Por fin llegó el gran día


Alexander V. O'Hara

15 de junio de 1915
La monotonía de estas semanas se ha roto con la preparación del Gran Derby Antártico. Una carrera en la que los perros han demostrado su fuerza, los conductores su destreza y todos nuestras ganas de divertirnos.



El difícil hablar del silencio de los hielos antárticos cuando sobre ellos se encuentra una jauría de perros divididos en grupos y dispuestos a competir como si en ello les fuera la vida. Pero aunque se hubiese producido un milagro y hubieran enmudecido durante un tiempo, lo que no se hubiera sido posible de acallar eran los gritos de entusiasmo de los hombres del Endurance.

Y es lógico, llevamos semanas esperando este acontecimiento que había anunciado Shackleton hace tiempo: una gran carrera de trineos y perros. Todo había comenzado cuando el Jefe dividió los perros en grupos y asignó a un responsable por grupo. Inmediatamente el espíritu competitivo de hombres y perros hizo que cada grupo se aplicase por hacerlo un poco mejor que el otro.

Las rivalidades surgieron y crecieron, las bravuconadas de un conductor era respondidas  con fanfarronadas mayores de los demás. Todos parecían tener los perros más fuertes, veloces y disciplinados, y todos estaban dispuestos a demostrar que lo que vociferaban era la verdad absoluta.

El Gran Derby
Por lo tanto, cuando Shackleton anunció que iba a tener lugar una carrera para dirimir qué tiro de perros era mejor, no hizo más que poner fecha a algo que ya flotaba en el aire. A partir de aquel momento comenzaron las apuestas. Primero tímidamente, casi de forma clandestina, luego de forma más espontánea y decidida, para terminar siendo controladas por el contramaestre con tal profesional que parecía que se había dedicado a eso toda la vida.

Los equipos se prepararon. Se alimentó y cuidó a los perros como si se tratara de puras sangres del hipódromo de Ascot. Un enjambre de “expertos” examinaba a los perros palpándoles los músculos con rigor de profesionales, y si los conductores se hubiesen dejado les hubiesen hecho lo mismo a ellos.

Se observó los entrenamientos con la meticulosidad del que sabe que su futura fortuna o pobreza depende de la decisión que está a punto de tomar. Se hicieron correr todo tipo de rumores malintencionados para desestabilizar las apuestas. El último, que Amundsen cojeaba porque Nelson le había mordido una pata, fue desmentido con tal violencia por Crean, que más parecía que se estaba poniendo en duda la honestidad de su propia madre.

Todo listo para la carrera
Y por fin llegó el gran día. Cinco grupos de perros se dispusieron para tomar la salida. Las apuestas, en las que participaba toda la tripulación sin la menor excepción, habían sido fuertes. Dos acólitos del contramaestre se movían de un lado para otro portando dos pizarras donde habían escrito las cotizaciones. “6 a 4 para Wild, doble apuesta para Crean, 2 a 1 contra Hurley, 6 a 1 contra Macklin y 8 a 1 contra el pobre de McIlory”.

Si bien se rumoreó que había apuestas de dinero, las que más entusiasmo despertaban eran las que se hacían con las asignaciones privadas de chocolate y cigarrillos.

La labor de cronometrar el tiempo se asignó nada menos que al físico de la expedición Reginald James, cuyo título del Laboratorio Cavendish de la Universidad de Cambridge pareció suficiente garantía.

Por fin todo estuvo listo, los trineos de perros se dispusieron a 640 metros del barco y bajo la débil luz de una aurora que brillaba intermitentemente, Shackleton, que era el juez de salida, hizo destellar una luz en la estación meteorológico.
 
En ese mismo instante comenzó una loca carrera que tuvimos que intuir, más que ver dado que la oscuridad era casi total pese a ser mediodía, por las voces de los conductores de los trineos. Segundo tras segundo sus gritos e improperios fueron aumentando de volumen, señal cierta de que se aproximaban a gran velocidad.

En la improvisada tribuna que se había instalado delante del Endurance el clamor aumentaba sin que nadie pudiese precisar quién iba por delante.

Hasta que se vio aparecer la figura inconfundible de Wild, o más bien se escuchó su vozarrón inconfundible, que había logrado adelantar a sus competidores y se proclamó campeón indiscutible. Aunque seguido a poca distancia por el tiro de perros de Hurley.

No sé qué me hace pensar… que aquí va a ver revancha