PANORAMA MUNDIAL. José Abu-Tarbush







Blog de Tendencias21 sobre los problemas del mundo actual a través de los libros

La idea de Israel. Una historia de poder y conocimiento.
Ilan Pappé: La idea de Israel. Una historia de poder y conocimiento. Madrid: Akal, 2016 (408 páginas). Traducción de Alcira Bixio.
 
Los pasados días 14 y 15 mayo se conmemoraban, respectivamente, el 68 aniversario de la proclamación del Estado israelí y, también, de su reverso, la Nakba (catástrofe) palestina. Ambos acontecimientos estuvieron íntimamente ligados. De hecho, por mucho que se haya intentado ningunear o negar, no se entiende el uno sin el otro. Son las dos caras de una misma moneda, la del conflicto palestino-israelí.
 
Lejos de la visión que remite su origen a la ocupación militar israelí de los territorios palestinos en 1967, este sempiterno conflicto no se comprende sin los acontecimientos de 1948, que dieron lugar a la construcción estatal israelí y a la tragedia de los refugiados palestinos.  Es más, sin este conocimiento y reconocimiento difícilmente se pueda vislumbrar una resolución del mismo.
 
Asentado en la máxima de que la historia la escriben los vencedores, el relato oficial israelí negaba cualquier responsabilidad en la tragedia palestina y, por el contrario, llegaba incluso a culpabilizar a las víctimas. Desde esta óptica de poder, toda la producción del conocimiento estuvo encaminada a reforzar la visión oficial israelí, sin escatimar ningún recurso o medio, desde la academia, los medios de comunicación, el cine o la literatura.
 
Así se forjó la idea de Israel durante una primera etapa, con los correspondientes mitos fundacionales del sionismo clásico, entre los que destacaron el retorno a la tierra prometida, el de una tierra vacía para un pueblo sin tierra, la inferioridad militar israelí ante los ejércitos árabes o la simple huida de los palestinos (luego transformados en refugiados).
 
Paradójicamente, uno de los principales desafíos a esta edulcorada versión no procedió sólo de la parte palestina (como era de esperar), sino también de la sociedad israelí (como no se preveía). En concreto, los conocidos como nuevos historiadores israelíes, después de escudriñar en los archivos israelíes, del movimiento sionista y del Mandato británico en Palestina, llegaron en sus respectivas obras a conclusiones no muy diferentes de las —conviene no engañarse, menos consideradas— fuentes palestinas (orales, documentales y bibliográficas).
 
En esta tesitura, destacaron los trabajos —ya clásicos— de Benny Morris: The Birth of the Palestinian Refugee Problem, 1947-1949 (Cambridge: Cambridge University Press, 1988), que refutaba la tesis del sionismo clásico de que los palestinos habían abandonado sus hogares siguiendo órdenes de los dirigentes árabes; de Avi Shlaim: Collusion Across the Jordan: King Abdullah, The Zionist Movement and the Partition of Palestine (Oxford: Clarendon Press, 1988), que revelaba el entendimiento entre Jordania, con el ejército árabe más capacitado, y la dirección del movimiento sionista para repartirse las áreas de Palestina que formaban parte del futuro Estado árabe, según el Plan de Partición de la ONU; y de Ilan Pappé: The Ethnic Cleansing of Palestine (Londres: Oneworld, 2006), obra traducida al castellano: La limpieza étnica de Palestina (Barcelona: Crítica, 2008), que mostraba cómo la expulsión de los palestinos respondía a un plan previamente concebido, de limpieza étnica, que “situó las acciones israelíes de 1948 dentro de la historia de los crímenes de guerra y hasta de crímenes contra la humanidad”.
 
Pappé no disocia la producción del conocimiento o, al menos, su incentivación de algunos hechos políticos claves. Así, ante las presiones del presidente Kennedy (y previamente de Eisenhower) para que Israel aceptara la repatriación de los refugiados por enturbiar sus relaciones con el mundo árabe, en un momento en el que Estados Unidos requería de una alianza regional frente a la Unión Soviética, Ben Gurion encargó elaborar un informe en el que se desplazara la responsabilidad del problema de los refugiados a los gobiernos árabes. En suma, se seguía la pauta de comportamiento del movimiento sionista, empeñado en reescribir la historia de Palestina para justificar la desposesión de su población indígena.
 
En la emergencia de los nuevos historiadores israelíes,  Pappé señala dos hechos fundamentales: la guerra contra la presencia de la OLP en el Líbano en 1982 y el estallido de la primera Intifada palestina a finales de 1987. Ambos acontecimientos cuestionaban la argumentación israelí por cuanto, entiende el autor, la de 1982 era la primera guerra no defensiva de Israel y la brutal represión del movimiento de resistencia y desobediencia civil palestino era igualmente innecesaria. Los palestinos, más que el enemigo, aparecían como  las víctimas. Estas actitudes y acciones políticas suscitaban dudas sobre el relato israelí (¿y si lo que se hizo en 1987 se había hecho en 1948?) e invitaban a emprender una nueva línea de investigación, con una nueva perspectiva.
 
En esta misma línea, sitúa Pappé la emergencia del postsionismo en la década de los noventa, precedida por las investigaciones de los pioneros, como Simha Flapam: The Birth of Israel: Myths and Realities (Nueva York: Pantheon Books, 1988), y los mencionados nuevos historiadores. El acontecimiento político de referencia fue el denominado o conocido como Acuerdos de Oslo, de 1993, proceso que introdujo un clima de cierto optimismo en Israel.    Lejos de ser homogénea, la corriente postsionista agrupaba tanto a antisionistas (que no se consideraban postsionistas) como a sionistas (considerados como postsionistas). Sus integrantes, con diferentes bagajes académicos, abordaron “diferentes perspectivas y ángulos del debate”, pero tenían en común cuestionar “los axiomas básicos del sionismo”.
 
Su metodología se asentó en la deconstrucción y la posicionalidad, con una relectura de la idea de Israel, de la manipulación de la memoria del Holocausto y de la discriminación de los judíos árabes; y en la que destacaron las perspectivas postcoloniales y feministas. Pero el momento postsionista fue efímero. Pese a la sonoridad que obtuvo, su influencia en la academia y en la sociedad israelí fue también exigua. Desde prácticamente el primer momento, el postsionismo fue erosionado por toda una sucesión de acontecimientos políticos adversos: el asesinato de Rabín en 1995, el ascenso al poder de Netanyahu en 1996, la creciente paralización de los Acuerdos de Oslo y, en suma, su definitivo fracaso en las negociaciones de Camp David en 2000, de la que se responsabilizó a la parte palestina y, en concreto, a Arafat.
 
A su vez, volvía a cambiar el ciclo en la producción del conocimiento, los neosionistas tomaban el relevo de los postsionistas. A diferencia de los sionistas clásicos, los neosionistas no negaban las revelaciones puestas de manifiesto por los nuevos historiadores. Por tanto, no cambiaban los datos que estos académicos habían investigado previamente. Sólo cambiaban de perspectiva y de conclusiones. El caso más ilustrativo fue el de Benny Morris, considerado hasta entonces como uno de los nuevos historiadores, se reconvirtió en neosionista con la justificación de los sucesos de 1948. Ésta sería la principal característica de los historiadores y productores de conocimiento neosionistas, asumir como inevitable la limpieza étnica de Palestina.  
 
La emergencia del neosionismo no fue ajena al estallido de la segunda Intifada en septiembre de 2000, el ascenso de Ariel Sharon al poder en 2001, los atentados terroristas del 11-S y el nuevo clima internacional que introdujo la administración neoconservadora estadounidense. Del entorno del actual primer ministro israelí, Netanyahu, emergieron algunas de las más importantes ofensivas de los neosionistas en el ámbito académico, político y mediático.
 
Ante lo que se considera que es una campaña de deslegitimación del Estado israelí, propiciada por su pésima imagen exterior y por campañas de la sociedad civil transnacional como la del BDS (iniciales correspondientes a Boicot, Desinversiones y Sanciones), el gobierno israelí encargó a renombradas empresas estadounidenses de marketing una campaña de blanqueo de su imagen. Con este propósito se intenta disociar la imagen de Israel del conflicto con la población palestina, que ocupa y segrega mediante su política de apartheid; y, por el contrario, se intenta asociar la imagen de Israel con el mundo occidental, la democracia liberal, el éxito económico y la tecnología.
 
Es de temer que ninguna campaña de marketing, por sofisticada y costosa que sea, pueda mejorar su imagen exterior, irremediablemente vinculada a sus acciones de discriminación y opresión en el interior, con una larga y documentada historia de agresiones a los más elementales derechos humanos y normas internacionales. En suma, la potencial deslegitimación del Israel responde a su propia acción política más que a una supuesta conspiración internacional.  
 
Por último, para continuar profundizando en este conflicto, conviene seguir los trabajos de este prestigioso historiador israelí.  En este sentido, cabe animar a la editorial Akal a publicar su último trabajo colectivo: Ilan Pappé (ed.): Israel and South Africa: The Many Faces of Apartheid (Londres: Zed Books, 2015). 
 
 

José Abu-Tarbush | Comentarios


Respuesta al terrorismo de estado islámico
Gwynne Dyer: Que no cunda el pánico. Respuesta al terrorismo de estado islámico. Barcelona: Librooks, 2016 (250 páginas).    
 
El objetivo del libro de Gwynne Dyer es advertir por qué el mundo musulmán y, en particular, el mundo árabe, se ha convertido en una fuente mundial de terrorismo; cómo funcionan, han evolucionado las organizaciones terroristas y su estrategia; además de ofrecer algunas ideas sobre lo que se debería hacer frente a la “amenaza terrorista”.
 
El autor constata que, desde la invasión y ocupación de Irak (2003), los grupos yihadistas se han multiplicado; y también el número de víctimas, mayoritariamente musulmanas, concentradas en un 80 por ciento de los casos en cinco países: Siria, Irak, Afganistán, Pakistán y Nigeria.
 
En esta misma línea, destaca algunas de las características que introduce el autodenominado Estado Islámico o Daesh (por sus iniciales en árabe) frente al modelo de al-Qaeda: menos paciente, adopta la “escatología del juicio final” y también la instauración de un Califato; y se expande por una nada despreciable extensión territorial, con recursos energéticos, población y una administración pública o gobierno. Sin olvidar su carácter más acentuadamente sectario (anti-chií),  y un evidente exhibicionismo de su violencia extrema y alta letalidad.
 
Lejos de cualquier justificación o indulgencia, la explicación del fenómeno terrorista resulta imprescindible para adoptar la estrategia adecuada en su combate. De hecho, señala el autor, algunas estrategias erróneas sólo han contribuido a avivar el fuego en lugar de sofocarlo.
 
En ese esfuerzo explicativo, Dyer se hace eco del descontento político, social y económico en el que se encuentra sumido el mundo árabe desde hace décadas. Desde esta óptica, la pregunta no es por qué surgieron las revueltas a finales del 2010 y principios de 2011, sino por qué no estallaron antes.
 
Siguiendo un itinerario conocido, el autor señala la emergencia del islamismo ante el fracaso y decepción de las ideologías políticas contemporáneas y el nacionalismo en el mundo árabe. En su lugar, la radicalización llevó a una minoría a ensayar un terrorismo de corte yihadista y vanguardista que también fracasó estrepitosamente.
 
En este contexto, después de la experiencia afgana bajo la invasión y ocupación soviética durante la década de los ochenta, el yihadismo registró nuevas fases de desarrollo y evolución: en Afganistán (2001-2003), en Irak (2001-2006 y 2006-2010); y, posteriormente, en Irak y Siria (2010-2015).
 
El autor valora positivamente la intervención en Afganistán. Considera que de haber dejado en el país un gobierno afín, sin mayores aventuras militares, la historia hubiera sido bastante diferente.
 
En este sentido, califica muy negativamente la invasión de Irak que, en su opinión, siguió criterios más políticos o propios de la agenda neoconservadora que de seguridad o antiterrorista. No menos siniestra fue su gestión de la ocupación, con  el desmantelamiento del Estado iraquí (en particular, de su policía y Ejército), que  tuvo unas consecuencias imprevisibles y desastrosas no sólo para Irak, sino para el conjunto de la región como se observa hoy día.
 
Peor aún, como señalaran en su momento William Pfaff y Fawaz Gerges, entre otros expertos, la invasión angloestadounidense de Irak sólo contribuiría, paradójicamente, a reforzar la estrategia perseguida por al-Qaeda. Esto es, de atacar al enemigo lejano para derrotar al enemigo cercano.
 
Esta experiencia ha pesado como una losa de piedra en la administración de Obama, en particular, en el diseño de una estrategia antiterrorista frente a Daesh en su expansión por Irak y Siria. 
 
Esta percibida ambigüedad o indecisión de Obama equivale, en opinión de algunos críticos, a la ausencia de una política exterior para Oriente Medio y el Magreb, mientras que otros, como Dyer, sostienen que “hacer poco” forma parte de una estrategia que se enfrenta a numerosos dilemas y contradicciones, entre los que no son menos importantes los suscitados por las políticas de los aliados regionales como Arabia Saudí y Turquía.
 
Por último, pero no menos importante, después de barajar distintos escenarios, el autor concluye que la opción más viable es apostar por el “mal menor”. Esto es, apoyar —indirectamente— al gobierno de Bashar al-Assad  frente a Daesh y al-Nusra (franquicia de al-Qaeda en Siria) ante el fracaso de la “tercera fuerza” u “opción” por la que apostaba Washington frente a las fuerzas yihadistas y gubernamentales.
 
Según el autor, se puede esbozar de otra manera, quizás menos cínica, de evitar un genocidio y combatir una ideología y apuesta política “aún más vil”. No sería la primera vez que se ayudara a un dictador a mantenerse en el poder ante un peligro o amenaza mayor.
 
Semejante opción forma parte del tradicional repertorio estratégico de los autócratas árabes y, en este caso particular, del propio Assad: “yo o el caos”.   Es de temer que, desde esta lógica, se refuerce el autoritarismo en la región árabe, con la excepción, de momento, tunecina, si dura y se consolida.
 
 
 

José Abu-Tarbush | Comentarios


Editado por
José Abu-Tarbush
Eduardo Martínez de la Fe
José Abu-Tarbush es profesor titular de Sociología en la Universidad de La Laguna, donde imparte la asignatura de Sociología de las relaciones internacionales. Desde el campo de las relaciones internacionales y la sociología política, su área de interés se ha centrado en Oriente Medio y el Norte de África, con especial seguimiento de la cuestión de Palestina.





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