Método segundo

EXIGENCIAS DEL MÉTODO LÚDICO-AMBITAL. NECESIDAD DE CONOCER EL SENTIDO DE LAS ACTITUDES Y LOS SENTIMIENTOS HUMANOS

Redactado por Alfonso López Quintás el 18/06/2012 a las 17:43

Para hacer juego con las obras literarias, cinematográficas y artísticas se requiere -según hemos dicho- rehacer personalmente las experiencias que les dieron origen. Esta tarea sólo es posible si se conoce con bastante precisión el sentido -no sólo el significado- de los sentimientos humanos básicos: amor-odio, lealtad-perfidia, agradecimiento-resentimiento, arrepentimiento-contumacia... Por vía de ejemplo, veremos algunos de los conceptos que debemos clarificar cuidadosamente si queremos expresarnos con precisión y colaborar a un mutuo entendimiento. La primera condición para entenderse es ahondar en el sentido de aquello que se comenta.

Analizaremos el concepto del amor, el arrepentimiento, la intimidad, los diversos modos de temporalidad, la libertad de maniobra y su amarga vaciedad, el nexo entre ciertos conceptos, el sentido de algunos esquemas mentales muy significativos, las fases de dos procesos decisivos de nuestra vida: el proceso de vértigo –o fascinación- y el de éxtasis, o creatividad.


1. El sentido de diversos términos a la luz de los niveles de realidad

El amor. El amor personal conyugal se da en el nivel 2 d y se distingue netamente de la pasión, impulso que no supera el nivel 1 d. El amor auténtico es fruto de un proceso de conversión de la apetencia o atracción primera en una voluntad de unión generosa y fecunda. Este tipo de unión implica una relación de encuentro -rectamente entendido-, y florece en profunda amistad. La relación de amistad debe ser creada; no es mera expresión de un impulso instintivo, como sucede con la tensión pasional. Si ésta no tiende a elevarse al nivel 2 d, mediante el ejercicio de la generosidad para con la otra persona, puede dar lugar a un proceso de vértigo o fascinación, que nos despeña por los niveles negativos.

El arrepentimiento. El acto de arrepentimiento implica cierta dosis de creatividad. El que se arrepiente de haber adoptado una conducta desarreglada asume un aspecto de su vida pasada como propio y promete configurar su vida futura con un proyecto distinto, más ajustado a las exigencias de la realidad. Estos dos actos son posibles si uno es capaz de sobrevolar su vida, tomar la distancia de perspectiva que permita valorarla, discernir si se atiene o no al ideal de vida por el que uno ha optado, sentirse responsable de las actitudes impropias y mostrarse dispuesto a sustituirlas por otras más ajustadas y, por tanto, justas.

A la luz de este concepto de arrepentimiento, podemos descubrir que las reacciones -a primera vista extrañas- de Meursault –protagonista de El extranjero, de Albert Camus- son perfectamente lógicas en el nivel 1 a en que se mueve. Al vivir empastado en la recepción de puros estímulos sensibles y la realización de acciones automáticas –sometidas al esquema “estímulo-reacción”-, se comprende que no sienta remordimiento alguno por el asesinato de un inocente.

Respecto al hecho de haber asesinado a un árabe -suceso que califica de “muy simple”-, confiesa: “No lamentaba mucho mi acto. Nunca había podido sentir verdadero pesar por cosa alguna. Estaba absorbido siempre por lo que iba a suceder, por hoy o mañana”. “Se me había hecho saber solamente que era culpable. Era culpable, pagaba, no se me podía pedir más”. (1)

Poco antes de su ejecución, el capellán lo visita y le invita amablemente a arrepentirse y reconciliarse con Dios. Meursault se despoja de su carácter indolente, se enfurece y le insulta. Si queremos descubrir cómo se explica ese ataque de ira contra quien intenta ayudarle en su hora más amarga, nos basta distinguir diversos niveles de realidad. Al invitarle a arrepentirse, el capellán le sugiere implícitamente que se eleve al nivel de la creatividad, de la creación de relaciones de encuentro con los demás (nivel 2). Como el encuentro es fuente de luz y de sentido, al encontrarse hubiera descubierto Meursault el poder que tiene el lenguaje del juez cuando dicta sentencia y, lo que es todavía más grave, hubiera visto con claridad cegadora que su condena a muerte era merecida y su vida carecía de sentido. Para evitar esa luz acusadora, hace un acto de entrega fusional a la realidad en torno (nivel 1 a) y manifiesta que se siente feliz. (2).

La intimidad. En la obra dramática de Gabriel Marcel Le mort de demain (3), una joven conversa con su padre y rompe a llorar al darse cuenta de que han pasado a hablar de su madre en tercera persona. Si deseamos captar el sentido de este pasaje, debemos ahondar en lo que significa el fenómeno del llanto en un adulto. Revela un desmoronamiento interior. Al no tratar a una persona allegada como un tú (como alguien que se ha encontrado con nosotros y se halla en un mismo campo de juego) sino como un ello (una realidad impersonal, distante, ajena), se pierde de momento una relación de intimidad que significa mucho para un ser humano, que viene del encuentro y está llamado a realizar diversas formas de encuentro. Supone, por tanto, la pérdida súbita de algo muy valioso. De ahí la entrega al llanto.

Para percibir cómo se gesta la peculiar belleza dramática de esta escena, debemos hacer la experiencia de lo que implica reducir una persona "íntima" a un ser "distante", del que se puede hablar y al que cabe enjuiciar como si fuera un objeto. La "intimidad" significa que dos personas han creado entre ellas un campo de juego común en el cual superan la escisión entre el "dentro" y el "fuera", lo "interior" y lo "exterior", lo "cerradamente mío" y lo "crispadamente tuyo". Aunque en algún momento pierdan la vecindad física, las personas íntimas conservan la cercanía espiritual en todo momento. Esta forma valiosa de unión parece anularse al hablar de un ser querido en tercera persona.

La temporalidad. En numerosos pasajes de obras literarias y cinematográficas juega un papel decisivo la temporalidad, en sus diversas modalidades. Al comienzo de Yerma, de Federico García Lorca, suena un reloj. Este sonido nos remite a un tipo de temporalidad objetiva, determinada por el movimiento de la tierra alrededor del sol y marcada por los relojes. Pero su función es ponernos alerta ante otros tipos de temporalidad, sobre todo la creativa. Este tipo de temporalidad es la que cabe esperar de las personas unidas en matrimonio, como resalta en las palabras que dirige Yerma a su marido:

"Cuando nos casamos eras otro. Ahora tienes la cara blanca como si no te diera en ella el sol. A mí me gustaría que fueras al río y nadaras y que te subieras al tejado cuando la lluvia cala nuestra vivienda. Veinticuatro meses llevamos casados, y tú cada vez más triste, más enjuto, como si crecieras al revés" (4).

El tiempo de la vida en matrimonio está destinado a llenarse de contenido y de sentido. Si se queda vacío por falta de creatividad, produce una ineludible frustración. El drama de Yerma consiste en que "juega contra el reloj", se afana por llenar su tiempo de matrimonio con la densa riqueza del encuentro y ve que pasan los días y los años sin lograrlo. A medida que transcurre el tiempo, se hace más patente y penosa la vaciedad de su existencia de casada, y se acentúa su sensación de asfixia lúdica. Ésta se traduce en un ansia febril de tener un hijo, no sólo por la necesidad de saciar el anhelo de maternidad sino por la tendencia todavía más radical a llevar una vida de encuentro, que es profundamente creativa.

La temporalidad creativa resalta en todas las obras musicales, coreográficas y teatrales, que se desarrollan dentro del tipo de tiempo que ellas mismas crean. El intérprete no mira el reloj cuando da vida a una obra. Atiende al tempo que la obra misma exige desde sí misma y que él siente en su interior.

Al vivir un acontecimiento que transcurre en el tiempo, cada persona tiene una sensación peculiar respecto a su duración. Ésta es la temporalidad subjetiva. Si no reaccionamos creativamente ante lo que acontece, tenemos la impresión de que el tiempo discurre demasiado lentamente y experimentamos esa sensación oprimente que llamamos “tedio” o “aburrimiento”. Al no vivir en nivel creativo –nivel 2-, quedamos atenidos a la marcha de las agujas del reloj –nivel 1-. Con ello nuestra atención queda dominada por la repetición monótona de estímulos mecánicos y sentimos aburrimiento. Basta que nos elevemos a la consideración de algo que nos resulte significativo y despierte nuestra creatividad para dominar el discurrir del tiempo y tener la impresión de que éste fluye con rapidez. El aburrimiento se trueca entonces en buen ánimo y entusiasmo.

Cuanto mejor se conocen los conceptos básicos de la vida humana, más se puede ahondar en las obras literarias de calidad. Ello insta al intérprete a leer cuidadosamente estudios que describan y analicen conceptos tales como la fidelidad y la perfidia, la palabra y el silencio, la veracidad y la falacia, el entusiasmo y la decepción, la esperanza, la desesperación y el estar a la espera...

Autores clásicos (Platón, Aristóteles, Plotino, San Agustín, Santo Tomás...) y modernos o contemporáneos (B. Pascal, G.W.Fr. Hegel, J.G. Fichte, S. Kierkegaard, J. H. Newman, M. Scheler, D. von Hildebrand, R. Guardini, J. Guitton, Ch. Moeller, Xavier Zubiri, Laín Entralgo, L. Cencillo, F. Ebner, M. Buber, Th. Haecker, P. Wust, M. Nedoncelle...) ofrecen en sus obras multitud de precisiones acerca de tales conceptos básicos.

La libertad de maniobra y su amarga vaciedad. Para leer de forma penetrante buen número de textos literarios se requiere ahondar en los conceptos que juegan en ellos un papel decisivo. El famoso texto en que Sartre describe la zozobra del desertor Mathieu, protagonista de Le sursis ("La prórroga" o "El aplazamiento"), sólo se nos ilumina y clarifica cuando sabemos distinguir lúcidamente los conceptos de “libertad de maniobra” y de “libertad interior” o “libertad creativa”. Mathieu acude a la estación de la que han de partir los jóvenes movilizados para defender a la patria de la invasión extranjera. Debe tomar el tren, pero al final no lo hace. Deja que el tren se aleje, abarrotado de jóvenes, y él decide callejear por París sin rumbo; contempla largamente el Sena, agita mil pensamientos, se siente invadido de libertad. Todo él es libertad. Pero no tarda en preguntarse: "¿Y qué voy a hacer con toda esta libertad?" Sin duda intuyó que su libertad era vacía, no conducía a ninguna meta, no era impulsada por ningún ideal auténtico.

Un desertor es una persona que rompe amarras con su patria. Cuando un país es invadido por un enemigo, se moviliza entero en orden a su defensa. Todo cambia en él de sentido. Las metas de cada vida quedan supeditadas a la gran meta que es defender la patria. El que se consagra a ella dota de sentido su existencia. Matthieu no se orienta hacia esa meta, y todo lo que haga estará fuera de lugar. Carecerá de sentido. Será un extraño en su país. Se ha desvinculado. Es totalmente libre, pero esa libertad no le lleva a ninguna parte que dé sentido a su vida, pues bien sabemos que tener sentido significa estar bien orientado.

Esa libertad vacía no es fruto de una conquista, sino puro resultado de una huida traidora. El traidor se mueve con libertad absoluta -es decir: desvinculada-, pero, al hacerlo, se desliza por un "astro muerto". Paris, toda Francia, el mundo entero es para él un desierto. La libertad vacía deja al hombre desolado. Veámoslo en el texto:

«En medio del Pont Neuf se detuvo y se echó a reir: “Qué lejos he buscado esta libertad, y estaba tan cercana que no podía verla, que no puedo tocarla, no era más que yo mismo. Yo soy mi libertad”. Había esperado que un día se vería colmado de dicha, traspasado de parte a parte por un rayo. Pero no había ni dicha ni rayo: sólo esta indigencia, este vacío presa de vértigo ante sí mismo (...). Extendió las manos y las paseó lentamente por la piedra de la balaustrada, que era rugosa, agrietada, una esponja petrificada, caliente aún del sol de mediodía. (...) Hubiera querido aferrarse a esa piedra, fundirse en ella, llenarse de su opacidad, de su reposo. Pero ella no podía procurarle ningún socorro; estaba afuera para siempre. (...) “Tan inseparable del mundo como la luz, y desterrado sin embargo como la luz, resbalando por la superficie de las piedras y del agua sin que nada, jamás, se agarre a mí o encalle en mí. Afuera. Afuera. Fuera del mundo, fuera del pasado, fuera de mí mismo: la libertad es el destierro y yo estoy condenado a ser libre”».

«Dio algunos pasos, se detuvo de nuevo, se sentó en la balaustrada y miró correr el agua. “¿Y qué voy a hacer con toda esta libertad? ¿Qué voy a hacer conmigo?” Había jalonado su porvenir con tareas precisas: la estación, el tren para Nancy, el cuartel, el manejo de las armas. Pero ni el porvenir ni esas tareas le pertenecían ya. Ya nada era suyo: la guerra labraba la tierra, pero no era ya su guerra. Estaba solo en ese puente, solo en el mundo y nadie podía darle órdenes. “Soy libre para nada”, pensó con cansancio. Ni un signo en el cielo ni en la tierra, los objetos de este mundo estaban demasiado absortos en su guerra, volvían hacia el Este sus múltiples cabezas. Matthieu corría por la superficie de las cosas, y ellas no lo sentían ya. Olvidado. Olvidado por el puente que lo soportaba con indiferencia, por esos caminos que huían hacia la frontera, por esa ciudad que se levantaba lentamente para mirar en el horizonte un incendio que no le concernía. Olvidado, ignorado, completamente solo: un retrasado; todos los movilizados habían partido la antevíspera, él ya no tenía nada que hacer aquí. ¿Tomaré el tren? No tiene ninguna importancia. Partir, quedarse, huir: no eran estos actos los que pondrían en juego su libertad».

«Y, sin embargo, era menester arriesgarla. Se aferró con ambas manos a la piedra, y se inclinó por encima del agua. Bastaría con un chapuzón, el agua lo devoraría, su libertad se convertiría en agua. (...) Todas las amarras estaban cortadas, nada en el mundo podía detenerlo: eso era la horrible, horrible libertad. Muy en el fondo de sí, sentía latir su corazón enloquecido. “Un solo gesto, unas manos que se abren, y yo habré sido Matthieu”. El vértigo se levantó dulcemente sobre el río: el cielo y el puente se derrumbaron: no quedaron más que él y el agua, que subía hacia él, le lamía las piernas colgantes. El agua, su porvenir. “Ahora es cierto, voy a matarme”. Y de pronto, decidió no hacerlo. (...) Y se encontró de pie, en marcha, deslizándose por la corteza de un astro muerto. Será la próxima vez" » (5)

El autor destaca el término vértigo, la condición fusional de la unión que desea establecer el protagonista con cuanto lo rodea y la imposibilidad de sentirse verdaderamente libre. Se entiende radicalmente este texto cuando se recuerdan estas cuatro ideas:

• En el proceso de vértigo, uno tiende a empastarse con las realidades circundantes para dejarse llevar de lo que le halaga.
• Nuestra libertad auténtica comienza cuando tenemos la capacidad de tomar distancia de nuestras apetencias y elegir en virtud del verdadero ideal de la vida, el ideal de la unidad.
• Creamos, así, con cuanto nos rodea un campo de juego, en el cual se convierten en íntimas las realidades que lo constituyen.
• En este campo de intimidad, lo "exterior" deja de estar "fuera" de nosotros, y nuestra libertad creativa nos une de modo entrañable con el mundo en torno, no nos lanza al exilio.



2. El sentido de ciertas conexiones de conceptos

a) Interconexiones

Además de conocer el sentido de los conceptos básicos de la vida humana, necesitamos hacernos cargo de las relaciones que puede haber entre ellos.

• En su Diario íntimo, Unamuno confiesa que padece una "forma aguda de egotismo", y agrega: " Ya no volveré a gozar de alegría, lo preveo. Me queda la tristeza por lote mientras viva". (6). Este texto no puede comprenderse a fondo si se ignora que el sentimiento de tristeza es suscitado por la conciencia de no estarse desarrollando como persona debido a la reclusión que provoca la actitud egoísta.

• En El principito, de Saint-Exupéry, la voz de la sabiduría nos revela a través del zorro la forma de conocer las realidades más valiosas:

"Sólo se conocen las cosas que se domestican". "No se ve bien sino con el corazón. Lo esencial es invisible a los ojos” (7).

Si queremos comprender el alcance del mensaje que nos trasmite aquí el autor, debemos tener una idea clara de cómo se complementan el amor y el conocimiento cuando se trata de conocer realidades ambitales y acontecimientos creativos (niveles 2 y 3). Para descubrir las medidas de una mesa basta poseer una mínima capacidad técnica de medición. Para hacernos cargo del valor de una obra de arte se requieren ciertos conocimientos técnicos, pero sobre todo se necesita entrar en juego con ella, vivirla interiormente como si la volviéramos a gestar. En ese juego creador se alían fecundamente el conocimiento, el compromiso, el amor y la creatividad. Lo mismo sucede en el conocimiento de los valores, las personas, las instituciones...

Unamuno confiesa, en su Diario íntimo, que le llamó la atención el hecho de que los discípulos de Emaús no reconocieran a Jesús sino al partir el pan. Lo acompañaron durante el camino, oyeron sus palabras y, cuando llegaron a la aldea y Jesús hizo ademán de proseguir el camino, le invitaron a pernoctar con ellos para evitar los peligros de la noche. Esta actitud de generosidad cobra cuerpo en el gesto simbólico de tomar el pan, partirlo, repartirlo y compartirlo. Ese momento de encuentro auténtico constituyó para los discípulos una fuente de luz, ya que los situó en el nivel de la entrega en el que se movía Jesús. Por eso pudieron reconocerlo.

b) Esquemas mentales

Al relacionar los conceptos entre sí, se forman los esquemas mentales, que son una fuente de luz para penetrar en el sentido de lo que acontece.

• Cuando se utiliza el esquema “acción-pasión”, inducimos que nos hallamos en el nivel 1, el de las experiencias lineales, en las cuales una realidad actúa y la otra padece el efecto de tal acción.

• Al usar el esquema “apelación-respuesta”, sabemos que nos movemos en el nivel 2, el de las experiencias reversibles, inspiradas por una actitud de respeto, estima y colaboración. El Principito, en el conocido relato de Saint-Exupéry, apela al piloto a crear con él una relación de amistad y el piloto acepta esa invitación activamente. Así se elevan ambos al plano de creatividad en que se da la auténtica relación de encuentro. Ya sabemos que nuestra actividad creativa comienza cuando recibimos activamente las posibilidades que nos ofrecen las realidades abiertas –o ámbitos- de nuestro entorno.

c) Procesos de vértigo y de éxtasis

Al conocer de cerca el sentido profundo de los sentimientos y las actitudes que tejen la trama de la vida humana, así como los esquemas mentales que vertebran nuestro pensamiento en los diferentes niveles, es posible descubrir la articulación interna de los principales procesos espirituales que determinan la marcha de la vida humana. Entre ellos destacan los de vértigo y los de éxtasis. Es indispensable saber con precisión de dónde arrancan, cómo se articulan internamente, a dónde conducen y qué consecuencias acarrean. La mayoría de las obras literarias encarnan alguno de estos procesos, en una u otra de sus modalidades. Si deseamos comprenderlas de forma precisa y profunda, debemos adquirir cierta pericia para entrever los tipos de vértigo o de éxtasis que inspiran los acontecimientos narrados en las obras. Sólo así podremos adivinar a través de la lectura la “intrahistoria” de los personajes, es decir, la razón de ser de su conducta, la génesis de sus conflictos, la trayectoria de sus biografías.

Conviene aquí ahondar en dos ideas clave:

1ª) El proceso de vértigo es impulsado por una actitud de egoísmo, mientras el proceso de éxtasis responde a una actitud de generosidad.

2ª) El proceso de vértigo viene a coincidir con la caída en los cuatro niveles negativos. El proceso de éxtasis equivale al ascenso del nivel 1 al nivel 4.

• Castel -protagonista de El túnel, de Ernesto Sábato- se relaciona intensamente con María; cree amarla (nivel 2 d), pero sólo apetece su presencia para mitigar la soledad que lo atenaza y sentir la satisfacción de dominar a la joven (nivel 1 d). Esa actitud dominadora da lugar al sentimiento corrosivo de los celos y acaba suscitando en su ánimo el deseo morboso de hacer un acto supremo de posesión sobre ella mediante el asesinato (nivel -3). En la cárcel, Castel –bien entrenado en todo tipo de razonamientos y cálculos interesados, propios del nivel 1 d- no acierta a entender cómo pudo haber matado a la única persona que le prestaba atención. La teoría del vértigo nos descubre que la causa radica en confundir el amor personal (nivel 2 d) con la mera posesión de una persona (nivel 1 d).

• El Principito y el piloto -en El principito, de Antoine de Saint-Exupéry- empiezan a ascender al plano de la amistad verdadera (nivel 2 d) cuando el piloto se muestra generoso, deja de lado su urgente tarea mecánica (nivel 1 c) y se consagra generosamente a consolar al principito, que se ha entregado al llanto. Entonces se fían el uno del otro, se hacen confidencias y se encuentran (nivel 2 d). Es un claro proceso de éxtasis.

Refresquemos brevemente nuestros conocimientos de ambos procesos.

El proceso de vértigo. En la vida podemos sentir dos formas de vértigo: una fisiológica y otra personal. Si desde lo alto miramos al vacío, éste parece arrastrarnos y debemos asirnos fuertemente para no ser catapultados al suelo. Es la sensación de vértigo. También en la vida espiritual podemos asomarnos a un vacío insondable y sentir vértigo. ¿Cómo surge ese vacío?

• Si en la vida concedo primacía a la voluntad de dominar, poseer y disfrutar, tiendo a considerarme como el centro del universo y a rebajar cuanto me rodea a medio para mis fines. De ahí que, al tropezarme con alguien o algo que presenta cualidades que pueden ser para mí una fuente de gratificaciones, me sienta fascinado y procure dominarlo para ponerlo a mi servicio (nivel 1). Dejarme fascinar por lo que me halaga me rebaja y envilece como persona, porque fascinar implica arrastrar, seducir, succionar, empastar. Al empastarme o fusionarme con la realidad fascinante, pierdo libertad interior, la capacidad de mantenerme cerca-a-cierta-distancia respecto a tal realidad.

• Al ejercer ese dominio envilecedor por partida doble, siento una singular euforia o exaltación superficial, pues nada hay que conmueva tanto nuestro ánimo como poseer aquello que enardece nuestros instintos.

• Este enardecimiento es efímero como una llamarada de hojarasca y degenera bien pronto en una profunda decepción, al percatarnos de que dos realidades envilecidas no pueden encontrarse. El encuentro es una forma de unión muy fecunda porque supone respeto -actitud opuesta al afán reductor-, oferta generosa de posibilidades, voluntad de colaborar al perfeccionamiento mutuo. Si, por afán egoísta de dominio, renuncio al encuentro, me veo vacío de algo que necesito para crecer como persona, y ello me produce tristeza.

• Ese vacío se acrecienta cuando adopto una vez y otra la misma actitud interesada, centrada en mi propia satisfacción. Al asomarme a ese inmenso vacío interior, experimento la forma de vértigo espiritual que llamamos angustia. La angustia es una sensación de desmoronamiento total. Ante un peligro concreto frente al cual podemos tomar medidas, sentimos miedo. Si el peligro nos acecha por todas partes, no sabemos a dónde acudir y nos vemos desvalidos. Nuestra situación es, entonces, angustiosa.

• En caso de que esta situación sea irreversible porque somos incapaces de cambiar nuestra actitud básica de egoísmo, la angustia suscita un sentimiento de desesperación, la conciencia amarga de habernos cerrado todas las puertas hacia el pleno desarrollo de nosotros mismos.

• Ese sentimiento conduce a una extrema soledad, la ruptura total de todo vínculo auténtico con las realidades circundantes. Tal soledad de aislamiento supone la destrucción de la vida personal, que se realiza y desarrolla de forma comunitaria.

Sobrevolando este proceso, observamos que el vértigo comienza por la vana ilusión de conquistar la felicidad por la vía del egoísmo y acaba privándonos de toda vida personal auténtica. El que se entrega a cualquier tipo de vértigo puede tener la impresión de ganar una forma intensa de unión con la realidad fascinante, pero en realidad no se une a ella; se pierde en el halago que le produce. Al alejarnos de la realidad, el vértigo nos enceguece para los valores y nos priva de toda auténtica creatividad.

Las fases del proceso de vértigo son las siguientes, de neto carácter descendente:

1. Actitud de egoísmo

2. Goce, euforia, exaltación superficial

3. Decepción

4. Tristeza

5. Angustia

6. Desesperación

7. Soledad asfixiante y destrucción

El proceso de éxtasis es impulsado por una actitud básica de generosidad. Si soy generoso, respeto cuanto me rodea, es decir, lo estimo en lo que es y en lo que está llamado a ser. Si, por ejemplo, es una persona la que me atrae, no intento reducirla a un medio para saciar mis apetencias (nivel 1 d); la trato como un ámbito de realidad, una fuente de iniciativa, y colaboro con ella para que alcance su pleno desarrollo (nivel 2 d). Esa colaboración se da, sobre todo, en el encuentro. Al encontrarme, siento satisfacción y alegría por partida doble, ya que somos dos personas las que nos estamos realizando como tales. La alegría alcanza el grado de entusiasmo cuando me encuentro con una realidad muy valiosa y me veo elevado a lo mejor de mí mismo. Entusiasmo ("enthusiasmós") significaba en griego "inmersión en lo divino", es decir, unión profunda con lo perfecto, lo que nos lleva a plenitud. Al vernos realizados de esa forma, sentimos felicidad interior, y ésta se manifiesta en sentimientos de paz, amparo y júbilo festivo.

El proceso de éxtasis comienza con una gran exigencia -la de ser generosos-, nos promete plenitud personal y nos la da al final porque nos lleva a crear relaciones de verdadero encuentro. Las experiencias de éxtasis -de tipo estético, ético, religioso...- promueven en nosotros la capacidad de fundar modos entrañables de unidad con las realidades del entorno, agudizan nuestra sensibilidad para los grandes valores y acrecientan nuestra capacidad creativa, que consiste en responder activamente a la llamada de las realidades valiosas, realidades que ofrecen posibilidades para realizar acciones llenas de sentido.

El proceso de éxtasis presenta las siguientes fases de dirección ascendente:
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1. Generosidad

2. Respeto y estima

3. Colaboración

4. Encuentro

5. Alegría, gozo

6. Entusiasmo

7. Felicidad (paz, amparo, júbilo)

Los procesos de vértigo y de éxtasis son polarmente opuestos por su origen, su desarrollo y sus consecuencias. Sin embargo, hoy día se tiende profusamente a confundirlos. Esta confusión es sumamente nociva porque pone a las gentes en grave riesgo de lanzarse a las experiencias de vértigo, que destruyen la personalidad, con la falsa ilusión de que son experiencias de éxtasis, que la construyen. En las obras Inteligencia creativa (8) y Vértigo y éxtasis (9) se expone ampliamente la articulación interna de estos procesos.

Ver de cerca, a través de las grandes obras literarias y cinematográficas, los estragos que causa en la vida humana la entrega a la seducción del vértigo y las altas cotas de vida humana a que nos elevan las experiencias de éxtasis constituye la base de una auténtica y sólida formación, pues nos dispone para prever y prevenir. Nos permite advertir

a) que el proceso de vértigo se mueve en un nivel de manipulación de objetos o de ámbitos tratados como objetos (nivel 1),

b) que el proceso de éxtasis se da en un nivel de encuentro con ámbitos o con objetos elevados a condición de ámbitos (nivel 2).

Por eso hemos subrayado anteriormente la necesidad de distinguir diversos niveles de realidad y diferentes actitudes frente a ellos. Si no sabemos, en cada momento, en qué nivel de realidad nos estamos moviendo -por ejemplo, cuando manejamos un objeto, o interpretamos una obra musical, o tratamos a una persona- y qué actitud debemos adoptar en cada caso, no tenemos garantía alguna de configurar nuestra personalidad debidamente y vivir una existencia digna.

Al instarnos incesantemente a reflexionar sobre ello, la lectura de obras literarias y la contemplación de obras cinematográficas de calidad contribuye de modo decidido a nuestra formación integral.


NOTAS

(1) Cf. El extranjero, Alianza Editorial, Madrid, págs. 77, 117 134-143; L´étranger, p. 187, Gallimard, Paris 1957, págs. 105, 156-157, 176-187.
(2) Cf. El extranjero, págs. 142-143; L´étranger, p. 187. Un análisis amplio de esta obra puede verse en mi Estética de la creatividad, Rialp, Madrid 1998, 3ª ed.; págs. 431-463.
(3) Cf. Trois pièces, Plon, Paris 1931.
(4) Cf. O. cit., Cátedra, Madrid 1970, p. 42.
(5) Cf. Los caminos de la libertad. II. El aplazamiento, Losada, Buenos Aires 1967, 5ª ed.; págs. 326-328; Les chemins de la liberté. II. Le sursis, Gallimard, Paris 1945, págs. 418-421.
(6) Cf.O.cit., Alianza Editorial, Madrid 1970, p. 123.
(7) Cf. El principito, págs. 83, 86-88; Le petit prince, págs. 83, 86-88.
(8) BAC, Madrid 2003, 4ª ed.
(9) Rialp, Madrid 2010, 2ª ed.
| Alfonso López Quintás
| 18/06/2012