Conferencias y artículos

El ideal y los valores

Redactado por Alfonso López Quintás el 30/05/2011 a las 17:49

El pedagogo alemán Josef Kentenich basó su labor educativa en el empeño de orientar a niños y jóvenes hacia el “ideal personal” y el “ideal comunitario”. “Como psicólogo –escribe-, puedo subrayar en principio que el secreto de la maduración de los jóvenes radica en el desarrollo del ideal personal”. “Las dificultades juveniles son superadas en lo esencial cuando los jóvenes encuentran su ideal personal” y, consiguientemente, su yo verdadero (1) . “Cada uno lleva en sí la imagen de lo que desea llegar a ser. Mientras no lo es, su paz no es completa” (Friederich Rückert) (2) .

“El verdadero educador es hombre de un solo pensamiento –agrega Kentenich-. No hay que aducir muchos pensamientos tanto si educamos a adultos como a niños (…). Un solo pensamiento basta. Ciertamente, también se requiere cierta variedad. Pero debe desembocar en un pensamiento grande” (3) . “Hay que educar hasta conseguir que el ideal se convierta en algo operativo, casi fascinante” (4). “¿Cómo lo expresa Nietzsche una vez? ´Tu pensamiento grande quiero yo saberlo´. ¿Y cuál es el pensamiento grande de una comunidad? Es lo que llamamos el ideal comunitario” (5).

A veces sucede que el punto de partida para el ideal es la comunidad misma en cuanto que el ideal brota de ella. Al tratar cierto tema, el educador advierte tal vez en los niños una sensibilidad especial ante los valores y una facilidad peculiar para dejarse sobrecoger por ellos, lo que significa prontitud de ánimo para la realización del ideal. Esta chispa hay que avivarla luego hasta que se convierta en fuego y se forme una manera de pensar común” (6) .

Una vez que una idea valiosa se convierte en ideal, la energía que éste irradia nos lleva a darle vida, a enriquecerlo y convertirlo en el polo orientador de toda la conducta, en el canon de autenticidad, en el impulso que dinamiza y confiere sentido a nuestra existencia.

Este proceso lo describe Héctor Mandrioni de esta forma:

La historia de cada persona conoce un momento o período de tiempo en el que la actitud atencional de espera comienza a escuchar la voz del ideal. Un valor o una determinada constelación de valores, poco a poco o de un modo fulminante, cobra relieve en el fondo de su aprecio, se destaca del grupo de valores afines y se lo siente como más entrañable, íntimo, propio y único. Más aún, a medida que esos valores se configuran de modo tal que el resto se convierte en simple telón de fondo, a medida que esos valores se acercan a nosotros, experimentamos una sensación interior de pertenencia radical y de secreta complicidad con ellos. Es como si nos apercibiéramos de pronto de que nuestro ser esencial estuviese para la realización de esos determinados valores. Como si ellos fuesen una especie de i[a priori central de nuestro ser, algo ya en nosotros instalado, antes de que se estableciera el encuentro consciente con ellos. Algo que madura en nosotros y con nosotros y que ahora se nos muestra como aquello que deberá definirnos y diferenciarnos…”. "Es en esta vivencia donde se experimenta el aspecto objetivo y el subjetivo del valor. Por una parte, es sentido como algo que viene a nosotros, como algo recibido, como algo que solicita ser reconocido y apropiado, y a la vez atrae y exige. Pero, por otra parte, es experimentado como algo que, para llegar a ser, depende de nuestra decisión, de nuestro empeño y compromiso]i” (7) .

Invito al lector a ver en la sección Cuaderno de Bitácora la importancia que encierra para nuestra vida personal –en todas sus vertientes: intelectual, volitiva, sentimental, creativa…- superar por vía de elevación la ambigüedad reinante en torno a la división entre sujeto y objeto, y a la escisión consiguiente entre lo interior y lo exterior, la autonomía y la heteronomía, la independencia y la solidaridad… Damos un paso de gigante hacia la madurez personal cuando logramos advertir que la vida humana se rige por una lógica distinta y muy superior a la que rige los niveles inferiores de realidad. En éstos, ciertos términos se oponen insalvablemente –por ejemplo: interior-exterior, dentro-fuera, aquí-allí…-, pero, en los niveles 2 y 3, no sólo no se oponen sino que se convierten en complementarios y se enriquecen mutuamente.

Por eso no constituye, en ellos, una paradoja o una contradicción el hecho de que el dar generoso vaya unido con el ganar, y el retener con el perder, y el ser independiente con el ser solidario, y el recibir algo como un don y recibirlo mediante el propio esfuerzo… Este sorprendente poder transformador explica la alta calidad de las posibilidades que nos facilitan los niveles superiores de realidad y de conducta.

Acostumbrarse a realizar espontáneamente estas precisiones y otras semejantes es aprender el arte de pensar con el debido rigor.


(1) Cf. Êthos und Ideal in der Erziehung, Schönstatt, Vallendar-Schönstatt 1972, p. 186.
(2) Apud O. cit., p. 187.
(3) O. cit., p. 197.
(4) Permítaseme anticipar aquí una advertencia que en una aportación posterior habré de precisar cuidadosamente. El verbo fascinar tiene una connotación de dominio y arrastre que no se da en los niveles 2 y 3. En éstos, las realidades abiertas o ámbitos nos invitan enérgicamente a asumir –con libertad creativa o libertad interior- las posibilidades que nos ofrecen. Podemos hablar, por tanto, de atracción –leve, mediana o máxima-, pero no de fascinación. El autor quiere sin duda subrayar la capacidad que tiene el ideal para enamorarnos con lo altamente valioso y orientar nuestra voluntad hacia su libre y plena realización.
(5) O. cit., p.198.
(6) Cf. Grundriss einer neuzeitlichen Pädagogik für den Katholischen Erzieher, Schönstaat, Vallendar-Schönstaat 1971, p. 166
(7) La vocación del hombre, ed. Guadalupe, Buenos Aires, 1979, págs. 74-75.

| Alfonso López Quintás
| 30/05/2011