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Detalle de la Resurrección de Jesús, Iglesia de San Salvador de Cora, Estambul. Seleccionado de aquí.
En 1 Tes 4 y 1 Cor 15 encontramos varios pasajes que desvelan, aun con sus dificultades de expresión, bastantes detalles sobre la idea que Pablo de Tarso, judío de la escuela farisea, pudo difundir sobre la vuelta a la vida de los difuntos (o “dormidos”). Si en 1 Tes 4 el motivo de la aclaración del de Tarso era asegurar que, tras morir, hay nueva vida en el mundo para quienes se unan al pueblo de Yahvé, en 1 Cor 15 las explicaciones parecen contrarrestar dudas no ya intuitivas sino razonadas. En efecto, el tenor de 1 Tes 4 parece más bien una aclaración a quienes no acaban de vislumbrar la posibilidad de que un esqueleto vuelva a tener carne, tendones, vísceras, vida “animal o animada”. El de 1 Cor 15 parece más bien ser la argumentación que se opone a otra argumentación, es decir, un acto de “filosofía”.
Con eso en mente, se puede reflexionar sobre el cariz de cada pasaje. 1 Tes 4 presenta sólo una exposición de la doctrina: “Jesús murió y se levantó… del mismo modo… los dormidos”. La divinidad llevará el caso a su término. En 1 Cor 15, en cambio, la argumentación exige ejemplos, lo que obliga a detallar más: hay que comparar a Adán con Jesús, pues ambos inician una creación, la primera el primero, la segunda el segundo. Ambos son la marca definitoria del carácter de cada una de las creaciones: la primera, que no atendió al espíritu de la voluntad de la divinidad manifestada en los diversos artículos de la Ley que Yahvé se vio obligado a promulgar; la segunda, que sí atenderá al espíritu de esa Ley universal que está detrás del comportamiento deseado por Yahvé.
Y el caso es que ambos textos se entienden correctamente sólo si los contemplamos desde un punto de vista meramente humano: tanto Jesús como los dormidos experimentan el proceso de pasar de dormidos a levantados gracias a la acción de Yahvé (1 Tes 4, 14: “pues si creemos que Jesús murió y se levantó, del mismo modo la divinidad llevará también consigo por medio de Jesús a los ya dormidos”. Los ejemplos que aporta Pablo en 1 Cor 15, Adán y Jesús, sólo son iguales, sólo son equivalentes, si ambos son humanos, si ambos parten de las mismas condiciones a la hora de atenerse al espíritu de la Ley / Voluntad de Yahvé.
De aquí se puede deducir que, para Pablo, Jesús volvió a la vida porque era humano, no dios. Por eso, también, en Gal y Rom pudo ser comparado con Abrahán, con otro humano: su comportamiento fue ejemplar a ojos de Pablo porque demostró que un humano podía atenerse a lo designado por Yahvé. Rom 6, 4-11 vuelve a utilizar un vocabulario que refleja la igualdad: “sepultados con él”, “al igual que el Ungido fue despertado”, “así también nosotros”, “injertados con él en una muerte semejante a la suya”, etc.
Por tanto, para Pablo, judío de formación farisea, el proceso de la resurrección presenta dos facetas: una, que hay que ser humano para experimentarla (hay que ser mortal para morirse), y eso incluye a Jesús el galileo entre los mortales; otra, que la divinidad desencadena el proceso que acaba en el volver a levantarse como muestra de que huesos con músculos y tendones vuelven a actuar según la vida animada mortal.
Pero quizá no fue esto mismo lo que pensó pocos años después el cristianismo.
Saludos cordiales.
Dejo un enlace a una entrevista que me hizo Carla Díaz para su canal Investigando la historia. Durante algunos minutos trato este tema.
https://www.youtube.com/watch?v=6cHllTcyKW0
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document.write(' Ignacio de Antioquía entre fieras, obra del s. XVI tomada de aquí.
En una ocasión anterior examiné la etimología de la palabra “resurrección” y su correspondiente griega “anástasis” (https://www.tendencias21.es/crist/076-Resurreccion-1_a2929.html). La etimología dejaba claro que se trata de un levantarse, y la pregunta que encabeza esta página indica terminantemente que uno se levantaba del dormir, de la muerte considerada como dormir.
El autor de Efesios nos dejó un texto que desarrolla las dos últimas y milagrosas fases del proceso (la primera y ordinaria es la muerte):
“Despierta, (tú) que duermes,
y levanta de los muertos
y Cristo te iluminará”.
Este despertar y levantarse es lo que tradicional, y confusamente, se ha reunido en una sola palabra, “resurrección”, ese “volver a levantarse”. Pero el pasaje de Efesios, combinado con otras fuentes, es también revelador de otras peculiaridades. Por ejemplo, en 1 Tes 4, 14 tenemos la versión abreviada del proceso: “pues si confiamos en que Jesús murió y volvió a levantarse...” El texto nos suprime el paso intermedio, el despertar, cosa que las traducciones habituales no observan: frente al tradicional “y resucitó”, sin duda habría que traducir “y se levantó de nuevo”, porque, al no hacerlo, damos a entender que es un proceso propio que llevó a cabo Jesús, algo que, como detallaré a continuación, no estaba en la mente de Pablo.
Digo “proceso propio” pensando en lo siguiente: pasar del sueño a la vigilia puede ocurrir de dos maneras, la primera mediante un acto natural de la persona dormida; la segunda mediante la influencia de algo o alguien que provoque en la persona dormida el paso del sueño a la vigilia. Dicho de otra forma: uno es quien “hace el despertar”; un es a quien “le hacen” despertar (“Despierta y levanta” de Efesios).
El caso es que en español tenemos recogidas las dos posibilidades mediante un añadido morfológico: “despertar” (a alguien) y “despertarse” (uno mismo). Solemos decir frases del tipo: “ayer me desperté a las siete” (cada día más infrecuente “ayer desperté a las siete”) para indicar que el proceso es el natural y poco sobresaltado; y decimos “ayer me despertó a las siete un ruido” para indicar que no se ha tratado del proceso natural (suele martirizarnos el despertador).
Pues bien: la versión más frecuente en las cartas de Pablo es la forma que no reproduce el fenómeno natural sino el inducido, tanto en el caso de los creyentes en general como en el de Jesús: Dios despertó a Jesús (Rom 4, 24; 8, 11; 1Cor 15, 15; Gal 1, 1) o Jesús “fue despertado” por la divinidad (1Cor 15 en varias ocasiones). El caso es que no aparece que Jesús tuviera fuerza propia como para despertarse, es decir, el milagro de su resurrección se debería a Dios, no a Jesús.
Una muestra de esta idea aparece en los Hechos apócrifos de Tomás, cuando se dice “Levántate y despierta de tu sueño... y en cuanto me despertó con su llamada...” (Hch. Tom 110-111).
Pero el caso es que, si la idea de que la divinidad despierta a los muertos es correcta en Pablo y en Hechos de Tomás (del siglo II-III), no lo era para Ignacio de Antioquía, que a comienzos del s. II escribió lo siguiente:
“al contrario, (lo hago) para que reboséis con el nacer, el sufrir y el levantarse que tuvo lugar durante el mandato de Poncio Pilato; realizado verdadera y fidedignamente por Jesús el Cristo, nuestra esperanza” (Ad Magn. XI). La expresión griega “realizado por Jesús el Cristo” (πραχθέντα ... ὑπὸ Ἰησοῦ Χριστοῦ) es una forma de explicar la voz pasiva. Esto quiere decir que refleja al autor de una acción, no a quien experimenta una acción. Para Ignacio de Antioquía el Cristo había realizado el proceso completo en su propia persona, ya no experimentaba el proceso.
Dado que Efesios y Hechos apócrifos de Tomás se refieren a un mortal sin más, es lógico que atribuyan a la persona del pasaje el experimentar “ser despertado” del sueño eterno; y como Ignacio de Antioquía se refirió al divino ser Jesús el Cristo sí es lógico que se atribuya al personaje la capacidad de “despertarse”. Pero esto contradice a Pablo.
Saludos cordiales.
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