Bitácora

SEIS LIBROS PARA ENTENDER EL PERU

José Rodríguez Elizondo

Con miras a las elecciones generales que se realizarán en el Perú -a la que se presentan 18 candidatos a la presidencia-, propongo a mis lectores algunos libros que les permitan decodificar tan rico y complejo país.


 
Déjame que te cuente, limeño
Déjame que te diga la gloria
Del ensueño que evoca la memoria.
-Chabuca Granda
En vísperas de las elecciones peruanas una colega me pide “algunos libros para entender la política de ese país”. Misión imposible, respondo, pues ni los peruanos la entienden. Se debe, agrego, a que están viviendo en la antipolítica, igual que nosotros.

En subsidio propongo libros de acercamiento, que permitan entender el Perú (así, con artículo antepuesto), como un país mucho más complejo que el nuestro. Okey, ya sé que decirlo así es como lanzar al aire un lugar común llenó de vacío: no existen los países simples. Pero, su rica excepcionalidad obliga a redescubrir la rueda.

Por tener una prehistoria a la altura de las mayores de Eurasia y una historia virreinal, que lo distinguió de las meras colonias, sus grandes ciclos fueron percibidos como cataclismos. El euroaporte del imperio español fue eclipsado, durante siglos, por la decapitación del imperio de los incas, la última de las culturas autóctonas. Luego, cuando el virreinato devolvió la autoestima a criollos y mestizos, la independencia instaló la perplejidad del nuevo estatus perdido. La gesta de los patriotas -apoyada por Bolívar, O’Higgins y San Martín- se escribió sobre los papiros del inca y del virrey, a la manera de un palimpsesto.

En ese contexto, la derrota ante Chile en la Guerra del Pacífico vino a percibirse como el tercer cataclismo… y el peor. Sin el estatus imperial de España ni la épica de los libertadores, la fuerza de una excapitanía general dejó sin piso el estoico aforismo atribuido a Atahualpa: “usos son de la guerra vencer y ser vencidos”. Para los patricios limeños, bárbaros sin solera habían puesto fin al ensueño de una primogenitura republicana.

Esa cascada de cataclismos me explica tres rasgos concomitantes del Perú. Uno, el amor nostálgico a sus tradiciones expresado por los artistas populares. “Tengo el orgullo de ser peruano y soy feliz”, dice una canción tradicional. Otro, el sesgo autoflagelante de sus intelectuales mayores, para quienes es un “país de desconcertadas gentes”, que “hiede a muerto” y que los lleva a preguntarse “cuándo se jodió el Perú”. Tercero, la calidad de sus élites y su efecto sorprendente: la producción de figuras de gran relieve, regional o global, como el poeta César Vallejo, el tenor Juan Diego Flórez, la gran Chabuca Granda, el periodista Enrique Zileri, el chef Gastón Acurio, el teólogo Gustavo Gutiérrez, el diplomático Javier Pérez de Cuéllar, el escritor Mario Vargas Llosa y políticos como Victor Raúl Haya de la Torre y José Carlos Mariátegui, los únicos pensadores creativos de las izquierdas latinoamericanas. Ese sorprendente altorrelieve también incluye a peruanos de la oscuridad, como Abimael Guzmán, un terrorista sólo comparable al camboyano Pol Pot.

Actores civiles

Con lo dicho parece claro que la política y la antipolítica del Perú exigen asomarse a su historia. No pretendo -soy realista- que el lector chileno se asome a los 18 tomos de Jorge Basadre, historiador-insignia. Pero sí aconsejo leer textos más amigables, como los escolares o los de Pablo Macera. A partir de esa base, me atrevo a recomendar algunos libros sobre políticas públicas.

En lo internacional, expertos y aficionados deben tener a mano los dos tomos de Perú: entre la realidad y la utopía, de Juan Miguel Bákula (Fondo de Cultura Económica, 2002). Es una mirada en profundidad a la política exterior peruana, escrita con excelente pluma, tras una investigación exhaustiva y con larga experiencia diplomática. Entre sus temas están los ciclos de confianza y desconfianza entre el Perú y Chile, los errores no forzados de ambos gobiernos y la soslayada incidencia de Bolivia. Es el legado de un gran intelectual, a quien algunos chilenos malquisieron (sin leerlo), por haber sido demasiado inteligente en el tema de la frontera marítima.

En política a secas, es gratísimo leer Visto y vivido en Chile, de Luis Alberto Sánchez (Tajamar Editores, 2004). Su autor es el intelectual peruano más prolífico y multifacético que se recuerde. Entre otras actividades de su larga vida, fue cofundador del Apra, rector de la Universidad de San Marcos, presidente del Senado, escritor caudaloso, columnista de la revista Caretas y comentarista radial. En este libro, fruto de su exilio en Chile, expone una especie de simbiosis binacional (“profunda y grata”), con políticos, artistas e intelectuales de mediados del siglo pasado. De ahí surge una tácita proyección hacia el orden de la Guerra Fría, con sus dictadores, sus gobernantes democráticos y la áspera lucha entre las izquierdas sistémicas y las insurgentes. Pablo Neruda, que se asomó al manuscrito, dictaminó en su mejor estilo profético: “será un libro indispensable para conocernos mejor nosotros mismos”.

Actores de uniforme

La revolución militar peruana, que quiso construir una “democracia social de participación plena”, está muy bien sintetizada en La caída de Velasco, del historiador Antonio Zapata (Taurus, 2018). Con base en el currículo de su líder, el general Juan Velasco Alvarado, destapa la infrahistoria de un proceso de orientación socialista que, entre 1968 y 1975, remeció el estatus de la Guerra Fría. En la región, terminó con la fe conservadora en los militares guardianes del statu quo. En Cuba, Fidel Castro alentó la esperanza de un aliado con ejército profesional, que reemplazara sus fracasados “focos guerrilleros”. La Unión Soviética descubrió un nuevo mercado para vender sus armas, en abierto desafío geopolítico a los Estados Unidos. En Chile se avizoró la amenaza de una revancha bélica, con armamento soviético sofisticado y apoyo de Cuba. En definitiva, fue un proceso interruptus, pues la Casa Blanca lo bloqueó, la economía se derrumbó, la institucionalidad castrense no estaba unida, las élites civiles exigían volver a la democracia y Velasco enfermó, Pese a ello, dejó un país distinto.

Como segunda parte de aquel proceso, recomiendo Mi última palabra reportaje de Federico Prieto Celli, presentado como “testamento político del general Francisco Morales Bermúdez” (Ediciones B, 2018). Se trata del jefe militar que “retiró” del poder a Velasco, en 1975, para iniciar lo que llamó, de manera táctica, “segunda fase de la revolución peruana”. Este libro cuenta como, de hecho, inició un proceso nuevo, orientado a deshacerse de los mandos velasquistas y los agentes cubanos, normalizar la economía con inyecciones de mercado, recuperar la confianza de los Estados Unidos, desalentar las expectativas de una guerra vecinal y ejecutar, en paralelo, una estrategia de transición a la democracia. Esta comprendió el retorno de los líderes exiliados, mayor libertad de expresión, una Asamblea Constituyente elegida democráticamente y una inteligente coexistencia con Haya de la Torre, presidente de la Asamblea y fundador del Apra (considerado enemigo histórico de las Fuerzas Armadas). Cabe agregar que en las elecciones de 1980 fue elegido Fernando Belaunde, el mismo al cual Velasco había desalojado de la presidencia en 1968. Todo esto muestra una transición conducida por un estadista de uniforme, más compleja que “la modélica” de España.

Transición al terrorismo

Penosamente, la democracia recuperada no se afirmó. Para entender por qué, es obligatorio leer Sendero, historia de la guerra milenaria en el Perú, del periodista de investigación Gustavo Gorriti (Editorial Apoyo, 1990). Es una obra ya canónica sobre Sendero Luminoso, con (según su autor) “el relato de la mayor insurrección de la historia en el Perú”. Sendero fue un proyecto político subversivo con ideología maoísta, metodología terrorista y un líder carismático, que se incubó en las dictaduras militares, desbordó a la democracia de Belaunde e indujo la intervención militar. Durante el siguiente gobierno el proceso devino en guerra interna, catalizó el autogolpe de 1992 de Alberto Fujimori y terminó con un balance macabro: una nueva dictadura y más muertos que en cualquier guerra convencional. Todo esto se historiza con datos duros sobre Sendero y la captura de su líder, que puso fin a la guerra. La paradoja, como apunta el autor, es que tal captura no fue fruto de la lucha armada, sino de la inteligen
cia policial.

Colofón

Cierro mi aporte lector con el libro La década de la antipolítica, del sociólogo Carlos Iván de Gregori (IEP, 2000), sobre el auge y caída de Fujimori. Mi sintético agregado es que esa década dejó una secuela que se prolonga hasta hoy y lecciones que todos los demócratas debemos procesar.
José Rodríguez Elizondo
| Sábado, 3 de Abril 2021
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