Bitácora

Vivir oteando el horizonte de lo real

Redactado por Alicia Montesdeoca el Jueves, 21 de Febrero 2013 a las 17:50



| Jueves, 21 de Febrero 2013

Necesitamos una atalaya desde donde alcanzar a ver el horizonte. Fuente: faroceanico.blogspot.com
La ilusión de nuestra perspectiva nos lleva a la creencia de que estamos distanciados de los condicionantes de nuestras propias rutinas. Nada más lejos de la realidad.

A pesar de que tratamos de escapar a las trampas y los enredos de la mente colectiva no podemos obviar su influencia sobre nuestras vidas. Lo que nos sucede a todos, en un tiempo y en un espacio - o lo que sucede en un tiempo y en un espacio en el que todos interactuamos -, a todos nos condiciona. La experiencia es para todos, aunque cada persona la viva desde la perspectiva que sus condiciones individuales les permite.

Si pretendemos soslayar esta realidad, en un intento de escapar al sometimiento y a las limitaciones que nos suponen, sin avanzar en lo que nos toca, sin asumir la responsabilidad que también nos corresponde, perdemos la oportunidad de hacer que el horizonte cambie para nosotros y para los otros.

El ser humano vive sostenido, forma parte, está integrado en la “sustancia” que lo configura todo y que le hace especie con los otros seres que pueblan este planeta. Nada de lo que viva como sustancia está ajeno a la evolución de la misma. Si no es consciente de esta realidad no se despegará de sus propias limitaciones y no aprovechará la riqueza que está implícita, que es consustancial a todos y cada uno de los individuos de la especie.

Concebir la evolución desde el “sálvese el que pueda” es arriesgarse a desaparecer en el absoluto anonimato de los que nunca tuvieron memoria, de los que nunca se miraron para conocer su individualidad en el contexto de la pertenencia a algo inmenso y complejo al mismo tiempo.

No es una cuestión de salir librados en los acontecimientos que nos afectan, es encararlos como la oportunidad para avanzar uniéndonos los unos con los otros, aportando cada quién lo que es su naturaleza genuina, reconociendo que la diferencia no convierte al diferente en adversario, que negar la participación del diferente es quedarnos con el vacío de lo negado.

No es despreciando al diferente como descubrimos el lugar que ocupa en la evolución. Con ello tampoco descubro quién soy yo ni qué papel juego. El desprecio del otro me aleja del conocimiento de mi misma, porque ocupándome de encontrar sus faltas no encuentro en mí las carencias que están en el origen de lo que aquellas me afectan. Este descubrimiento me llevaría a comprender lo que vivo, cómo lo vivo y por qué.

Hoy no somos conscientes, como sociedad humana, de la importancia de esta realidad que nos caracteriza y nos condiciona –la de que cada individuo es imprescindible para la evolución de la especie-, por eso es que el horizonte que oteamos está tan cerca como la punta de nuestra nariz.

A pesar de ello, nada se despilfarra. La evolución aprovecha el estadio de conciencia en el que nos encontramos y hace virtud de los conflictos, las cegueras, el dolor, los sufrimientos humanos, para ir avanzando en el despertar de la consciencia de que o nos salvamos todos o tenemos que esperar a que adquiramos, como sociedad, la consciencia de que somos una única especie conviviendo en un único espacio-tiempo, atados a un mismo proceso evolutivo que nos conduce certeramente, a través del Universo, hacia la comprensión de lo que somos, a pesar de nuestra incapacidad momentánea para ello.

El camino a recorrer se construye, en primer lugar, aceptando nuestra ceguera y la ceguera de nuestros contemporáneos que produce y nos produce tanto dolor; en segundo lugar, reconociendo nuestra pertenencia a la especie humana, rica y diversa; en tercer lugar, viendo los límites de nuestra comprensión que condiciona nuestras relaciones humanas; en cuarto lugar, amando cada uno de los actos que nos conducen a esa relación y que nos llevará a desentrañar los papeles que jugamos en este momento evolutivo y por último, participando con consciencia y aceptando la inconsciencia con la que participan otros, a sabiendas de que la superación del peligro que corremos todos depende de lo que el consciente o la consciente del riesgo sea capaz de hacer.

Alicia Montesdeoca