Método tercero

Artículo n°128

Redactado por Alfonso López Quintás el 22/05/2023 a las 12:34

Al ahondar, con admirable agudeza, en los últimos secretos de la materia y en las posibilidades expresivas del lenguaje matemático, los científicos actuales nos están abriendo vías insospechadas para la comprensión lúcida del fecundo nexo entre ciencia y belleza. Afortunadamente, algunos de los más destacados científicos conocen por experiencia el arte musical, que dispone nuestro espíritu para conseguir la flexibilidad y la agudeza que caracterizan la «mirada profunda». Las características de esta forma profunda de contemplar la realidad produjo un cambio en el estilo de pensar.


Formas de belleza características de los cuatro niveles positivos

Comencemos por el nivel 1

Cuando nos asomamos a los hallazgos últimos de la Astrofísica y la Física de las partículas elementales, sentimos en principio una especie de zozobra intelectual, pues nos parece entrar en un mundo evanescente, incapaz de ampararnos. No bien nos acomodamos a esta nueva concepción de la realidad, observamos con asombro que nos hemos introducido en un nuevo modo de pensar, de ver y expresarnos, y la vida humana nos presenta un aspecto grandioso. Lo describe de este modo sencillo y conmovedor, a la vez, el físico canadiense Henri Prat:

«Si hacemos una vez el esfuerzo de reflexionar sobre la verdadera complejidad del espacio que nos rodea, y del que formamos parte; si hemos comprendido que en él debemos incluir no sólo las tranquilizantes dimensiones euclidianas, sino el tiempo y la energía en sus múltiples formas, los campos de fuerza, la materia, la información, etc., no podemos ya sentirnos nunca más “como antes”: confortablemente asentados (...) sobre un suelo inmóvil, al hilo de un tiempo que transcurre plácidamente. Comprendemos que, en realidad, estamos inmersos en un torbellino de energía, de materia y de vida en ebullición, sobre una nave espacial gigantesca (el planeta tierra), lanzada velocísimamente por el Universo; que no somos sino partículas ínfimas y muy relativamente autónomas de este espacio multidimensional. (...) En esto consiste el gran salto actual hacia lo desconocido: el paso brutal del pequeño acerbo de conocimientos estables y bien etiquetados de nuestros abuelos a la cegadora explosión de la ciencia contemporánea; a la adquisición de fuerzas prodigiosas, de un dominio ilimitado de la naturaleza, de la apertura al espacio cósmico. Con todo lo que esto implica de magníficas posibilidades, pero también de riesgos de catástrofes si, en el gran cerebro del “mono desnudo”, la ingeniosidad prevalece sobre la inteligencia, la violencia sobre la armonía y el odio sobre el amor».

Es impresionante pensar que, en el fondo, todas las realidades terrestres venimos a ser un torbellino de energías estructuradas, que cabalgamos sobre una enorme bola de energía que gira en torno a otra mucho más voluminosa, en la cual la fusión atómica produce altísimas temperaturas, y gira, a su vez, en torno a otros astros, formando parte de la multitud de sistemas intervinculados que se extienden por espacios de amplitud inimaginable...

En virtud del modo de ser del universo estudiado hasta sus últimos reductos, la investigación física actual nos lleva a un cambio de mentalidad, de estilo de pensar. El modo de pensar “cosista” u “objetivista” no puede dar razón de los nuevos descubrimientos. La investigación física actual no ve la realidad como una especie de inmensa caja china, dentro de la cual se hallan cajas cada vez más pequeñas. Las más diminutas serían los átomos, y dentro de ellos las últimas partículas a las que se tiene hoy acceso. La física de las partículas elementales no interpreta éstas como cuerpos pequeñísimos, sino como “eventos”, acontecimientos, algo que aparece y se desvanece en tiempos mínimos. Un protón y un electrón no ocupan espacio, no son cosas permanentes, son centros de eficiencia o de acción transespaciales, inmateriales, inintuibles.

«Las partículas elementales ‒escribe Werner Heisenberg‒ son más bien un mundo de tendencias o posibilidades que un mundo de cosas y de hechos».

Relación, armonía y belleza

Al relacionarse esas energías primarias entre sí, dan lugar a las diversas formas de realidad física.

«(...) La materia ‒advierte H. Prat‒ no es más que energía “dotada de forma”, informada; es energía que ha adquirido una estructura. La destrucción parcial de esta estructura desencadena torrentes de energía hasta entonces tenida en reserva sabiamente en los pequeños edificios, más o menos estables, que son los átomos».

Una estructura es un conjunto ordenado de relaciones. Una relación es el ingrediente mínimo de una estructura. Lo expone así el físico y filósofo alemán Wolfgang Strobl:

«Los conceptos de relación (...) y de estructura (...) vienen a figurar, cada vez más, en el primer lugar y rango de las categorías científicas. Se impone la primacía de la totalidad e integración mutua sobre sus constituyentes». «(...) Todas las “cualidades” que adscribe la física a las partículas elementales ‒masa, niveles energéticos, estados cuánticos, carga eléctrica, carga nucleónica o número barónico, “spin” e “isospin”, paridad...‒ son conceptos relativos, o mejor: relacionales».

Estas admirables interrelaciones y estructuras las estudia la ciencia, con el ineludible medio del lenguaje matemático. La armonía interna de la realidad y el ajuste admirable de las estructuras de la realidad y las de la mente humana que elaboró las estructuras matemáticas son fuente de muy honda belleza. Lo expresa así el astrofísico y filósofo Manuel Carreira:

«Una teoría científica para que sea verdadera debe ser bella, es decir, ordenada, armónica. Lo que busca el científico en el universo es orden y armonía, y eso se traduce en belleza»



Los seres hiperespaciales y su peculiar belleza

Esta concepción relacional de la realidad explica que los seres tiendan a vincularse con otros y formen “campos de realidad” complejos. H. Prat los denomina “hiperespacios”, término afín a los que suelo denominar “ámbitos” o ”realidades abiertas”.

Si vemos la realidad circundante con una mirada no relacional, tendemos a decir que un pez es un ser perfectamente delimitado, como lo es una cosa. Pero, bien visto, un pez es todo un campo de realidad, que implica una serie de factores, relativos al espacio (longitud, latitud, profundidad), al tiempo (estación del año, fecha, hora), a la energía (radiaciones, longitudes de onda), a la materia (vientos, nubes, precipitaciones, olas, corrientes, gases disueltos, sales, bacterias, virus, algas, animales). El pez flota, como un astronauta, en este espacio multidimensional, que es el suyo y a él se ajusta perfectamente merced a los prodigiosos aparatos sensoriales que tiene en su línea lateral, a través de los cuales percibe las menores variaciones de las cualidades del océano: gases, sales, presión, campos eléctricos… El pez constituye un sistema “hiperespacial” (ambital) cerrado y abierto al mismo tiempo; independiente del medio en que se halla inmerso y, a la vez, en interacción con él.

De modo semejante, en un submarino, un avión, una nave espacial… se aúnan diversos factores relativos al espacio, al tiempo, a la energía, a la materia...) que determinan el tipo especial de ámbito o campo de realidad que denominamos con esos nombres. Un submarino no lo podemos entender como tal si no lo vemos vinculado con la presión, la salinidad, las corrientes, el campo magnético, la temperatura, los marinos que lo gobernarán…

Adelantando conceptos, podemos decir que, de modo semejante, pero en un nivel superior, nuestro organismo constituye un “hiperespacio” o “ámbito” dentro de otro “hiperespacio” envolvente ‒el entorno‒, al cual se enfrenta para conservar su independencia y del cual necesita para alimentarse, mantener su actividad energética, crecer y reproducirse.

Nuestra persona muestra también estas dos condiciones: es independiente del entorno cultural y realiza intercambios con él para nutrirse espiritualmente. Al transmitir sus conocimientos a otras personas, realiza una especie de “reproducción” espiritual, porque de alguna forma “engendra” hijos espirituales en cuanto modela su personalidad.

Un cristal que crece dentro de una solución salina sobresaturada se comporta, en cierto modo, como un ser vivo. De nuevo nos encontramos con dos ámbitos distintos y tensionados entre sí. La configuración del cristal es totalmente distinta de la del medio exterior. Todos sus átomos están ordenados de forma perfecta, mientras las moléculas del medio están desordenadas.

En todos estos ejemplos queda patente que lo decisivo en la formación de un ser es la “configuración” o “con-formación”, que opera de manera “contagiosa”. Un germen de configuración transmite su poder configurador al entorno, sea un germen cristalino, o una protoestrella o un impulso cultural... Un pueblo constituye un espacio multidimensional bien configurado frente a los pueblos que forman su entorno vital, como el medio ambiente lo está respecto al ser vivo y la solución salina respecto al cristal. Lo decisivo en todo pueblo es su grado de configuración interna, su “campo unificador”. Su energía vital pende de la unidad interna y de los tipos de unión e intercambio que establece con el entorno. Al faltar esa capacidad de unión, sobreviene la disolución total y la muerte. Cuando hay factores configuradores, el orden sucede al caos, la prosperidad a la miseria, la fuerza a la impotencia, la belleza a la fealdad.

Todos los seres vivos deben, en cierta medida, enfrentarse al entorno para sobrevivir. Pero ese enfrentamiento tiene una finalidad constructiva. Así, los pueblos han de contrastarse, pero no oponerse; deben reconocer que son distintos, pero no necesariamente distantes, extraños y hostiles. Si ponen en juego su capacidad creativa y se relacionan con fines constructivos, logran una armonía mil veces más fecunda que las ganancias inmediatas que se derivan de la agresividad. En la vida hemos de ser combativos, no diluirnos blandamente en el entorno, mantener la propia personalidad, pero esa combatividad no debe perseguir la anulación del otro, sino una eficaz colaboración tensionada.

Esta tensión colaboradora y la armonía que ella suscita son fuente de una gran belleza. Si conseguimos que esta honda belleza dé colorido a la trama entera de nuestras relaciones con el entorno, habremos conseguido revalorizar la vida cotidiana, y convertirla de anodina en excelente.
| Alfonso López Quintás
| 22/05/2023