Imperio (p. 65). Y que por eso acabó con él.
 
 
La última parte de este estupendo librito está dedicada por el traductor a un “Epílogo”, que lleva el interesante subtítulo de “Hacia una reconstrucción histórica plausible” de los hechos y de las razones de los verdaderos causantes del prendimiento, juicio y muerte de Jesús (los romanos). Y lo hace en siete breves pero enjundiosos pasos.
 
 
El primero muestra que Maurice Goguel era, al fin y al cabo un exegeta confesional, y que su análisis, por estupendo que fuese estaba condicionado, sobre todo al final por su tenor confesional de protestante convencido. Esto lo conduce hacia una fragilidad en el discurso que le lleva a no valorar bien la importancia política de la acción de Jesús, ha omitir datos relevantes que la ejemplifican y a unas conclusiones inverosímiles como que lo romanos no conocían previamente a Jesús, lo consideraban un sujeto insignificante, y que se dejaron, al final tan solo, llevar hasta crucificar al Nazareno por una mala y postrera influencia de las autoridades judías.
 
 
El segundo paso señala que es muy importante detenerse en el contexto político social del momento de la muerte de Jesús: había mucha más hostilidad hacia Roma en el Israel de época de lo que supone la famosa frase de Tácito (Sub Tiberio, quies: “Hubo paz en [Palestina] durante el reinado de Tiberio”: Anales XV 44). No podemos decir que el ambiente fuera exactamente igual al de los momentos previos al estallido de la Gran Revolución contra Roma (66-73). Pero sí puede sostenerse que hubo algaradas continuas y actuaciones subversivas, antirromanas, suficientes como para no aceptar el dictamen de Tácito. La temperatura mesiánica era elevadísima ya en el Israel de Jesús.
 
 
 
Es interesante en especial el tratamiento dado por el Dr. Bermejo a la denominada “Cuarta filosofía” (denominada así por Flavio Josefo: Antigüedades de los judíos XVIII 9-23): los celotas, es decir,  gentes de mentalidad básicamente farisea, pero que estaban dispuestos a emplear la violencia para hacer cumplir la ley de Moisés en Israel. Su lema principal era: “solo hay un señor en Israel y es Dios; la tierra de Israel solo pertenece a Dios”. Bermejo refuta la errónea idea de muchos investigadores que consideran de corta duración este movimiento.  Para ello ofrece Bermejo notables y seguros argumentos de que esto no fue así. En la época de Jesús el espíritu del celotismo estaba absolutamente vivo en Israel y también en Jesús.
 
 
El tercer paso, “La presencia romana en el arresto de Jesús”, insiste en el dato del Cuarto Evangelio (18,3.12) sobre la participación de una cohorte romana en el prendimiento de del Nazareno. Por ello, expone y refuta los argumentos de historiadores confesionales que arguyen en contra de tal presencia o de su importancia. Por ejemplo, que tal participación era desproporcionada; que las tropas romanas no habrían conducido a Jesús a casa de Caifás o de Anás; que no habría podido sr guiada por Judas, etc. Bermejo concluye que las mejores razones sostienen como mucho más probable la presencia romana en el prendimiento, y el conocimiento previo del Prefecto de la peligrosidad de Jesús para el Imperio.
 
 
 
El cuarto paso expone los motivos de Poncio Pilato para actuar contra Jesús, y ofrece en síntesis las razones, tomadas de los evangelios mismos  (que sumadas todas y vistas de conjunto constituyen un “patrón de recurrencia”, a saber un gran argumento para calificar certeramente a Jesús como sedicioso dese el punto de vista del Imperio. Son ya conocidos los pasajes en los que se desarrolla ese patrón de recurrencia. Sin recurrir a esta designación, yo mismo los he expuesto y tratado en múltiples publicaciones, además de múltiples postales en el Blog o Facebook, desde hace muchísimo tiempo. En este libro, Bermejo más o menos una docena de los casi treinta pasajes evangélicos que apuntan en la dirección de un Jesús cuya predicación y actuaciones eran más que peligrosas para el Imperio. Así su predicación del reino de Dios; sus pretensiones mesiánicas y regias; los rasgos escatológico davídicos de su entrada en Jerusalén; el proyecto de una nueva sociedad en la que él, Jesús, y sus discípulos tendrían un alto rango; la negativa al pago del tributo; la certeza de que el grupo de Jesús estaba armado; los pasajes en los que sus seguidores demuestran estar esperando un reino terreno de Israel que iba a establecer Jesús; el carácter celota del grupo de sus íntimos y de algún otro discípulo como Simón, el “cananeo” o celota….; el titulus crucis…, etc.
 
 
Un quinto paso interesante también porque amplifica la idea de que Pilato estaba muy bien informado sobre Jesús, explicita el sistema de “consejo asesor” del prefecto, del más que posible entramado de informantes y policía, y del contacto del mismo Pilato con Herodes Antipas, quien ya vigilaba a Jesús por ser discípulo del Bautista.
 
 
El sexto paso es quizás el más original en el Dr. Bermejo –no porque no hubiese sido mencionado muchas veces, sino por la insistencia e importancia que sus anteriores artículos le otorgan–, a saber la ponderación del hecho de que la crucifixión de Jesús fue colectiva; que fue uno los típicos ejemplos romanos de “política de escarmiento” contra los sediciosos, y las razones para considerar a los dos crucificados con Jesús no como simples “bandidos” o “malhechores comunes” (“ladrones”), sino como insurgentes contra Roma.
 
 
El séptimo punto/paso, “Reflexiones conclusivas: ¿quién efectuó el prendimiento y por qué?, insiste naturalmente en la tesis final: la falta de conclusiones netas y claras sobre la participación casi en exclusiva de los romanos en la suerte final de Jesús en Maurice Goguel se debió a las restricciones de su carácter confesional: asumió como presupuestos incuestionables hechos más que dudosos históricamente y no consideró todos los datos que tenía a su disposición. Y luego sentencia: “La cantidad de ficciones y noticias inverosímiles en los evangelios es tal, que desecharlas todas supone una exigencia intelectual demasiado alta para la mayoría de los estudiosos” (p. 100).
 
 
 
La conclusión del Dr. Bermejo avisado al lector de que en historia antigua todo es conjetural, pero que hay hipótesis mucho más plausibles, o más aceptables, que otras, porque explican mejor el conjunto de datos disponibles. Y luego sostiene: la muerte de Jesús por crucifixión se debió a este formaba parte de un grupo de judíos entre los cuales él pretendió ser «rey».  Este luctuoso final, comenzando por el prendimiento, no tuvo más actores reales que los romanos. Escribe:
 
 
 
“La intervención romana no se debió al mero temor (por parte del Prefecto) de que un personaje inocuo desembocara en un tumulto popular, o… a la presión de las autoridades judías, sino con toda probabilidad a la inquietud que habría producido en la propia autoridad romana la presencia en Jerusalén de un pretendiente regio-mesiánico, opuesto al pago del tributo, predicador de un inminente cambio de orden (social y político), acompañado de un grupo armado”. “Todo indica que los crucificados en el  Gólgota formaban un grupo de insurgentes judíos, conectados entre sí por vínculos operativos o ideológicos, y que debieron ser detenidos en la misma acción, o en una serie de acciones relacionadas” (p. 98).
 
 
Pero este escenario histórico muy plausible –afirma Bermejo con razón– “no excluye por entero la posibilidad de una cierta intervención de las autoridades judías en algún momento…; ello contribuiría a explicar la génesis de la versión evangélica (de culpabilidad de los judíos)… no como una acusación de blasfemia… sino por motivaciones estrictamente políticas… a saber, el temor de una intervención sangrienta de los romanos contra el pueblo”  (Jn 11,47-50). La intervención de los judíos pude ser pequeña, quizás “una consulta del prefecto a las autoridades de Jerusalén”. Pero ello valió para que esa versión de una intervención decisiva, por motivaciones religiosos, masiva “encontrara terreno abonado para desarrollarse” entre los evangelistas (p. 99).
 
 
 
Debo insistir en que mi valoración de esta obra de la Editorial Signifer es muy buena, excelente. Lo que  pretende se cumple a la perfección. Enhorabuena a los editores y al traductor-introductor-comentarista, el Dr. Fernando Bermejo. Quisiera señalar, sin embargo, que la bibliografía, muy completa, omite voluntariamente todas las obras del autor de la presente reseña por motivaciones estrictamente personales (disentimientos acerca del modo de edición del futuro “Nuevo Testamento laico, aconfesional, histórico-crítico, pero no militante”, que espero edite Trotta en el 2019). Somos muy pocos en España los historiadores que tenemos la voluntad –otra cosa es que lo consigamos– de ser verdaderamente independientes y objetivos.
 
 
Desde 1992, muchísimo antes de que Bermejo empezara a escribir, expuse ya la mayoría, diría que casi la totalidad, de las ideas que ahora divulga el autor de este libro. Son muchas las obras mías en las ideas de este libro pueden encontrarse; y no digamos su exposición desde hace muchos años en conferencias o charlas, muchas de ellas por la radio, y en innumerables postales de Blogs y Facebook. Hurtar al lector voluntariamente tales obras en la bibliografía por meros motivos personales, más que dudosos a tenor de todos sus ex colegas de la obra de Trotta mencionada (y puede probarse documentalmente), hace un daño positivo a ese lector, y no parece una buena señal de imparcialidad científica.
 
 
 
Saludos cordiales de Antonio Piñero
 
http://adaliz-ediciones.com/home/36-el-jesus-que-yo-conozco.html
 
 

Lunes, 15 de Octubre 2018

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Editado por
Antonio Piñero
Antonio Piñero
Licenciado en Filosofía Pura, Filología Clásica y Filología Bíblica Trilingüe, Doctor en Filología Clásica, Catedrático de Filología Griega, especialidad Lengua y Literatura del cristianismo primitivo, Antonio Piñero es asimismo autor de unos veinticinco libros y ensayos, entre ellos: “Orígenes del cristianismo”, “El Nuevo Testamento. Introducción al estudio de los primeros escritos cristianos”, “Biblia y Helenismos”, “Guía para entender el Nuevo Testamento”, “Cristianismos derrotados”, “Jesús y las mujeres”. Es también editor de textos antiguos: Apócrifos del Antiguo Testamento, Biblioteca copto gnóstica de Nag Hammadi y Apócrifos del Nuevo Testamento.





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