Aprendimos, de escolares, que Argentina y Chile iniciaron su andadura independiente amarraditos los dos. El culto a los héroes lo graficaba con la relación entre O’Higgins y San Martín. Un paradigma de fraternidad prócer, que resistió hasta los dardos envenenados de Lord Cochrane.
Hasta la Guerra del Pacífico, la “alianza estratégica” lució como un destino manifiesto. Sin embargo, la geopolítica surgida de esa guerra modificó el contexto, pues Argentina se autoerigió como vecino clave para nuestra seguridad. Sus gobernantes así lo entendieron cuando presionaron por una solución favorable en la Patagonia.
Luego reincidieron -en los años 70 del siglo pasado-, cuando la océanopolítica levantó la importancia de las islas del Beagle. Aquí, junto con rechazar el laudo británico, los estrategos militares agitaron la amenaza de una Guerra del Pacífico versión 2, combinada con una guerra en el Atlántico Sur.
De ahí viene un cierto desgarro en la amistad y nuestra hipótesis del conficto vecinal en tres frentes o HV3. Esto significa que, si bien Argentina tiene motivos propios para mantener una buena relación estratégica con Chile, de ella depende, en parte importante, que no corramos el riesgo de volver a ser una faja angosta y más bien cortita.
Ante el cambio de cónyuge en el gobierno argentino, cabe preguntar por el actual estado de salud de la relación. El domingo, ayudando a mejor responder, este diario publicó una encuesta argentina que sobresalta, pues Chile luce como el peor vecino. El 31 % de los encuestados dice que somos su mayor “enemigo” y tan mala ubicación se mantiene, incluso si buscamos los porcentajes de amistad.
En efecto, la escala amistosa muestra el siguiente orden: Bolivia y Paraguay (66), Venezuela (64), Perú (60), Brasil (59), Ecuador (47), Colombia y Uruguay y último Chile (26). Es importante agregar que un 36% nos percibe como “enemigos naturales” y que nuestra imagen es peor en los sectores de menores ingresos. En una Argentina donde suelen imponerse las tentaciones populistas, esto agrava las eventuales malas consecuencias.
Secuelas de una imagen
Los otros resultados son secuela de esa imagen-país. Así, somos percibidos como soberbios y orgullosos, en perfecta concordancia con esos compatriotas que nos definieron como “buen país en mal barrio” y “mejor alumno pero mal compañero”. Dado que los argentinos encuestados lucen bastante autocríticos, sólo ellos competirían con nosotros en términos de egocentria (hay empate a 28 puntos en orgullo y soberbia). Por otro lado, aunque sólo un 3% percibe a Argentina como país humilde, Chile empata en este rubro con Brasil. Con un 1%, somos los menos humildes del barrio.
Para decepción de los ideólogos de la economía libre, el reconocimiento de que tenemos buenos resultados económicos, en términos de desarrollo y estabilidad, no contribuye a la simpatía ni al pragmatismo. Un 35% estima que Argentina debiera limitar el ingreso de capitales chilenos y sólo lo contradice un 40%. A su vez, el 48% cree que las empresas chilenas no deben participar en actividades estratégicas y sólo lo contradice un 35%.
Es de suponer que entre las causas de la malquerencia están los vigentes pisotones por el gas y la lenta descontextualización del rol de Chile durante la guerra de las Malvinas. Sobre ésta, a medida que se olvidan las amenazas de Galtieri y los antecedentes del conflicto en el Beagle, muchos argentinos identifican el sentimiento permanente de los chilenos con la estrategia coyuntural de Pinochet.
En síntesis, la encuesta de marras confirma la frigidez de los modelos económicos y la urgente necesidad de interrogar al espejo, para mejorar nuestra imagen en Argentina. Después de todo, las buenas relaciones y, con más razón, las alianzas estratégicas, también se hacen con sentimientos.
Publicado en La Tercera el 30.10.07.