Yaiza Martínez
Sobre "Pobreza", de Víktor Gómez Ferrer, y "El plazo", de Olga Muñoz Carrasco
En los años 90, yo misma creí que no se hacía buena poesía en España. Luego, gracias a Internet, cambié de opinión, pues esta vía me permitió conocer lo que de verdad está ocurriendo en nuestro país en poesía, que muchas veces no tiene mucho que ver con lo que se hace a nivel editorial o mediático.

Antes había que tener paciencia, e ir buscando a autores y autoras de calidad en blogs, Facebook, conversaciones con amigos –muchas de ellas, también a través de Internet-. Sin embargo, poco a poco, esa realidad está emergiendo (ha salido de la Red, salpica); permitiendo que la buena poesía de nuestro país se dé a conocer, y vaya perdiendo la mala fama que tenía, incluso allende los mares.

A continuación, vamos a ejemplificar lo que digo, pues los dos libros que hoy nos ocupan dan más que motivos para la esperanza. Además, los medios con los que contamos hoy para dar a conocer lo que se hace –a pesar del ruido de fondo-, no dan lugar a posturas derrotistas.

OLGA MUÑOZ CARRASCO, El plazo, Colección ONCE, Ed. Amargord, 2013

Olga Muñoz Carrasco, nació en Madrid, en 1973. Se doctoró en Filología Hispánica por la Universidad Complutense de Madrid, y actualmente trabaja como profesora de Literatura en la Universidad norteamericana Saint Louis de Madrid.

Como investigadora, está especializada poesía hispanoamericana y ha escrito el libro Sigiloso desvelo. La poesía de Blanca Valera, editado en 2007 por la Pontificia Universidad Católica del Perú, y que versa sobre la obra de la poeta peruana Blanca Varela.

Su primer poemario fue La caja de música, que publicó la Fundación Inquietudes en colaboración con la Asociación Poética Caudal de Valencia, en 2012.

El plazo es uno de los quince títulos de la colección Once, editada por Amargord y dirigida por Víktor Gómez y Javier Gil. Como la ha descrito la poeta Patricia Esteban, esta colección recoge una selección de obras que, siendo diferentes entre sí, comparten una posición de riesgo respecto a cualquier tipo de ortodoxia poética, y una exigencia fuerte en su lenguaje.

El plazo es un libro extraño, creo que porque cuenta historias como sueños. En los relatos tradicionales, casi siempre se siguen ciertas fórmulas narrativas, digamos, por ejemplo, “presentación, nudo y desenlace”.

Todos conocemos esas estructuras de manera preconsciente; piensen, si no, en cualquier historia que les cuente un vecino o un amigo: “iba por la calle, me encontré a fulanito y me dijo noséqué”. Esa historia sencilla ya presenta, desarrolla; y se cierra. Nuestra mente, por su parte, espera que la historia cumpla con sus propias premisas compositivas. Por eso, si el amigo se va sin contarnos el final, nos quedamos en ascuas.

Pero la realidad es mucho más compleja que una narración, y precisa no solo de narración para ser comprendida e integrada. Por esa razón existen otros tipos de lenguaje. La poesía es uno de ellos. Digamos que la poesía se centra en la versión subjetiva de la realidad, esto es, en la forma en que el sujeto poético percibe y comprende lo que le rodea, le sucede; lo que acontece.

Decía Jung algo así como que el contenido de los sueños no es arte, pues el arte conlleva siempre una interpretación, que elabora la mente humana consciente. En El Plazo, Olga Muñoz, hace esta interpretación de los “sueños” a través de la poesía.

Así, partiendo de lo que nos parece un material onírico, construye múltiples interpretaciones poéticas en las que ese material se crece, se esponja, cobra valor y brillo y, en última instancia, representa para nosotros diversos aspectos de la realidad que el lenguaje tradicional, corriente, normalmente ni siquiera araña.

Por tanto, El plazo desarrolla construcciones poéticas de material onírico, pero saliéndose de la línea narrativa tradicional. A pesar de esto último, sus poemas son narraciones, como he dicho, y de ahí su extrañeza.

Imagínense contar un espacio, las sensaciones que este produce, una historia implícita y los procesos mentales que vive un sujeto poético, en este caso, femenino… todo ello en unos pocos versos.

Se puede hacer, en serio, si se cuenta con los recursos que maneja la autora. Pues este libro viene cargado de oficio, pero es un oficio tan integrado que no pone en riesgo el lirismo; ese ritmo sagrado que diferencia el lenguaje poético de cualquier otro lenguaje, y que nos permite entrar en contacto directo con la inmensa complejidad de la realidad que, paradójicamente, puede caber en un poema (al más puro estilo del aleph borgiano).

Un ejemplo de ese oficio es la capacidad de crear poemas-relato en prosa, con un ritmo poético entrañado. Así el cuento es también canto. Otro ejemplo es la creación de un ambiente que envuelve al lector, derivado del buen uso de la imaginería. Y otro ejemplo más, las imágenes de El plazo, aunque potentísimas, no acaban comiéndose el sentido del texto sino que este las trasciende, integrándolas por el bien –entendido este como “eficiencia” lírica y narrativa- de cada una de las “historias”.

Algunas obras abren puertas a la realidad que en este plano lumínico, en esta frecuencia de percepción, apenas percibimos. Tanto El plazo de Muñoz, como su anterior título, La caja de música, lo hacen.

En El plazo, se acude a lo más cercano –la vida doméstica, la cotidianidad- para extraer de ello la veta onírica que, merced a la poesía, se convierte en una veta simbólica, es decir, cobra un valor comunal. Así la experiencia subjetiva trasciende el subjetivismo, y puede hablar a otros y también dar cuenta de otros -o contarlos y cantarlos, en este caso-.

Este logro es fruto, además del buen saber hacer ya descrito, del fuerte interés de la autora por indagar en el lenguaje y en la realidad –dos caras de la moneda, por cierto-; y de un compromiso de la poeta con su labor poética –y con la vida, por cierto-.

Quizá este sería uno de los perfiles de los poetas y de las poetas españolas actuales: la búsqueda incesante en el lenguaje y en la vida, bajo el compromiso de dar cuenta y canto de ambos. Una imagen muy alejada de la que tenía yo de los poetas españoles en los años 90, quizá por mi propia ignorancia o porque aún no tenía Internet.

VIKTOR GÓMEZ FERRER, Pobreza Calambur, 2014

Víktor Gómez Ferrer nació en Madrid en 1967. Ha publicado los poemarios Huérfanos aún, Detrás de la casa en ruinas e Incompleto, así como Los barrios invisibles y las plaquettes En un tiempo de gran orfandad y Diciembre.

Además, es lo que ahora suele llamarse un “activista cultural”, pues coordina la Asociación Poética Caudal y participa en la línea editorial de la Fundación Inquietudes de Valencia.

Co-dirige la Colección ONCE de poesía y ensayo de Ediciones Amargord, junto a Javier Gil, y coopera con la Librería Primado de Valencia en actividades culturales. Esta colaboración quedó reflejada en 2011 en un libro coral titulado Por donde pasa la poesía, que refleja muy bien la variedad y riqueza de la poesía que se hace actualmente en nuestro país, que antes he mencionado.

El libro de Víktor del que hablamos hoy, Pobreza, ha sido publicado por la editorial Calambur y, tal y como sugiere su título, es un poemario de poesía social.

Cabría preguntarse, ¿y qué buen poemario no lo es, en tanto en cuanto siembra en nosotros una noción intuitiva de lo justo, nos ayuda a comprender que los otros somos nosotros mismos; y nos muestra la belleza como medio de redención, expresión y conocimiento?

Sería más correcto decir, por tanto, que en Pobreza nos encontramos con un poemario intencionadamente social, que sortea sin problemas uno de los riesgos que suele achacársele a la poesía intencionadamente social: el de convertirse en un panfleto.

Víktor Gómez consigue dar peso específico a este poemario –más allá del peso asfixiante de la realidad circulante, no poética, de la que habla- depositando enteramente en el lenguaje la responsabilidad de la expresión de dicha realidad.

Lo hace usando la fragmentación del lenguaje poético como reflejo de la fragmentación social; trasladando el ritmo del dolor al ritmo de su poesía o transformando las imágenes de un mundo desesperanzado, desgastado y carcomido, en potentes imágenes poéticas.

Así, el lector que se acerca a Pobreza se introduce en disonancias –sociales, lingüísticas-; en versos trabajosos como las realidades que expresan; en palabras sucias para la suciedad de la miseria; en un lenguaje que se levanta una y otra vez tras ser una y otra vez derrumbado; como el yo poético y los personajes de los que este nos habla.

Por tanto, para comprender la composición de Pobreza, su forma, creo que hay que tener en cuenta que, en este libro, la forma emula al contenido, y viceversa: el cómo es el qué.

En la última parte de Pobreza, titulada Jana, esto se hace obvio. En ella, las formas poéticas se suavizan, pues lo que se cuenta es también más suave. Aquí llega la noción de amor como bálsamo, como fuente de esperanza, y como finalidad de todo impulso de vida.

Pobreza parece decir en este punto que hay en lo íntimo una solución a la miseria; que existe para ésta una salvación, que mana de los vínculos. Igualmente que, tanto la pobreza como el amor, poseen su propio lenguaje distintivo.

Sobre esta conexión entre lo que se cuenta y cómo se cuenta, el poeta granadino Antonio Mochón ha escrito, en la revista Tendencias21, que Pobreza “parte de una situación inicial clara: la penuria de la poesía, del lenguaje y, en última instancia, del mundo”.

Yo añadiría que Pobreza alcanza también una conclusión: el caos se aquieta en la oscuridad de la madriguera. Tal y cómo escribe el autor: “yo he convertido/ mi tristeza en luz/ yo/ que sólo soy/ un cuarzo en tus manos”.

Así que poesía social, sí, pero con propuesta; y con una perfecta combinación entre forma y fondo. Ambas características me parece que alejan al libro de lo panfletario.

Este Pobreza nos muestra, por otra parte, a un poeta maduro, con gran afán indagador en el lenguaje poético y en la realidad; y con un fuerte compromiso con su propia obra y, de nuevo, con la vida.

Para acabar, volviendo a los dos títulos, añadiría que no nos enfrentamos a libros fáciles, pues ambos, El plazo y Pobreza, son poemarios que exigen una atención especial, una implicación; que han de leerse con paciencia, por la cantidad de significados que encierran y los niveles de lectura que arrojan.

Pero que son dos buenos ejemplos de la poesía contemporánea de gran calidad que se está escribiendo hoy en nuestro país; y que pueden ayudar a comprendernos como seres imbuidos en un entorno actual –cotidiano, social, global- que nos zarandea sin tregua. Mientras, en lo íntimo, los poetas siguen construyendo pacientemente la esperanza, los lazos, y su verdad simbólica.

Presentación de ambos libros leída por Yaiza Martínez el pasado día 16 de mayo de 2014, en Librerías La Fuga de Sevilla.

Yaiza Martínez
Lunes, 19 de Mayo 2014


Comentarios

1.Publicado por Ferran García el 19/05/2014 15:40 (desde móvil)
Esperando conocer tu nueva creación poética Viktor, seguro de no quedar defraudado.

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www.mamisymimos.es

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Cuaderno de campo vinculado al poemario "Tratado de las mariposas", de Yaiza Martínez. Imagen: Eva Lí.



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