60 minutos angustiosos


Alexander V. O'Hara

30 de septiembre de 1915
Ese es el tiempo que ha durado la presión de los hielos. Ha sido con diferencia el ataque más violento que hemos soportado. Tan fuerte que pensábamos que nos iba a partir en dos. Una hora que se nos hizo eterna.



La presión a la que fue sometido el Endurance durante una hora fue brutal
Los últimos días han sido malos. Reinaba un aire de inquietud en el Endurance. Nadie se atrevía a confesarlo abiertamente pero temíamos que llegase el 1 de octubre. La razón es sencilla, hasta ahora el hielo nos ha dado dos fuertes acometidas: la primera el 1 de agosto y la segunda el 1 de septiembre.

Todos sabemos que los mecanismos que rigen las corrientes marinos, los vientos y, en consecuencia las presiones del hielo, no siguen calendario alguno, pero los marinos son supersticiosos. Además, el miedo es libre y más cuando estás encerrado sin demasiadas distracciones.

La presión más brutal
Pero nos equivocamos por poco. El ataque del hielo no ha tenido lugar el 1 de octubre, es decir mañana, sino hoy mismo. Hace unas horas y ha sido terrible. El peor de todos los que hasta ahora hemos pasado. Creíamos que nos partía en dos.
La crisis se estaba preparando. Desde hace varios días el rugido de los hielos aumentaba paulatinamente. La zona de perturbación, donde las placas se entrechocan y hacen saltar el hielo y amontonarse caóticamente, se acercaba a nosotros.

Sabíamos lo que iba a ocurrir, pero no cuándo. Algunos no hacían más que repetir que sería mañana, pero ha sido hoy. A las tres de la tarde.

Todo ha sido rápido. Un gigantesco iceberg, que podía pesar un millón de toneladas, comenzó a abrirse camino hace nosotros, desencadenando una presión brutal en los hielos que se comunicaba al casco de nuestro barco.

Las cubiertas se estremecieron, los baos se arquearon, las vigas se torcieron como si fueran cañas y la estructura entera se pandeaba en la zona del palo trinquete. Junto con un marinero contemple horrorizado el palo de trinquete que parecía a punto de salirse del barco. No he pasado más miedo en mi vida.

Preparados para abandonar el barco.
Los minutos pasaban con tal lentitud que más parecía que el dios Cronos había decidido parar el tiempo. Unas fuerzas ciclópeas parecían haberse cebado sobre nuestro pobre barco y no estaban dispuestas a soltar la presa.

Pero si el ver cómo se arqueaba una viga era algo increíble, que más parecía propio de una pesadilla que de la realidad, lo peor era el sonido. Los quejidos del maderamen taladraban el alma. Eran los gritos de un ser vivo que soportaba una cruel tortura.

Segundos largos como horas. Minutos que se prolongaban sin querer terminar nunca. Ni el martirio que padecía el pobre barco, ni sus lamentos desesperados parecían terminar. Quizá lo peor fue cuando escuché que Shackleton daba la orden de que todos estuviesen preparados para abandonar el barco. Aquello me sobrecogió.

De repente, cuando ya parecía que el barco no iba a poder aguantar más y se iba a partir en dos, el iceberg que estaba provocando estas tensiones se rajó primero y luego se rompió en pedazos. Inmediatamente la presión desapareció. Nuestro pequeño barco había vencido.

Pero ¿a qué precio? Por el momento no se sabe. Shackleton ha ordenado que se haga un recuento de los daños. En la próxima crónica les contaré cómo hemos quedado. Hoy, en ésta, sólo quería informarles de lo que nos acaba de pasar.

Quizá no se lo crean, pero todavía me tiemblan las manos y siento los quejidos del barco resonando en algún lugar de mi cerebro.