Bitácora

Desde el Sur: El Che como mito literario

José Rodríguez Elizondo


La leyenda del Che Guevara nació cuando las izquierdas, según Carlos Fuentes, estaban enfermas de Apocalipsis. Por eso, pocos procesaron el error y el horror de su consigna "hay que crear dos, tres, muchos Vietnam", gritada para hundir a los Estados Unidos.

Cuando la lanzó, desde su última guerrilla, contradijo la lógica humana y la estrategia política de los propios vietnamitas. Lo primero, porque ese largo espanto era demasiado costoso en vidas y desarrollo, para pensarlo como modelo.

Lo segundo, porque los líderes de Vietnam del Norte luchaban por desideologizar su combate, levantando como objetivo la "liberación nacional". El grito del Che, a estricto contrapelo, los mostraba como vanguardia fáctica de la revolución socialista mundial.

Ese encontronazo entre el mito del Che y los intereses reales de una de las izquierdas más fogueadas del mundo, debió servir para entender, a cabalidad, que con los líderes carismáticos y sus fans no cabe discutir sobre hechos y políticas, sino sobre cómo abandonarlo todo para seguirlos hasta la muerte.

La mejor ilustración de esta contradicción la viví como asistente a un simposio sobre el Che, en el madrileño centro Conde Duque, a fines de los años 80, con la participación del inefable Regis Debray y el irreverente filósofo español Fernando Savater.

El público, compuesto por profesores y estudiantes de ciencia política, progres hispanos de la vieja izquierda, teóricos de la izquierda renovada y sudacas exiliados, había seguido con atención el debate y los admiradores del Che se sentían descolocados. Comentaban que Debray mostraba un exagerado afán por desacralizar al personaje y no reflejaba admiración por su compromiso a muerte con las posiciones puras.

Ya bullía esa decepción, cuando entró al ruedo Savater y lanzó su provocación. Mirando a la audiencia con sus ojos estrábicos, dijo que Guevara fue un hombre intelectualmente dotado, pero muy poco informado, lo cual le hacía ver la realidad sin matices. Esto lo había convertido en el equivalente inverso de los superhéroes norteamericanos. Si Rambo era el villano campeón de los imperialistas, el Che era "un Rambo bueno". Hasta ahí no más llegó la tolerancia de los guevaristas. Entre insultos y réplicas, el debate debió suspenderse.

Las cosas han cambiado

En este cuadragésimo aniversario de su muerte las cosas (creo) han cambiado. Lo que algunos llaman "chelatría" aparece como un fenómeno transversal, pero micro, sostenido por revolucionarios nostalgiosos y coleccionistas despolitizados. En tal marco, el fundamentalismo guevariano y el rol de Fidel Castro, aparecen sometidos a la disección de analistas e investigadores poco amistosos con los mitos.

Además, gracias a esta permisividad laica, quizás algún estudioso descubra que el Che preexistió como personaje paradigmático de la literatura. En efecto, Jean-Paul Sartre supo prefigurarlo como ese Hugo de Las manos sucias, que amaba más a los principios que a los hombres, que confundía la pureza con la muerte y concebía una revolución más para hacer saltar el mundo que para transformarlo.

También está anticipado por Albert Camus en sus anarco-revolucionarios de Los justos y, en especial, en el poeta terrorista Kalaiev. Cuando éste dice que "morir por la idea es la única manera de estar a su altura", está casi dictando lo que Guevara escribirá, antes de embarcarse rumbo a Cuba: "valía la pena morir en una playa extranjera por un ideal tan puro".

Tal vez por ser un personaje con perfiles de ficción, el Che pudo sobrevivir a la Unión Soviética y al descalabro del socialismo real, para instalarse en su marquetera inmortalidad de hoy.


Publicado en La Republica el 6.11.07
José Rodríguez Elizondo
| Martes, 6 de Noviembre 2007
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