Yaiza Martínez

Texto-presentación de la poeta y directora de la Colección Eme, de Ediciones La Palma, Nuria Ruiz de Viñaspre. El texto fue leído en la librería Enclave de Libros de Madrid el pasado 13 de mayo de 2016.


Sobre 'La nada que parpadea', de Yaiza Martínez
el laberinto es el hilo
es el hilo
es el laberinto
es el hilo


Y así hasta once vueltas de una sola vía, porque el laberinto es el hilo
es el laberinto
es el hilo


Parece un principio de identidad muy en la onda de Gertrude Stein, y sí, aquí el laberinto es el símbolo del hilo pero también símbolo del alma. Porque entrar al laberinto es ingresar a un rito tan antiguo como la misma raza humana. Caminando hacia dentro pero también hacia fuera, hacia el laberinto de ¿Chartres? ¿Por ejemplo?

Un circuito de once vueltas y de una sola vía que conduce irremediablemente a un centro, sin caminos falsos ni riesgo de perderse, pero que retorna una y otra vez a la salida, que también es la entrada, y donde todos los giros ayudan a la poeta, y a nosotros en definitiva, a equilibrar lo descompensado, lo desacompasado, a poner los tiempos de turbulencia y de paz sobre la misma balanza.

En la contra-dicción nos dice Yaiza:

El argumento del libro es simple: La "vocera", personaje protagonista, tiene una visión de la que intenta alertar a su pueblo pero, desgraciadamente, nadie la cree (pues ella es nada, y a ellos los pierde la fe en los satélites). Así que será en la trama donde la vocera irá descubriendo su verdad con la ayuda del lenguaje, en el libro representado como Mercurio, que es el dios mensajero y de los oradores, pero también el de la astucia de los mentirosos. Por otra parte, para la alquimia el mercurio representa el alma y la conciencia y, como elemento químico que se divide y vuelve a la unidad, evoca lo uno y lo múltiple.

En este libro hay elementos importantes: el mercurio, la vocera, la memoria, la mostaza, la geometría, el laberinto. Todos forman esta nada. Una NADA QUE PARPADEA y que bien podría ser eso, un romántico brécol romanesco que ante un ínfimo movimiento de “nada” abduce al universo y le atrapa por los giros y los gritos, de los giros y los gritos.

Un libro donde la estructura básica se repite una y otra vez pero en escalas diferentes, como si fueran pequeñas variaciones, como términos musicales que no terminan, ya que ni siquiera se iniciaron. Un libro fractal de laberínticos recovecos lingüísticos y donde el lenguaje, la Vocera, voz protagonista de este libro, no es nada y a la vez lo es todo. Voz que finalmente y aliada con Mercurio, como dice ella, consigue revelarnos la verdad....

Y es cierto que aquí el mercurio como elemento químico también tiene una importancia vital ¿quién no ha jugueteando con este elemento de niño, arañando un termómetro para ver cómo se comportaba cuando lo tocabas? ¿Quién no experimentó cómo se desintegraba perla a perla sobre la palma de tu infantil mano? ¿Quién no recuerda sus gotas levantando concentraciones en el aire y que tan independientes se volvían? Gotas que si se rozaban de lejos se juntaban y se acoplaban a tal rapidez que hasta la misma física que de niña no entendías, no entendía—Gotas que acababan formando de nuevo un todo.

Eso es esta nada, todo. Un mercurio líquido que se separa en pequeñas perlas, y que pueden rodar a distancia. Perlas que pueden ser perfectamente esa nada. Algo que desintegrado tiene vida por sí misma.

Por todo esto este es un libro alquímico matemático geométrico fractal... Esta es la cabeza de Yaiza, un brécol precioso donde lo que está arriba está abajo y lo que está abajo arriba.

Pero contra-diciendo esta geometría fiel de arribas y abajos, Yaiza se vuelve circular y nos circunda proponiéndonos una parte primera llamada El laberinto, figura concéntrica donde el camino no es lineal ni mental, sino cíclico y espiritual, invitándonos a entrar en un bucle sin fin, como si diéramos vueltas a un mismo arroyo. Y donde quizá demos aquellas once vueltas de las que hablaba antes, con el único fin –que por supuesto será inicio- de ir al centro, al agua, a Jenabe, a la mostaza, al núcleo de la memoria, a la semilla, al punto de partida de nuevo, al nuevo embrión geométrico, al corazón, a la matemática del corazón, a la sinrazón, a su diástole y su sístole, a la raíz de la nada, vocera y madre nodriza a la que nadie escucha pues, como dice ella, no es nada...

Jenabe, o la mostaza, tendrá una importancia vital en este libro. Sabemos que los griegos la utilizaban para condimentar sus platos y Pitágoras la recomendaba porque creía que aumentaba la memoria; supongo que en este libro es para que esos alguienes distraídos en satélites que son fugaces como las estrellas, como definía Yaiza en la contra, puedan recordar esa Nada que parpadea como el gran bello satélite que es, pero quizá ya muerto hace millones de años.

Y una sola vía que conduce hacia el centro... dice Yaiza en la parte de Jenabe.... He ahí el núcleo. He ahí el centro del laberinto.

El sinapismo -remedio tópico hecho con polvo de mostaza- continúa la poeta- el sinapismo puede salvar el intelecto del corazón, como las dos orejas que descansan sobre el centro...
Curiosa y bella aquí la introducción en este verso de las orejas, que todos sabemos eran la forma que tomaba el feto en el vientre materno. Feto semilla molécula ... La molécula barriendo la geometría de los demonios.

Y aunque inicialmente una piensa que la forma laberíntica es crucial en este libro, al finalizar el mismo –finalización que es iniciación- uno se da cuenta que quizá sea tan casual esa forma como lo es este libro, cono lo es esta nada. Una nada que parpadea se crea y se recrea-.

Este es un libro difícil pero para un lector fácil. Porque todo lector es fácil para este libro difícil, ya que es la retina del poeta la que en él se disecciona y la que se deja ver abiertamente. Además, ¿existe algo más sencillo que ver la nada parpadeando? este libro es un experimento de relato, a veces casi prosa.

En alguna entrevista a la poeta he leído que para ella la poesía es una forma de pasar por el mundo, la manera de interpretar rítmicamente los acontecimientos, de darle sentido a lo que ocurre en el mundo, de colocar las cosas en un sitio más amable, de re-colocarlas. En definitiva, de embellecer y hacer más estética la realidad. Por eso creo que hay también mucha compasión en este libro. Eso es la nada que parpadea. Y eso es esta nada. Una voz. La voz poética de Yaiza. Su vocera colocada verticalmente en un tapiz. Su voz sudando por los siglos de los siglos. La estructura de su cabeza cayendo por esa singladura...

Un día, Yaiza, preocupada, me dijo que le había dado a sus alumnos a leer el libro y que muchos de ellos no consiguieron entenderlo... Entonces le contesté... consecuentemente, ¿quién entiende la nada? ¿Quién entiende la palabra nada? ¿Quién la palabra todo?, cada palabra dice lo que dice y además más y otra cosa, ¿no decía algo así Pizarnik? esa es tu /mi/ nuestra vocera… No tenemos que entender ni racionalizar la nada, ni siquiera el todo. Un día alguien pregunto a otro alguien: ¿Para qué sirve la poesía? Y ese alguien le contestó al alguien primero: ¿Para qué sirven los pájaros imbécil?

Pues eso. Espero que disfrutéis este maravilloso libro donde convive la nada con el todo en la catedral laberíntica que es el lenguaje.. un libro para abrir el ojo de la mostaza, como diría ella, donde navegar por el sinapismo-- y dar razón a la nada y a la luz que hay en toda nada.

Nuria Ruiz de Viñaspre
Lunes, 16 de Mayo 2016


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© Mamis & Mimos
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"Parten los Viajeros hacia la restauración de la Frondosa"


Cuaderno de campo vinculado al poemario "Tratado de las mariposas", de Yaiza Martínez. Imagen: Eva Lí.



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