Método tercero

Artículo n°125

Redactado por Alfonso López Quintás el 30/08/2022 a las 18:03

Queridos amigos:
Por causas muy ajenas a mi voluntad, me vi forzado a interrumpir mi blog durante una larga temporada. Lo siento de veras, y quisiera ahora renovarlo.
Lo dejé cuando me encontraba –por cierto, muy animado– tratando temas de estética musical. Para redondear esta apasionante materia, voy a prestar alguna atención a un asunto que afecta en la raíz a lo tratado en el método tercero: «la belleza que salva». Seguidamente, saltaré al método quinto, porque cada día se acrecienta la urgencia de tratarlo, como veremos en su momento: «La manipulación a través del lenguaje».
Cordialmente, A. López Quintás


«El poder formativo de las artes y la música».

EPÍLOGO

LA BELLEZA QUE SALVA

1. ¿Es posible definir la belleza?

No es fácil definir el concepto de belleza, como quedó patente en uno de los diálogos más sugestivos de Platón: el Hipias major. El engreído sofista Hipias no acertó a determinar «qué es la belleza»; se redujo a indicar varias realidades bellas: una joven hermosa, una yegua de buena figura, el resplandeciente oro… Cuando, al final, se vio burlado, pidió impaciente a Sócrates que respondiera él mismo a su pregunta. Y Sócrates, muy en su línea, le confesó que no lo sabía, pero añadió que no fue tiempo perdido el que dedicaron a precisar «qué es la belleza». Algo muy importante quedó claro, a saber: que «lo bello es difícil» (1).

Bien lo supieron los eminentes pensadores que se propusieron, en todo tiempo, describir las características esenciales de la belleza, y destacaron la importancia del agrado, el orden, la irradiación de una luz singular, la vinculación con la bondad… Y, una y otra vez, hubieron de reconocer que, siendo ciertos, sus puntos de vista eran muy parciales.

- Sin duda, lo que es bello nos agrada contemplarlo, pero ¿basta que nos agrade para que sea considerado como bello? ¿No será, más bien, al contrario, que nos agrada porque es bello, como sugirió tempranamente San Agustín?

- Aunque concluyamos que el causar agrado es una característica de lo bello, no hemos hecho sino comenzar el análisis, porque la belleza es distinta en cada uno de los cuatro niveles positivos ‒el uno, el dos, el tres y el cuatro‒, y cada modo de belleza suscita un tipo de agrado diferente.

- Esto complica el estudio notablemente, pero hemos de aceptarlo gustosos por cuanto supone una gran riqueza de matices, que nos ayudarán a descubrir en qué sentido y en qué medida puede abrirnos una vía para llegar a Dios ese acontecimiento multiforme y enigmático que llamamos belleza.



2. Necesidad de vivir la belleza en su albor, genéticamente

Para conocer por dentro los grandes valores ‒unidad/amor, bien/bondad, justicia, belleza, verdad…‒ no basta haber oído hablar de ellos y conocer algunas opiniones de pensadores sobre su significación y alcance; debemos prestar atención a cómo surgen en nuestra vida, qué sentido profundo y rico adquieren para nosotros a medida que los asumimos como principios de actuación.

Ya sabemos que el significado de un término es siempre el mismo; lo que puede cambiar y enriquecerse es su sentido. Conocemos el ejemplo del vino. Su significado básico es inalterable: un líquido dotado de unas propiedades bien conocidas y constantes. En distintas situaciones puede el vino adquirir sentidos diferentes, según se lo tome como un medio apto para acompañar la comida, o mitigar las penas en solitario, o alegrar un banquete, o brindar por el triunfo de un amigo, o utilizarlo en un rito religioso…

Algo semejante sucede con el concepto de los grandes valores. Es distinto el concepto de unidad, de bondad, de justicia, de belleza y de verdad en cada uno de los niveles positivos. Pensemos, por una parte, en la unidad que se crea entre dos niños por el mero hecho de compartir una misma sala de clase (nivel 1) y, por otra, en la unidad que surge entre dos jóvenes cuando se comprometen en matrimonio, acontecimiento que puede integrar los cuatro niveles positivos, con cuanto implican.

Es muy impreciso preguntar qué papel desempeña la experiencia de la belleza en nuestro ascenso hacia Dios. Hemos de precisar a qué tipo de belleza aludimos y a qué forma concreta de vivirla. Por eso debemos comenzar describiendo lo que implica el concepto de belleza en los cuatro niveles positivos.


3. Acceso a la belleza en los distintos niveles

El fenómeno de lo bello es tan atractivo como enigmático. Constantemente aludimos a la belleza, pero lo hacemos en tan distintos contextos que resulta difícil extraer un concepto claro, preciso y unívoco de lo que es la belleza. De antiguo se considera lo bello como un concepto básico de nuestro pensamiento, junto a la unidad y el amor, el bien y la bondad, la justicia, la verdad…

Por mi parte, estos valores los sitúo en el nivel 3 de realidad. Pero me cuido de advertir que el valor de la belleza también juega un papel notable en los niveles inferiores. Es hora de que nos detengamos a ordenar nuestras ideas en torno a esta realidad singular, sumamente amable pero esquiva a todo intento de someterla a un análisis cuidadoso.

El mejor método para ello tal vez sea poner ante nosotros algunas de sus características, para asumirlas activamente y penetrar en su sentido. Bien sabemos que todo lo bello va unido con la luz, la luminosidad, la manifestación esplendorosa, pues su tendencia innata es hacérsenos presente. Si intimamos con lo bello, nuestro conocimiento de él se hace mayor y más preciso, sin perder su inevitable ambigüedad.

Se trata de una ambigüedad innata, propia de las realidades que el pensamiento existencial denominó “inobjetivas” y que prefiero llamar “ambitales” o “abiertas”, por cuanto ofrecen posibilidades creativas a quienes están dispuestos a asumirlas activamente y ofrecer, a su vez, las suyas. Estas realidades se hallan muy por encima, en cuanto a eficacia, de las realidades “objetivas”, en el sentido de asibles, manejables, pesables, delimitables, susceptibles de cálculo y medida. De ahí que su valor ‒es decir, su peso en el juego de nuestra vida‒ sea tanto más elevado. En cuanto hagamos las paces con tal ambigüedad y nos acostumbremos a hablar con claridad y precisión de las realidades ambiguas, sabremos mostrar con lucidez su modo de ser y de comportarse.

Un personaje de una obra dramática de Gabriel Marcel se pregunta: «En una relación amorosa, ¿hasta dónde llega el ser que ama y dónde empieza el ser amado?» . A esta pregunta no cabe responder con medidas exactas, pues la unión amorosa no pertenece al nivel 1, pero hay criterios certeros para advertir si una forma de unión es intensa o débil, amplia o restringida, condicionada o incondicional…

4. El atractivo, supuesta causa de la belleza

Una de las condiciones más conocidas y universalmente reconocidas de la belleza es su atractivo. Lo bello nos atrae, pero no todo lo atractivo es bello. De ahí la urgencia de distinguir la belleza de su capacidad de atracción. Lo más atractivo en el nivel 1 es lo seductor, lo que fuerza nuestra voluntad a seguirlo, y, tras una fugaz exaltación eufórica, amenaza con destruirnos.

Pero lo destructivo no puede ser considerado como bello. Puede agradar en principio, ponernos incluso eufóricos, pero pronto «al mejor sabor nos descubre el anzuelo», como se lamentaba Pleberio, el padre de la desdichada Melibea, protagonista de La Celestina (2).

Se impone aquí precisar que la seducción es un fenómeno propio del nivel 1, en el cual toda acción va regida por la libertad de maniobra y la voluntad de dominio (3). Ante una joven hermosa, un joven puede reaccionar de dos formas:

a) Si es egoísta, tenderá a dominarla para ponerla a su servicio. Si lo consigue, la baja al nivel 1, y la rebaja de condición. Esa ganancia inmediata puede resultarle muy grata, en cuanto constituye una fuente de goce. Pero la acumulación de goces no se traduce en gozo, la alegría propia de quien crea una auténtica relación de encuentro, acontecimiento propio del nivel 2. Por eso, la euforia primera degenera inevitablemente en decepción y tristeza. Es la segunda fase del proceso de vértigo. «Prometes mucho; nada cumples», reprocha el mismo Liberio al «mundo falso» que nos seduce con “el manjar de sus deleites” (4).

b) Si es generoso, dicho joven no toma el atractivo de la bella joven como pretexto para quererla dominar y reducir a un «medio para sus fines» decide tratarla con el debido respeto a su condición de persona, a fin de crear con ella una relación de encuentro, que pueda llevar incluso a la creación de un hogar. Esta forma de creatividad será, sin duda, una fuente de gozo y satisfacción profunda, por estar llena de sentido, es decir, debidamente orientada.

c) Esta segunda actitud sitúa al joven en el nivel 2. Transforma la actitud de egoísmo en una de generosidad, y, con ello, la libertad de maniobra se transforma venturosamente en libertad creativa, libertad para crear «experiencias reversibles» con una persona, inspiradas por una voluntad de respeto, estima y colaboración.

La belleza de la joven ha sido vista como una cualidad de la persona, que no debe fascinarnos ‒someternos a la lógica del nivel 1‒, sino instarnos a subir de nivel y adoptar la noble actitud de respetarla, estimarla y colaborar con ella a desarrollar su personalidad. Esa actitud es acorde a la dignidad innata de toda persona; armoniza con ella, y tal armonía es fuente de una inefable belleza. En cambio, quedarse anclados en el nivel 1 y tomar a la joven, por ser bella, como un mero «medio para un fin» es algo mezquino, innoble y, por tanto, feo. Como tal, no crea verdadera unidad y nos aleja del auténtico bien y de la justicia.

Convertir, de este modo, la belleza de la joven en un motivo para cometer la injusticia de rebajarla de nivel es un contrasentido, pues no nos orienta hacia el ideal de la unidad, la bondad, la justicia…, y no nos sitúa en la verdad, que nos plenifica, sino en la falsedad, que nos destruye como personas.

Hemos descubierto que una misma realidad bella puede ser vista y vivida en un nivel o en otro, según la actitud básica de egoísmo o de generosidad que uno adopte. El fenómeno de la belleza ha de ser contemplado de modo relacional. La belleza no está en el rostro de la joven; surge al ser contemplado éste por otra persona, y suscitar en ella acciones constructivas o destructivas, según sea su actitud generosa o egoísta.

A la pregunta de San Agustín de si «las cosas bellas son bellas porque agradan o agradan porque son bellas», hemos, pues, de contestar de esta forma:

a) hay diversas formas de agrado, según los distintos niveles de realidad en que nos movamos en cada momento;

b) algunas formas elevadas de agrado pueden ayudarnos a descubrir la belleza de ciertas acciones que no excitan los sentidos;

c) la belleza, para suscitar algún tipo de agrado, debe presentar ciertas condiciones, que la Estética ha ido descubriendo a lo largo del tiempo. La belleza causa alguna forma de agrado, pero no es causada por él: responde a la conjunción de varias cualidades, que hemos de precisar en cada nivel de realidad. Una realidad no es consideraba bella porque nos agrada al contemplarla. Más bien a la inversa: nos agrada porque reúne las condiciones de lo bello. Estas condiciones cambian de un nivel a otro; consiguientemente, hemos de ajustar nuestro concepto de agrado y de belleza al modo de ser de cada uno de los niveles.

NOTAS

(1) Cf. Hipias major, final.
(2) Cf. Fernando de Rojas: La celestina (Salvat-Alianza, Madrid 1970) 178.
(3) Los fenómenos de seducción o fascinación los estudio ampliamente en las obras Inteligencia creativa, BAC, Madrid 42003 y Vértigo y Éxtasis, Rialp, Madrid 2006.
(4) Ibid.
| Alfonso López Quintás
| 30/08/2022