CRISTIANISMO E HISTORIA: A. Piñero

Respuesta a Richard Carrier (Blog personal) (5-8-2020.- 1134)


¡Esto no se acaba nunca! Sobre la pretendida inexistencia histórica de  Jesús de Nazaret (Primera parte)
 
Escribe Antonio Piñero

Foto: R. Carrier
 
Queridos amigos: Desde que en 2007 empecé a escribir postales–al principio y durante mucho tiempo diarias, a veces dos distintas por día—no he respondido nunca a las críticas, y eso que mis publicaciones de Blog (y ahora también de FBook) suman unos 11.000 folios. Sí, no exagero: once mil. Siempre he pensado que tener un coro de críticos en torno a mi trabajo afilaba mi ingenio y me ayudaba. Se aprende mucho de la crítica constructiva. Se sufre con la destructiva.
 
Por ello agradezco a Carrier su crítica, aunque en parte. Y al reflexionar sobre ella sé que estoy aprendiendo  mucho a refinar mis argumentos. En este caso, sobre la existencia de Jesús de Nazaret (¡no de Jesucristo!). Es posible que cuando David Cáceres cuelgue en la Red la entrevista que me hizo a propósito de mi “Aproximación al Jesús histórico”, (Trotta 4ª edición, contando al final la digital en dos años), se puedan aclarar mucho las cosas con mi exposición en esa entrevista.
 
Pero no me parecen bien las descalificaciones y las descortesías. La ciencia avanza a base de crítica, despiadada si se quiere, honesta, pero no a base de insultos. Estos son los siguientes:
 
“Soy un historicista loco de atar; mi ignorancia sobre el contexto del cristianismo y sobre las tesis de los mitistas y las publicaciones actuales es absoluta; he abandonado mi responsabilidad moral y profesional por no haber leído la bibliografía actual sobre los mitistas; doy la impresión de asumir que todos los evangelios fueron escritos por gentes de la misma secta o incluso por el mismo autor; no entiendo bien la naturaleza de Jesús según Pablo y no sé qué es lo que los judíos entienden por “Dios”; formulo preguntas retóricas estúpidas; mis argumentos están expresados sin el pertinente cuidado, lo que demuestra mi total ignorancia; no hay documentos judíos en los primeros 400 años que hablen de Jesús; mi lógica no vale;  pretendo positivamente defraudar y engañar; al no responder a sus argumentos, mi libro no tiene utilidad alguna (tres veces); considero yo que toda la obra de Carrier es una “mierda” (o más bien en el leguaje que él utiliza “Me cago en su obra”);  fallo continuamente al realizar mi trabajo”.
 
Demasiadas descalificaciones hay en esta reseña carreriana. Espero que tal cúmulo de reprobaciones sirva por sí solo para intuir que algo raro pasa con la crítica de Carrier a mi trabajo. Especialmente me duele que diga que no he leído su libro. Lo tengo, y lo he leído hace años. Hay que tener en cuenta que salió hace ya un tiempo (en 2014). Desgraciadamente está además “fusilado” en Internet. Me temo que será muy pesado para los lectores el que yo responda uno a uno a los argumentos vertidos en la crítica y en el libro. Y supongo que aunque lo haga bien, dado que Carrier descalifica sin más a todos los “historicistas”, no valdrá de nada. Responderé, sin embargo, lo más brevemente que pueda.
 
  1. Mi ignorancia de la literatura actual sobre mitistas y negacionistas  (“Abandono de mi responsabilidad moral y profesional por no haber leído la bibliografía actual sobre los mitistas”)
 
R. Es esta una acusación muy dura y ofensiva. Me temo que a lo largo de la lectura de esta crítica puede sentir alguien –ojalá no sea así– que subliminalmente Carrier esté afirmando que soy un ignorante general en temas del Nuevo Testamento (ciertamente no es esto lo que dice; pero me consta que la gente piensa que sí lo dice en el fondo). Por ello, debo defenderme hablando sobre mi propio trabajo –algo odioso salvo para un “narcisista”… que no lo soy– que elimine un tanto la impresión de la crítica carreriana. Digo como Pablo en 2 Corintos 11,1: “¡Ojalá pudierais soportar un poco mi necedad! ¡Sí que me la soportáis!”.
 
En 2008 edité un libro comunal sobre la existencia de Jesús, que Carrier no conoce, cuyo título era “¿Existió Jesús realmente? El Jesús de la historia a debate”. Madrid, Editorial Raíces. Creo que en él se da cuenta de toda la literatura pertinente hasta el momento sobre la posible no existencia de Jesús. Obsérvese además que en ese libro escribe gente de talla internacional  junto a otros menos conocidos porque el libro está escrito en español, como Bermejo-Rubio, Jaime Alvar, Lautaro Roig-Lanzillota; J. Peláez; G. Puente Ojea; G. del Carro; Víctor Mora Mesén; Pablo de la Cruz Díaz. El libro principal de Carrier, que –según él– recoge y pone al día toda su producción anterior es On the historicity of Jesus. Why we might have reason for doubt,  es el que he leído y comento en “Aproximación al Jesús histórico”. Y no he leído más ni de Carrier, ni artículos de fondo –solo reseñas– de sus críticos precisamente porque me pareció que lo único interesante que había aparecido en el mercado es el libro del mismo Carrier!!!
           
Después de leer a  Carrier y siendo la filología del Nuevo Testamento un campo amplísimo, me dije a mí mismo que el tema de la existencia histórica de Jesús era un asunto en el que no se debía emplear más tiempo una vez hecha la pertinente distinción entre Jesús de Nazaret y Jesucristo. Si alguien me pregunta si existió Jesucristo le diré que no, porque es una mezcla de un personaje histórico, aunque para su época insignificante, y un concepto teológico. Pero naturalmente diré que Jesús como personaje poquísimamente importante en el Imperio Romano, existió sin duda alguna. Y diré a quien me lo pregunte, que el que conozca bien el judaísmo de la época y haya estudiado a fondo el Nuevo Testamento le resulta casi incomprensible negar la existencia histórica de ese carpintero, porque ello supone que todo el Nuevo Testamento es un mito y hay que explicar como mito absolutamente todo ese corpus si uno es consecuente. ¡Imposible salir de ese pantano intelectual!
 
Pongo un ejemplo que aclare por qué pienso que no tenía que leer más sobre el tema “la existencia de Jesús”. Supongamos un oncólogo, un médico acostumbrado a leer mucha literatura científica sobre lo suyo, el cáncer, y que está muy dedicado muy especialmente a una parte de su especialidad, por ejemplo, a la detección del cáncer de próstata o de mama. En su caso no puede perder el tiempo en absoluto, cuando de una ojeada cae en la cuenta de que lo que se va escribiendo de su especialidad es solo general (“tempus fugit”). No es que no le interese ya, sino que tiene que concentrarse en lo que le ocupa, el cáncer de próstata y deja lo demás hasta que aparezca algo en la materia general que le haga cambiar su postura en lo particular. Y apenas hay que decir que lo malo se detecta enseguida. Pongo otro caso más específico: si hojeo un libro de historia del cristianismo primitivo, y veo que el autor defiende la idea de que el cristianismo fue inventado, en su fórmula actual naturalmente, por Eusebio de Cesarea y que este escribió el Nuevo Testamento allá por el 320 d. C. … cierro el libro y no leo una página más. Pues eso me pasa con la eterna cantinela de que Jesús no existió. Carrier, en el subtítulo de su libro se guarda muy mucho de decir que Jesús no existió, sino que hay lugar para la duda… Pero el lector sabe que el autor está convencido de que el personaje es un puro mito literario.
Este par de ejemplos explican por qué yo –trabajando intensamente sobre otros temas, como un Comentario al Nuevo Testamento y la edición de la novela clementina de los siglos III y IV (cuya transmisión está en griego, latín y siríaco)– no haya dedicado más tiempo a leer la literatura más o menos científica sobre la no existencia de Jesús de Nazaret. Insisto en que para mí es un tema ya resuelto, precisamente después de haber leído a Carrier y no convencerme en absoluto su perspectiva sobre los libros del Nuevo Testamento (pondré algún ejemplo) y sus argumentos de cálculo de probabilidades sopesando los argumentos para su existencia.
 
Carrier se centra sobre todo –ciertamente entre otras varias cuestiones– en la idea germinal de su tesis doctoral. Sin duda ahí, en ese tema, sabe más que nadie.  Ahora bien, que dé gracias al cielo de que comenté su texto en mi libro porque, insisto, es el único que merece la pena después del examen de la cuestión de la historicidad de Jesús en 2008. Por eso lo incluí en “Aproximación al Jesús histórico”. A otros, no.
 
Aunque con el paso de los años, uno cae cada vez más en la cuenta con inmensa nitidez de todo lo que ignora, creo que es difícil y muy descortés llamar “ignorante” a quien ha tenido una vida de estudio como la mía. Además una vida de estudio (“Más sabe el Diablo por viejo que por diablo”) pasada por la dura criba de dos oposiciones públicas de las de antaño, durísimas, ante un tribunal de cinco miembros, más los que quisieren estar presente del público académico. Todo con “luz y taquígrafos”. Tuve otros tres contrincantes más en la oposición a cátedra de universidad en 1984 (en la Adjuntía, 1978 me presenté yo solo), con ejercicios prácticos a montones de traducción y comentario de textos en latín, griego, hebreo, arameo, copto, siríaco, eslavo eclesiástico antiguo y etíope clásico (insisto en que las pruebas eran públicas)… demasiada criba par un ignorante de campeonato como dice Carrier que soy. Un opositor que al menos da muestras de haber trabajado como hormiguita, ya que tiene publicadas traducciones de todas esas lenguas antiguas mencionadas (menos de eslavo); además de 16 traducciones científicas de libros extensos –muchos de ellos–, en alemán, inglés, francés e italiano, parece poco probable que sea un ignorante en general. Insisto en que Carrier no lo dice así; se refiere a lo particular, la literatura negacionista, pero indica que es como una tendencia de mi persona.
 
Item más, un sujeto que ha escrito la “Guía para entender el Nuevo Testamento” (6ª edición, si no me equivoco, en 2020); “La Guía para entender a Pablo. Una interpretación del pensamiento paulino: 2ª edic. de 2019) no puede ser tan ignorante en cosas del cristianismo primitivo, porque ha recibido el espaldarazo de las gentes, público y crítica, a pesar de que tales obras no están compuestas siguiendo el pensamiento clerical dominante.
 
Sobre otro libro mío, que tras estar hecho compartí con Jesús Peláez –quien hizo una revisión general y añadió tres capítulos–  es el que lleva por título “El Nuevo Testamento. Introducción al estudio de los primeros escritos cristianos”. Fue traducido al inglés en 2003, por Deo Publishing, The Netherlands con el título “The Study of the New Testament. A Comprehensive Introduction”;  Stanley Porter en el “Journal for the Study of the New Testament” escribió sobre este libro “The volume is an outstanding introduction to the study   of the New Testament, and deserves to be widely read. The volume treats most issues of importance in New Testament exegesis in a depth virtually unknown in introductions to exegesis in English. This is the best overall discussion I know”. Otros como Simon Légasse (“Bulletin de Littérature Ecclésiastique”) y G. Marconi (“Gregorianum”) escribieron más o menos lo mismo.
 
También durante 15 años (cada semestre) escribí en inglés, en la revista “Filología Neotestamentaria”, resúmenes bibliográficos, con brevísimo comentario, que tenía los siguientes apartados: “General Grammar. Tools. Characterisation of Biblical Greek / Textual Criticism / Stylistics / Structures / Literary Studies and Criticism / Phonetics and Accentuation / Morphology / Rhetoric / Semantics / Semiotics / Semitisms / Syntax / Translation / Vocabulary / Mixed philological methods). Esto me obligaba a estar al tanto de todo en el ámbito de la filología del Nuevo Testamento.
 
Además me he dedicado a la edición en castellano de textos antiguos jamás publicados en español, como 1. “Los apócrifos del Antiguo Testamento” (5 + 1 volúmenes, de los que soy editor general –que debe revisar todo aunque la colección llevaba el nombre de Alejandro Díez Macho, por ser el autor exclusivo del volumen primero–; y autor de la traducción y comentario de bastantes de las obras contenidas en cinco de esos 6 volúmenes. Los textos transmitidos están en las lenguas arriba mencionadas y de las que, como dije, me examiné en público); 2. “Textos coptos de la Biblioteca de Nag Hammadi” (3 volúmenes: hice la misma tarea); 3. “Todos los Evangelios” (1 volumen con traducciones de diversos colaboradores), 4. “Hechos apócrifos de los Apóstoles” (3 volúmenes, por ahora, el cuarto casi terminado, coeditados con G. del Cerro).
 
Y si todo sale bien, hacia octubre del 2020 empezarán los tratos para la publicación de “Los libros del Nuevo Testamento” (espero que en la Editorial Herder), que es el título del Comentario ya  mencionado al Nuevo Testamento, escrito por Josep Montserrat, Gonzalo Fontana y yo. Espero que quien lo lea no podrá decir que no está bien informado y que sus autores no son lectores críticos del Nuevo Testamento y que están carentes de argumentos al partir de la base de que Jesús de Nazaret existió (no Jesucristo).
 
Así pues, confieso paladinamente que yo no sé tanto como Carrier de su tema, ni mucho menos, pero sí lo suficiente como para leer y juzgar su libro. En la entrevista que me hizo David Cáceres dije que al llegar a un punto (preciso ahora que en torno a la p. 400 en adelante), el libro se caía de mis manos, porque opinaba –y opino– que mucho juicios interpretativos de Carrier no son de recibo. De la p. 400 a la 600 más o menos, y de esto hace casi cuatro años, vi con toda claridad que las percepciones de Carrier sobre los textos del Nuevo Testamento –por mucha bibliografía que citara– no iban en absoluto bien encaminadas en el ámbito de la crítica, por supuesto no confesional, como es la mía.
 
Un ejemplo: la interpretación de Santiago en Gálatas 1,18-19 “Luego, de allí a tres años, subí a Jerusalén para conocer a Cefas y permanecí quince días en su compañía. Y no vi a ningún otro apóstol, y sí a Santiago, el hermano del Señor”, en la línea de que Santiago era  al igual que todos los creyentes “hermano en el mesías” es absolutamente errónea teniendo en la mano todos los datos sobre los hermanos carnales de Jesús en el Nuevo Testamento y en el cristianismo primitivo hasta el siglo IV. Y no digamos Flavio Josefo, Antigüedades de los judíos XVIII 200…, donde describe la muerte de Santiago, hermano carnal, naturalmente, de aquel a quien los creyentes llamaban mesías.
 
Y a propósito: otro dato, salvo error por mi parte, de la existencia real de Jesús es la noticia de que Domiciano condenó a muerte a hijos de primos del Nazareno (los denominados “Desposyni”) por miedo a que pudieran incitar (¡eran parientes de un sedicioso contra Roma = Jesús!) a una rebelión contra el Imperio. Según Carrier, Domiciano se habría dejado llevar también por el mito.
 
 Retomo la idea anterior: al llegar casi al final del libro me pareció que los análisis de Carrier –a pesar de la admiración hacia sus argumentos de cálculos de posibilidades para mí deslumbrantes– no eran efectivos, ya que no iban al meollo de la comprensión de los Evangelios ni tampoco de Pablo. Opino modestamente que Carrier no se ha metido dentro de la piel de esos judíos del siglo I que los escribieron. Esto quiere decir que no me convencen en absoluto muchos de sus análisis básicos de Pablo y de los Evangelios.
 
A este propósito igualmente recomiendo a Carrier que lea toda la literatura judía de la época del Segundo Templo y que intente meterse en la piel de los judíos del siglo I, muy fanáticos en los religioso, crédulos hasta el extremo en la intervención divina para expulsar a los extranjeros de la tierra sagrada, Israel, pero que jamás pensaron, ni pudieron pensar, en construir un mesías a partir de un personaje mítico. Piénsese que los primerísimos cristianos del grupo de Jerusalén eran judíos estrictos (Hechos 2,46: “Acudían todos los días al Templo…). Piénsese también que todos los autores del Nuevo Testamento (probablemente “Lucas” era al menos un prosélito) son todos judíos a carta cabal. El Nuevo Testamento es la perla de la literatura judía del siglo I.
 
Pues bien, todos los judíos fanáticamente religiosos del siglo I que esperaban un mesías partían del supuesto ineludible de que ese mesías era un hombre real, escogido por Dios por sus cualidades religiosas. Tenía que ser un hombre, de algún modo “hijo de David (en el siglo I este concepto se entendía ya laxamente). Ese ser humano, ungido por el espíritu de Dios y con la ayuda de su todopoderoso brazo (las legiones de ángeles), liberaría a Israel del yugo de los romanos. Jamás, nunca jamás, habrían inventado los judíos del siglo I míticamente un mesías que no fuera un ser humano existente en la realidad. Nunca jamás. Y quien piense que un grupo de judíos –los primerísimos cristianos eso eran–  hizo eso (es decir, inventarse un mesías mítico, que no partía de la existencia de un ser humano real, que como Gedeón, podía ser insignificante), no entiende el judaísmo del siglo I.
 
La hipótesis del invento mítico, no real, de un mesías que muere en la cruz, en una crucifixión colectiva en un juicio romano por un motivo político es una suposición absolutamente implausible para quien conozca bien la mentalidad judía del siglo I y se haya metido en la piel de los judíos. De nuevo: recomiendo vivamente a Richard Carrier que se meta de nuevo (ya sé que la conoce bien) en toda la literatura judía de le época del Segundo Templo y que intente pensar como un judío del siglo I.
 
2 “Historicista loco de atar”. Según Carrier, aquel que crea firmemente en la existencia de Jesús de Nazaret y no dude de ella, aunque critique ferozmente las fuentes principales, los Evangelios, es un historicista. Su obra –sostiene Carrier– está viciada de base al creer firmemente en la existencia histórica de Jesús. Por tanto, desde Martin Seidel, a finales del siglo XVII. siguiendo por Reimarus (finales del XVIII), Baur, Strauß (siglo XIX), Wrede, Schweitzer, Bultmann, Dibelius, Guignebert, Loisy, etc… cientos de estudiosos magníficos han escrito libros que no valen para nada. Prácticamente toda la investigación está viciada. “It is useless”. ¡Qué suerte para mí que Carrier me meta en el mismo saco lleno de historicistas de inmensa talla y sabiduría histórica y filológica! ¡Yo en el mismo saco en donde están Martin Seidel, Reimarus, Wrede, Schweitzer, Bultmann, Dibelius, Guignebert, Loisy! ¡Es un honor insospechado!
 
En historia antigua no hay verdad alguna absoluta. La verdad va cambiando conforme la posesión de datos sobre una figura o hecho del pasado va aumentando, si se producen nuevos descubrimientos numismáticos, arqueológicos o de textos. Y como siempre hay poquísimos datos, o muchos menos de los que quisiéramos, la investigación sobre historia antigua se hace a base de reconstrucciones, de hipótesis plausibles. Solo plausibles. Evidentemente eso quiere decir que en historia solo hay pruebas –numismáticas, arqueológicas o textuales independientes– de poquísimos personajes entre los miles y miles que existieron. Salvo esos pocos, de los demás, incluido Jesús de Nazaret, no podemos “probar” estrictamente, al modo casi matemático por tener pruebas tangibles, su existencia... pero sí tenemos medios para salir de las dudas razonables por crítica interna de los testimonios.
 
Cuando muchos investigadores independientes están de acuerdo en que una hipótesis es totalmente plausible y hay consenso… eso es la “verdad”, aunque Carrier dice que el consenso no prueba. No prueba cuando no había crítica histórica bien formada (pongamos desde Aristóteles hasta el siglo XVII). Pero después sí. Hubo consenso en el geocentrismo desde Aristóteles a Galileo… pero ahora es muy distinto. El consenso científico sí vale para la verdad “provisional”. Un adagio latino: “Distingue los y concordarás los derechos” nos avisa de que no es lo mismo el consenso de una época precrítica que el consenso de otro época con más o menos de unos 250 años de ejercicio del espíritu crítico. Afirmar –como hace Carrier– que la crítica filológica, afilada desde hace casi esos tres centenares de años, no es capaz de distinguir el trigo de la paja (= lo mítico del sustrato real que hay debajo) en los escritos judíos que hablan de un mesías… es mucho afirmar. Si  se forma un consenso entre investigadores independientes de cualquier tipo de fe, o que han superado las barreras confesionales, hay que tenerlo en cuenta.
 
Por ejemplo, si apareciera, un ejemplar, y además completo, de la “Fuente Q”, y la investigación se pusiere a estudiarlo, y pasado un tiempo prudencial se llegara a un consenso sobre cómo interpretar la figura de Jesús, es decir, se emitieran  hipótesis plausibles teniendo en cuenta el nuevo documento, esa sería la “verdad” por el momento… al menos en historia. Por tanto, insisto, sí me parece que vale el consenso (el actual, después del uso masivo de la crítica desde inicios el siglo XIX) en la aceptación de hipótesis plausibles. La obra de Carrier y sus resultados no han llegado a conseguir ese consenso, ni mucho menos, entre investigadores independientes, no creyentes, no sujetos a iglesia alguna.
 
A este propósito una observación sobre la repetición por tres veces por parte de Carrier de que mi “libro es inservible”. Así, sin matices. Pero obsérvese: mi tratamiento de la historicidad de Jesús de Nazaret en “Aproximación al Jesús histórico” (que junto con el complemento electrónico son más de 500 páginas, si no me equivoco) va de la pp. 11 a la 41. La crítica de Carrier está en las pp. 21-22 y 41-42, no completas. No llegan a 2 páginas sobre 500. Que el lector haga la cuenta del tanto por ciento que suponen dos páginas frente a más de quinientas.. Carrier declara que toda la obra “no vale nada” (repito: tres veces) juzgando, como digo sobre dos páginas entre más de 500 en total. Este juicio es injusto  y pienso que quizás  inaudito.
 
3. “Doy la impresión de que asumo por mi parte que todos los evangelios fueron escritos por gentes de la misma secta o incluso por el mismo autor”
 
R. ¿Dónde he escrito yo eso? Jamás. Ni lo pienso.
 
4. “No entiendo bien la naturaleza de Jesús según Pablo y no sé qué es lo que los judíos entienden por “Dios”.
           
R. En mi opinión y después de muchos años pensando sobre Pablo y editando textos judíos, y estudiando todo el judaísmo de la época del Segundo Templo, creo modestamente que quien no entiende bien a Pablo es él. No estoy de acuerdo con su interpretación de 1 Cor 8,4-7. En absoluto. Ni hay únicamente monolatría en ese texto, sino en verdad un monoteísmo monárquico y subordinacionista como llegaron a pensar prácticamente todos los judíos cultivados hasta mediados del siglo II, sin nunca explicarlo claramente ni hacerse cuestión alguna de esa creencia. Remito a mi capítulo de la “Guía para entender a Pablo”, Aclaración “Sobre la naturaleza del mesías”. Hasta después de la momentánea condenación (prácticamente excomunión) de Rabí Aquiba por sus colegas –por defender la doctrina de que “había dos poderes en el cielo”– hacia el  130 d. C., no había problema alguno entre los judíos en aceptar que existían los llamados dioses, pero que eran en realidad demonios aunque la gente los denominara así. Ni Pablo ni ningún judío cabal pensó que los demonios eran equiparables por ejemplo, a Dioniso o Hera.
 
5. Formulación de preguntas retóricas estúpidas.
           
R. Esas preguntas estúpidas fueron ya formuladas exactamente tal cual por Charles Guignebert. Tal cual, insisto, y eso lo digo en alguna parte. Si alguien se atreve a llamar estúpido a Guignebert, allá él. ¡Qué suerte tengo de que me equiparen en la “estupidez” que tuvo igualmente alguno uno de mis maestros!
 
Mañana concluyo, deo favente.
 
Saludos cordiales de Antonio Piñero


http://adaliz-ediciones.com/home/36-el-jesus-que-yo-conozco.html

Miércoles, 5 de Agosto 2020

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Editado por
Antonio Piñero
Antonio Piñero
Licenciado en Filosofía Pura, Filología Clásica y Filología Bíblica Trilingüe, Doctor en Filología Clásica, Catedrático de Filología Griega, especialidad Lengua y Literatura del cristianismo primitivo, Antonio Piñero es asimismo autor de unos veinticinco libros y ensayos, entre ellos: “Orígenes del cristianismo”, “El Nuevo Testamento. Introducción al estudio de los primeros escritos cristianos”, “Biblia y Helenismos”, “Guía para entender el Nuevo Testamento”, “Cristianismos derrotados”, “Jesús y las mujeres”. Es también editor de textos antiguos: Apócrifos del Antiguo Testamento, Biblioteca copto gnóstica de Nag Hammadi y Apócrifos del Nuevo Testamento.





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