Aislamiento, renovación y comienzo. Fuente: bancodeimagenesgratis.com
La naturaleza toda se repliega sobre sí misma buscando en su interior el lugar que le permite nutrirse y le asegura su supervivencia. A la intemperie quedan las formas externas, lo físico, sosteniéndose en una lucha desigual frente a las fuerzas invernales. El invierno azota, aísla, destruye lo de fuera y arrastra lo superficial, lo que fue consumido tras el calor y lo deshojado por el ventoso otoño.
Es tiempo de oscuridad y silencio. Abandono de lo que es superfluo, de lo que fue luz y abundancia y que fue agotado por las cíclicas estaciones. La conciencia en este tiempo pierde sentidos y adquiere profundidad. Se dirige hacia adentro, siguiendo la ruta natural del tiempo que toca recorrer. Ahonda en lo oculto, busca en lo olvidado los indicios de lo esencial, de lo trascendente.
Se prepara un renacimiento que se gesta en la seguridad que da el aislamiento, la soledad y el silencio. Todo y todos se cobijan en el inmenso y metafórico útero que ofrece la vida. Un cobijo protector que es una nueva oportunidad de renacimiento al calor del hogar primero, el lugar donde se cuidan las fuerzas de la existencia y los secretos de su evolución.
Es tiempo para refugiarse, tiempo para buscar en lo más hondo las razones del vivir, tiempo para conocer los verdaderos principios de la vida, tiempo para reflexionar sobre cómo vivimos y por qué, tiempo para pensar en nuevas creaciones, tiempo para dejar atrás los errores y renovar las bases sobre las que permitir florecer una verdadera y esperanzada primavera humana.
El invierno humano da la oportunidad para el repliegue, para el reconocimiento de una misma, y el encuentro con lo esencial. La luz de dentro ha de ser encontrada y a partir de ella la propia identidad que nos lleva a la comprensión de quiénes somos y cuál es nuestro destino. Frío invierno, búsqueda del calor, encuentro con el lugar secreto, reconocimiento del origen, renovación y comienzo.
Es tiempo de oscuridad y silencio. Abandono de lo que es superfluo, de lo que fue luz y abundancia y que fue agotado por las cíclicas estaciones. La conciencia en este tiempo pierde sentidos y adquiere profundidad. Se dirige hacia adentro, siguiendo la ruta natural del tiempo que toca recorrer. Ahonda en lo oculto, busca en lo olvidado los indicios de lo esencial, de lo trascendente.
Se prepara un renacimiento que se gesta en la seguridad que da el aislamiento, la soledad y el silencio. Todo y todos se cobijan en el inmenso y metafórico útero que ofrece la vida. Un cobijo protector que es una nueva oportunidad de renacimiento al calor del hogar primero, el lugar donde se cuidan las fuerzas de la existencia y los secretos de su evolución.
Es tiempo para refugiarse, tiempo para buscar en lo más hondo las razones del vivir, tiempo para conocer los verdaderos principios de la vida, tiempo para reflexionar sobre cómo vivimos y por qué, tiempo para pensar en nuevas creaciones, tiempo para dejar atrás los errores y renovar las bases sobre las que permitir florecer una verdadera y esperanzada primavera humana.
El invierno humano da la oportunidad para el repliegue, para el reconocimiento de una misma, y el encuentro con lo esencial. La luz de dentro ha de ser encontrada y a partir de ella la propia identidad que nos lleva a la comprensión de quiénes somos y cuál es nuestro destino. Frío invierno, búsqueda del calor, encuentro con el lugar secreto, reconocimiento del origen, renovación y comienzo.