EL ARTE DE PENSAR. Alfonso López Quintás







Blog de Tendencias21 sobre formación en creatividad y valores

Cuaderno de Bitácora

La experiencia artística
y su poder transfigurador (1)
«A thing of beauty is a joy for ever»
(Una realidad bella es una alegría inextinguible).
John Keats: Eudimion (Bosch, Barcelona 1977) 66.


Cuando se aborda la cuestión de la capacidad formativa del arte, suelen destacarse las lecciones que se desprenden de los contenidos expresados en ciertas obras artísticas relevantes. Esto encierra, obviamente, un valor. Pero, según quedó patente en los análisis realizados anteriormente, el arte, por su interna contextura, puede ayudarnos no poco a dirigir certeramente nuestra vida por el camino del pleno desarrollo.

Crecer, desarrollarse es ley de vida. Crecen el vegetal y el animal, pero no lo saben, ni lo quieren; obedecen a leyes reguladas por su especie. El ser humano sabe que tiene que crecer, y debe saber cómo ha de hacerlo para desarrollarse cabalmente y no destruirse. Ello le exige conocer de cerca las leyes del desarrollo personal. Entre ellas resalta la siguiente: Si hemos de crecer como personas, necesitamos encontrarnos con otras realidades. Pero el encuentro, rigurosamente entendido, no se reduce a mera vecindad; implica un entreveramiento fecundo de dos o más realidades capaces de enriquecerse mutuamente.

¿Cómo han de ser estas realidades? ¿Puede uno encontrarse con cualquier modo de realidad? ¿Qué tipo de unión significa el encuentro? Estas y otras cuestiones decisivas para nuestro logro como personas podemos clarificarlas a fondo si vemos y vivimos con la debida hondura y penetración la experiencia estética en una u otra modalidad.

La formación de los artistas

Antonio Puerta: Quisiera hacerle una pregunta sobre lo que usted ha dicho acerca del poder formativo del arte. ¿Qué aspectos cree que deberían tratarse en la formación de los artistas, de la gente que se dedica al arte y lleva algún tiempo en este quehacer? ¿Qué habría que ofrecerles para su formación, teniendo en cuenta lo que usted ha dicho?

Alfonso López Quintás: Todo artista, igual que todo literato, necesita una formación humana lo más completa posible. No pocos artistas, literatos y gentes de teatro se contentan con "tener oficio", por así decir. En ciertos países se puede sostener con actores y actrices conversaciones de muy alto nivel, lo mismo sobre el Fausto de Goethe que sobre La Divina Comedia del Dante. En otras naciones, esos profesionales apenas saben decir nada profundo incluso del autor cuya obra están representando. Me quedé sorprendido un día cuando advertí que un compositor afamado y profesor de Historia de la Música desconocía que existe un libro de cartas de Mozart sumamente interesantes para comprender su figura. En ellas resalta la fresca vitalidad de este genio, su chispa y su gracia, a veces un tanto infantil para nuestro gusto actual. Cuando le hice ver mi sorpresa, me indicó que lo suyo es sobre todo interpretar y componer. Obviamente, esta persona reducía al máximo el horizonte intelectual y espiritual de su actividad artística.

A mi entender, un artista necesita vivir y conocer de cerca lo que es la vida humana, cuáles son las leyes de desarrollo de la persona en todos sus niveles: amoroso, profesional, religioso... Si un arquitecto, un músico, un pintor o un escultor quieren cultivar el arte sacro, han de preocuparse de conocer la vida religiosa e incluso vivirla por dentro. Esta vida y ese conocimiento son fuentes ineludibles de inspiración. Todo arte auténtico tiene por cometido elevarnos a cotas muy altas de vida espiritual, tanto en el aspecto humanista como en el religioso. Es una de sus características básicas. Sólo cuando vive profundamente la vida y lleva "vida interior", puede un artista crear obras que hagan vibrar a las personas sensibles. ¿Podría Cervantes haber escrito El Quijote si no hubiera vivido y sufrido intensamente la vida humana y, en concreto, la española, con sus dos vertientes: la quijotesca y la sanchopancesca? Indudablemente no. Si un arquitecto quiere diseñar un templo, debe esforzarse en comprender lo que significan los sacramentos y la función que ejercen en la vida de la comunidad cristiana. El artista debe estar abierto a todas las realidades de su entorno y verlas como fuentes de posibilidades, no como meros "objetos", por la razón profunda de que el arte no se limita a "producir o reproducir objetos"; tiende a "plasmar ámbitos de realidad", realidades que son "fuente de posibilidades para el ser humano". Si Alberto Durero no hubiera vivido una vez y otra el ámbito de súplica que forman dos manos humanas plegadas la una sobre la otra,


Alfonso López Quintás
18/01/2015

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Método tercero

El poder transfigurador del arte

En una encuesta realizada entre 1.800.000 estudiantes franceses, casi todos reclaman "más cultura artística", "una cultura menos instrumental y técnica", "un saber que dé sentido al mundo" (1). Obviamente, estos jóvenes desean cultivar la experiencia artística de tal modo que se convierta en una vía de acceso al sentido más hondo de la vida. Un método para lograr esa forma de enseñanza lo sugiero en esta reflexión sobre el poder transfigurador de la experiencia artística.


Introducción

En un momento de encrucijada como el presente, necesitamos referentes sólidos y eficaces que nos permitan orientar nuestras vidas de forma segura y entusiasmante. Debemos, por ello, movilizar nuestra imaginación creativa, a fin de abrir vías de formación sumamente eficaces.

Una de ellas es la experiencia estética, singularmente la artística. Por su propia estructura, no sólo por los contenidos que expresa, el arte alberga un poder formativo sobresaliente. Hoy día suele cultivarse con intensidad el arte, por ser atractivo a los sentidos e incitante para la fantasía. Con frecuencia se lo considera como una “diversión gratificante y noble”. Ciertamente, la experiencia artística nos libera del carácter a veces anodino de nuestra vida cotidiana, y tal liberación nos “di-vierte”, es decir, nos distancia de lo consabido y rutinario. Pero la meta del arte no es sólo divertir, en el sentido vulgar de pasar un rato entretenido y agradable. Su propósito principal es instarnos a vivir procesos creativos sumamente valiosos, sumergirnos en ámbitos poderosamente expresivos que personas bien dotadas nos han legado para dar una alta calidad a nuestra vida personal. La audición de la Novena Sinfonía de Beethoven nos resulta sumamente atractiva, pero este genial artista no la compuso para divertirnos, sino para elevarnos a un nivel de altísima belleza, cuya fecundidad para nuestro desarrollo personal supera con mucho lo que suele decirse en los libros de estética (2).

Multitud de personas padecen una baja autoestima por sentirse incapaces de vivir creativamente. El arte de todos los tiempos, si lo vemos con la debida hondura, nos ayuda a prever a qué altura puede elevarse nuestra vida si advertimos que ésta no sólo se desarrolla entre objetos ‒o realidades cerradas‒ sino también, y sobre todo, entre realidades abiertas. Estas realidades abiertas suelo denominarlas “ámbitos de realidad” o, sencillamente, “ámbitos”. Qué son los ámbitos, qué posibilidades nos ofrecen, qué horizontes nos abren... son cuestiones decisivas que la experiencia estética nos aclara de forma lúcida y aleccionadora. Mucho nos va en verlo con toda claridad.

Con razón ha declarado la UNESCO que «la calidad y la armonía de la vida dependerán en gran medida del modo en que se inculque a los jóvenes la creatividad y la capacidad de disfrute estético» (3). Esta tarea formativa exige un método bien elaborado, que movilice una “mirada profunda” (4) y nos enseñe el arte de pensar de forma ajustada a los diferentes niveles de realidad y a sus lógicas respectivas. Es el método que inspira las páginas siguientes, fiel reflejo de la investigación realizada ampliamente sobre todo en La experiencia estética y su poder formativo (5).

La experiencia estética,
fuente inagotable de formación humana


En la situación actual de confusión y desconcierto, ninguna tarea más urgente que descubrir métodos eficaces para instruir a las gentes en las cuestiones básicas de la ética. Esta instrucción ha de realizarse de tal forma que los destinatarios de la misma se sientan respetados en su libertad y dotados de las claves de orientación necesarias para orientarse debidamente en las encrucijadas de la vida. La formación verdadera consiste en disponer de poder de discernimiento, y éste sólo se alcanza si se conoce la lógica que rige internamente los diversos procesos humanos.

Actualmente, los jóvenes se resisten a aceptar doctrinas por la vía del argumento de autoridad. Sólo se muestran dispuestos a asumir aquello que son capaces de interiorizar y considerar como algo propio. De ahí su aversión a toda forma de enseñanza que proceda ‒o parezca proceder‒ de forma autoritaria, extrayendo conclusiones a partir de principios inmutables. Debido a ello, se ha propuesto como método ideal para formar en cuestiones éticas la lectura penetrante de obras literarias de calidad. A través de éstas no son profesores de ética quienes nos adoctrinan sobre el sentido de la vida, sino diversos autores orlados de prestigio y bien afirmados en una intensa y profunda experiencia.

«...Al buen profesor de ética ‒escribe José Luis López Aranguren‒ le es imprescindible un hondo conocimiento de la historia, de la moral y de las actitudes morales vivas. Ahora bien, éstas donde se revelan es en la literatura. El recurso a la mejor literatura, a más de poner al discípulo en contacto con las formas reales y vigentes de vida moral, presta a la enseñanza una fuerza plástica incomparable y, consiguientemente, una captación del interés del alumno. Naturalmente (...), este método de enseñanza no debe sacrificar el rigor a la amenidad, por lo cual las “figuras” literarias sólo cuando puedan ser fuente de auténtico conocimiento moral deben ser incorporadas a las lecciones» (6).

La sugerencia es valiosa, pero apenas ha sido recogida por los estudiosos. A lo que se me alcanza, no hay todavía un esbozo de lo que puede ser un método bien aquilatado de enseñanza de la ética a través del análisis de grandes obras literarias. Por mi parte, he configurado uno, cuyas líneas básicas expuse en las últimas aportaciones de este blog. Una vez y otra he podido comprobar, en diversos centros culturales de España y del extranjero, que este método es fácilmente asimilable por los jóvenes y les facilita la perspectiva justa para abordar la lectura de obras literarias ‒e incluso, en cierta medida, de obras cinematográficas‒, de tal forma que incluso las que parecen poco constructivas en el aspecto pedagógico se convierten en aleccionadoras, por cuanto dejan al descubierto las consecuencias que acarrea la entrega a procesos de vértigo o fascinación, opuestos a los de éxtasis o creatividad.

También la experiencia artística, debidamente comprendida y vivida, presenta un poder formativo sobresaliente. ¿Cómo se explica esta eficacia pedagógica de la experiencia artística: la arquitectónica, la pictórica, la escultórica, la musical...? Para contestar de forma radical a esta pregunta, debemos recordar algunas condiciones básicas del desarrollo humano y advertir que el conocimiento profundo de las mismas nos viene facilitado en sumo grado por las experiencias artísticas, cuando descubrimos toda su riqueza interna.

1. La experiencia estética nos revela lo que es la creatividad

No sólo los grandes cultivadores de la experiencia estética sacan a ésta partido en orden a la configuración cabal de su personalidad. Todos podemos beneficiarnos, en no escasa medida, de las posibilidades que nos ofrece tal experiencia en orden a clarificar por dentro las leyes de nuestro desarrollo personal. Conocer estas leyes o constantes es decisivo para nuestra formación humana.

Según la Biología actual más cualificada, el hombre es “un ser de encuentro"; se constituye, desarrolla y perfecciona realizando encuentros con las realidades circundantes (7). Estas realidades pueden ser nuestras compañeras de juego y de encuentro si las vemos como ámbitos o realidades abiertas, no sólo como objetos o realidades cerradas. Esta forma de ver exige de nosotros toda una conversión, un cambio de ideal; cambio del ideal egoísta de servirnos de los demás para nuestros fines al ideal generoso de crear formas elevadas de unidad con los demás.

Tal conversión nos libera del apego a las ganancias inmediatas y nos otorga libertad interior, la capacidad de elegir en cada momento, no en virtud de nuestras apetencias, sino del ideal de unidad y solidaridad al que hemos consagrado la vida.

Esta vinculación a un ideal valioso implica una ob-ligación, una atenencia a cauces y normas, las normas y cauces que marcan la vía hacia la meta propuesta. Esa atenencia es vivida en el nivel 2 ‒el de la creatividad y el encuentro‒ y en el nivel 3 ‒el de los grandes valores‒ como promotora de la forma más alta de libertad: la libertad creativa. Las normas que encauzan nuestra creatividad no se oponen a esta forma de libertad; la promueven y enriquecen. Sólo se oponen a la libertad humana cuando se trata de la libertad de maniobra, propia del nivel 1 (8).

Estas precisiones son indispensables para comprender cómo desarrollamos nuestra libertad y nuestra capacidad creativa en relación al entorno. La creatividad humana es siempre dual, supone un sujeto dotado de potencias y un entorno capaz de otorgarle diversas posibilidades. Una persona puede estar muy bien dotada, pero a solas no puede ser creativa. Necesita recibir posibilidades de fuera, es decir, de realidades que en principio le son distintas, distantes, externas y extrañas y que se le hacen íntimas en cuanto asume las posibilidades que ellas le otorgan. El que interprete el esquema "dentro-fuera" como un dilema será incapaz de adivinar que es posible convertir lo distinto, distante, externo y extraño en íntimo sin dejar de ser distinto. Tal incapacidad le imposibilita para asumir activamente las posibilidades que le vengan ofrecidas. Esa asunción activa es el germen de la creatividad de los seres finitos.

El hombre desarrolla cabalmente su personalidad cuando sabe convertir en íntimas las realidades externas y ajenas, y funda con ellas un campo de libre juego, de entreveramiento fecundo. Esta fundación y aquella conversión sólo son posibles cuando descubrimos que nuestro entorno no se compone sólo de objetos sino de ámbitos o realidades abiertas, donantes de posibilidades. Tal descubrimiento nos viene facilitado, en buena medida, por la experiencia artística si la vemos con la debida hondura y penetración.

El descubrimiento de los ámbitos o realidades abiertas

A nuestro alrededor hay casas, tierras, rocas, realidades de diversos tipos. Aparecen ahí, enfrente de nosotros, como algo distinto de nuestro ser. i[Estar enfrente se dice en latín ]iob-jacere, verbo del que se deriva ob-jicere, cuyo participio es ob-jectum. A todas las realidades que están frente al hombre y pueden ser analizadas por éste sin comprometer su propio ser las llamamos objetos. Son realidades "objetivas". Estas realidades pueden ser medidas, pesadas, agarradas con la mano, situadas en el espacio, dominadas, manejadas. Los objetos y la actitud humana adecuada a los mismos constituyen el nivel 1 de realidad y de conducta.

Pero en el mundo existen realidades que son, en un aspecto, delimitables, asibles, pesables, dominables y manejables, y en otro no. Con una cinta métrica puedo medir fácilmente las dimensiones de una persona: el alto y el ancho. Pero lo que abarca en diversos aspectos ‒el ético, el afectivo, el profesional, el estético, el religioso... ‒ no lo puedo delimitar. Ni ella misma podría decirme exactamente hasta dónde llega, por ejemplo, su influjo sobre los demás y el de los demás sobre ella. «¿Dónde termina el que ama? ¿Dónde empieza el ser amado?», pregunta una mujer a su esposo en un drama de Gabriel Marcel (9). El amor es algo real, y lo mismo el influjo que ejercemos unos sobre otros, pero su realidad no es del mismo tipo que la de los objetos; tiene un alcance mayor y escapa en buena medida a la vista, al tacto, al cálculo preciso. Pero puede de alguna manera imaginarse. Estas realidades no-objetivas –en el sentido indicado– y la actitud a ellas debida pertenecen al nivel 2.

La persona humana se configura y desarrolla creando vínculos de diverso orden con multitud de realidades: la familia, la escuela, la Iglesia, el pueblo, el paisaje, la tradición, las amistades, las obras culturales, la vida profesional, los valores de todo orden, el Ser Supremo... Esos vínculos suelen implicar un influjo mutuo y dan lugar a experiencias reversibles. Esta trama de experiencias constituye un gran campo de juego, en el cual la persona va adquiriendo un modo de ser peculiar, una “personalidad” cada vez más definida, una especie de "segunda naturaleza" (10). La persona humana no se reduce, pues, a objeto; constituye todo un campo o ámbito de realidad.

Esta condición de ámbito o realidad abierta no la presentan sólo las personas. También la ostentan muchas realidades de nuestro entorno. Un piano, como mueble, es un objeto. Como instrumento, presenta un rango superior. En cuanto mueble, se halla ahí frente a mí; puedo tocarlo, medir sus dimensiones, comprobar su peso, manejarlo a mi arbitrio, ponerlo en un sitio o en otro –nivel 1f–. Como instrumento, sólo existe para mí si sé hacer juego con él, si soy capaz de asumir las posibilidades que me ofrece de crear formas sonoras. Al entrar en juego con el piano, éste deja de estar fuera de mí; se une conmigo en un mismo campo de juego, el campo de juego artístico que es la obra interpretada. Yo no puedo hacer con el piano lo que quiero; debo atenerme a su condición peculiar y a las características de la obra que toco en él –nivel 2a– (11).

Esto es sumamente importante. Las realidades que no son meros objetos nos ofrecen posibilidades de juego, es decir, posibilidades para actuar de manera creativa, y, en cuanto nos las ofrecen, tienen cierta iniciativa y merecen un trato respetuoso. Si no las respetamos, las rebajamos de condición, las tomamos como meros objetos, y con ello nos cerramos a las posibilidades que nos ofrecen y anulamos toda posibilidad de conocerlas.

Multitud de realidades de nuestro entorno presentan un aspecto de objetos, pero, vistas dinámicamente en el juego de la vida humana, se manifiestan también como ámbitos. Un barco puede ser pesado, medido, tocado, situado en el tiempo y en el espacio. Tiene las condiciones propias de los objetos (nivel 1). Pero, además de esto y en un nivel superior, ese barco concreto nos ofrece toda una serie de posibilidades: pasear, comer, dormir, pescar, navegar, combatir... Este tipo de realidades que no sólo se prestan a ser manejadas y dominadas sino que ofrecen posibilidades de acción a quien se relaciona con ellas en orden a realizar un proyecto que ha elaborado con su imaginación creadora debemos considerarlas también como "ámbitos de realidad" o sencillamente "ámbitos". Los ámbitos están delimitados como los objetos, pero se abren a otras realidades; pueden ser afectados por la acción de otros seres y ejercer, a su vez, influjo sobre ellos; abarcan cierto campo a pesar de su delimitación –nivel 2– (12).

Un ejemplar de un libro, por ser material, pesa, está circunscrito a unos limites, es susceptible de manejo, puede deteriorarse –nivel 1h–. Pero, en cuanto obra literaria, nos abre a diversos horizontes de vida, plasma procesos, expresa sentimientos, incentiva la imaginación, transmite conocimientos... En una palabra: es fuente de posibilidades y origen de iniciativas. Constituye todo un ámbito de realidad –nivel 2b–.

En síntesis, denomino "ámbitos", básicamente, a tres tipos de realidades:

1º) Las personas, seres que no están delimitados como los "objetos". Por ser corpórea, una persona tiene unas dimensiones determinadas, pero, al estar dotada de espíritu –y, por tanto, de inteligencia, voluntad, memoria, sentimiento, capacidad creativa...– desborda la delimitación espaciotemporal y abarca cierto campo: tiene iniciativa para crear relaciones, asumir las posibilidades que le ofrece el pasado, proyectar el futuro...

2º) Las realidades que no son ni personas ni objetos, por ejemplo un instrumento musical. Éste ofrece al intérprete ciertas posibilidades de sonar y puede establecer con él una relación reversible de mutuo influjo y enriquecimiento. Esta relación mutua, bidireccional, implica un modo de unidad superior a la unidad tangencial que tiene con el piano el que se limita a acariciar sus materiales.

3º) Los campos de relación que se fundan entre los ámbitos cuando se entreveran y dan lugar a un encuentro. Al unirse entre sí, las realidades "ambitales" dan lugar a ámbitos de mayor envergadura. Dos esposos se comprometen en matrimonio y crean un hogar, un campo de juego, de encuentro, de mutua ayuda y perfeccionamiento personal. Este hogar es, en todo rigor, un ámbito de realidad. Los ámbitos de realidad no son producto de una labor fabril, sino fruto de un ensamblamiento de dos o más realidades que son centros de iniciativa y operan con libertad o, al menos, con cierta capacidad de reacción. (Todo pianista siente que cada piano responde a su acción sobre él de una forma peculiar, de modo que se establece entre ambos una corriente de mutuo influjo, una experiencia reversible o de doble dirección).

Al ser fruto de un encuentro, estos ámbitos no son objetos de los que se pueda disponer. Son realidades que piden un trato respetuoso, aunque no igualitario. El pianista no puede tratar el piano como un objeto, un mero medio para realizar algo. Debe considerarlo como el medio en el cual tiene lugar el entreveramiento entre el autor de la partitura y el intérprete.

El conocimiento de los "ámbitos" es decisivo para precisar los diferentes modos de unidad que puede crear el hombre con los diversos seres de su entorno. Tal precisión es, a su vez, indispensable para elaborar una "filosofía dialógica", ya que el diálogo implica una forma eminente de unidad que ha de ser creada en cada caso.

Lo antedicho nos permite ver a una nueva luz mil y una realidades de la vida cotidiana. Citemos algunas, para ampliar nuestro campo de visión y comprender seguidamente la gran función formativa del arte.

Diversos tipos de ámbitos

El lugar en que se vive es una realidad objetiva (nivel 1). El hogar que es fundado por dos esposos constituye un ámbito, un campo de juego cargado de virtualidades y posibilidades (nivel 2).

El lenguaje, visto como medio para comunicarse, parece reducirse a un mero “útil”, algo manejable al modo de los objetos. Si acertamos a verlo como un campo de significación y de luz que abre al hombre indefinidas posibilidades de comprensión y expresión, nos aparece como un "ámbito". A ello se alude cuando se indica que "las palabras son moradas" (13).

De modo análogo, las diversas formas de juego y de trabajo son ámbitos, campos de posibilidades de acción cargada de sentido. Consiguientemente, los "papeles" que el hombre puede desempeñar en su juego vital son ámbitos: un camarero, un rey, un campesino, un marino, un acróbata circense...

Algo semejante cabe decir de las figuras que expresan "acontecimientos", sucesos que implican un mundo complejo –debido a la confluencia de distintas realidades o aspectos de la realidad– y abren campos nuevos de posibilidades. Piénsese, por ejemplo, en el "encuentro de Jacob y Rebeca", "la muerte de Julio César", la "Última Cena", "la Crucifixión", "Napoleón atravesando los Alpes"...

Han de ser vistos, asimismo, como ámbitos las realidades y los sucesos que suponen un campo de interacción: el brotar de la primavera, el declinar del otoño, un campo de olivos, un grupo de saltimbanquis, una barca pesquera o de recreo, un naufragio, una pareja de amantes, un sembrador, unas manos orantes, un anciano que medita junto a un cirio que arde...

Los sucesos que tejen la trama de la vida social significan un entreveramiento de realidades que abre diversas posibilidades a la acción humana. Basta analizar lo que implica dictar sentencia, hacer una promesa, inaugurar una red vial, consagrar un templo... Un edificio se convierte en templo cuando en él se encuentran por primera vez los creyentes que lo han edificado y el dios al que adoran. Tales sucesos han de ser considerados como ámbitos.

Algo afín acontece con las obras culturales. Cada una de ellas viene a ser un punto de confluencia de diversas realidades y ofrece al hombre un elenco de posibilidades bien definidas. Ahondemos en lo que implica una casa, una calle, una plaza, una ciudad, un puente, un monumento, unas botas de campesina, un camino, un jardín... Cada una de estas realidades culturales es una encrucijada. En ella se entreveran y vibran diversos seres. Por ejemplo, una plaza ha de ser vista, no como un mero vacío entre las casas aglomeradas, sino como el lugar de confluencia de diversas calles y el punto de encuentro de quienes habitan en ellas. Originalmente, una plaza era un lugar de encuentro, no de mero tránsito y huída, como sucede hoy. Ello explica que la plaza, como realidad cultural, ocupe un lugar destacado en el mundo de la pintura de artistas tan notables como Canaletto y Guardi. Un camino no se reduce a una forma sinuosa que se abre paso entre la fronda de un bosque. Es un lugar de comunicación, un vínculo entre pueblos y personas. Por eso desborda simbolismo, y fue plasmado en grandes obras pictóricas (14).

En su breve y densa obra El origen de la obra de arte (15), Heidegger muestra de forma penetrante que en el cuadro de Vincent van Gogh Botas de campesina se hace presente la humedad de la tierra, la dureza del trabajo en el campo, la fatiga de los pasos laboriosos..., toda una trama de realidades y circunstancias. Esta obra de arte no representa una mera figura; da cuerpo sensible a un mundo peculiar, un ámbito formado por un tejido de realidades y relaciones, y lo plasma en una imagen.

Cuando el ser humano adopta en la vida una actitud creativa, está convirtiendo constantemente los objetos y los meros espacios en ámbitos. Toma una simple tabla cuadrada. Es un objeto (nivel 1). Pinta en ella cuadros blancos y negros, sitúa sobre ellos unas figuras de ajedrez y la convierte en un tablero, es decir, en un campo de juego o ámbito. Los niños, con su fresca imaginación, son maestros en el arte de transformar los objetos en ámbitos: un palo de escoba se convierte en caballo; una muñeca, en un niño al que cuidar.

2. El arte nos enseña a convertir los objetos en ámbitos

Si tenemos una mirada penetrante, el arte y la literatura de calidad nos descubren una verdad decisiva: el auténtico entorno del hombre no está formado por objetos yuxtapuestos sino por ámbitos entretejidos (16). José Ortega y Gasset acuñó una frase que hizo fortuna –"Yo soy yo y mi circunstancia"– a fin de subrayar el carácter relacional de la vida humana. El hombre se realiza en constante interacción con cuanto lo rodea, porque es un “ser de encuentro”. Nada más cierto. Pero falta por determinar el punto crucial: cómo han de ser las realidades que el hombre trata para poder encontrarse con ellas en sentido riguroso. El encuentro significa un entreveramiento fecundo, un intercambio de posibilidades. Este intercambio y ese entreveramiento sólo son posibles entre ámbitos o realidades abiertas, no entre objetos, que son realidades cerradas.

Las grandes obras literarias nos lanzan la mirada en todo momento hacia los acontecimientos que constituyen la trama de la vida humana, vista con hondura. No se reducen a narrar simples hechos. Si seguimos emocionándonos hoy con la Antígona de Sófocles, no es porque entre una joven y un gobernante griegos hubo en la antigüedad un conflicto grave que determinó la muerte del más débil, sino porque entraron en colisión dos ámbitos de vida: el de la piedad y el de la ley, es decir: el de la ley del corazón y el de la ley escrita. Tales ámbitos forman parte de nuestra vida actual y pueden dar lugar a colisiones dramáticas.

También el arte intensifica nuestra mirada para que no se detenga en la vertiente objetiva de los seres (nivel 1), antes penetre en su condición de ámbitos (nivel 2). Cuando el genial pintor alemán Alberto Durero grabó dos manos humanas plegadas la una sobre la otra, no quiso únicamente representar la figura de dos manos yuxtapuestas; deseó plasmar un "ámbito de súplica".
Alfonso López Quintás
09/01/2015

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Editado por
Alfonso López Quintás
Alfonso López Quintás
Alfonso López Quintás realizó estudios de filología, filosofía y música en Salamanca, Madrid, Múnich y Viena. Es doctor en filosofía por la Universidad Complutense de Madrid y catedrático emérito de filosofía de dicho centro; miembro de número de la Real Academia Española de Ciencias Morales y Políticas –desde 1986-, de L´Académie Internationale de l´art (Suiza) y la International Society of Philosophie (Armenia); cofundador del Seminario Xavier Zubiri (Madrid); desde 1970 a 1975, profesor extraordinario de Filosofía en la Universidad Comillas (Madrid). De 1983 a 1993 fue miembro del Comité Director de la FISP (Fédération Internationale des Societés de Philosophie), organizadora de los congresos mundiales de Filosofía. Impartió numerosos cursos y conferencias en centros culturales de España, Francia, Italia, Portugal, México, Argentina, Brasil, Perú, Chile y Puerto Rico. Ha difundido en el mundo hispánico la obra de su maestro Romano Guardini, a través de cuatro obras y numerosos estudios críticos. Es promotor del proyecto formativo internacional Escuela de Pensamiento y Creatividad (Madrid), orientado a convertir la literatura y el arte –sobre todo la música- en una fuente de formación humana; destacar la grandeza de la vida ética bien orientada; convertir a los profesores en formadores; preparar auténticos líderes culturales; liberar a las mentes de las falacias de la manipulación. Para difundir este método formativo, 1) se fundó en la universidad Anáhuac (México) la “Cátedra de creatividad y valores Alfonso López Quintás”, y, en la universidad de Sao Paulo (Brasil), el “Núcleo de pensamento e criatividade”; se organizaron centros de difusión y grupos de trabajo en España e Iberoamérica, y se están impartiendo –desde 2006- tres cursos on line que otorgan el título de “Experto universitario en creatividad y valores”.





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