Nos incorporamos a la corriente de la vida. Fuente: v3wall.com
Antes de definir la meta tengo que analizar el motivo que me impulsa a concebirla. La razón de su elección siempre parte de un pensamiento que anida en mí, de una reflexión, de una percepción, de una emoción, de un impulso, una inquietud, un deseo, una determinación.
Fuera de mí está la proyección de todas mis razones, existe una realidad que proyecto y que se retroalimenta socialmente. Esta realidad se sostiene gracias a mí y también gracias a los otros. Está alimentada por una cultura que es historia, conocimientos, creencias, experiencias de todos y de cada uno de los miembros que conforman la sociedad en la que vivo.
El análisis que hago tiene un fin, optar por producir un cambio o mantener las circunstancias en las que se producen unos determinados acontecimientos. En ese análisis siempre ha de tenerse en cuenta las probabilidades de que distintos escenarios se produzcan, teniendo presente que nada permanece estático y que las tendencias siempre tienen distintas direcciones simultáneas.
Para valorar esto, hay que evaluar cuáles son las líneas de resistencia y cuáles son las tendencias que están a favor de las leyes de la vida. Hay que desentrañar aquellas corrientes que producen mayor vitalidad individual y colectiva y aquellas otras que provocan renuncias, anomias, desesperanza, indiferencia, confusión, apatía, conformismo, etc.
Valoradas las circunstancias, desentrañado el objetivo, hay que dibujar aquellas conductas que permiten materializarlo. También es preciso reconocer si, las acciones encaminadas a mover a favor del horizonte que hemos dibujado, ya se pusieron en marcha, o ya estaban en marcha cuando decidimos hacia dónde había que dirigir nuestros pasos. Porque la realidad es que lo pensamos que es una innovación siempre es el resultado de un largo proceso social que ha sido gestado poco a poco y sin conciencia, por parte de los actores, de hacia dónde se dirigía. Cuando emerge una idea es porque ya ha sido inspirada y materializada por movimientos creadores previos.
Por ello hay que tener presente que nuestra marcha es una incorporación a algo que ya está en movimiento y que somos participadores en esa marcha.
¿Esto qué quiere decir? Que hay que ser consciente de lo que hemos recorrido, de lo que portamos –como individuos y como sociedad-, de lo que se está construyendo – a pesar de los parones o de las confusiones dentro de los complejos procesos-, del momento en que estamos reflexionando, de nuestros frenos y de nuestros puntos ciegos.
Recopilar, en un momento dado, puede ser de gran utilidad para tomar consciencia de dónde estamos en relación a aquel objetivo que parecía nuevo, en el instante en que conscientemente decidimos adoptarlo como la Meta a conseguir.
También en esa recopilación de factores o en contra (como estrategia de control de las grietas por las que se van las fuerzas, o a través de las cuáles se aclaran las intenciones) hemos de evaluar cada uno de los pasos que damos cotidianamente, con los que personalmente facilito, freno o hago madurar la propia voluntad de conseguir lo que me he propuesto.
Por último, contar con que la materialización de lo buscado se producirá en el tiempo que corresponda. Un tiempo que es ajeno al de los intereses particulares de los actores. Será el tiempo de la propia maduración del objeto que, de esta manera, se convierte en el protagonista siendo autorreferente y autopoyético.
La experiencia siempre habla de que las obras cuando maduran se independizan de los creadores y que a éstos sólo les queda el aprendizaje que supuso, para sí mismo, el recorrido que internamente hizo mientras se dedicó a crear.