La niña transparente


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Había una vez un lugar maravilloso donde existía un bosque lleno de vida, con muchas especies de animales y plantas. Entre ellas destacaban los pájaros cantores que alegraban la vida de todos los seres que allí convivían y  las plantas de todas clases cuyas flores, en primavera, cubrían el lugar de múltiples colores.
 
Estas flores eran visitadas por grandes mariposas y bellas abejas las cuales recogían con sus patitas el dulce polen y con él elaboraban una rica miel, en las pequeñas habitaciones de su casita llamada panal.
 
Pues bien, en medio de ese pequeño paraíso vivía una niña llamada Gabriela que era muy feliz por poder vivir en un lugar tan especial, solo una cosa la ponía de vez en cuando triste y era que, cuando los niños y las niñas del lugar iban al bosque a jugar y a recoger moras, no jugaban con ella. Aunque ella les hablaba, no les respondían, como si no la vieran.
 
Llegó un día en que harta de que le sucediese siempre lo mismo se fue a casa de su abuela a preguntarle por qué le pasaba eso: por qué no respondían a sus preguntas; por qué jugaban entre ellos y a ella no la invitaban a jugar.
 
La abuela la miró con mucho cariño, Gabriela estaba creciendo y se empezaba a hacer preguntas importantes, y una de esas preguntas era: qué impedía que Gabriela pudiese jugar con los niños y las niñas del bosque.
 
- Verás Gabriela, le dijo su abuela es que no te ven, no pueden verte.

- ¿Cómo que no me ven?, ¿cómo que no pueden verme? Yo soy una niña como las demás.

- No Gabriela, le respondió con ternura, entendiendo lo que su nieta sentía. Tú no eres como ellas, tú eres transparente.

- ¿Cómo? Entonces se miró las manos y cayó en la cuenta que a través de ella veía los objetos que habían en el salón de la casa de su abuelita.

- ¿Qué me ha pasado? ¿Por qué no soy como las demás niñas y niños?

- No te ha pasado nada. Naciste así. Tú eres una niña, sí,  pero una niña del Mundo de las Hadas, no del mundo de los humanos.
 
- ¡Aaaaah! Dijo Gabriela, ahora lo entiendo todo. Así que no me ven y por eso no saben que yo estoy y que quiero jugar con ellas y con ellos.

¡Claro hadita! Le respondió la anciana.
 
 

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Gabriela, que no le gustaba renunciar a la idea de jugar con aquellos amigos y amigas, se dispuso a pensar cómo hacerles ver que ella estaba allí. La abuela, muy contenta de la decisión de su nietita le sugirió que se fuese a descansar y que al día siguiente desarrollara su plan.
 
Pero antes de que se fuera le dijo: has de saber que los seres humanos cuando duermen sueñan, y en los sueños sí pueden reconocer el mundo de las hadas, para ello es necesario que le sucedan cosas que no tengan explicación alguna.
 
¡Con que sí eh! Se dijo la pequeña hada. Yo voy a provocar que en el bosque las niñas y los niños descubran que hay cosas que no tienen explicación.
 
Al día siguiente, muy contenta y con el plan elaborado se fue al bosque a esperar que llegasen. Poco a poco se fueron reuniendo, venían con sus mochilas, sus botas de campo y una gorra para cubrirse las cabezas del sol del verano que ya se anunciaba.
 
Cuando se sentaron en el suelo a tomarse la merienda, abrieron sus mochilas y sacaron la fruta, el agua y el bocadillo.
 
De pronto, un viento se levantó y a todos se les cayó la gorra al suelo. Extrañados volvieron a ponérselas. De nuevo sopló el viento, pero esta vez lo que se deshizo fueron los lazos de los cordones de las botas. ¿Qué sucede hoy en el bosque?, preguntó uno de los niños.
 
Su hermana mayor lo miró y le dijo: no pasa nada. Creo que aquí hay alguien invisible que nos está llamando la atención. Ya he leído yo alguna historia en la que se cuentan sucesos parecidos.
 
¡Vamos a pedirle a ese alguien que se muestre, por ejemplo dándole forma a esa nube que tenemos en el cielo sobre nuestras cabezas!
 
Al hada Gabriela le pareció una idea fabulosa. Al igual que había hecho volar las gorras de sus cabezas y deshecho los lazos de los cordones de sus botas podría darle forma a una nube.
 
Sopló, sopló y sopló con fuerza y en el cielo, aquella nube blanca, empezó a adquirir la forma del cuerpo de Gabriela, y ella para seguir con el juego le añadió unas alas, tal y como en los cuentos humanos se las representan.

Cuando se acabó de esculpir la figura, los niños se levantaron del suelo se dieron las manos y empezaron a bailar de contentos. Tenían una amiga más y aunque no la veían sentían de alguna manera su presencia.
 
Desde ese día, los niños y las niñas, cada vez que entraban en el bosque, llamaban a su amiga, no se sabe cómo pero todos estuvieron de acuerdo en llamarla Gabriela.
 
Para el Hada Gabriela ese fue el día más bonito de su vida, desde entonces nunca faltó a la cita con sus amigos y, cuando todos crecieron y se hicieron mayores, no olvidaron la aventura de conocer que en lo invisible también aletea vida.

 
Fin
Alicia Montesdeoca Rivero

15/06/2020