Bitácora

Nuevo ciclo evolutivo: de la competición a la cooperación

Redactado por Alicia Montesdeoca el Miércoles, 8 de Enero 2014 a las 12:21



| Miércoles, 8 de Enero 2014

Por cooperación evolucionamos. Fuente: leofarache.com
En esta primera década del siglo XXI se ha puesto de manifiesto una serie de acontecimientos que nos indican que la Modernidad, como etapa humana de civilización occidental, está siendo superada por una nueva realidad de nivel superior en complejidad.

De los escenarios probables que la prospectiva señalaba para este siglo, muchos se han concretado y otros, no previstos, surgen señalando importantes cambios que ponen en entredicho los propios cimientos de un modelo económico, social y político que ha dejado de ser útil para los retos presentes.

Esta etapa es de tensión y de conflicto (siguiendo el esquema señalado por Carter Phipps en su obra Evolucionarios), porque las polarizaciones se acentúan y, una vez más, estas circunstancias nos tienen que llevar a un momento de negociación que nos permita resolverlas con fórmulas adecuadas y usando para ello la cooperación y el diálogo. Este sería el mejor camino para materializar una nueva oportunidad civilizatoria en la que estamos obligados a vincular a todas las regiones, culturas y pueblos del globo, si queremos lograr las ventajas de esta oportunidad.

Abocados a abandonar las bases con las que se construyó la modernidad

Las tensiones y conflictos que vivimos y a los que se catalogan como crisis, -creyendo que ya llegará su resolución y que volveremos a lo mismo una vez superadas, de forma espontánea, las condiciones actuales para lo que es preciso aguantar el tirón- se resumen en una tendencia a la globalización, por un lado, y una necesidad de resolver los desajustes que esta tendencia origina en lo local, por otro.

Lo que se ha puesto de manifiesto a través de la compleja crisis que vivimos son las graves consecuencias de los afanes, de una minoría de la población mundial, por acaparar los recursos energéticos cada vez más escasos y de los que depende este moribundo modelo de desarrollo; la sobre explotación, por un lado, y el abandono, por otro, de las tierras agrícolas y forestales, de los mares y de las aguas continentales que ponen en peligro todas las especies y que hacen desaparecer las posibilidades de alimentación de extensas poblaciones en todo el planeta; la economía basada en la especulación monetaria y la concentración, cada vez mayor y en cada vez menos manos, de los recursos financieros.

También las guerras locales que son provocadas por el mismo modelo global y que ocasionan masivos desplazamientos de los pueblos afectados, generando hambre, epidemias y dependencia de la ayuda humanitaria. Mientras que los estados afectados sufren pérdida de poder y se enfrascan en luchas internas que anulan su capacidad de gestión de los problemas esenciales por los que atraviesan sus pueblos.

Por otro lado se observa, en los llamados países democráticos, el alejamiento de los representantes de la clase política de las realidades concretas de los pueblos a los que representan, siempre con la vista puesta en lo que programan, desde fuera, poderes casi siempre anónimos, situados lejos de las fronteras de los territorios que debieran administrar y de los ciudadanos por los que fueron elegidos, aquellos llamados representantes.

Sin embargo, frente a la tendencia a externalizar las competencias de los Estados en macro instituciones territoriales, se produce una revitalización del papel de la ciudadanía a través de las propuestas y de la materialización de múltiples fórmulas que tratan de gestionar lo cotidiano, abandonado por las administraciones públicas a su deterioro, en línea con sus verdaderas necesidades y en el contexto en las que éstas se producen.

Estas tendencias recuperan la convivencia social en los círculos cercanos, perdida o deteriorada por el desarrollismo del mundo urbano que ha abocado al individualismo y la invisibilidad a los urbanitas. Esta tendencia fortalece la naturaleza relacional y despierta el natural instinto a la cooperación y al trabajo en equipo, emergiendo con ello una nueva cultura donde lo colectivo es más que la suma de individuos.

Estas iniciativas terminan adquiriendo categoría de redes multidimensionales, que atraviesan los territorios nacionales y se convierten, incluso, en líneas de actuación planetarias, poniendo de manifiesto cada una de ellas, también, sus propias peculiaridades locales.

De esta manera, se produce un trasvase silencioso de las iniciativas, motivado en gran parte por la desconfianza en la capacidad de los gobernantes y administradores económicos y políticos, que hace que el panorama parezca anunciar un cambio profundo en la gestión de los recursos naturales y económicos. Este comportamiento también se pone de manifiesto en otros sectores como son la educación, la salud, la cultura, e incluso a nivel de lo religioso.

El reconocimiento de la interdependencia es cada vez más acentuada en este mundo global, y mientras la concentración económica y el individualismo se exacerban, las relaciones locales, por contrapartida, se intensifican y las redes se expanden en todas las direcciones.
Alicia Montesdeoca