Bitácora

Nuestra deuda con Chavez

José Rodríguez Elizondo


Cuando se manejan los tiempos diplomáticos, postergar decisiones es una opción ordinaria. En su esencia, supone una estrategia afinada y una clara voluntad política in pectore, que sólo espera el minuto exacto para ser proclamada.

Aunque suene parecido, eso no equivale a “hacer tiempo”. Este recurso, por el contrario, presupone un problema grave e irresuelto, cuyo despeje depende, más bien, de la divina providencia.

Todo indica que el postergado compromiso chileno sobre el candidato regional para el Consejo de Seguridad de la ONU, encasilla en el segundo item. No hay decisión anunciada porque no existe claridad sobre nuestras opciones, debido a la existencia previa de un problema “enmochilado”: el carácter de las relaciones entre el Chile concertacionista y la Venezuela de Hugo Chávez.

Agreguemos que dicho problema se relaciona con la percepción de que Chávez es un fuerte acreedor de Chile, por una deuda tipo iceberg. Su parte visible fue la eficiente colaboración venezolana para elegir a José Miguel Insulza como Secretario General de la OEA. Su gran masa invisible, se vincula con el confuso tratamiento que dio el gobierno de Ricardo Lagos al fallido golpe de 2002, contra el mandatario venezolano.

Entonces, mientras nuestro embajador en la OEA Esteban Tomic esgrimía la Carta Democrática, para impedir que el colombiano César Gaviria desalojara al representante de Chávez, nuestro embajador en Venezuela, Marcos Alvarez, elogiaba la excelencia de Pedro Carmona, el efímero Presidente designado por los golpistas.

Paralelamente, Lagos culpaba al mandatario golpeado por la ingobernabilidad en su país y nuestra Cancillería daba por consumada la “alteración de la institucionalidad democrática”, eufemismo que le permitía soslayar la categoría “golpe de Estado”.

Playa boliviana

Aquello, sumado al afán de Chávez por bañarse en una playa boliviana, a su altísimo poder energético-intervencionista, a su histriónico antibushismo y a las duras advertencias propinadas por la Casa Blanca, terminó catalizando tal alud de complejidades, que legitimó el recurso de agotar el tiempo disponible. Nuestra Presidenta dijo que no apadrinaría ninguna candidatura regional al Consejo de Seguridad, mientras quedara arena en el reloj diplomático.

Puede que las entrometidas declaraciones del embajador venezolano Víctor Delgado y el abstencionismo del Perú terminen configurando el milagro que siempre esperan quienes “hacen tiempo”. De partida, ya contribuyeron a clarificar la complejidad del caso para los “honestos deudores” que subestimaban el intervencionismo de Chávez y su afán de repolarizar el planeta. Además, esto abre puertas a ese liderazgo conceptual de Chile, que algunas voces vienen exigiéndonos, a partir de la popularidad regional de Bachelet.

Desafortunadamente, el largo suspense ha erosionado el carácter estatal-presidencial de nuestra política exterior. Exasperados por la indefinición, concertacionistas y aliancistas unidos han incurrido en amenazas casi extorsivas, para inducir un voto chileno a su pinta.
Es un argumento más para abocarnos, patrióticamente, al gran tema pendiente sobre la calidad de nuestra política exterior.


(Publicado en La Tercera el 1 de octubre 2006)
José Rodríguez Elizondo
| Domingo, 1 de Octubre 2006
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