Mundo clásico
 

Hoy escribe David Hernández de la Fuente: Continuando la entrega anterior, que exponía los orígenes míticos del oráculo de Apolo y algunos aspectos de su ritual, este artículo repasa la influencia de Delfos en la política griega. Sin duda, la interacción entre el don de la adivinación y la política antigua nos da alguna de las "señales" de las que habla la cita de Heráclito que ha encabezado estos dos textos.


NO DICE NI OCULTA, SINO DA SEÑALES
Al hablar del don de Apolo no se puede dejar de lado las implicaciones políticas tuvieron históricamente las respuestas oraculares. Ciertamente, los decretos de los grandes oráculos griegos fueron determinantes para la política y la sociedad antigua en época arcaica y clásica. Si en la religión griega clásica el oráculo délfico representaba la más alta autoridad, su consulta desempeñaba un papel crucial en la toma de decisiones también en el gobierno de las distintas poleis. De hecho, gran parte de la actividad oracular, más allá de la esfera privada, se refería al gobierno de la ciudad y a las distintas acciones –políticas, comerciales o militares– que se fueran a emprender. Nada se hacía, desde este punto de vista, sin el visto bueno del dios, expresado a través de la adivinación y los profetas públicos: entre ellos, la preeminencia de los grandes santuarios, como Delfos, era casi absoluta.
La íntima ligazón entre religión y política en la antigua Grecia se revela aquí principalmente: unos oráculos sirven para encumbrar nuevas dinastías reinantes, otros, para reemplazarlas por otras. Así, hay gobernantes de los primeros tiempos que extraen toda su legitimación del oráculo, e incluso las leyes sagradas, que se otorgan a la ciudad como una constitución emanada del dios o escrita al dictado del oráculo; pero también otros, reyes o emperadores, que harán uso a su conveniencia de las colecciones de vaticinios, para alterar el estado de las cosas.
El oráculo de Apolo en Delfos fue uno de los factores más determinantes de la política griega. Su influencia se extendía incluso más allá de Grecia, pues reyes de Asia Menor, como Creso o Midas enviaran embajadas y costosos dones al oráculo, y cuando el templo de Apolo ardió, llegó una donación del rey Amasis de Egipto. El comienzo de la influencia del santuario en la política interhelénica puede fecharse en la Primera Guerra Sagrada (c. 595 a.C.), cuando una liga religiosa de las ciudades más poderosas, la Anfictionía, sustrajo el santuario de Delfos del control de la vecina ciudad de Crisa. Esta especie de organismo internacional controló en época histórica el funcionamiento del templo, designando a sus encargados y organizando los mencionados juegos.
Delfos se mantuvo en la cúspide de su fama y poder entre los siglos VI y IV a.C. y entre sus influencias no se puede dejar de lado la política. Gran parte de la actividad oracular, más allá de la esfera privada, se refería al gobierno de la ciudad y a las distintas acciones –políticas, comerciales o militares– que se fueran a emprender. Nada se hacía sin el visto bueno del dios. Así lo prueban los legisladores míticos de Atenas y Esparta. Según Plutarco, la conquista de Salamina, le fue inspirada a Solón de Atenas por un oráculo, y al ser designado legislador y mediador (diallaktes) en una época de crisis social, reformó la constitución ateniense bajo la guía del oráculo de Delfos, que le dijo: “En medio de la nave el timón toma, y endereza su curso: que en tu auxilio tendrás a muchos de la ilustre Atenas”. Otro tanto ocurrió con la ciudad rival, Esparta, cuyas leyes fueron promulgadas por Licurgo. Heródoto recoge el oráculo que recibió: “Vienes a mi rico templo, oh Licurgo [...] pidiendo el buen gobierno. Pues yo te daré el que ninguna otra ciudad tiene en la tierra.” Este vaticinio fue seguido por la famosa Rhetra o decreto fundacional de la legislación espartana.
Delfos tuvo un auténtico poder como máxima instancia religiosa, y muchas veces política, a la hora de tomar decisiones de especial trascendencia. Ello se constata sobre todo en la fundación de ciudades en la Magna Grecia. Allí, el sur de Italia y Sicilia, el oráculo bendijo con sus respuestas la audaz colonización griega (apoikía), que se desarrolló entre dos fechas clave, la fundación de Pitecusa (770 a.C.) y la de Agrigento (583 a.C.). Siracusa, la más espléndida ciudad griega de occidente (c. 734 a.C.), fue fundada por el corintio Arquias, a quien un oráculo guió a “una cierta Ortigia situada en la nebulosa isla de los tres cabos” (Sicilia). La figura del fundador (oikistes) es tan importante en ese sentido como la del legislador: un hombre con una misión de importancia que representa a toda la comunidad en la consulta al dios.
Pero Delfos también ratificaba los hechos consumados de la política, los cambios de gobierno o de dinastía. El final de la tiranía ateniense de Pisístrato y sus hijos, por ejemplo, se relaciona con el patrocinio de sus rivales, los Alcmeónidas, del santuario de Delfos. Desde entonces, por supuesto, abundaron los oráculos que urgían a derrocar a los Pisistrátidas, hábiles urdidores de oráculos, que acabaron exiliados en Persia.
Entre las consultas públicas, la guerra ocupaba un lugar preeminente. La consulta a los dioses era básica para tener éxito en una campaña militar. Aunque no siempre lo garantizaba: había malinterpretaciones del ambiguo oráculo, como es el caso de Creso, a quien se le dijo que si iba a la guerra con los persas, un imperio caería (¡resultando ser el suyo!) o el de Mesina, que interpretaron el oráculo “los cartagineses serán vuestros aguadores” como señal de que los esclavizarían (cuando en realidad fueron derrotados por mar).
El oráculo participó activamente en los dos grandes conflictos que agitaron la Grecia clásica. La cima de su poder político y simbólico tiene como límite las Guerras Médicas. Entonces se mostró en principio favorable a los persas, para luego legitimar políticamente la causa griega y, en concreto, justificar la estrategia naval de Atenas. Los varios oráculos contra los atenienses, hasta que al fin se les vaticinó la victoria si se protegían tras “un muro de madera” (el famoso xylinon teichos, en referencia a su flota, en Salamina) así lo prueban. Esta evidente parcialidad se acentuó en el otro gran conflicto del mundo griego, la Guerra del Peloponeso (431-404 a.C.). Delfos apoyó abiertamente a los espartanos, profetizando que Apolo les ayudaría en todo caso, “tanto si le llaman como si no” (parakaloumenos kai akletos, según Tucídides).
Como se ve, la independencia política del santuario, siempre relativa, acabó definitivamente tras las guerras médicas, con el dominio sucesivo de Delfos por parte de las potencias hegemónicas del mundo antiguo: Atenas, Esparta, Tebas, Macedonia, Etolia y, finalmente, Roma. El fin de la polis clásica acarrearía el declive de Delfos. Filipo II de Macedonia, el padre de Alejandro Magno, hizo de este santuario su mejor instrumento para la dominación de toda Grecia, como ya advirtió Demóstenes, diciendo que Delfos “filipizaba”. Paradójicamente, el propio Filipo encontraría la muerte por interpretar mal un oráculo. En la cima de su ambición, consultó si tendría éxito en sus planes de conquistar Persia. El dios respondió: “El toro está engalanado. Todo está listo para el sacrificio. El oficiante está preparado”. Filipo lo tomó como señal de éxito y se dispuso a celebrarlo. Pero ese toro no era otro sino él mismo. Murió asesinado por Pausanias en plena boda de su hija.

David Hernández de la Fuente

Miércoles, 25 de Noviembre 2009
Redactado por Antonio Guzmán el Miércoles, 25 de Noviembre 2009 a las 09:01