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Las pirámides de Egipto, escaleras reales hacia el cielo

Redactado por Francisco J. Martín Valentín y Teresa Bedman el Jueves, 26 de Julio 2007 a las 18:32
| Jueves, 26 de Julio 2007 18:32

Las pirámides de Egipto siempre constituyeron motivo de asombro para quienes tuvieron la oportunidad de contemplarlas, ajenos a las razones por las cuales dichos monumentos se habían construido.


Las pirámides de Guizeh
Herodoto, que visitó Egipto en el siglo V a. de C., dio una imagen de las pirámides que, todavía hoy, se encuentra presente en el acerbo cultural de nuestra sociedad. Detrás de cada una de esas extrañas construcciones, parecía haber un tirano explotando a cientos de miles de seres humanos.

La misma o semejante idea se nos trasladó por los demás escritores clásicos.
Para el mundo islámico las pirámides resultaban ser el refugio de la ciencia y de la técnica antiguas, habiendo sido construidas ante el advenimiento del diluvio anunciado por Dios a los hombres.

Hoy, todavía nos debatimos para decidir si, las pirámides fueron enigmáticos centros iniciáticos en los que se desarrollaban oscuras ceremonias o, simples monumentos funerarios, erigidos bajo una incomprensible idea de divinidad, al servicio de un solo hombre.

Aún resuenan en el aire las palabras de los viajeros medievales que describían la gran pirámide de Kheops como un gran diamante recubierto de piedra viva, o como los graneros del faraón, ordenados construir por José, hijo de Jacob.
Sin embargo, nada de ello se ajusta, por lo que sabemos, a la realidad por la que dichos monumentos fueron concebidos y construidos.

Im-Hotep, el sabio constructor de escaleras celestes

Los reyes que integraron las dinastías Tinitas, se hicieron enterrar en complejos funerarios bajo tierra, cubiertos con una estructura parecida a unas bancadas de enormes dimensiones, que imitaba a los palacios que utilizaban en su vida diaria.

Avanzada la dinastía III (hacia 2649-2575 a. C.), un arquitecto real que, además, era astrónomo y médico, en suma, un hombre sabio, concibió la magnífica idea de superponer varias mastabas, unas encima de otras, para obtener una especie de escalera con peldaños por la que, (conforme a las creencias egipcias), el espíritu de su señor, el rey Dyeser, podría ascender hasta el cielo para unirse con el sol por toda la eternidad. Aparentemente, de esta idea surgió el primer proyecto conocido que acabaría dando lugar al prototipo de las auténticas pirámides.

Desde el punto de vista arquitectónico, la pirámide escalonada se concibió disponiendo una serie de estructuras decrecientes en su tamaño en seis elementos superpuestos. A su alrededor, se ordenó construir una serie de estructuras vinculadas a ella, rodeadas con un muro que recordaba la fachada del palacio real.

Dentro de este conjunto piramidal se incluyeron construcciones tales como el gran patio del festival Sed, lugar de entidad mágico-simbólica, donde el espíritu del rey difunto celebraría eternamente su regeneración; también estaban las casas del Sur y del Norte (que simbolizaban los dos reinos del Bajo y el Alto Egipto), el templo funerario donde el rey muerto y divinizado recibiría su culto funerario oficiado por los sacerdotes, y el patio del Serdab, capilla en la que el espíritu del rey podría contemplar, a través de su estatua, las estrellas del norte, llamadas las Imperecederas, porque nunca se ocultaban.

Todo el conjunto, edificado en hermosa piedra caliza, resultaba un esplendente espectáculo de un blanco radiante, engastado en el oro del desierto.
Tal fue la ciudad mágica que el sabio Visir Im-Hotep edificó para asegurar la vida eterna de su señor como rey del Alto y del Bajo Egipto en la sacrosanta necrópolis de Sakara.
Los sucesores de Dyeser también construyeron pirámides, si bien no alcanzaron su magnificencia.

Algo al sudoeste de la pirámide de Dyeser, el Horus Sejem-Jet se hizo construir otra escalonada, esta vez de siete gradas. Hoy no queda prácticamente nada de ella. El último monumento de estas características se construyó para otro rey, llamado Ja-ba, a siete kilómetros al norte de Sakara.

Sin embargo, las pirámides no fueron un fenómeno exclusivo de Menfis, la capital del Norte y sus alrededores; no es demasiado sabido que, en el lejano Sur de Egipto también se construyeron en esta época, al menos, otras siete pirámides escalonadas; la más meridional en la Isla de Elefantina; otras tres, en las localidades de Ombos, Edfú y Hieracónpolis; el resto, en las ciudades de Abidos, y en las actuales Zauiyet el-Mayitin y Seila, ésta última en las cercanías del Fayum.

Se trata de pequeñas edificaciones, quizás alzadas para albergar los cuerpos de esposas reales, aunque los arqueólogos no han concluido sus trabajos y conclusiones al respecto.


Meidum, la transición.

Esnefru, el último rey de la dinastía III o quizás el fundador de la IV, trasladó su capital norteña a las inmediaciones del lugar hoy conocido como Dashur, unos 10 kilómetros al sur de Menfis. Desplazándose unos kilómetros hacia el sur decidió concluir un proyecto de construcción piramidal que había sido iniciado por su antecesor, Huni.

Se trataba de la llamada pirámide de Meidum. Este monumento consistía en una estructura de tres grandes escalones, tal como hoy se puede contemplar. No obstante, los egiptólogos han estudiado la posibilidad de que estas hiladas estuvieran recubiertas por estructuras exteriores de piedra que, finalmente, darían al conjunto el aspecto de una pirámide convencional. En todo caso, parece que nunca fue concluida debido al hundimiento de la estructura exterior, lo que provocó el abandono de la construcción.

Resulta obvio que la pirámide de Meidum es el ejemplo claro de transición desde el tipo de las más arcaicas hasta las de la época clásica.

Allí se incluyó por primera vez un gran corredor, desde el centro de su cara norte hacia la cámara funeraria. En su interior se diseñó el llamado ‘techo en bancadas’, ingenio técnico que permitía distribuir adecuadamente las cargas de la presión de los bloques.
Pero, por razones que nos son desconocidas, Esnefru abandonó las obras de su pirámide en Meidum, eligiendo un nuevo punto hacia el norte, en Dashur, donde ordenó iniciar un nuevo ensayo.

Las pirámides anteriores a Esnefru habían sido construidas con unas pendientes que oscilaban entre los 72º y los 78º. Sin embargo, la nueva de Dashur se concibió ya con una inclinación de 60º que, por problemas estructurales sobrevenidos, debió ser corregida hasta dejarla reducida a 55º. Tras esta rectificación se impuso otra nueva, disminuyendo la pendiente hasta 44º, y así fue concluida.

He aquí la razón de la extraña forma, de aspecto romboidal, que la ha dado el nombre popular con el que hoy es conocida.

En su interior, se establecieron dos entradas desde las caras norte y oeste respectivamente. Ambas conducían a la cámara funeraria del rey. Conforme creían los antiguos egipcios, a través de estos corredores, el alma del faraón podría unirse a las estrellas del norte y compartir la navegación nocturna del sol por el mundo subterráneo.

Por primera vez conocida se identificó claramente la estructura del conjunto piramidal, tal como fue concebido en la llamada época clásica, durante la dinastía IV: una pirámide satélite, una capilla en la cara este, un recinto rodeando dichas construcciones, una calzada saliendo desde la cara norte y un templo funerario al que llegaba el agua del Nilo cuando la inundación cubría la tierra de Egipto.

El misterio de Esnefru

Incomprensiblemente este inquieto soberano que reinó mas de 24 años, renunció a ocupar las dos pirámides que se había hecho construir y, alrededor de su año treinta, ordenó comenzar una nueva obra algo mas al norte. ¿Se trataba solamente de ensayos constructivos? Algo así debió ser, porque la nueva se edificó con una pendiente constante de 43º 22', lo que la acercaba aún más a las que se construirían durante la dinastía IV.

Este fue el definitivo lugar de descanso eterno del rey Esnefru.
Finalmente, sus arquitectos habían conseguido elevar un edificio que quería representar a los rayos solares descendiendo del cielo, en forma de estructura pétrea que sería simbólicamente utilizada por el Ka real en su ascensión al cielo y en su descenso a la tierra.

El complejo funerario del rey Kheops.

La siguiente generación de reyes eligió para seguir construyéndose sus monumentos funerarios una meseta de piedra arenisca natural situada bastante mas al norte, en el lugar hoy llamado Guisha. Allí, el segundo rey de la dinastía IV decidió edificar la que sería la séptima maravilla del mundo: la Gran pirámide.

Es en Guisha donde las construcciones piramidales alcanzaron su apogeo al perfeccionarse el complejo funerario que las completaba. La llamada Gran pirámide quizás fue el sueño del más poderoso rey del Imperio Antiguo. Construida con cerca de 2.300.000 bloques de piedra que pesaban una media de 2,5 toneladas cada uno, se convirtió en la más importante construcción en piedra hecha por el hombre en la antigüedad.

Su base es un cuadrado de 230,33 metros de lado, alzándose hacía el cielo hasta una altura de 146,59 metros. Con todo, su más destacable característica reside en la inclinación de sus caras, con una pendiente de 51º 50' y 40'' y, lo que es aún más asombroso, por su orientación casi exacta con el llamado norte verdadero, respecto del que tan solo acusa una diferencia de 3' y 6''.

Kheops completó el complejo funerario de su pirámide ordenando construir otras tres, de más pequeñas dimensiones, dedicadas a enterrar a sus reinas, y aún, otra más pequeña, quizás para enterrar los vasos canopos en los que se depositaban las vísceras momificadas de las momias de dichas reinas; cada una de estas construcciones tenía su correspondiente barca funeraria, como las tenía también el propio rey.

El templo alto, que estaba adosado a la cara oeste de la pirámide, se unía, por medio de una magnífica calzada de casi dos kilómetros de largo, con el llamado templo del valle. Este templo, construido en los lindes de los cultivos con el desierto, era el lugar donde se recibía el cuerpo del rey difunto para llevar a cabo las operaciones de la momificación.

Tal fue el monumento ante el que la imaginación humana se paralizó siempre.
Esta enorme mole de asombrosa regularidad, forrada con losas de piedra caliza blanca, perfectamente pulidas y ensambladas entre sí, revelaba a quienes la contemplaban la grandeza de Egipto por los siglos de los siglos.

Expresión arquitectónica incomparable fue, y es también, la prueba de los grandes conocimientos matemáticos y astrofísicos de los egipcios del Imperio Antiguo.

Los constructores de las pirámides

No hace muchos años el azar quiso que un caballo descubriera al tropezar (método frecuente en la historia de los grandes descubrimientos arqueológicos), la ciudad de la muerte de los constructores de las pirámides.

Recientes excavaciones han permitido conocer el hábitat de los obreros que construyeron las pirámides de Guisha. Justo a los pies de las pirámides, algo al Sudeste de la Gran Esfinge, debajo de la moderna ciudad de Nazlet El-Saman se han encontrado restos de una enorme ciudad que fue habitada por los trabajadores que las construyeron.

Ahora sabemos que, aproximadamente una población de 30.000 habitantes colaboraba en todas las tareas que tan enorme proyecto exigía. Los restos de alimentos, cerámicas, cenizas y construcciones de ladrillo indican que, en ése lugar, vivieron y murieron los constructores de las pirámides.

Los excavadores han hallado tres zonas diferenciadas que muestran el perfil de esta gran ciudad: la zona habitada o ciudad propiamente dicha, su necrópolis, y la zona administrativa y de almacenes, donde se encontrarían los edificios que contenían los archivos documentales y las oficinas de la administración real, así como los depósitos de los materiales y herramientas necesarios para la obra.

En el cementerio se han encontrado los restos de obreros, artesanos, capataces, Jefes de Obras y otros funcionarios superiores que, todos juntos, constituyeron el formidable ejército de trabajo que alzó las impresionantes montañas de piedra que todavía hoy nos causan asombro y perplejidad.

Para que este ejército pudiera cumplir adecuadamente sus fines, la administración real se encargaba de hacer llegar cuanto era necesario para su subsistencia: alimentos, bebidas, aceites, tejidos y artículos así como enseres de todo tipo.

Por otra parte, las excavaciones han permitido conocer que los obreros y artesanos estaban organizados en equipos de trabajo y cuadrillas.

En el caso de la pirámide de Mykerinos, los 2.000 trabajadores que, se supone, la construyeron, estaban organizados en dos equipos de 1.000 hombres cada uno; éstos estaban divididos, a su vez, en cinco 'filas' de 200 obreros, mientras que cada una de las 'filas' estaba integrada por 10 cuadrillas de 20 obreros.

Tenemos pruebas del sentido del humor de aquellos egipcios o, al menos, de la sensación de protesta frente al poder que nos han transmitido algunos de estos equipos de trabajadores que llevaban nombres tan poco respetuosos tales como 'la cuadrilla de los secuaces' o 'la cuadrilla: Mykerinos está borracho'.

En todo caso, se trataba de hombres que no eran esclavos sino trabajadores especializados que vivían de las retribuciones en especie tales como cerveza, grano de cereales, aceite, cebollas, ajos, piezas de tejido y otros elementos de consumo que la administración real para la construcción de la ciudad piramidal les hacía llegar puntualmente.

Los sucesores de Kheops.

Kefrén, sucesor de su padre, tras el reinado de su hermano Dyed-ef-Ra, decidió edificarse con el mismo planteamiento arquitectónico de la de su progenitor, la que sería la segunda pirámide de Guizé. Con una altura de 143,5 metros, alcanzó, sin embargo, una mayor inclinación que la Gran pirámide, con una pendiente de 53º 10'. A pesar de ello, desde lejos, da la impresión de ser la más grande de las tres de Guisha, por estar algo más elevada la meseta en el lugar donde fue erigida.

Esta pirámide permite hacerse una idea del aspecto original que debió tener el espléndido conjunto.

En efecto, todavía conserva en su vértice parte del revestimiento externo original, elaborado con blanca piedra caliza de Tura. Junto a la cara Sur se hizo construir otra pirámide satélite, sin duda para albergar sus estatuas, con el objeto de que su Ka real recibiera culto.

En la cara Oeste edificó un magnífico templo mortuorio, unido por una calzada de un kilómetro y medio de largo con el templo del valle. Junto a este templo, e integrada en el complejo funerario, probablemente se ordenó esculpir la más grande de todas las estatuas que se fabricaron durante el Imperio Antiguo: la Gran Esfinge.

Este símbolo solar, animal mítico con cuerpo de león y cabeza humana que representa seguramente el rostro del propio Kefrén, fue esculpido en un bloque de piedra caliza nummulítica, al pie de la calzada que unía ambos templos.
Pero ¿Cuál era el significado de esta descomunal escultura?.

Es lo cierto, que la esfinge simbolizaba el poder y la fuerza controladas por el espíritu del rey. Con los siglos fue identificada con el dios Horum, divinidad venida de fuera de Egipto; no obstante, este gigantesco león con cabeza humana fundamentalmente recibió culto a lo largo de toda la historia faraónica como una divinidad solar específica, el dios Hor-em-Ajet.
Llamada por los árabes ‘el Padre del Terror’, fue siempre objeto de veneración por los antiguos egipcios. Mucho se ha especulado acerca de su verdadera antigüedad, y tal parece que, la erosión que la corroe no hubiera sido producida por los vientos cargados con las arenas de los desiertos cercanos, sino por el agua.

Todos los arqueólogos que han excavado alrededor de la Esfinge, han tratado de buscar especiales secretos o revelaciones que desentrañaran su misterio. La posible existencia de pasadizos o cámaras bajo esta enorme escultura ha sido uno de los tópicos clásicos de este monumento. Ciertamente, en el lado septentrional de la Esfinge se descubrió un pasadizo con fondo ciego que penetraba por debajo del monumento, pero sus paredes no tenían ninguna inscripción.

Otra de las cuestiones que también ha preocupado al hombre en relación con la Gran Esfinge de Guisha ha sido su conservación. Se conocen restauraciones del monumento desde la dinastía XVIII, durante el Imperio Nuevo ( 1.550-1295 a.). Los arqueólogos modernos han seguido luchando desde el año 1925 hasta nuestros días. Sin embargo, cada restauración que se ha llevado a cabo, se ha mostrado insuficiente, siendo rechazados los bloques utilizados que han caído con el paso del tiempo. El revestimiento aplicado en 1980 se resquebrajó a partir de 1987 por las sales contenidas en la piedra y en el mortero usado.

La última restauración, comenzó en 1992, tomándose la decisión de sustituir todos los bloques de la anterior por otros nuevos; en esta ocasión se decidió reemplazar el mortero por resinas sintéticas que carecen de humedad, evitando así perjudicar la piedra original.
En la actualidad, se sigue trabajando en un nuevo proyecto restaurador del que forma parte la detallada observación de los factores medio ambientales dañinos, tales como el viento, la lluvia, la humedad atmosférica y la condensación. Desgraciadamente, hay que reconocer que, todavía, no se han encontrado las soluciones definitivas que impidan o retrasen la destrucción del monumento.

La Gran Esfinge se encuentra en peligro de desaparición. Ella, que ha resistido todos los embates de los hombres, del desierto y de la historia, hoy se hace polvo ante nuestros ojos por la contaminación y el gran aumento de la humedad en el aire del gran Cairo, que amenaza con tragarse toda la meseta de Guisha.
Pero, sigamos ahora con las pirámides.

Mykerinos, el último constructor de Guisha

La tercera y más pequeña de las tres existentes en Guisha, fue construida por orden del hijo de Kefrén, el rey Mykerinos. Su altura es sensiblemente menor que la de las otras dos; no sobrepasa los 66 metros, y su inclinación es solo de 51º 20'. Sus caras estuvieron recubiertas con bloques de granito hasta su primer tercio de altura y con piedra calcárea en los dos tercios superiores.

Alineadas frente a su cara sur se construyeron tres pequeñas pirámides satélites, destinadas a ser lugares de enterramiento para reinas. El conjunto funerario se completó, al igual que en el caso de las otras dos pirámides de Guisha, con un templo mortuorio construido contra la fachada Oeste del recinto piramidal, una calzada de algo más de un kilómetro y medio de longitud, y un templo del valle.

Con la construcción de la pirámide de Mykerinos, concluyó la época dorada de estos edificios. No obstante, estas típicas construcciones seguirían estando presentes en el paisaje de Egipto a lo largo de toda su historia.

La decadencia de las pirámides: Las dinastías V y VI

Los nuevos reyes, sucesores de los constructores de Guisha, desplazaron el lugar donde ubicar sus tumbas, algo al Sur de la zona anterior, a un punto hoy llamado Abusir.
Las pirámides de estos reyes de la dinastía V querían simbolizar aún más, si cabe, un refuerzo del culto solar.

Las dimensiones de los nuevos monumentos funerarios se redujeron sensiblemente en comparación con los de Guisha, y los propios materiales de construcción, antes sólidos sillares de piedra caliza, fueron sustituidos por fragmentos de piedra de inferior calidad, cortada en pequeños bloques. Para el revestimiento externo se siguió utilizando la piedra caliza de Tura, así como el granito rosa y el basalto, piedras especialmente duras que fueron empleadas para construir algunos lugares especiales del conjunto funerario, tales como el templo mortuorio o el templo del valle.

Algunos de los reyes de la dinastía V completaron la necrópolis añadiendo nuevos elementos arquitectónicos desconocidos hasta aquél momento. Así, Ni-user-Ra y User-ka-ef, ordenaron erigir en Abu Ghurab sendos templos solares donde recibirían culto divino, siendo asimilados al mismo dios Ra.

Como elemento arquitectónico esencial de estos templos solares se construyó un obelisco de mampostería, un altar para sacrificios, y una calzada destinada a unir, como era habitual, el templo alto con el templo del valle. Las pirámides de estos reyes solares nunca alcanzaron la magnificencia de las de sus antecesores; ninguna superó los 70 metros de altura, ni los 54º de pendiente.

Verdaderamente se trataba de monumentos que reflejaban la evidente decadencia de la realeza menfita, que trajo consigo el final del Imperio Antiguo. Dyed-Ka-Ra Isesi, penúltimo rey de la dinastía, construyó la primera pirámide en el Sur de Sakara. De pequeñas dimensiones, hoy está muy destruida.
Su sucesor, Unas, hizo edificar la suya entre los recintos de los reyes Dyeser y Sejem-Jet.

Con solo 43 metros de altura, sin embargo, resulta ser una de las más importantes, porque, en su interior, en la cámara funeraria, se hicieron grabar, por primera vez conocida, una serie de textos religiosos funerarios utilizados en beneficio del rey muerto, que los egiptólogos llamaron 'Textos de las Pirámides'.

Extinguida la dinastía V, los reyes de la VI escogieron, para construir sus tumbas piramidales, un área que iba de Norte a Sur, en el área de Sakara. Desde el reinado de Teti hasta el de Pepi II, el último de los reyes del Imperio Antiguo, todos hicieron incluir en las paredes de sus cámaras funerarias diversas versiones de los textos funerarios reales citados más arriba.

De cualquier manera, es claro que, los últimos reyes del Imperio Antiguo no consiguieron, finalmente, materializar las magníficas pirámides de sus antecesores, los reyes de la dinastía IV.


Pirámides y reyes

Las pirámides de Egipto siempre han fascinado a los hombres. La imaginación de la humanidad nunca ha dejado de sentirse atrapada por estos magníficos monumentos cuya función también se discute permanentemente. Pero aún existiendo más de ochenta en todo Egipto, las que más han llamado la atención siempre fueron las de Guiza.

Estas ‘montañas de piedra’ han provocado a través de los siglos admiración y asombro. Se dice que su masa indestructible ha conseguido fatigar al propio dios Cronos, el dueño de la eternidad. Durante gran parte de su existencia hasta nuestros días las pirámides han conseguido también abrir grandes brechas de polémica entre los personajes que se han acercado a ellas para estudiarlas. La ‘piramidología’ se ha convertido en una especie de ‘ciencia de las pirámides’ que ha tratado y trata de explicar desde su punto de vista el porqué de la existencia de la Gran Pirámide, haciendo extensivas sus conclusiones a las demás.

Por otro lado una pléyade de teorías esótericas han tratado, a su vez, de explicar la funcionalidad de estos magníficos monumentos. En medio de este maremagnum, el público ha permanecido confundido, a veces impresionado, y francamente atraído por las infinitas posibilidades que brinda la imaginación ante tan espectaculares e inexplicables obras de arquitectura.

Más cercanos en el tiempo, los intentos de arrancar a las pirámides sus misterios se han visto apoyados en las más novedosas tecnologías actuales. Los paralelismos indirectos que se han establecido entre la exploración de lejanos planetas y la de la Gran Pirámide, por ejemplo, son buena muestra de ello.

Sin embargo, los misterios, las preguntas sin respuesta, el secreto más íntimo de las pirámides siguen sin revelarse; o al menos, éso queremos seguir creyendo. No cabe duda de que es más atractivo mantener el misterio que desvelarlo; dejar algo en un rincón ignoto para especular de vez en cuando siempre permitirá al hombre escapar de los insoportables tedios y presiones de la vida diaria, tan cargada de tensiones y preocupaciones.

Para comenzar veamos qué es lo que pensaron algunos de los viajeros y escritores que, al pasar ante las pirámides en tiempos ya lejanos, quedaron tan absortos como nosotros lo estamos actualmente. El historiador El Masudi, que vivió en el siglo X de nuestra era, cuenta en sus escritos que, cuando en el año 820 el califa Al Maimun llegó hasta Egipto y visitó las pirámides, pretendió demoler una para saber lo que se encerraba dentro de ella. Se le dijo que era imposible abrirlas, de modo que se optó por excavar una brecha de acceso empleando para ello fuego, vinagre y palancas de hierro.

El trabajo fue durísimo ya que el espesor del muro donde se estaba practicando el orificio tenía más de veinte codos. Cuando llegaron al final de este muro hallaron al fondo del boquete una olla llena de monedas de oro cuyo valor, una vez calculado, resultó ser el mismo importe del dinero que se había gastado el califa en hacer aquél inútil daño a la gran pirámide.

La admiración de la pirámide ha producido, sin embargo, pensamientos más poéticos que los del ambicioso califa. Por ejemplo, el célebre viajero francés Vivant Denon visitó las pirámides de Guisha a principios del siglo XIX cuando, una vez al año, la inundación del Nilo todavía alcanzaba sus bases dejándonos escrita esta hermosa reflexión: ‘...mi alma estaba conmovida ante el gran espectáculo de estas enormes moles...ansiaba que llegase la noche para ver extender su velo sobre este paraje que impresionaba tanto a la vista como a la imaginación....’ .

Ya más cercanos a nosotros en el tiempo se han producido diferentes investigaciones científicas de las pirámides que han sido llevadas a cabo por Von Minutoli, Perring, Von Bissing, Alexander Badawy o Jean-Philippe Lauer por no citar sino algunos. Actualmente Mark Lehner y Zahi Hawass cierran la enorme lista de investigadores que se han acercado a estos monumentos con la intención de desentrañar sus enigmas.


Pero las pirámides de Egipto han sido muchas, no solamente tres. Además se puede seguir su evolución como proyectos arquitectónicos ensayados repetidas veces por los egipcios hasta conseguir la forma perfecta, la arquetípica pirámide del rey Kheops. A estas alturas de nuestros conocimientos, no parece posible dudar de que las pirámides fueron construidas con la finalidad de ser el lugar del enterramiento de los reyes de Egipto. Las investigaciones arqueológicas que se han llevado a cabo desde hace más de un siglo y medio así lo demuestran. Fueron ensayos repetidos para salvaguardar la momia del rey con el fin de garantizar su supervivencia en el más allá.


Por regla general, la pirámide incluía siempre en su estructura una cámara central, dentro de la masa piramidal, (o situada al fondo de un profundo pozo), en la que se depositaba un sarcófago de piedra dura. Una de las polémicas más debatidas reside en sostener que el sarcófago de la llamada ‘cámara del rey’ de la pirámide de Kheops no es tal. Sin embargo, aunque su tapa ha desaparecido, los rebordes de la cuva de piedra muestran un dispositivo de encastramiento que es la prueba de que existió tapa y que, por tanto, aquella estuvo destinada a estar cerrada para contener algo: sin duda, el cuerpo momificado del rey.

Lo mismo sucede con las demás pirámides del Imperio Antiguo y del Imperio Medio que conocemos. En todas ellas se han encontrado restos de los sarcófagos y de sus tapas. Además, la pirámide es un monumento específicamente egipcio. En todo caso las pirámides de Egipto son las más antiguas que se conocen en el mundo con una diferencia de miles de años sobre cualquiera otra.


Parece que su primera aparición se pudo haber producido en Sakara, la gran necrópolis menfita, hacia el 2700 a de C. Se trata de la pirámide escalonada del rey Dyeser. Es un edificio construido en gradas sucesivas por el arquitecto de aquél rey llamado Im-Hotep.
La evolución de este nuevo tipo de edificio funerario se produjo a partir de la mastaba (superestructura en forma de banco con las aristas inclinadas que se utilizó en los primeros enterramientos reales anteriores a las pirámides). Superponiendo hasta seis gradas sobre la original y primera mastaba que configuraba la tumba del rey al principio, se obtuvo la primera pirámide.

Los sucesores del rey Dyeser continuaron construyendo pirámides escalonadas para hacerse enterrar en ellas. Veánse los monumentos de Sejem-Jet o Ja-Ba. Incluso Huni, el último rey de la dinastía III se hizo edificar en la entrada de la región de El Fayum, en Meidum, su pirámide como un proyecto inicialmente desarrollado en siete gradas, después ampliadas a ocho, que finalmente fueron recubiertas por orden de su hijo Esnefru con un paramento que le daba por primera vez el aspecto de la pirámide convencional de caras planas.

Quizás se trató de un artificio arquitectónico para plasmar un concepto religioso como era la necesidad de que el espíritu del rey pudiera ascender más fácilmente hacia el sol para identificarse con él eternamente.


Esnefru se construyó para sí mismo, en Dashur, la primera pirámide en el estricto sentido del término. Esta pirámide ha sido denominada como ‘romboidal’ a causa de su cambio de pendiente. Sin embargo, los estudios que se han llevado a cabo en su interior han demostrado plenamente que aquellas variaciones se diseñaron por los arquitectos a fin de poder aliviar la sobrecarga que sufrían las bóvedas de las salas interiores, como consecuencia de la presión de la masa piramidal con la inclinación originalmente prevista.

El monumento muestra fisuras y corrimientos de piedra que indican que el resultado final se consideró inadecuado por los antiguos egipcios para albergar el cuerpo del rey después de la muerte. Por esta razón Esnefru se hizo construir más al norte otra pirámide con la base más grande, una altura muy parecida y, en consecuencia, una pendiente asumible que no plantearía problemas de resistencia.


Sería Kheops quien haría construir la pirámide por excelencia. En ella se materializó el éxito final de los ensayos tan larga y costosamente llevados a cabo por los arquitectos de sus antecesores. En origen alcanzó los 146 metros de altura y 232,77 metros de lado, en la base. La masa de piedra empleada en su construcción se ha calculado en 2.521.000 metros cúbicos y la orientación de sus aristas coincide con una escasísima diferencia con la de nuestros cuatro puntos cardinales actuales en función del norte magnético actual de la tierra.

Los proyectos concebidos y ejecutados con posterioridad a la Gran Pirámide nunca volverían a emular su esplendor y magnificencia. Las otras dos de Guiza son de inferior tamaño y para su construcción se han empleado materiales menos sólidos (al menos en la de Mikerinos).

Los reyes de la dinastía V siguieron con la tradición de hacerse construir pirámides para ser utilizadas como lugar de enterramiento, pero nunca llegaron a superar las técnicas constructivas de los primeros tiempos. Sus pirámides eran de un tamaño en mucho inferior a las clásicas y su sistema constructivo abandonó el uso de grandes y sólidos bloques de piedra para sustituirlo por material de relleno forrado con planchas de piedra. Hoy son poco más que un montículo de piedras y arena. Los reyes del Imperio Medio (2055-1650 a. C.) volvieron a construir pirámides en la región de Menfis, en Lisht, Dashur, Lahun y Hawara.

Más grandes que las de la dinastía VI, de finales del Imperio Antiguo, sus estructuras fueron igualmente rellenas a base de cascajos, cascotes y arena, lo que llevó aparejada su ruina temprana. Los reyes del Imperio Nuevo (1550-1069 a. C.) siguieron haciendo suyo el monumento piramidal en sus enterramientos, aunque de diferente manera a la empleada por los reyes del Imperio Antiguo.

Por ejemplo, Ah-Mosis, el fundador de la dinastía XVIII, erigió en Abidos un cenotafio, o falsa tumba, con forma de pirámide. Los reyes posteriores optaron por cobijar sus tumbas bajo la protección de la pirámide natural que constituye la gran colina tebana en Luxor oeste que recibe el nombre de El Korn. En el lejano Sudán los reyes egipcianizados que conquistaron Egipto fundando la dinastía XXV (747-656 a. C.), se hicieron enterrar en monumentos que también llevaban incorporadas pirámides, aunque de mucho menor relieve que las egipcias.


Así pues, desde el punto de vista funerario, las pirámides eran solo parte de un gran conjunto edificado al servicio de la supervivencia del rey difunto en el mundo de los muertos. En líneas generales estos conjuntos piramidales comprendían los siguientes elementos: Un templo alto, normalmente dispuesto sobre la cara este de la pirámide; una pirámide auxiliar, situada poco más o menos hacia el sur de la pirámide principal; un recinto que rodeaba las dos pirámides y el templo alto; un edificio de acogida, también llamado templo bajo, normalmente situado en el límite de la zona desértica y, finalmente, una vía de acceso o calzada funeraria que después sería cubierta y que unía el templo alto y el templo bajo.

En las cercanías de la pirámide principal se solían excavar en el suelo grandes fosas destinadas a contener barcas funerarias desmontadas, o simplemente esculpidas en el lecho rocoso, como elementos mágico-simbólicos utilizables por el rey divinizado en su navegación mística por los cielos.


Por sorprendente que pueda parecer y aún estando perfectamente datadas en momentos históricos constatables, las pirámides del Imperio Antiguo pertenecen, por la técnica empleada en su construcción y por los instrumentos utilizados, al periodo eneolítico. Es decir, que no se conocían en aquel momento otros metales que no fueran el oro o el cobre, en principio muy blandos para trabajar la piedra. Pero, sin embargo, no hay duda de que la primera tentativa de una construcción en piedra se produce en Sakara, bajo los reyes de la dinastía III.

Desde el punto de vista técnico la ejecución de obras en piedra era perfectamente realizable. Por un lado, como se ha observado por eminentes egiptólogos como Jean Ph. Lauer, en Egipto existía una antiquísima tradición que acredita que los obreros utilizaban ya el utillaje lítico y los diferentes métodos que permitían la extracción, talla y pulimentado de las piedras más duras que se conocen. Así lo testimonian las vajillas de piedra cuyos numerosos ejemplares muestran pertenecer a una época anterior a las primeras pirámides conocidas, puesto que llevan inscritos los nombres de reyes de las primeras dinastías egipcias.


Además, se han descubierto instrumentos de piedra utilizables para trabajar la misma materia. Tal es el caso de mazas o martillos de diorita o dolerita, y de las bolas de piedra calcárea con las que se reducían a polvo trozos del mismo material para utilizarlo como mortero en los trabajos de albañilería de los revestimientos de las pirámides. Los sílex y las cuarcitas completaban los materiales con los que se fabricaban instrumentos para trabajar sobre piedras normalmente más blandas que aquéllas.

A esto se ha de añadir la utilización de sierras de hoja de cobre usadas junto con granos de cuarzo humedecidos con agua. Este sistema permitía dilatar el desgaste prematuro del cobre utilizando el cuarzo como elemento mordiente complementario. Así se serraban los bloques de granito rosa.


Otro instrumento basado en semejante principio era el berbiquí metálico. Hecho con un cilindro de cobre que se hacía pivotar sobre granos de cuarzo o de arena, permitía taladrar la piedra aunque fuese de las más duras que se conocen. Además, las impurezas del cobre de la época harían a este metal más resistente que el actual, mucho más puro.

A todo ello hemos de añadir el relativamente reciente descubrimiento de la ciudad de los obreros de las pirámides, situada al sudeste de la pirámide de Mikerinos. Esta pequeña ciudad con los restos de sus casas, sus edificios administrativos y, sobre todo, su necrópolis, prueba bien a las claras quienes construyeron las pirámides de Guisha.

Allí se han encontrado tumbas que albergan cuerpos de obreros que muestran graves lesiones producidas por el tipo de trabajo propio de la construcción de pirámides tales como lesiones de columna, miembros con graves traumatismos y otras evidencias análogas.

Que las pirámides sean edificios elevados por hombres con medios técnicos apropiados y racionales no quita para admitir que el estudio de la construcción y de la arquitectura de estos monumentos ha permitido constatar ciertos datos de orden astronómico y matemático allí presentes. Tales son, la precisa orientación de las tres de Guisha y, desde el punto de vista matemático, la existencia de destacables propiedades geométricas, así como ciertas relaciones de orden numérico que han sido debidamente señaladas por los investigadores: hablamos de la existencia del ‘número de oro’, o número fi =1,618, y de una asombrosa aproximación al valor del número pi griego con la valencia = 3,1428.
En fin, las pirámides han sido, son y serán objeto de nuestro constante asombro y admiración.

Francisco J. Martín Valentín
Egiptólogo
Francisco J. Martín Valentín y Teresa Bedman
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