Bitácora

LA NUEVA CLASE POLITICA ABC1

José Rodríguez Elizondo

Tras descubrir que nuestros representantes políticos tienen ingresos superiores 40 veces al ingreso mínimo legal y que están en la cima de sus homólogos mundiales, me pareció pertinente publicar la siguiente reflexión.


Publicado en El Mostrador, 26.1.2015

Gato gordo no caza ratones
Tri Vih Ling

 
Si el caso Penta reposicionó el viejísimo tema de la relación entre el dinero espurio y los representantes políticos, ahora hay que ir un poquíto más lejos: a la relación entre dichos representantes y el dinero limpio. 

Pocos han reparado en que, a mayor cuantía de la dieta legal de los políticos, mayor tentación para ingresar al “mundo del dinero”, “hacer trabajar el dinero” y convertir en inversiones subrepticias hasta sus asignaciones colaterales (que antes se llamaban “pitutos”). Todo esto con los contribuyentes como sector trasquilado y el Estado como financista impersonal.

Sucede que en ese rubro ya hemos llegado al desarrollo pleno. Nuestros representantes están entre los mejor remunerados del mundo y el costo de nuestro servicio político incluso supera el de grandes potencias industriales. En esa línea vanguardista, la dieta parlamentaria y sus colgajos son una de las más rentables expectativas de bienestar global  –económico, de estatus y de poder- a que pueden aspirar los hijos, cónyuges y otros parientes de los políticos.

Recurriendo a la jerga sociológica, en Chile estaría cristalizando una estructura social denominada “clase política ABC1”, especializada en la representación de terceros, con diversidad de motivaciones ideológicas, homogeneidad  de intereses propios y aversión a la alternancia. Ahora, como dicho así resulta complicado, digámoslo de manera más simple: nuestros representantes políticos, gracias a sus altos ingresos, hoy pueden disputar respecto al bienestar de los otros, pero estarán siempre de acuerdo sobre el bienestar propio.

LA BRECHA

Inevitablemente, el fenómeno está configurando
un distanciamiento creciente, material y moral, entre elegidos y electores. Mientras éstos perciben que sus votos sólo sirven para producir “gente pudiente”, aquellos se zambullen en una complicidad ecuménica: todos para uno en la defensa de la “desigualdad con ventaja”. Lo curioso es que las pocas excepciones conocidas apuntan a un reconocimiento tácito de la brecha.  La diputada Karol Cariola, por ejemplo, ha dicho que, según pauta comunista tradicional, cede casi la mitad de sus ingresos a su partido. De paso, tal privación no le impide lucir estupendo.

Expresiones de ese apego a la dieta de la abundancia son el silencio soslayante, la descalificación sin fundamentos, el “empate chilensis” y la defensa corporativa.  De hecho, no se sabe de algún representante que haya atinado a prever, para evitarlo, que el reajuste general de remuneraciones de este año los beneficiara en proporción desmesurada. Otro caso: el año pasado la bancada estudiantil presentó un proyecto para reducir la distancia entre el salario mínimo y el de los parlamentarios –40 veces mayor-, pero el rechazo fue casi unánime.  Las razones, digámoslo sin ambages, fueron pueriles. Según uno de los rechazantes, “la vida es así”, y “algunos llegan raspando a fin de mes”.

Desde esa brecha está surgiendo un nuevo y ominoso clivaje social: políticos profesionales contra todos los demás. Es una dicotomía asimétrica, donde los políticos ya no son convincentes como representantes, ni en las derechas ni en las izquierdas. Por eso hay financistas que invierten en ellos, como quien hace negocios “en verde”, para convertirlos en operadores. Por eso, los financiados mienten o se hacen los zonzos con perfecta cara de palo. También puede sospecharse que, en los sectores más deprimidos, esta situación potencia la “indignación de la calle”, la simpatía por los “outsiders” y hasta la resignación ante los desmanes de “los encapuchados”.  

DIFICIL CREDIBILIDAD

Las encuestas reflejan lo dicho como desconfianza en todas las instituciones políticas. Sin excepción. Ni falta hace agregar que tal sentimiento implica una amenaza al sistema político de partidos y a la democracia misma, tanto o más grave que la del viejo clivaje civil-militar. Parece claro que no fue esa la idea de la transición, ni en las derechas ilustradas ni en las izquierdas doctrinarias. Ni en los electores pragmáticos ni en los románticos.

La solución, entonces, no es técnica. Puede que ayude eliminar el binominal, redimensionar los distritajes y fusionar algunos partidos. Sin embargo, el tema no se reduce a una mejor representatividad aritmética y, menos, si se parte por asegurar un aumento del número de representantes.


Ese conjunto de instrumentos sólo arrojará dividendos macropolíticos si se tiene claro que la exigencia principal es mucho más urgente y fácil de decir: recuperar la austeridad olvidada para volver a ser creíbles.

Pero, la dificultad para hacerlo es grande. Supone políticos capaces de entender la esencia de su relación con el dinero, para luego ponerle ese cascabel al gato.
José Rodríguez Elizondo
| Lunes, 26 de Enero 2015
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