Yaiza Martínez
El jardín hambriento, Isel Rivero
Para sumergirnos y acceder a otros mundos, debemos cambiar los cristales ópticos. Esta es la propuesta implícita en El Jardín hambriento, de Isel Rivero. Para ello, se parte de la memoria humana y de la conciencia de la propia muerte.

Pero se afinan como nunca el oído y la atención hacia el pasado, el futuro, el cielo estrellado y el jardín lleno de vida susurrante, susceptible de ser transcrita como en runa; aunque no pueda ser del todo reducida a concepto, a través del lenguaje. Y, sin embargo, siempre ese hambre del transitar y del nombrar en tránsito (que debe hacerse, el tránsito, con algún sentido).

Digo que se afinan como nunca el oído y la atención porque el impulso de El jardín hambriento es primigenio y creacional; una búsqueda de construcción de base, de lectura del mundo, del tiempo, de la memoria, para generar un “documento” que, aun siendo del todo inaprensible como aquello que nombra, en parte se comprenda.

Diría que ese documento es una partitura, dada la musicalidad del texto. Pero no solo. En la palabra de Isel Rivero continúa la revelación inabarcable de lo que nos rodea, de lo que nos conforma.

Sigamos con el afinamiento de la percepción que convierte a la naturaleza en fuente de significado. Por un impulso creacional, por una necesidad de crear sentido, este jardín hambriento combina elementos distantes para generar imágenes plenas de significación (el cosmos se desplaza/compitiendo con el polvo y la hojarasca; o el zumbido del abejorro reposa en el pecho).

De este modo, Rivero logra hacernos oír cómo todo susurra la espera del que consulta las estrellas (siempre somos quien observa y lo observado); cómo los olmos suspiran a veces… y nos hace partícipes de algunas verdades que nunca sabremos con certeza si conforman o no la realidad (porque, como he dicho, su lenguaje es runa y silencio y música, no conceptualiza).

Hace pensar este libro que, quizá, la única seguridad que tengamos es nuestra perpetua necesidad de transitar así, significativamente, por el camino rojo de la memoria sobre el que al final nos tumbaremos, hasta que nuestros sentidos se apaguen.

El jardín hambriento nos muestra un medio para esa forma de caminar: la escucha humillada del “idioma” de las cosas, entes vivos que “hablan” para quien se aproxime a su esencia, a su vibración o musicalidad significativa. Nos recuerda, asimismo, que es igual de imposible acercarse del todo a lo vivo que sustraerse a ello porque lo somos.

También cumple su propuesta inicial: transforma los cristales ópticos; nos permite conocer por vivenciar de nuevo, acceder así a otros mundos (que están en este). Tal es la destreza de Rivero. Fuera-dentro de nosotros se encuentran la naturaleza, el camino rojo, la muerte, la historia de la humanidad; y el mismo jardín hambriento de canto, un canto que emerja de todo y para todos; y que también a nosotros nos meza y acompañe, de principio a fin.

Yaiza Martínez
Lunes, 5 de Junio 2017


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Cuaderno de campo vinculado al poemario "Tratado de las mariposas", de Yaiza Martínez. Imagen: Eva Lí.



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