Mundo clásico
 
Marginados o excluidos como escuela filosófica, no conocemos a los cínicos por sus escritos ni por sus obras, ya que mayoritariamente se las hicieron desaparecer sus adversarios de secta. A ellos nos podemos acercar gracias a una serie de citas, dichos o sentencias conservados por autores como Diógenes Laercio. Muchas de las tales citas son contradictorias o incluso de autenticidad dudosa, lo que dificulta aún más la tarea de conocer el pensamiento de los antiguos cínicos. En todas ellas, sin embargo, subyacen ciertos elementos comunes –como enseguida veremos-, a saber: un cierto humor negro, un pensamiento paradójico, un afán de provocar o subvertir los valores, y una cierta seriedad ética.

EL FUNDADOR DE LA SECTA

A nivel teórico al menos, podemos considerar fundador del cinismo a Antístenes , aunque su representante más característico y quizá de mayor fama sea Diógenes de Sínope. Buena parte de las noticias que de él nos han llegado las debemos a Diógenes Laercio (actualmente disponemos de la excelente traducción, completa, Vidas de los filósofos ilustres, a cargo de C. García Gual, Madrid: Alianza, 2007). De él contaba Menipo en su Venta de Diógenes, que fue hecho prisionero y vendido como esclavo. Al preguntarle sus captores si tenía alguna habilidad especial en la que sobresaliera, les contestó. “Gobernar hombres”, y acto seguido comunicó al pregonero: “Pregona si alguien quiere comprarse un amo”.

ANECDOTAS CINICAS

El catálogo de anécdotas que le atribuye la tradición es riquísimo, y algunas de ellas bien conocidas. Mejor que cualquier doctrina filosófica, algunas de estas frases revelan perfectamente el carácter y la idiosincrasia de nuestro personaje. Cuando había alcanzado ya una cierta edad, algunos le decían: “Eres ya viejo, descansa”, a lo que él les contestó: “Si corriera la carrera de fondo ¿debería descansar al acercarme al final, o más bien apretar un poco más?”. Y como consideraba a la mayoría de los hombres esclavos de sus vicios, se cuenta que solía pasear a plena luz del día con una lámpara encendida en sus manos, diciendo: “Busco un hombre”. Con su provocadora ironía –decimos parafraseando a G. Reale- lo que Diógenes buscaba era un hombre que vive en conformidad con la naturaleza más auténtica, a un hombre ajeno a las convenciones y normas sociales. No menos despectivo se mostraba cuando calificaba al rico ignorante de “vellón de oro”; e igualmente mordaz fue con sus vecinos de Sínope. En cierta ocasión alguien le dijo: “Los sinopenses te han condenado al destierro”, a lo que replicó: “Y yo a ellos a que sigan viviendo en Sínope”. Un buen día alguien le preguntó si sabía por qué los ricos dan limosnas a los pobres y no a los filósofos, a lo que él contestó: “Porque piensan que pueden llegar a ser cojos o ciegos, pero nunca llegar a filósofos”. Muy moderna es la siguiente respuesta. Al preguntarle uno por su patria y de qué ciudad era, contestó: “Soy cosmopolita” . Definió muy acertadamente también el papel que corresponde a la educación, de la que dijo que “es sensatez para los jóvenes, consuelo para los viejos, riqueza para los pobres, y adorno para los ricos”. Al preguntarle también otro qué es lo más hermoso, le contestó: “Poder hablar con total franqueza”. Esta libertad de palabra (parrhesía), es consustancial al cínico. Decir abiertamente y sin miramientos lo que uno piensa, incluso con un gramo de causticidad, sin importar quién sea su interlocutor, si rey o esclavo.
Y el contrapunto de esta libertad de expresión viene representado por la libertad de comportamiento en sus costumbres cotidianas. A la luz del día, en plena plaza pública de Corinto Diógenes hace alarde de su desvergüenza perruna y de su talante sustancialmente anárquico. Y aunque pueda parecer paradójico, hay dos pautas en la vida de estos cínicos que siguen llamándonos poderosamente la atención: sus conceptos de “entrenamiento” (áskesis) y de “esfuerzo” (pónos). Dos nociones verdaderamente indisolubles: el hombre logrará la felicidad a través de la libertad, pero ésta sólo resultará asequible mediante el ejercicio del entrenamiento y la práctica del esfuerzo.
Por si aún faltaran leyendas sobre tan singular personaje, se cuenta que murió en Corinto, el mismo día que lo hacía en Babilonia Alejandro Magno. Corría el año 323 a.C.

Su maestro, si de magisterio pudiera hablarse entre ellos, fue Antístenes (445-360 a.C.), de quien también abundan las frases lapidarias, al mejor estilo cínico. Se cuenta que en cierta ocasión asistía a una sesión en la que el sacerdote de los cultos órficos afirmaba que los iniciados en los misterios, una vez muertos, gozaban de grandes venturas en el otro mundo, a lo que Antístenes había añadido: “¿Por qué entonces no te mueres tú?”. Y cuando otro vecino le preguntó qué provecho había sacado de la filosofía, le contestó: “Ser capaz de hablar conmigo mismo”. Entre otros temas favoritos de Antístenes sobresalen la autosuficiencia del sabio; “que la virtud es un arma que nadie te puede arrebatar; que conviene prestar atención a lo que nos dicen nuestros enemigos, pues son ellos los primeros en advertir nuestras faltas; o que la virtud del hombre y de la mujer es la misma”

PAra otro día dejamos el caso de alguna mujer, que también las hubo y por cierto muy sagaz,
de esta divertida escuela.

Miércoles, 1 de Julio 2009
Redactado por Antonio Guzmán el Miércoles, 1 de Julio 2009 a las 20:33

Comentarios

1.Publicado por FRANCISCO GARCÍA JURADO el 20/07/2009 01:09
Las anécdotas de los cínicos, además de ser graciosas por su agudeza, son muy rentables para nuestra vida. En la llamada diatriba cínico-estoica se movía mi querido Aulo Gelio. Ya habrás notado, por cierto, Antonio, que eso de los blogs no es más que la vieja miscelánea llevada a un soporte moderno.

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