CRISTIANISMO E HISTORIA: A. Piñero
La secuencia cronológica de la vida de Jesús y la pluralidad de los evangelios (27-3-2019) (1053)
Hoy escribe Antonio Piñero
 
 
Foto: Cubierta de “La Vida de Jesucristo. Relato cronológico y sinóptico”
 
 
Desde finales del siglo II, cuando los cristianos que formaban el grueso de la Gran Iglesia (que como he sostenido tantas veces, y creo que con eficaces argumentos, es fundamentalmente paulina) se enfrentaba a la lectura no de un evangelio único que les ofreciera una visión cómoda de la vida de Jesús, sino a cuatro evangelios, con perspectivas a menudo muy diferentes, desearon que alguien les ofreciera una conjunción de esas cuatro perspectivas de Jesús en un relato único.
 
 
Así desde el 180 aproximadamente, un paganocristiano, discípulo de Justino mártir, denominado por la historia Taciano, el sirio, compuso la primera “concordia” de los Evangelios. Ahora bien, y esto hay que reseñarlo, la iglesia “oficial” jamás aceptó tal  concordia o fusión del texto de los cuatro Evangelios, declarados canónicos ya afínales del siglo II, y siempre quiso que se conservaran como obras independientes sobre la vida, figura y misión de Jesús; independientes, si, pero complementarias.
 
 
Este punto de vista fue expresado y defendido muy claramente por Ireneo de Lyon, hacia el 178-180, en el volumen  III 11,8 de su obra “Desenmascaramiento y derrocamiento de la pretendida pero falsa gnosis”, más conocida como “Contra los herejes” (latín Adversus haereses):
 
 
“No es posible que haya más de cuatro evangelios ni tampoco menos: Son cuatro las regiones del mundo en las que vivimos y cuatro los vientos de los cuatro puntos cardinales; porque, por otra parte, la Iglesia está diseminada por toda la tierra y la columna y el fundamento de la Iglesia es el Evangelio y el Espíritu de vida. Es, pues muy natural  que la Iglesia tenga cuatro columnas que desde todos los ángulos soplen incorruptibilidad y reaviven en los hombres el fuego de la vida. Por todo lo cual es evidente que el hacedor de todas las cosas, el Verbo, que está sentado sobre los querubines y sostiene el universo, cuando se manifestó a los hombres, nos diera su evangelio bajo cuatro formas, pero sostenido por un solo Espíritu”.
 
 
Pero esta directiva que suponía leer cuatro textos no satisfacía  a todos los cristianos, y de ahí surgió la idea de una concordia de los Evangelios. Una concordia es un entrelazamiento de las historias de los cuatro evangelistas siguiendo un presunto orden cronológico-lógico de la vida de Jesús. La última y estricta “concordia” completa en español, que yo sepa, es la del Cardenal Isidro Gomá, Editorial Casulleras, Barcelona, de 1955, en 2 vols., de unas 800 pp. cada uno, que contenían además una introducción a los Evangelios y un comentario).
 
 
Taciano, el autor de la idea de la concordia, compuso su obra probablemente en griego y luego la tradujo al siríaco (Siria y Egipto fueron dos regiones donde por diversas razones se expandió pronto el cristianismo). El original se ha perdido, pero tenemos traducciones antiguas, entre las cuales la más interesante es la latina, que quizás fuera este el primer intento de verter al latín textos evangélicos, originalmente redactados en griego.
 
 
Todo esto viene a cuento porque recientemente en 2018, Verbo Divino ha publicado una obra que, sin ser estrictamente una “concordia” (ni tampoco una “sinopsis” de los cuatro evangelios puestos en todas sus secciones en columnas paralelas, con textos que se repiten según el orden de cada evangelista) supone la oferta de algo parecido:  sirve para posibilitar al lector una lectura semi simultánea de los cuatro Evangelios (y de los Hechos de los Apóstoles, cuando hay algún pasaje que puede interesar para la comprensión de una “perícopa” o “sección” de la vida o enseñanza de Jesús de Nazaret, y luego de los hechos en sí mismos de la parte final de la “vida” Pablo, ordenados cronológicamente en cuanto se sabe, ya que es este el que propaga ante todo el final de la vida de Jesús y la creencia en su resurrección y ascensión a los cielos) en orden cronológico.
 
 
 
La obra se titula “La vida de Jesucristo. Relato cronológico y sinóptico: los cuatro evangelios y los Hechos de los apóstoles”, Estella, 180 pp. ISBN 978-84-9073-327-1. Precio 25 euros. Insisto en que lo que aporta este libro al lector de hoy es la posibilidad de leer al mismo tiempo el relato evangélico de un hecho o dicho de Jesús. Dada la impresión en colores diferentes, el lector cae en la cuenta del punto de vista, muy a menudo diferente, de cada uno de los evangelistas. Y, en segundo lugar, se ofrece también la posibilidad al lector de leer por orden cronológico esos sucesos básicos de la vida de Jesús, en tanto en cuanto es posible reconstruir tal orden con cierta posibilidad. Es bien sabido que tanto muchos hechos como la inmensa mayoría de los dichos de Jesús fueron transmitidos sin su marco sociológico, cronológico, geográfico, situacional, etc., por los evangelistas y que es la crítica moderna la que acepta, o modifica un tanto, el orden ofrecido por los evangelistas.
 
 
Me parece conveniente distinguir esta obra de lo que es una sinopsis estricta. Esta –como he indicado– presenta una, dos, tres o cuatro columnas de cada dicho y hecho de Jesús, según el orden de los evangelistas y repetidas veces según el orden de cada uno de ellos. En principio una sinopsis no tiene comentario alguno, sino que –si está bien compuesta tipográficamente– se ve con cierta facilidad donde hay concordancias de texto o ausencia de ella, es decir, hay omisiones,  añadidos y diferencias de vocabulario para una misma idea. Esta presentación del material evangélico es mucho más técnica y, si está en griego es estrictamente científica. Muchos lectores se pierden un tanto incluso en una sinopsis en castellano.
 
 
Son dos las sinopsis principales (hay más) a las que puede acceder el público. La primera, en español, es la de “Sinopsis de los evangelios” de José Alonso Días y Antonio Vargas-Machuca, editada por la Universidad Pontificia Comillas, sede de Madrid 1996. La segunda es la de Kurt Aland, con el título explicativo “Synopsis quattuor evangeliorum. Locis parallelis evangeliorum apocryphorum et patrum adhibitis”. Diversas ediciones. Württembergische Bibelanstalt. Stuttgart (la edición 8ª es de 1973).
 
 
Como digo, estas obras son mucho más técnicas. Para el lector usual creo que puede ser mucho más práctica, aunque no tan completa, la de Verbo Divino. Por tanto, su utilización es muy recomendable como una iniciación a la lectura comparada
 
 
Saludos cordiales de Antonio Piñero
 
http://adaliz-ediciones.com/home/36-el-jesus-que-yo-conozco.html  
Miércoles, 27 de Marzo 2019
II Jornadas de Novela Histórica. Una nota para los amantes de la historia
Queridos amigos:
 
 
Dentro de unos días, en la Biblioteca Municipal de Verín, Orense, se celebrarán las II Jornadas arriba anunciadas. La Biblioteca Municipal de Verín es una institución muy especial, pues ha recibido, creo que dos veces, el premio a la mejor biblioteca de España en su categoría de ciudad e menos de 20.000 habitantes. Solo hay tres categorías, así que solo se distingue a tres instituciones. Y si no me equivoco, últimamente ha sido galardonada por la Unión Europea con una distinción análoga a la española.
 
 
La Biblioteca Municipal de Verín no solo se dedica a comprar, y ordenar libros, a ofrecer material de lectura en suma, sino que gracias a la tremenda actividad de sus dos bibliotecarios, Aurora y Vicente, presenta muchas más opciones: talleres de lectura y de escritura literaria, organización de exposiciones y conferencias, y jornadas especiales, como esta de novela histórica arriba mencionada, que tendrá lugar el último fin de semana  de este marzo de 2019: viernes-sábado  29-30.
 
El enlace para mayor información es el siguiente:
 
http://www.novhis.bibliotecadeverin.es/
 
 
Y el programa es como sigue a continuación:
 
 
 
 
VIERNES 29 DE MARZO
 
 
11:00h a 13:00h: Taller intensivo de escritura creativa, “Técnicas narrativas”, con Alejandro Corral, modera Noa González Sousa.
 
Lugar: Biblioteca del Concello de Verín
 
Inscrición obligatoria, máximo 20 personas.
 
18:30h: Inauguración de las Jornadas.
 
Intervención musical del Trovador/Luthier Emilio Arias.
 
Presentación de las II Jornadas de Novela Histórica: Manuel Mandianes.
 
19:00h: José Calvo Poyato: “El último tesoro visigodo: un hallazgo extraordinario”.
 
19:40h: Intervención musical del Trovador/Luthier Emilio Arias.
 
19:45h: José Luis Corral: “Los Austrias III: el dueño del mundo: triunfo y ocaso de Carlos I”.
 
20:25h: Intervención musical del Trovador/Luthier Emilio Arias.
 
20:30h: Mesa redonda: “La novela histórica y los tesoros escondidos: de los godos a los templarios”, con José Calvo Poyato y José Luis Corral; modera Miguel Ángel Losada García.
 
Final de la primera jornada con la intervención musical del Trovador/Luthier Emilio Arias.
 
Lugar: Salón de actos de la Biblioteca.
 
 
 
SÁBADO 30 DE MARZO 2019
 
 
12:00h: Intervención musical del Trovador/Luthier Emilio Arias.
 
12:10h: Francisco Narla: “Laín el Bastardo: el camino hacia Oriente”.
 
12:40h: Intervención musical del Trovador/Luthier Emilio Arias.
 
12:45h: Alejandro Corral: “El desafío de Florencia. El año en que se encontraron Leonardo y Miguel Ángel”.
 
Lugar: Salón de actos de la Biblioteca.
 
Final de la mañana con la intervención musical del Trovador/Luthier Emilio Arias.
 
 
 
18:30h: Intervención musical del Trovador/Luthier Emilio Arias.
 
18:35h: Margarita Torres: “La profecía de Jerusalén y el camino de Galicia”.
 
19:10h: Intervención musical del Trovador/Luthier Emilio Arias.
 
19:15h: Santiago Posteguillo: “Yo, Julia. Premio Planeta 2018”.
 
20:00h: Intervención musical del Trovador/Luthier Emilio Arias.
 
20:10h: Mesa redonda: “Novelas históricas sobre la Hispania romana”, con Margarita Torres, Francisco Narla y Santiago Posteguillo; modera Antonio Piñero.
 
21:15h: Clausura.
 

Final de las II Jornadas con la intervención musical del Trovador/Luthier Emilio Arias.
 
Lugar: Salón de actos de la Biblioteca.
 
 
Os animo a los que estéis por esta bella zona de la provincia de Orense  a que participéis en estas II Jornadas.
 
 
Saludos cordiales de Antonio Piñero
 
 
Viernes, 22 de Marzo 2019
Así empezó el cristianismo. Así vivían los primeros cristianos (21-03-2019 (1052)
Hoy escribe Antonio Piñero
 
 
Foto: cubierta de “Así vivían los primeros cristianos”.
 
 
Verbo Divino, o el mismo R. Aguirre, o los dos conjuntamente han creado desde hace tiempo una suerte de equipo que ha publicado, entre otras cosas, dos libros a los que hemos prestado una notable atención en este medio. El primero era “Reimaginando los orígenes del cristianismo”, editado por C. Bernabé y C. Gil Albiol (libro homenaje a R. Aguirre: 2008). Indiqué en su momento que era un libro importante, que contenía aportaciones valiosas pero que ofrecía algunos flancos notables a la crítica histórica. El segundo, de 2009, es “¿Qué se sabe de Jesús de Nazaret, compuesto por el trío R. Aguirre y C. Gil Albiol), del que también señalé aciertos, y a la vez un buen monto de dificultades de perspectivas.
 
 
En 2017 publicó la editorial Verbo Divino un volumen titulado “Así vivían los primeros cristianos”, subtítulo: “Evolución de las prácticas y las creencias en el cristianismo de los orígenes”, que interesa especialmente para el ámbito de los orígenes del cristianismo; hace poco, sin embargo,  que lo tengo) y que espero pueda hacer dentro de cierto tiempo una reseña. Adelanto su ISBN 978-84-9073-342-4. Sus autores son R. Aguirre; D. Álvarez Cineira; C. Bernabé; C. Gil Albiol; S, Guijarro; E. Miquel; F. Rivas Rebaque y L. E. Vaage (el equipo se ha ampliado), donde los autores se preguntan “Cuáles eran las características específicas de los grupos cristianos en sus orígenes y qué los distinguía de otros grupos religiosos dentro del abigarrado panorama de las religiones del Mediterráneo, sobre todo oriental.  Sus temas básicos son: “Las experiencias extraordinarias de los orígenes (sobre todo las pariciones del Resucitado); el impacto de la muerte de Jesús. Los primeros ritos, bautismo y eucaristía; prácticas de vida y creencias de los primeros cristianos.
 
 
En el prólogo de este libro se hace alusión a otro, “Así empezó el cristianismo” del que en mayo del 2011 y en este mismo medio transcribí detenidamente su contenido, aunque no hice una reseña específica. Pues bien, en el mencionado libro de 2017 (“Así vivían…”) se hace una brevísima síntesis del anterior con estas palabras: (se estudia) “cómo a partir de esta pluralidad inicial surge una línea, ciertamente plural pero con singular capacidad de integración que va a dar lugar a la «protoortodoxia» o «Gran Iglesia» (p. 9).
 
 
En estas últimas palabras hay una mini definición de la Gran Iglesia, es decir, la «primera ortodoxia». Creo que rápidamente se plantea el deseo de una mayor precisión. S. Vidal la calificaba como como “Gran Iglesia unificadora y unificante”, pero excluía de ella al movimiento paulino, el cual solo a la postre se vio atraído a integrarse en esa Gran Iglesia, una vez que él mismo, ayudado de la protoortodoxia se liberó del “paulinismo exagerado”. ¿Qué movimiento es este, que excluye –según S. Vidal al paulinismo? ¿Puede precisarse más? ¿Es acaso una Gran Iglesia petrina? Y si es así, ¿en qué documentos se basa? Téngase en cuenta que para el primer desarrollo del cristianismo, pongamos hasta el 130 d. C., no tenemos más documentos que 1 Clemente, las cartas auténticas de Ignacio de Antioquía y la Didaché.
 
 
Ahora bien, la Didaché no es paulina, sino judeocristiana. ¿Tenía el judeocristianismo, que podríamos asimilar grosso modo al «petrinismo» potencia suficiente como para ser unificadora y unificante? No lo creo. 1 Clemente muestra claras influencias del judeocristianismo y de la Epístola a los Hebreos. Ahora bien, la iglesia posterior adscribió esta homilía transformada en carta al círculo de los discípulos de Pablo, denominándola “paulina”. E Ignacio de Antioquía, aparte del enorme influjo del Evangelio de Juan (cuya concepción de la muerte de Jesús como redención es paulina, y cuya divinización extrema de Jesús sigue las vías más de Pablo que del judaísmo. Ciertamente no del judeocristianismo del que el autor o autores de Juan son enemigos declarados.  ¿Cómo, pues definir y precisar el concepto de la Gran Iglesia si se excluye al paulinismo?
 
 
Ribas Rebaque en el último capítulo de “Así empezó el cristianismo” (titulado “El nacimiento de la Gran Iglesia”) da por supuesto prácticamente que todo el mundo que lo lee sabe qué es, y sus características precisas, esa Gran Iglesia…, por lo que no lo explica en absoluto. El lector no se forma con sus páginas ninguna idea clara de lo que era la Gran Iglesia, ni quien la formaba ni cómo.
 
 
A esta cuestión he intentado responder  con un artículo titulado “¿Existió la Gran Iglesia petrina? que fue publicado solo en edición digital en una colección, sin vida posterior apenas, o ninguna, en libro digital como homenaje a M. Victoria Spottorno:
 
 
“Τί ἡμῖν καὶ σοί; Lo que hay entre tú y nosotros. Estudios en honor de María Victoria Spottorno, «Series Digitalia Antiqua» 1 (Córdoba: UCOPress. Editorial Universidad de Córdoba, 2016), 252 pp. ISBN: 978-84-9927- 254-2”.
 
 
He intentado descargarme el PDF completo… y me ha sido imposible. Se lo he pedido a la editora o editoras y no he recibido respuesta. Me temo que no existe más que la concisa nota biblográfica  DialNet y la reseña de Alba Frutos García publicada en Collectanea Christiana Orientalia 14 (2017), pp. 307-311 (ISSN-e2386–7442) y quizás otra que se publicará  en la Revista Ilu de la Universidad Complutense, a la naturalmente no he podido acceder.
 
 
Como esta cuestión me parece importante, y me artículo ha sido engullido por las profundidades de la Web creo que le debemos otorgar algo más de atención en alguna postal posterior.
 
 
Saludos cordiales de Antonio Piñero
 
http://adaliz-ediciones.com/home/36-el-jesus-que-yo-conozco.html  
Jueves, 21 de Marzo 2019
“Guía de la Biblia. Introducción general a la Sagrada Escritura” (17-3-2019) (151)
Hoy escribe Antonio Piñero
 
 
Foto: Cubierta del libro “Guía de la Biblia”
 
 
Es esta una buena obra, ciertamente, para aprender lo esencial a la hora de entender el libro más editado, comentado, y analizado del mundo. En la cultura occidental son dos los libros básicos: Homero y la Biblia. Y seguramente más el segundo que el primero. El autor, que es biblista avezado, con muchos años de experiencia docente y periodística, ha dado en el clavo al ofrecer en pocas páginas lo mínimo necesario para adentrarse en el frondosísimo bosque, lleno de vericuetos, de ese que es, debo insistir, uno de los  fundamentos de la civilización occidental.
 
 
Como opinión general sobre el libro, debo afirmar que no se puede decir más en menos páginas. Está escrito ágilmente –no en vano el autor es periodista también– y con gran claridad y orden. Ahora bien, Vázquez Allegue lo escribir desde un punto de vista estrictamente confesional. Si bien como autor recoge con delicadeza los problemas interpretativos y de historicidad generales de la Biblia hebrea, en el ámbito del Nuevo Testamento, sin embargo, pasa de puntillas sobre los múltiples problemas de historicidad que plantean, por ejemplo, los Evangelios. En este ámbito, lo que se ofrece es descriptivo, sin atisbo de crítica histórica alguna.
 
 
He aquí la ficha del libro: Jaime Vázquez Allegue, “Guía de la Biblia. Introducción general a la Sagrada Escritura” (Antiguo y Nuevo Testamento). Estella, editorial Verbo Divino, 2019, 346 pp. 17x24 cms. Con diversos mapas e ilustraciones. ISBN: 978-84-9073-474-2. Precio: 26 euros. Cada capítulo tiene su bibliografía especial y existe otra lista bibliográfica, general, al final del libro.
 
 
El autor es conocido ante todo por sus publicaciones acerca de los manuscritos del mar Muerto, con títulos como “Para comprender los manuscritos del mar Muerto” (2004), “Qué se sabe de los manuscritos del mar Muerto” (2014), y un estudio básico sobre uno de los textos más importantes para comprender la teología esenia, rama Qumrán: “La Regla de la Comunidad de Qumrán” (2006).
 
 
La primera parte, “La tierra de la Biblia” creo que interesará mucho a los lectores porque informa de lo esencial sobre la geografía de Israel y territorios aledaños, que aparecen continuamente en el Antiguo Testamento. El autor certifica la importancia de la arqueología y sus métodos, absolutamente importante, porque a veces la única verdad que aclara los textos son los datos arqueológicos. Por ejemplo: parece imposible que lo que se dice de la grandeza del rey Salomón en la Biblia no sea otra cosa que una exageración literaria y encomiástica, ya que los estratos arqueológicos de los siglos X y IX a. C. en Jerusalén no nos muestran ninguna construcción de algún palacio inmenso donde se podrían albergar miles de caballos y sus correspondientes carros de combate. Igualmente el autor se hace eco de los grandes problemas arqueológicos que representa el éxodo desde Egipto y la conquista de Canaán por Josué, pero sin insistir demasiado en ellos.
 
 
El capítulo 3, “Historia de la Biblia” (desde los Patriarcas hasta las grandes guerras de los va ofreciendo al lector judíos contra Roma, hasta el 135 d. C.) es sumamente interesante e ilustrativo para el lector. Hay que tener en cuenta que, al desaparecer en grandísima parte, la “historia sagrada” de los programas de enseñanza de la religión en España y países hispanoamericanos, la inmensa mayoría de las gentes de hoy se ha quedado sin referentes históricos que le ayuden a comprender, por ejemplo, lo que se cuenta en los retablos de las catedrales o en los cientos y cientos de pinturas, miles quizás, y obra gráfica de temas bíblicos. No se conocen ya los personajes allí representados.
 
 
Otro tema que interesará al lector es el capítulo sobre la “La letra de la Biblia”: en qué lengua se escribieron los libros del Antiguo y Nuevo Testamento, cómo se llegó a dividir la ingente obra en capítulos y versículos, en qué soportes físicos (metal, piedra, pergaminos, papiros, etc.) se nos han transmitido los textos a través de los siglos; cómo se formaron las listas, o cánones de libros sagrados del Antiguo y Nuevo Testamento, qué versiones antiguas se hicieron muy pronto de los textos originales, versiones que recogen a veces variantes interesantísimas que ayudan mucho a establecer cuál era el tenor posiblemente original de los textos que ahora leemos.
 
 
La tercera parte, la más importante, “La palabra de la Biblia”, va ofreciendo al lector, por secciones, una visión general de todos los libros de la Biblia. En el Antiguo Testamento la explicación de los diversos libros se divide en el Pentateuco o cinco primeros libros de la Biblia; libros históricos, proféticos –profetas mayores y menores–; libros poéticos y sapienciales, como Salmos, Proverbios, Job, Sabiduría, etc. En el Nuevo Testamento la división es también la usual: Evangelios y Hechos de los apóstoles; corpus paulino (cartas auténticas; cartas escritas por discípulos de Pablo en su nombre); Cartas católicas, es decir, universales, dirigidas a la Iglesia entera (Santiago; Judas; Pedro); Epistolario conectado con el IV Evangelio y el Apocalipsis.
 
 
En el Antiguo Testamento, o Biblia hebrea, la explicación del contenido e importancia de cada libro no está dividida por epígrafes, sino que Vázquez Allegue comenta el libro entero, sobre todo el contenido y la intención del autor, o autores, y su importancia teológica o histórica. En el Nuevo Testamento, por el contrario, nos encontramos al principio con epígrafes que dividen el comentario a ciertos libros muy importantes, como los Evangelios, que incluyen autoría, fecha y lugar de composición, estructura de la obra y contenido.
 
 
La segunda parte principal del Nuevo Testamento –el epistolario paulino– tiene su introducción general (vida de Pablo; su formación; viajes; cronología general; estructura de las cartas, etc.) para pasar luego a un tratamiento global de cada una de las obras. La brevedad con l que está concebida esta “Guía” hace que la profundidad o el resalte del contenido y de su importancia en la historia de la formación de la teología cristiana sufra un poco. Por ejemplo, a la inmensa carta a los Romanos apenas puede dedicar el autor una página. Los libros han de ser breves hoy día.
 
 
Esta brevedad extrema hace, en mi opinión, que no pueda resaltarse la importancia capital de la figura de Pablo ni que se explique –no se lleva a cabo de ningún modo– el núcleo de su teología y de su reinterpretación de Jesús, el cambio en la perspectiva acerca de la consideración de la naturaleza del mesías, el inmenso influjo del ideario paulino en los Evangelios (en todos, incluido el de Juan), la inmensa importancia de la figura del Apóstol en la formación del canon neotestamentario, de modo que puede decirse sin exagerar un ápice, que el Nuevo Testamento no es el fundamento del cristianismo, sino de uno de los cristianismos de los dos primeros siglos, el triunfador, el paulino, etc. Son estas algunas ideas que podrían haberse expresado aunque fuera brevemente, si es que el autor las contempla en su fuero interno, en la parte introductoria de la sección dedicada al corpus paulino (vida, cronología, viajes, estructura de las cartas), pero brillan por su ausencia. Creo que el Nuevo Testamento no se entiende sin aclarar la importancia de Pablo.
 
 
Por último la “Parte IV”, “La vida de la Biblia”, me parece muy importante y creo que es muy atinada. Vázquez Allegue insiste en la necesidad de la fe para leer e interpretar la Biblia como palabra de Dios. Querer demostrar que esto es así, que “es una tarea imposible, como cualquier intento de demostración de la existencia de lo sobrenatural”. “Que la Biblia es palabra de Dios es una cuestión de fe. Se cree o no se cree” (pp. 311-312). Ahora bien, insiste correctamente en la Biblia es una obra de hombres, que esta palabra se expresa por medios humanos y que está condicionada por la mentalidad de la época, o de sus autores. Me parece muy bien que se haga caer expresamente en la cuenta al lector de hoy de esta verdad básica y elemental. A partir de este presupuesto, pierde toda razón cualquier fundamentalismo impositivo de verdades que solo pertenecen al ámbito de lo personal. Es importante también cómo nuestro autor expone la manera “canónica” de entender los conceptos de “inspiración, verdad y revelación, que parten igualmente de esa fe (y como la entienden el Concilio Vaticano II Y la Pontificia Comisión Bíblica), que solo puede ser íntima.
 
 
Igualmente me parece muy interesante, y para muchos lectores novedoso, los apartados finales del libro sobre “hermenéutica e interpretación”: aclara mucho saber cómo y con qué métodos e ideas interpreta la inmensa mayoría de los judíos su Biblia hebrea y cómo lo hacen, a su vez, los cristianos. Una introducción, suave y poco problemática, a los problemas de la historicidad de la Biblia en general y del Nuevo Testamento en particular son las páginas dedicadas a los “géneros literarios” tanto en la Biblia hebrea como en el Nuevo Testamento. Aunque no se manifieste directamente, el lector atento puede descubrir bajo este epígrafe de “géneros” los problemas de historicidad de muchos textos bíblicos, que son ante todo una manera de contemplar la realidad a los ojos de la fe, no de la historia.
 
 
Ya he escrito al principio que este libro es bueno, que ofrece muchísima información y que está escrito desde la fe (moderna y actualizada) para la fe. Pero hay algo que me llama una y otra vez la atención. He leído atentamente la bibliografía, tanto la general como las particulares, y en especial la del Nuevo Testamento que es el campo en el que me muevo generalmente. No hay ni una sola mención a autores independientes, no confesionales, que han escrito miles y miles de páginas sobre los temas abordados en la segunda parte del libro que comento, el Nuevo Testamento. Ni una palabra sobre la obra de F. Bermejo, J. Monserrat, G. Puente Ojea y algún otro, como la del que escribe esta reseña, obra toda en español, en libros fácilmente accesibles, conocidos por el autor sin duda alguna, pero que los omite voluntariamente (¿?) en su reseña bibliográfica. Alguno de ellos traducido al inglés, celebrado por la crítica internacional, y con más de cinco ediciones. ¿Qué opinar de esta omisión? ¿Es propia de la imparcialidad de la ciencia? Dejo al lector que opine al respecto.
 
 
Saludos cordiales de Antonio Piñero
 
http://adaliz-ediciones.com/home/36-el-jesus-que-yo-conozco.html 
Domingo, 17 de Marzo 2019
II Jornada sobre Jesús de Nazaret. Cuatro aspectos tan esenciales como discutibles de la figura de Jesús
Queridos amigos:
 
 
Aquí va el programa de una jornada (un día, sábado 11 de mayo de 2019) sobre Jesús de Nazaret, en la Casa de León, de Madrid, con el siguiente propósito y programa:
 
 
II Jornada sobre Jesús de Nazaret. Cuatro aspectos tan esenciales como discutibles de la figura de Jesús
 
 
 
En la II Jornada de Historia sobre Jesús de Nazaret y el Cristianismo Primitivo analizaremos cuatro aspectos tan esenciales como discutibles de la figura de Jesús: su condición de maestro y su propia consideración como tal; su relación, en caso de haberla, con la comunidad de los esenios; su afiliación al fariseísmo y la influencia sobre su mensaje del judaísmo galileo respecto al de Jerusalén; y su posición política frente al gobierno romano en Judea. Debatiremos sobre estos asuntos con el mayor rigor en base a las pruebas que existen. Contaremos para ello con Antonio Piñero, Doctor en Filología Clásica y Director de las Jornadas; con Eugenio Gómez Segura, Doctor en Filología Clásica y arqueólogo; y con Javier Alonso López, Filólogo Semítico, historiador y biblista.
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PROGRAMA DE LA JORNADA:
II Jornada de Historia sobre Jesús de Nazaret
y el Cristianismo Primitivo.
Cuatro caras de Jesús
11 mayo de 2019

10:00h.: Presentación de la II Jornada de Historia sobre Jesús de Nazaret y el Cristianismo Primitivo, con Antonio Piñero.
10:15h.: «Jesús maestro», con Eugenio Gómez Segura.
12:00h.: «¿Jesús esenio?», con Antonio Piñero.
14:00h.: Descanso.
16:00h.: «Jesús fariseo», con Javier Alonso López.
18:00h.: «¿Jesús celota/sedicioso?», con Antonio Piñero, seguida de mesa redonda con Eugenio Gómez Segura y Javier Alonso López.
 
 
 
Más información en:
 
 
jornadasjesusdenazaret.com  
 
 
Saludos cordiales de Antonio Piñero
Viernes, 15 de Marzo 2019
¿Fue Jesús un únicum? Límites de los criterios tradicionalmente usados para investigar la historicidad de hechos y dichos de Jesús (13-03-2019) (1050)
Escribe Antonio Piñero
 
 
Foto: de Ernst Käsemann, quien afirmó que aplicar el criterio de “disimilitud” era el único modo de “hallar suelo firme” en la investigación sobre Jesús
 
 
El último capítulo, el tercero, de la primera parte de la obra de F. Bermejo, “La invención del Jesús histórico” que estoy comentando a pequeñas dosis, está dedicado a refinar las cuestiones previas de método para lograr un acercamiento al Jesús de la historia lo más apropiado posible, con la mente puesta en el estado de las fuentes principales de las que disponemos, los evangelios canónicos. Y el primer tema es una consideración de los límites –o mejor de las posibles limitaciones para su utilización– que tienen los criterios tradicionales empleados por la mayoría de los investigadores para decidir si un hecho o una sentencia de Jesús tiene, o no, posibilidades de ser histórico.
 
 
La cuestión es antigua: lleva años discutiéndose. Ahora bien, Bermejo piensa que el empleo ciertamente continuo, riguroso y diría que casi exclusivo de esos criterios de historicidad por parte John P. Meier (en su obra “Un judío marginal”, editada en español por Verbo Divino, pone sobre el tapete la necesidad de conocer los límites heurísticos, es decir, su capacidad para conocer, encontrar, la posible verdad histórica) ha sido un exceso: el empleo exclusivo de tales criterios no es del todo saludable. No son herramientas –afirma nuestro autor– que carezcan de problemas.
 
 
La idea básica rectora, y ya –creo– elemental de esta parte final de la metodología aplicada a Jesús es: No hay un método histórico específico para la investigación del significado de los textos considerados sagrados. Por ser sagrados, no hay que tratarlos con respeto. O si se quiere, hay que examinarlos con el mismo respeto que se tiene respecto a un texto de Heródoto o de Tito Livio. La metodología para abordar la figura, mensaje, función, etc., de un personaje del pasado es exactamente igual si se piensa que este es el salvador del mundo, que si se piensa que se está estudiando a un filósofo, a un estratego, a un mago o un embaucador de la antigüedad, como dice la tradición que lo fue Simón de Samaría, “Simón el Mago”. El método crítico es exactamente igual.
 
 
Ciertas dudas sobre la eficacia de los “criterios de historicidad” –en concreto en el caso de Jesús de Nazaret– nacen del hecho de que esos criterios estudian sus dichos y acciones –cada uno de ellos– aisladamente, sin una visión de conjunto. Este aislamiento es un producto negativo y residual del método de análisis histórico de los evangelios denominado “Historia de las formas”, el cual diseccionaba, sentencia por sentencia, o hechos de Jesús prescindiendo del contexto cuando en el fondo lo que se buscaba era su posible historicidad. Este sistema encuentra una primera dificultad en el hecho de que la memoria del grupo de seguidores de Jesús (y en general toda memoria histórica) no recuerda bien las cosas concretas. La memoria colectiva retiene de un modo plausiblemente fiable los rasgos generales de una persona, o de un evento, pero a la vez desdibuja los aspectos de detalle. Y las pequeñas unidades que se estudian por medio de la metodología de la historia de las formas se referían casi siempre a los detalles.
 
 
 
Y, entrando en lo concreto: el llamado “Criterio de discontinuidad” o de “disimilitud” (que puede definirse así: “Ciertos dichos y hechos de Jesús pueden considerarse auténticos si se demuestra que no pueden derivarse del judaísmo antiguo o del cristianismo primitivo, o son contrarios a concepciones o intereses de esos dos movimientos”), presenta el problema básico de que es absolutamente inútil. Así de rotundo y claro.
 
 
Al señalar solo lo que es idiosincrásico de Jesús (aquello que es suyo propio y solo suyo, que no concuerda con el judaísmo ni el cristianismo posterior) deshistoriza al personaje; lo saca de su contexto, y fomenta, equivocadamente, el aspecto único del individuo que se estudia. Lo curioso del caso es que cualquier personaje histórico, pongamos por caso, Julio César, solo se entiende en su contexto. Pero este criterio se fijaría solo en aquello que lo distingue de tal contexto. La figura de Julio César quedaría así aislada, y no se podría comprender bien históricamente.
 
 
Lo mismo pasaría con Jesús. Si alguien se fijara (es decir, si admitiera como histórico) solo en aquello que es exclusivamente propio suyo (por ejemplo cuando se sostenía que solo él, en todo el judaísmo universal utilizaba el vocablo abbá, padre, para dirigirse a Dios), y en nada más que ofrecería el contexto de la relación de Jesús con el dios de Israel, Yahvé, sacaría a Jesús del judaísmo y no se lo podría entender. Opina Bermejo (p. 96) que este proceder es una dogmática encubierta y que tiende a hacer de este personaje, Jesús, un únicum, algo especialísimo en toda la historia. Pues bien, ese sistema distorsiona al individuo, pues afirmaría que solo es histórico aquello que fuera único en él. Todo lo restante del personaje no se podría probar históricamente, quedaría reducido a brumas o a leyenda. No es posible. Jesús, ni nadie históricamente, fue un únicum.
 
 
Seguiremos.
 
Saludos cordiales de Antonio Piñero
 
http://adaliz-ediciones.com/home/36-el-jesus-que-yo-conozco.html
 
Miércoles, 13 de Marzo 2019
De prejuicios e intereses previos en la investigación sobre Jesús de Nazaret (8-3-2019) (149)
Foto: Joseph  Klausner, judío lituano, que escribió en hebreo y en alemán.
 
 
Escribe Antonio Piñero
 
 
Me parecen interesantes las reflexiones que hace F. Bermejo, en su libro “La invención de Jesús” (pp. 87-91), sobre los riesgos de cualquier investigación, o reconstrucción histórica de un personaje cuya vida, acciones y palabras tienen una enorme importancia en el día de hoy en el pensamiento de millones y millones de personas. Por eso no es extraño que pueda sentirse la tentación de cierta manipulación ideológica de los argumentos de la reconstrucción histórica, ya sea en sentido positivo, sustentar por ejemplo, las posiciones de la iglesia cristiana en general en su punto de vista de que la figura histórica de Jesús estuvo de acuerdo con lo que hoy proclama de él el dogma (sea católico, protestante u ortodoxo), o bien –por el contrario– para denigrar a las iglesias.
 
 
El primer ejemplo que pone Bermejo es el del judío Josef Klausner, cuya obra, “Jesús el Nazoreo: su tiempo, su tiempo y su enseñanza”, de 1919, pero que se sigue leyendo un siglo después. Klausner fue un “avanzado” en su tiempo recogiendo las ideas judías desde el Medioevo acerca de la judeidad de Jesús. El Nazoreo fue –según Klausner– un judío a carta cabal, en su religión, en su concreto de Dios, y en su ética e interpretación de la Ley. Pero tuvo un defecto: se pasó de la raya y fue demasiado judío; exageró y perdió el norte de la mesura. Jesús llevo su judaísmo hasta un extremo tan peligroso que acabó transformándose en un debelador del judaísmo.
 
 
La tesis de Klausner fue una evidente exageración, y la razón es que este autor estaba aplicando a Jesús los criterios, normas y medidas de lo que debería ser un judío sionista, como era él, en el siglo XX. Por ello lo dibujó en exceso como un hombre totalmente singular, no encasillable en el judaísmo de su tiempo, con un proyecto que era puramente religioso, pero no político, o religioso-político. Así, finalmente, los propios prejuicios de Klausner acabaron por deformar a Jesús y lo llevaron a dibujar una imagen global que creemos que no es en absoluto correcta con los rasgos totales del personaje en cuestión.
 
 
Algo parecido pero de sentido contrario, una suerte de tendencia bruta anticristiana, lleva igualmente a una deformación. El anticlericalismo en sí y el anticristianismo conducen sin duda a una falta de imparcialidad. Y el ejemplo que pone Bermejo es también ilustrativo: Paul Hollenbach, en su artículo “The Historical Jesus Question in North America Today”, en la revista Biblical Theological Bulletin 19 (1989), 11-12, llega a afirmar que la búsqueda del Jesús histórico ha de conducir no simplemente a corregir, “sino a derrocar el error cristiano”. Este autor se pasó claramente de la raya, y perdió igualmente la necesaria imparcialidad.
 
 
Es cierto que debe afirmarse que la teología paulina de los evangelistas, que sirve como de molde en el cual se encaja su “biografía de Jesús”, es un factor claro de distorsión de la imagen histórica del personaje… pero no tanto como invalidar totalmente los análisis independientes de hoy, y rechazar igualmente al investigador y a su reconstrucción de su figura de Jesús y del cristianismo primitivo. No puede ser, porque es igualmente sesgado.
 
 
Bermejo constata también que, a pesar del aparente tinte académico y neutro de muchas investigaciones sobre Jesús, el carácter confesional del investigador acaba por imponerse. Las opciones teológicas previas de autores que consiguen su subsistencia a base de publicar en instituciones en el fondo eclesiásticas, o claramente confesionales, acaban cediendo al ideario oficial de la tal institución, de modo que no se tiene cuidado de que en las obras que se publican se deslicen inconsistencias y, a menudo, hasta falacias y graves distorsiones.
 
 
Un marco mental típico de este modo de proceder consiste en afirmar que “una investigación sin presupuestos e ideología” es imposible. En parte es cierto. Ahora bien: no está todo irremisiblemente perdido. Se precisa de un esfuerzo considerable para alcanzar la objetividad, de modo que no ocurra lo que pasa casi siempre: los autores no confesionales, independientes, y sus obras son ignorados. Un espeso manto de silencio cae sobre sus publicaciones. No se discuten sus argumentos, porque proceden –se dice– de un fondo viciado. Así la acusación de prejuicio al historiador que procura ser imparcial acaba por defender los propios prejuicios del acusador.
 
 
No todos los prejuicios son iguales. Hay algunos en los que se nota el sesgo de una manera muy clara. Los presupuestos solo son perjudiciales si interfieren en el método de investigación y en los resultados. Y, a la vez, los prejuicios pueden ser combatidos y desmontarse en lo posible. El método de análisis pausado, refinado, consecuente con el conjunto de los textos… y la intención de procurar conducir a la práctica el principio de “atenerse a las consecuencias” es un buen sistema para intentar la imparcialidad. Pongo un ejemplo claro y que repito a menudo: si Jesús fue un judío cabal, probado, que no quebrantó nunca la Ley, hay afirmaciones sobre él que a priori que no casan con este presupuesto…, y que no son consecuentes con él. Jamás pudo ser Jesús un debelador absoluto y rompedor del judaísmo, sino en todo caso un reformador. Y a ver en qué grado. Jamás tuvo intención Jesús de fundar una religión nueva (afecta, por ejemplo, a la interpretación de la purificación del Templo, la fundación de la Iglesia y la interpretación de la eucaristía).
 
 
Saludos cordiales de Antonio Piñero
 
 
http://adaliz-ediciones.com/home/36-el-jesus-que-yo-conozco.html
 
 
Viernes, 8 de Marzo 2019
Evangelios judeocristianos y otros autores antiguos como fuentes para la reconstrucción del Jesús histórico (3-3-19) (1048)
Hoy escribe Antonio Piñero
 
Foto: “Todos los Evangelios”
 
Los evangelios judeocristianos --es decir, afines a la mentalidad de los seguidores más cercanos de Jesús, representados por la iglesia de Jerusalén dirigida por Santiago, el hermano de Jesús--  son mencionados por F. Bermejo ciertamente como ayuda cierta, pero escasísima en aportaciones, para reconstruir vida, hechos y dichos de Jesús. Los importantes para él son tres: el Evangelio de los ebionitas, el Evangelio de los nazoreos y el Evangelio de los hebreos.  Respecto al primero (dicho sea de paso, los breves textos fragmentarios de estos evangelios puede el lector consultarlos cómodamente en la obra colectiva “Todos los Evangelios”, Edaf, 2009) opina FB que tiene poco o nulo valor como fuente para la vida de Jesús, porque depende ciertamente de los Sinópticos; su información se basa en ellos y no en una fuente independiente.
 
Respecto al segundo, el de los nazoreos, afirma FB que “ciertos pasajes que atestiguan una preocupación social por parte de la comunidad pueden haber conservado tradiciones sobre Jesús al menos tan antiguas como las contenidas en los Sinópticos” (p. 46). Pero no cita cuáles. Y respecto al tercero, el de los hebreos, indica que contiene algunos pasajes que carecen de equivalente en los Sinópticos. Algunas de ellos encajan con la imagen de Jesús que puede deducirse de estos últimos; pero otras, no. En esos casos de contradicción, Bermejo aconseja poner en duda, al menos, la información de los evangelios canónicos.
 
A estos tres evangelios añade una breve consideración sobre el valor del Evangelio de Pedro. No cree nuestro autor --en contra de la opinión de algunos estudiosos como J. D. Crossan, demasiado seguros de que este texto contiene información fiable-- que el Evangelio de Pedro sea de demasiado valor para reconstruir hechos de la pasión de Jesús (esta es la única parte que se conserva de este apócrifo, más alguna noticia de la resurrección), pues su autor es muy fantasioso. Sobre la cercanía a los Sinópticos en dichos y hechos de Jesús pero expresados con un vocabulario diverso, opina Bermejo que el autor del Evangelio debió de inspirarse en los evangelios canónicos precedentes, pero que añadió algo tomado de la tradición oral. En conjunto, sin embargo, tanto de los textos judeocristianos como el del Evangelio de Pedro se observa que ofrecen muy poca información interesante. Apenas si se obtiene de ellos una perspectiva novedosa en la reconstrucción fiable de Jesús que no haya sido vista ya la investigación independiente a partir del estudio de los evangelios canónicos.
 
Sobre el testimonio de Flavio Josefo acerca de Jesús (Antigüedades de los judíos XVIII 63-64) es bien conocida  ya la opinión de Bermejo que el texto es auténtico una vez eliminadas las interpolaciones cristianas. Pero lo novedoso en su opinión es que, en contra de lo afirmado por la mayoría de los estudiosos (y a la cabeza de ellos J. P. Meier), sostiene que el texto así restaurado no contiene una información neutra sobre Jesús, sino negativa (es decir, Flavio Josefo consideraba a Jesús un sedicioso contra el Imperio), ya que hablar de él emplea un vocabulario, e incluso frases, que en resto de su obra tienen connotaciones negativas.
 
Por otro lado el contexto en el que está situado este famoso “testimonio flaviano” es el de una lista de gente que hicieron mucho daño al  pueblo judío, bien por sus acciones o por sus ideas apocalípticas fantasiosas que llevaron a la gente a creer que contarían con toda seguridad con la ayuda divina para acabar con el poder del Imperio romano sobre Israel. Por último indica que un texto negativo sobre Jesús explica mucho mejor la intervención en él de escribas cristianos, para glosarlo a su favor, que si fuera un texto neutro.
 
Acerca del famoso pasaje de los  Anales de Tácito (XV 44,2-3), en el que se menciona la crucifixión de Jesús bajo Poncio Pilato, se inclina Bermejo por su autenticidad, a pesar de que muchos otros estudiosos sostienen la teoría de la interpolación cristiana, sobre todo porque el texto fluye mucho mejor sin esa mención. Personalmente me inclino más por esta última hipótesis. Sobre Suetonio (Vida de Claudio 25,4) y el presunto testimonio del historiador judío Talo, sostiene con razón Bermejo que no vienen a cuento ni siquiera para demostrar la existencia de Jesús. Y sobre la carta de del filósofo estoico sirio Mara bar Serapión acerca de una posible alusión a Jesús como “un rey sabio, que promulgó leyes sabias pero que fue asesinado por los judíos”, sostiene también con razón que es, al menos, en extremo dudoso que se refiera a Jesús.
 
En la recapitulación final sobre estas fuentes paganas sobre Jesús, y admitiendo la autenticidad del pasaje de Tácito, junto con su interpretación del de Flavio Josefo, Bermejo se alegra de que fuera de las fuentes cristianas se haya presentado, gracias a estos dos historiadores no cristianos, una imagen de un Jesús sedicioso que se parece mucho más a la realidad histórica que la de un Jesús absolutamente pacífico, apolítico e inofensivo, que ofrecen los evangelistas canónicos. Y respecto al conjunto, la pluralidad de fuentes sobre Jesús indica la pluralidad de concepciones sobre él en el cristianismo primitivo, que era muy complejo. No existe una representación de Jesús más o menos unificada como la que presenta el Nuevo Testamento.
 
Saludos cordiales de Antonio Piñero
http://adaliz-ediciones.com/home/36-el-jesus-que-yo-conozco.html
 
Enlace de la nueva Religión Digital, ahora independiente:
https://www.religiondigital.org/
Domingo, 3 de Marzo 2019


Editado por
Antonio Piñero
Antonio Piñero
Licenciado en Filosofía Pura, Filología Clásica y Filología Bíblica Trilingüe, Doctor en Filología Clásica, Catedrático de Filología Griega, especialidad Lengua y Literatura del cristianismo primitivo, Antonio Piñero es asimismo autor de unos veinticinco libros y ensayos, entre ellos: “Orígenes del cristianismo”, “El Nuevo Testamento. Introducción al estudio de los primeros escritos cristianos”, “Biblia y Helenismos”, “Guía para entender el Nuevo Testamento”, “Cristianismos derrotados”, “Jesús y las mujeres”. Es también editor de textos antiguos: Apócrifos del Antiguo Testamento, Biblioteca copto gnóstica de Nag Hammadi y Apócrifos del Nuevo Testamento.





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