Bitácora

INDIGENISMO Y PLURINACIONALIDAD

José Rodríguez Elizondo

La siguiente entrevista, del periodista peruano Emilio Camacho, fue publicada en el diario La República del 10 de julio. Por motivos de espacio apareció con leves reducciones. Esta es la versión comoleta.


En el plebiscito de octubre de 2020, un 78% de electores chilenos quería una nueva constitución, era aparentemente la salida para la crisis política en la que estaban, y un 79% de votantes quería que esa nueva carta fuera redactada por una convención constitucional, ¿por qué el trabajo de esa convención, el borrador de nueva constitución, no goza hoy de ese mismo respaldo?
 
Tras el estallido del 18-O -calificado primero como “social” y luego “de la revuelta”-, el plebiscito  pareció marcar un gran momento de unidad nacional. Pero, en el corto plazo se mostró como una ilusión. Parte de la mayoría democrática lo vio como una manera in extremis de recuperar la institucionalidad. Esta se venía derrumbando, desde antes, por la incompetencia de los partidos, la falta de sintonía popular del presidente Piñera y la ingobernabilidad consecuente. La parte antisistémica e ideologizada de la oposición, lo vio como la interrupción de un proceso revolucionario a la antigua, con la violencia como partera. Tras polémicas internas, esa minoría decidió plegarse tácticamente a la mayoría que pedía nueva Constitución. Gracias al repudio a los partidos y aprovechando un sistema electoral ad hoc, que privilegió a los independientes, mujeres y pueblos originarios, se convirtió en líder de una mayoría absoluta en la Convención. Inauguró, así, una suerte de vía  constitucional a la revolución, que algunos prefieren llamar “refundación”.
Tomás Mosciatti, el conocido presentador de Radio Bío Bío de Santiago decía que uno de los principales problemas de este borrador de constitución es que no trae paz y que tiene un tinte revanchista, ¿coincide con él?
Mosciatti pertenece a la descontinuada especie de los profetas bíblicos. Fue uno de los pocos analistas que definió al estallido como puntapié inicial de un “proceso revolucionario”. Bien dotado para la prospectiva, supo reconocer lo que estaba sucediendo. Nadie osa contradecirlo… pero todos se hacen los desentendidos. Dicho esto, que el borrador de Constitución sea revanchista y no pueda traer la paz, son calificativos marginales.  Lo sustantivo es que la mayoría de los convencionales no buscó negociar. Arrasó con quienes tenían posiciones moderadas, en un juego de suma cero.
A usted le preocupa el primer artículo de la carta propuesta: “Chile es un estado social y democrático de derecho. Es plurinacional, intercultural, regional y ecológico”, ¿por qué?
Yo no podría estar en desacuerdo con lo social, lo democrático, lo ecológico, la atención a las regiones y el cultivo de  la interculturalidad. He promovido el estudio de esos temas desde que tengo uso de razón política y forman parte de mi labor académica.  Pero, con un mínimo conocimiento de las relaciones internacionales y como ciudadano de un Estado-nación unitario y bicentenario, rechacé la plurinacionalidad desde el inicio por tres razones básicas. Primera, porque me convierte en un chileno residual. Segunda, porque es el eje de temas que afectan o pueden afectar la política exterior, la configuración geopolítica y el estatus geoeconómico de Chile. Tercera, porque  favorece dinámicas separatistas, en el corto o mediano plazo, aunque jurídicamente existan cerrojos en la propia Constitución. Ejemplificando, permitiría que en las autonomías territoriales se impongan políticas propias con impacto externo, que las autoridades de pueblos originarios negocien con homólogos de otros países, y hasta que bloqueen la ejecución de políticas centrales de carácter estratégico. En síntesis, la plurinacionalidad debilita la cohesión del Estado y, sugerentemente, es el único factor del artículo primero que se mantuvo invariable entre distintas versiones o aproximaciones.
¿Nadie más lo advirtió?
Lamentablemente, la preocupación comenzó a cundir a fines de enero, cuando ya el pleno de los convencionales había aprobado el tema y Evo Morales les había enviado un saludo jubiloso. A toro pasado, como dicen en España, hoy se reconoce que la plurinacionalidad es el error más grave  del borrador. Mérito, por cierto, de la habilidad de los convencionales que supieron embolinar la perdiz con buen manejo de la muleta y los banderillazos. Como el tema es complejo, las diferencias semánticas y de contenido entre identidades sociales, pueblos y naciones pasaron coladas. Pocos asumieron que era rarísimo homologar pueblos como el mapuche, que representan un 10.2 % de la población, con comunidades étnicas sin incidencia demográfica. Tampoco llamó la atención que se crearan naciones por una norma jurídica, cuando las que existen son fruto de evoluciones socioculturales de larga o larguísima duración. La propuesta constitucional incluso abre la posibilidad de adicionar a Chile nuevas naciones mediante ley simple.  
¿Ve una inspiración foránea en la idea de un estado plurinacional?
Admito que los chilenos no somos muy creativos en cuanto a pensamiento político. Somos más bien copiones y a veces se nos pasea el alma. De partida, la plurinacionalidad es el nuevo nombre de lo que Lenin describiera, en 1914, como “Estados abigarrados”. Eran aquellos de raigambre imperial, que contenían distintas naciones, las cuales tendían a la autodeterminación y, en definitiva, a configurar Estados independientes.  Lenin favorecía ese proceso, no por razones jurídicas, sino por el interés de la clase obrera en cuanto vanguardia revolucionaria. Y acertó, pues así se formó la Unión Soviética. Luego, tras la implosión de la URSS y la exitosa performance libremercadista de China, esa posición ha sido actualizada por marxista-leninistas “revisionistas”, como dirían los ultraortodoxos. Mediante una aplicación indigenista han sustituido a la clase obrera industrial   por los pueblos originarios, en cuanto fuerza motriz de la revolución social. El caso más conspicuo que conozco es el del boliviano  Álvaro García Linera, asesor ideológico de Evo Morales. Su libro Comunidad, socialismo y estado plurinacional, de 2015, fue editado y presentado en Chile por el mismo autor, cuando era vicepresidente de Bolivia, mientras en La Haya se veía un juicio contra Chile, entablado por el presidente Morales. Una proeza política notable. Agrego que, en el prólogo de ese libro, los editores explican su iniciativa revelando que Bolivia es “uno de los más importantes centros generadores de teoría  y conocimiento político en el mundo”.
¿De qué manera se afectaría la política exterior de Chile?
No sólo de Chile. La plurinacionalidad, según el libro mencionado, tiene bajo el poncho un puñal geopolítico de alcance regional. Sinópticamente, sus tesis postulan a) constituciones nuevas para Estados plurinacionales, b) “un continente plurinacional” como resultado, c) una “guerra social total” como marco, d) un “bloque histórico gramsciano” como política de alianzas, e) una vanguardia indígena como “fuerza motriz” y f) el socialismo como sistema de “tránsito”. Además, se advierte contra quienes creen que las constituciones deben ser una “casa común” de los ciudadanos. Para el autor, “ninguna Constitución fue de consenso”.  Por si eso fuera todavía demasiado abstracto, explica, en un anexo, que el objetivo continental  de la plurinacionalidad exige satisfacer, previamente, un objetivo nacional boliviano: “la resolución del tema marítimo”, mediante la concesión de “un pequeño espacio soberano”. Toda una paradoja.
Usted ha dicho que eso afectaría al tratado chileno-peruano de 1929.
Efectivamente. Y a su protocolo complementario, que garantiza la contigüidad geográfica entre nuestros países. En Chile no hubo señales de que esto se percibiera. En cambio, el tema sí fue percibido  por ldiez diplomáticos peruanos top, encabezados por Allan Wagner, que denunciaron como injerencista el proyecto  RUNASUR de Morales Este quería declarar una “América Latina plurinacional” desde el Cusco, violando todos los protocolos diplomáticos. A juicio de esos expertos, lo que realmente  pretendía el expresidente era instalar un espacio litoral aymara soberano, en el Pacífico, controlado por Bolivia. Obviamente, sería un espacio interpuesto entre Chile y el Perú.
¿Es un proyecto de Evo Morales o de Bolivia?
Ese empeño contradice la posición de los políticos bolivianos pragmáticos y pacifistas, que reconocen la validez de los tratados de límites, la necesidad de compatibilizar su interés nacional con el de los peruanos y la conveniencia de interactuar con Chile desde la relación diplomática plena. Esto lo he conversado con amigos bolivianos ilustres, el primero de los cuales fue Walter Montenegro (Q.E.P.D), autor de una obra señera  en la materia. Por tanto, tengo fundamento para ver el proyecto de Morales como un “recuperacionismo” beligerante, vinculado a una vocación de poder vitalicio, según modelo castro-chavista. Su base jurídica está en el desconocimiento unilateral del tratado de 1904, que instaló en la Constitución plurinacional boliviana de 2009. Su base geopolítica viene de la pretensión de soberanía boliviana sobre Arica, que fuera denegada por el propio Simón Bolívar. Su base social está en el irredentismo  cultivado por quienes explican el subdesarrollo del país por su “enclaustramiento”. Por cierto, esto lo saben bien los internacionalistas peruanos y me remito, en especial, al prolijo tratado de Juan Miguel Bákula, Perú: entre la realidad y la utopía, que tuve el honor de presentar en la Municipalidad de Miraflores, hace veinte años.
 

 ¿Qué va a pasar con el gobierno de Gabriel Boric si los votantes chilenos rechazan el borrador de constitución en septiembre? ¿Se puede sostener Boric con un rechazo a la constituyente?
Yo creo que sí, pues es estudioso y aprende rápido. Dadas su juventud  y la ideologización de quienes lo apoyan, ahora está agotando el método error-rectificación y alguna distancia está tomando del resultado eventual. Todo esto me recuerda  viejas conversaciones con Armando Villanueva y Andrés Townsend, sobre lo que le costaba al joven Alan García buscar el apoyo y la experiencia de los políticos fogueados.
 
El gobierno de Pedro Castillo y la izquierda en el Perú también promueven la instalación de una Asamblea Constituyente. De ser aprobada, ¿cuál debería ser el proceso que debería inspirarnos? ¿La Convención Constitucional de Chile o el proceso peruano de 1979?
La Constituyente de 1979 fue ejemplar por su contexto y resultados. Producida durante la dictadura de Francisco Morales Bermúdez, un general  políticamente muy culto. Elegida de manera democrática, tras superar pretensiones de cupos reservados y vetos sobre contenidos. Presidida por Víctor Raúl Haya de la Torre, un socialdemócrata sabio y avanzado. Con la participación equilibrante de Luis Bedoya Reyes, un líder socialcristiano de alto vuelo… El resultado fue una Constitución consensuada, de centro progresista,  que dio inicio a una limpia transición democrática y a un  buen sistema de pocos partidos. Lástima grande que durara sólo dos períodos.
Como en Chile, el sistema de partidos en el Perú pasa por su peor momento. Usted vivió en Lima, conoce un poco de nuestras figuras políticas, ¿cuándo cree que nuestro sistema de partidos empezó a fallar?
Tendría que aplicar el aforismo de Zavalita a la etapa que me tocó vivir. Con base en mi cariño al Perú, donde tengo parientes y amigos entrañables, me atrevo a responder con una metáfora futbolera: el sistema de partidos peruano estaba todavía en rodaje, cuando Alan dio el pase presidencial a un outsider y éste se llevó la pelota para su casa.
Con la victoria de Petro en Colombia, y las cifras que ponen a Lula como primera opción de voto en las presidenciales de Brasil, se habla de un vuelco al progresismo en la región, ¿es real ese movimiento? ¿Las izquierdas en la región son lo mismo, en propuestas, o lo único que comparten son algunos símbolos?
He escrito muchísimo sobre las izquierdas, porque de allá vengo. Primero fue sobre la crisis de las izquierdas democráticas por injerencia del castrismo guerrillero. Luego vino el auge de las izquierdas renovadas, con el retorno a la democracia en la región. Ahora estamos ante la crisis de esas izquierdas renovadas y la correlativa irrupción de las izquierdas indigenistas. Para oscurecer el panorama, estas últimas ni siquiera han leído a José Carlos Mariátegui. Por eso hoy escribo como extremista de centro y la verdad es que me siento bastante solo.
José Rodríguez Elizondo
| Domingo, 10 de Julio 2022
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