La atracción por los enigmas que escapan a nuestra comprensión. Fuente: astrofotograncanaria.blogspot
Los enigmas nos conducen y nos siguen conduciendo a las preguntas. Las preguntas nos llevan a las respuestas que nos descubren nuevas preguntas y, de esta manera, llegamos a aprehender lo ilimitado de nuestra búsqueda de conocimiento.
Un conocimiento basado en interpretaciones que son en sí mismas diseños de fórmulas o modelos que tratan de explicar nuestros hallazgo y que propician, temporalmente, una pequeña satisfacción o reposo, en un recodo del camino diseñado para nuestras búsquedas. Mientras prolongamos nuestro estado de satisfacción lo logrado nos entretiene o nos justifica, pero sólo hasta que despertamos del sueño que nos hizo creer que habíamos logrado una respuesta definitiva.
Ayer las religiones hoy la ciencia, los humanos dibujamos lo incomprensible a partir de nuestra pequeñez: Dios es un padre o una madre y la ciencia parcela la realidad porque no puede aprehenderla en su absoluto.
Lo misterioso de todo ello es que sea la forma que le demos a lo trascendente o al conocimiento, el modelo de universo parece funcionar por un tiempo, mientras el observador lo confirma con su explicación: Dios reúne todas las cualidades que portan los seres que nos dieron la vida, o se comporta como un padrastro; la fórmula o el modelo matemático funciona hasta que otra generación descubre lo oculto y plantea la paradoja que no supimos descubrir entonces.
Los límites del Universo se alejan en el mismo instante en que creemos que hemos llegado a su conocimiento. La inteligencia que indaga parece caminar hacia la propia disolución. Si el ojo me engaña, si el cerebro interpreta,si la mente se enreda con el conocimiento de lo cotidiano, es preciso que se produzca el vacío, la ausencia de "ruido", para poder navegar en el inmenso mar de la Consciencia, llámese ésta como se llame, si es que tiene nombre.
La aceptación de “lo que es”, a sabiendas de que resulta ser una verdad por consenso fruto de la inconsciencia colectiva, nos sostiene mientras tanto, pero no podemos quedarnos ahí. El estado de insatisfacción nos lleva a abrirnos a otros descubrimientos y a otras explicaciones, a sabiendas de que tampoco son las definitivas. En el conocer hemos de aceptar la miopía con la que caminamos pero concediendo una oportunidad a lo que percibimos, relativizando el valor de las conclusiones para no impedir la emergencia de lo que sigue oculto, a pesar de todas las teorías formuladas.
Un conocimiento basado en interpretaciones que son en sí mismas diseños de fórmulas o modelos que tratan de explicar nuestros hallazgo y que propician, temporalmente, una pequeña satisfacción o reposo, en un recodo del camino diseñado para nuestras búsquedas. Mientras prolongamos nuestro estado de satisfacción lo logrado nos entretiene o nos justifica, pero sólo hasta que despertamos del sueño que nos hizo creer que habíamos logrado una respuesta definitiva.
Ayer las religiones hoy la ciencia, los humanos dibujamos lo incomprensible a partir de nuestra pequeñez: Dios es un padre o una madre y la ciencia parcela la realidad porque no puede aprehenderla en su absoluto.
Lo misterioso de todo ello es que sea la forma que le demos a lo trascendente o al conocimiento, el modelo de universo parece funcionar por un tiempo, mientras el observador lo confirma con su explicación: Dios reúne todas las cualidades que portan los seres que nos dieron la vida, o se comporta como un padrastro; la fórmula o el modelo matemático funciona hasta que otra generación descubre lo oculto y plantea la paradoja que no supimos descubrir entonces.
Los límites del Universo se alejan en el mismo instante en que creemos que hemos llegado a su conocimiento. La inteligencia que indaga parece caminar hacia la propia disolución. Si el ojo me engaña, si el cerebro interpreta,si la mente se enreda con el conocimiento de lo cotidiano, es preciso que se produzca el vacío, la ausencia de "ruido", para poder navegar en el inmenso mar de la Consciencia, llámese ésta como se llame, si es que tiene nombre.
La aceptación de “lo que es”, a sabiendas de que resulta ser una verdad por consenso fruto de la inconsciencia colectiva, nos sostiene mientras tanto, pero no podemos quedarnos ahí. El estado de insatisfacción nos lleva a abrirnos a otros descubrimientos y a otras explicaciones, a sabiendas de que tampoco son las definitivas. En el conocer hemos de aceptar la miopía con la que caminamos pero concediendo una oportunidad a lo que percibimos, relativizando el valor de las conclusiones para no impedir la emergencia de lo que sigue oculto, a pesar de todas las teorías formuladas.