Bitácora

El papel de los ritos

Redactado por Alicia Montesdeoca el Lunes, 24 de Noviembre 2014 a las 19:17



| Lunes, 24 de Noviembre 2014

Rituales de cosecha. Fuente: pulqueando.com
 
A lo largo de toda la historia, las sociedades, especialmente las sociedades agrícolas,  han configurado su identidad y su cultura a través de aquellos hitos clave que acontecían a lo largo de sus vidas (nacimiento, imposición del nombre, pubertad, matrimonio, muerte, etc.); en la naturaleza que les envolvía (cambios de estaciones, por ejemplo) y a partir de las actividades y las relaciones que establecían con el entorno (asentamientos, trashumancia, recolección, caza, pesca…) y de las que dependían su supervivencia. 

Tras observar el comportamiento cíclico de las fuerzas naturales, aquellos primeros núcleos humanos muestran la voluntad de que aquellos fenómenos se produzcan en su beneficio, para lo cual era preciso que las intenciones, los valores y comportamientos del grupo se alinearan también con las fuerzas de la vida. Éstas pueden ser algunas de las razones que propiciaron el surgimiento, a nivel colectivo, de ritos dirigidos a conectar con las fuerzas que producían dichos fenómenos, pretendiendo, con ellos, que la voluntad creadora, transformadora o destructiva de dichas fuerzas (asignando valores humanos a las leyes cósmicas) se confabularan en beneficio de los individuos y de los colectivos inteligentes.
 
Así, las ceremonias se convirtieron en la expresión simbólica de los objetivos, las intenciones y los valores de las colectividades. Para lograr éstos, los ritos se celebraban en los momentos cumbres de la vida privada o colectiva, pretendiendo armonizar los ciclos naturales con las necesidades cotidianas. Los rituales fijaban las formas en que lo simbólico se tenía que representar -ofrendas, rezos, danzas, sacrificios, etcétera-, promoviendo, a través de ellas, la integración social, la solidaridad, la trasmisión, renovación y revitalización de las creencias y de los valores que sostenían la cultura y que les cohesionaba como grupo.
 
Con el rito se acepta, también, la pertenencia a alguna realidad superior respetada y de la que se desconoce su naturaleza absoluta; se identificaba el poder de las leyes del universo, atrayendo sus cualidades para potenciar las capacidades propias y las del entorno a través de los rituales elegidos. Las vivencias y la identificación e interpretación de los frutos que las experiencias rituales producían en nuestros antepasados, garantizaban la permanencia de los mismos.
 
 
En el largo proceso civilizatorio,  poco a poco, los seres humanos establecieron categorías para expresar sus pensamientos, sus sentimientos, para delimitar el conocimiento que acumulaban, parcelando la naturaleza por reinos independientes y sus manifestaciones como fenómenos previsibles que no dependían de voluntades suprahumanas. La búsqueda de la satisfacción de sus necesidades físicas y espirituales quedó determinada por los logros alcanzados, gracias al progreso y al desarrollo económico, capaces de acabar con la incertidumbre.
 
El precio de la parcelación del conocimiento, de la individualización de los problemas, de la creación de fronteras, para explicar la realidad y explicarse, a sí mismo, el ser humano fue la pérdida de la conciencia de ser uno con toda la realidad: la “desplegada”, ante su capacidad de observación y compresión, y la “implicada”, que aún hoy tiene que descubrir y reconocer.

 

El baile, experiencia ritual. Fuente: wikipedia.org
Qué se pierde con la desaparición del rito
 

 Los caracteres que mantienen los ritos en nuestras sociedades desarrolladas y de capitalismo tardío, han perdido el sentido de antaño. Si bien algunos de aquellos ritos y rituales se perpetúan, muchos de ellos se celebran años tras años ignorándose el significado que los hizo emerger en aquellas sociedades antiguas, convirtiéndose en una tradición sin apenas otro contenido que el del festejo.
 
  La recreación hoy de todo ese proceso nos lleva a pensar en las múltiples experiencias de las que se vale la consciencia humana para comprender y para llegar a conectar con su propio espíritu, y con la conexión que éste tiene con las fuerzas no manifestadas que mueven los procesos en toda la realidad.
 
No pretendemos llegar a ninguna conclusión ni teoría sobre la esencia de lo espiritual. Muchas filosofías se han encargado de buscar explicación, se ha dogmatizado mucho sobre ello, también, se han creado muchas religiones para dar orientación a esa fuerza -también para encorsetarla-;  hasta la racional y positiva ciencia ha pretendido llegar, de alguna forma, a interpretar la naturaleza de esta realidad. Sin embargo, parece, que sólo se ha alcanzado a rascar su  la superficie. Es nuestra perspectiva limitada la que impide ir más lejos y nosotros no nos sentimos capaces de llegar a donde los demás no han llegado. Tampoco esa es nuestra pretensión.
 
 Sólo se pretende abogar por la necesidad de mantenerse conscientes de nuestras otras posibles dimensiones, aquellas que nos permiten sobrevolar por encima de la superficie de lo terrestre y nos hacen sentirnos creadores, capaces de desarrollar la imaginación, de fomentar la voluntad, de dirigir nuestras acciones hacia objetivos concretos, de vivir con esperanza y de amar lo que sale de nuestras manos. Porque en todo ello se expresa la dignidad de ser un ser humano.
 
 Con la pérdida de los ritos se desdibuja el sentido del vínculo como una expresión de la solidaridad con el otro; como el estado de pertenencia a algo fuera del individuo; como el sentimiento de estar acompañado; como la aceptación del dolor de la soledad anímica que expresan la complejidad y naturaleza de nuestra propia esencia. El rito es el momento cumbre de comunicación con el otro y con los otros. Es la forma de sentir el poder, la fuerza y la capacidad transformadora que tiene el individuo cuando está con otros mirando hacia un mismo objetivo y con una única voluntad de hacer y de ser.
 
Por todo eso es por lo que resultan necesarios los ritos a la hora de llevar a cabo cualquier proyecto, sea éste el comienzo del curso escolar, el nacimiento de una nueva etapa vital, la constitución de una organización, o simplemente la comida de cada día.
 
 No estamos hablando de ritualizar por que sí la actividad social, estamos diciendo que para que cualquier emprendimiento humano llegue a trascender, y con él trascienda la experiencia de cada uno de los individuos que participan en ella,  es necesario que un mismo sentido y sentimiento una las voluntades de los participantes, y para ello es imprescindible que se exprese, de alguna manera, la conciencia de la trascendencia de los hechos que vivimos o que construimos, tanto cuando éstos se inician como cuando finalizan y dan paso a una nueva etapa. Si esto nuestros ancestros lo conseguían con los ritos, qué fórmulas válidas hay que buscar, para la mujer y el hombre de hoy,  que revitalice, renueve y dé sentido a todo lo que emprende diariamente sin que ello suponga quedar atrapados por los dogmas, ni quedar adormecidos por las rutinas que marcan la búsqueda del tener. 

 

Con el amanecer iniciamos la vida. Fuente: fotocommunity.de
El rito da paso a lo sensible

Las celebraciones rituales posibilitan el sentir que el espíritu inunda nuestro cuerpo, que está presente en todo lo que percibimos fuera, que se proyecta y que vitaliza nuestras obras, que trasciende el espacio y el tiempo. Vivir en el espíritu significa saber, percibir y entender que el ser humano es algo más que la materia manifestada. Que esa materia es la forma adoptada por la combinación de infinitos factores en un instante de la eternidad.
 
El ritual es necesario porque a través de él se vehicula las fuerzas internas que nutren cualquier creación. Sentir esas fuerza internas es sentir las sensaciones que produce la conciencia de estar vivos. "A través de esa conciencia accedemos al placer, accedemos a la felicidad esencial, accedemos al éxtasis que transmite un rayo de sol, el olor de una flor, el canto de un pájaro en el anochecer de la primavera, la mirada tierna de un niño, el amor fresco de una pareja que se abraza  al encontrarse".
 
Por contra,  nada es más desolador que el observar con cuánta rutina se vive cada día los aprendizajes escolares o las labores profesionales; con cuánta prisa se hace el desayuno o cualquier comida diaria ( cuando no es que la televisión está por medio); cómo se acumulan las tensiones en los trabajos porque no hay tiempo ni lugar, entre otras razones, para ir limando los problemas de la convivencia e ir restableciendo y actualizando el sentido del proyecto, y  los objetivos a alcanzar con él, los cuales justifican y dan sentido a la actividad y a la relación humanas. Y es que  la velocidad con la que vivimos y con la que consumimos el tiempo nos impide caer en la cuenta de que estamos maravillosamente vivos.
 
A causa de esa velocidad que todo lo imprime, y en la creencia de que es necesaria para llegar pronto a nuestros objetivos, nos olvidamos cuánta importancia tenían, y tienen aún en otras culturas, los ritos de paso, los de enamoramiento, los de nacimiento y muerte. Como ejemplo, ahí está la naturaleza acudiendo puntualmente a cada una de sus celebraciones -en lo micro y en lo astronómico-: en las estaciones, en los ciclos lunares, en las mareas, en el amanecer y en las puestas de sol, en los movimientos de los astros en el espacio. A través de sus ritos cíclicos la naturaleza se conmueve y se revitaliza porque ellos le permiten la renovación periódica de las leyes a la que está sujeta.
 
 Mientras, el hombre y la mujer, confundidos culturalmente, violentan su propia naturaleza y atrofian sus facultades porque dejan de ser conscientes de sus pasos a través de los saltos de madurez humana; de las transformaciones que experimentan cuando se socializa su convivencia al acceder a la escuela, a la universidad o al trabajo, y cuando desconocen la conmoción que se produce, en toda su naturaleza y en la vida social de su entorno, en el momento en que se enamoran, se constituyen como una pareja y se reproducen.
 
Así, perdida la conciencia de la riqueza alcanzada detrás de cada experiencia,  sus afanes se centran en los tópicos sobre felicidad, poder y belleza y olvidan que su conciencia de individuo y de ser social tiene mucho que ver con una realidad a la que pertenecen, indefinible por su complejidad, y a la cual sólo pueden acceder trascendiendo sus propias limitaciones presentes. La conciencia de ello la consiguen con los otros, pero sólo cuando celebran, aprovechando cualquier oportunidad, la gran realidad de estar juntos, viviendo con consciencia unas mismas experiencias desde sus distintas individualidades.
 
Alicia Montesdeoca