Bitácora

SEPTIEMBRE DE TERROR

José Rodríguez Elizondo

Septiembre 11. Los misteriosos links del tiempo que unen el terrorismo de Osama Bib Laden y de Abimael Guzmán. Recuerdos y análisis



El terror no es otra cosa que la justicia pronta, severa, inflexible
Robespierre.
 
 Llegué a Lima un 10 de septiembre de 2001, como huésped de Enrique Zileri, mi exdirector en Caretas. Esa noche cenamos livianito pero bien regado, en su casona-museo de las Casuarinas y no recuerdo a qué horas desperté al día siguiente. Sí recuerdo que la mañana de ese día 11 yo estaba bajo la ducha, cuando sentí fuertes golpes en la puerta y el grito usual que emitía Zileri cuando captaba una noticia flagrante. Algo así como “ven a ver esto, rápido, que es de puta madre”. Salí chorreando y secándome con una toalla y él me explicó, apuntando al televisor, que un avión había atacado una de las torres gemelas de New York. Miro y comento que sí, que “ahí lo están repitiendo” y entonces él lanza su segundo grito: “no, no, Pepe…ésa es la otra torre”.
 
SUPERPOTENCIA Y SUPERFIASCO

Dos días después, Caretas brindaba un gran reportaje sobre lo sucedido, bajo el título “Apocalipsis USA”. En un santiamén, Zileri y su equipo habían compuesto un bloque de 30 páginas, con fotos impresionantes, notas sobre terrorismo comparado, el testimonio de un exreportero con residencia en Manhattan y una entrevista a este servidor sobre el “crujiente momento” que comenzaba a vivir el mundo.

Es malo opinar de prisa, sobre todo si la noticia es enorme. Exhumando esa entrevista, verifico que yo también asumí el concepto de “guerra terrorista”, sin distinguir entre una guerra contra actores nacionales unificados y una contra un concepto, sin enemigo nacional visible. Hoy tengo claro que la diferencia es categórica. Combatir terroristas sin Estado exige recurrir más a la inteligencia estratégica y a la investigación policial que al alistamiento de fuerzas militares, con sus inevitables componentes de contraterror.

Equilibré ese error conceptual con un pronóstico que se cumpliría: “va a haber una reacción muy fuerte de los Estados Unidos, que puede   acarrear serios daños (…) una hiperreacción ciega”. Fue lo que sucedió. El presidente George W. Busch, ignaro en materias de política exterior, presionado por Dick Cheney y Donald Rumsfeld -sus halcones mayores- y sordo ante advertencias de los intelectuales, optó por una represalia militar sin marco geográfico estatal, que de inicio llamó “cruzada”.Sólo había que matar a Osama Bin Laden y aniquilar a los talibanes afganos, sin prever efectos sobre el quebradizo Afganistán y haciendo la vista gorda sobre las complicidades entre Bin Laden y sus paisanos de Arabia Saudita.  Luego, aprovechando el impulso e invocando un fake monumental -armas de destrucción masiva en poder de Sadam Hussein- decidió invadir Irak sin acuerdo del Congreso, mintiendo en la ONU y dejando a Afganistán políticamente desguarnecido.

Veinte años después del colapso de las torres, el presidente Joe Biden está asumiendo los daños de esa ciega “hiperreacción”. Tras la política frívola de Donald Trump -quien negoció con los talibanes marginando al gobierno afgano- y la política congelada de Barack Obama, su gobierno llegó a lo que estamos viendo: caótica retirada de sus tropas en Afganistán, ira de sus aliados europeos y…  retorno al poder total de los terroríficos talibanes.

En resumidas cuentas, fue un fiasco apabullante, rigurosamente previsto por la experta Jessica Stern en testimonio ante el Congreso norteamericano, nueve días después del 11-S: “Si atacamos Afganistán, con toda seguridad la situación se agravará”.

PERIODISMO EN LA ENCRUCIJADA

El link de los recuerdos me lleva a otro día limeño, veinte años antes del 11-S, cuando surgían las primeras señales ominosas de Sendero Luminoso. Entre ellas una que entonces pareció surrealista: sus militantes habían colgado perros en las luminarias de avenida Emancipación -a corta distancia de las oficinas de Caretas- con un letrero que los unificaba bajo el nombre de Teng Siao Ping (Deng Xiao Ping, según grafía actual). Solidarizando con los ultrarrevolucionarios chinos, veían a Deng como un traidor contra Mao y un adalid del retorno al capitalismo.

Dado que la inteligencia militar, la policía y los analistas del gobierno de Fernando Belaunde no estaban informados sobre las pretensiones doctrinarias del líder senderista Abimael Guzmán, primaba la idea de rebajar sus acciones como noticia. Unos aludían a una secta de maoístas chiflados, don Fernando prefería hablaba de “abigeos” y algunos los registraban como variable exótica de ese foquismo castrista… tan rápidamente aplastado por el Ejército. Por ello, en los medios conservadores la información se concentraba en lo delincuencial y Sendero no lucía como una amenaza sistémica.

Distinta fue la reacción de Zileri. Con las fotos de los perros en un display de su oficina, dictaminó que eso era terrorismo puro, duro y peligroso. Asignó el seguimiento de la información a Gustavo Gorriti -entonces en el inicio de su carrera periodística-, inaugurando una línea de investigación permanente en Caretas. Producto marco sería una edición monográfica de 50 páginas, a cargo de Gustavo y este servidor, que aparecería en marzo de 1982. Fue una panorámica del terrorismo global que -vaya coincidencia- empalmó con la primera acción armada y espectacular de Sendero. El día 2 de ese mes, un centenar de militantes asaltó la cárcel de Huamanga, para liberar a 247 camaradas presos, matando a dos policías.

 RESTOS PELIGROSOS

Este 11 de septiembre, aniversario del ataque a las torres gemelas, murió en una cárcel naval Abimael Guzmán. Cerrado su periplo vital, recuerdo cuánto discutimos, en el marco de aquella edición especial de Caretas, si calificaba como figura del terror regional. En la lista de los indiscutidos  de entonces estaban el brasileño Carlos Marighella, el uruguayo Raúl Sendic, el argentino Roberto Santucho, el colombiano Rosemberg Pabón y el chileno Ronald Rivera.

La realidad dice que, mientras los mencionados se están esfumando en el olvido, el jefe de los verdugos de perros ha muerto como un terrorista de relieve mundial. No fue el sucesor de Marx, Lenin y Mao - como pretendía-, pero sí es “el más grande genocida de la historia del Perú”, como lo describió el diario La República. Por su pensamiento y acción murieron más peruanos que en todas las guerras históricas del país.

Sin embargo, dado que la memoria social es corta, la historia suele ignorarse y hay peruanos que aún lo asumen como líder de “el pueblo”, incluso sus restos son problemáticos. Por ello, a fines de la semana pasada se aprobó una ley que autoriza incinerarlos y esparcirlos, para que desaparezcan en la nada, como los de Bin Laden, el más famoso terrorista global.

Sintomáticamente, tal ley se aprobó con la firma del presidente Pedro Castillo y el rechazo de su propio partido.

COLOFÓN NECESARIO

En el fondo político de tanto desquicio está la debilidad y decadencia de la representación democrática, con señales actuales tan notables como el asalto al Capitolio, en los Estados Unidos y los “estallidos sociales” en América Latina. Es un síndrome que produce refundadores de todo tipo y de todo el espectro ideológico.

Para esos nuevos actores “salvo el poder todo es ilusión”, como rezaba el lema de Sendero. Por esa vía, quieren terminar con tradiciones republicanas y símbolos nacionales, colocando a sus seguidores a horcajadas entre una concepción utópica de la revolución social y una aceptación instrumental de la democracia. Pretenden ser ellos quienes comiencen a escribir la historia “políticamente correcta” pero, de hecho, están catalizando la ingobernabilidad y hasta el vacío de poder. Es decir, los contextos que mejor acomodan a los terroristas de cualquier parte.

Fue algo que previmos en 1980, en la nota editorial de aquella histórica edición de Caretas. Al tratar de definir el proyecto político de los terroristas, dijimos que puede ser el caos, la gran revolución, la gran contrarrevolución, el fascismo o el comunismo y que sólo dos cosas resultan claras: que su objetivo será siempre de carácter extremo y que jamás coincidirá con un sistema político “simplemente” democrático.

 
José Rodríguez Elizondo
| Domingo, 26 de Septiembre 2021
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