Jorge Majfud: "Nuestra generación latinoamericana ya no se define por fronteras geográficas".

Redactado por Yaiza Martínez el Jueves, 24 de Septiembre 2009 a las 09:45


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Jorge Majfud, narrador, ensayista e investigador uruguayo radicado en Estados Unidos, nos habla de su última novela, La Ciudad de la Luna, en la que incursiona en las enfermedades de nuestro tiempo, y también del patriotismo que se opone al humanismo o de todas las represiones contra la democracia y la libertad. Entrevista de: María José Acuña.


Intelectual comprometido, apasionado por el conocimiento desde un agudo sentido crítico, controvertido e incansable pensador con vocación de filósofo, estimulador de conciencias, contrario a la mercantilización de la cultura por lo inevitable de la banalización de la literatura, todas las características apuntadas definen a Jorge Majfud. Autor de numerosos ensayos con los que ejercita al lector en inusuales reflexiones acerca de la historia, del hombre —de sus traumáticas incertidumbres y contradicciones, de sus cuestionables paradigmas y de lo que para él son sin duda falsos ídolos, — de los síntomas autistas de nuestras sociedades…, tras Hacia qué patrias del silencio (memorias de un desaparecido) y La reina de América acaba de publicar su tercera novela con Baile del Sol. En La ciudad de la Luna, recrea una ciudad perdida en el desierto de Argelia, Calataid. A través de la ficción de un espacio cerrado, Majfud se refiere a problemas más globales recurriendo a esta metáfora “para hablar de una enfermedad histórica que se presenta como una virtud de nuestro tiempo —asegura—. Como en cada tiempo, los pueblos han tendido a considerarse los elegidos de Dios, la reserva moral del mundo, los poseedores de la única lengua que se entiende. Eso es algo que encontramos día a día tanto en Oriente como en Occidente. Sobre la mesa —y debajo también— están los resultados”.


Como latinoamericano comprometido, uno de los temas que más parecen preocuparle es la realidad de América Latina y todo lo que ello significa, especialmente en los ensayos que se publican cada semana en muchos países. Si pudiera hacer una extrapolación de escenarios, ¿cuántas ciudades-sociedades similares a Calataid podría imaginar en su área geográfica de origen?

Muchas. El Cono Sur de Stroessner, Videla y Pinochet. La Cuba después de aquella revolución que pareció realizar los mejores sueños de un “hombre nuevo”, libre de la locura de la avaricia del capitalismo, pero que también cayó en otra forma de orgullo cerrado que casi no deja lugar a la autocrítica. La España de Franco. En fin, la lista es larga. A pesar que el protagonista quería fugarse a Nueva York, Calataid es también —quizás, sobre todo— el arrogante Estados Unidos de los Bush y de toda esa ola conservadora que se radicalizó, especialmente, con Reagan y que no terminará con Obama. Y es también el Afganistán de los talibán. La España imperial rodeándose de muros para salvar su pureza de religión y de sangre, es el Estados Unidos conservador e imperial rodeándose de muros para salvar la pureza de su mentada “particularidad histórica”, de su Dios privatizado, de su libertad que en el discurso de los fanáticos se vuelve una momia sin vida, excusa para otras opresiones. Calataid es el ejemplo descarnado del patriotismo que se opone al humanismo oprimiendo a sus individuos concretos y a la vez se ufana de su democracia y su libertad… Bueno, como La ciudad de la luna no es una novela de misterio puedo adelantar el final, ¿no? El protagonista es sentenciado a ajusticiar en público, con un hacha, a un supuesto criminal en la plaza Matriz. Luego de resistirse a semejante bestialidad, la masa termina empujándolo a “cumplir con su deber”. Cuando la víctima está agonizando, ya sin movimientos, el protagonista le descubre el rostro y descubre a su hermana, la poeta sin piernas que escribía sus versos incendiarios en flechas de papel. Este acto, con sus variaciones, ocurrió en el Afganistán de los talibán en los ‘90. Recuerdo la foto como una pesadilla.

Usted dejó la arquitectura para dedicarse a la docencia y a escribir. Hace unos meses escribió un artículo que tituló “¿Por qué escribimos?” y, entre otras reflexiones, manifestaba lo siguiente: “escribo porque sufro y me apasiona la complejidad del mundo que me rodea. Escribo porque quiero batalla con este mundo que no me conforma y escribo porque a veces quisiera refugiarme en algo que no está aquí y ahora, algo que está libre de la contingencia del momento, algo que se parece a un más allá humano o sobrehumano. Pero todo lo que escribo surge a partir de aquí y ahora, de mi inconformidad con el mundo”. ¿Se siente heredero de aquellas voces que padecieron la férrea censura de la dictadura vivida por su país de origen durante más de una década?

Tal vez “heredero” es una palabra muy amplia para el caso. Crecí en la dictadura y en la conciencia de la contradicción que existe entre el discurso público y los hechos a la luz de una segunda mirada crítica. Escuché esas voces muchas veces, pero no puedo saber si hay algo de ellas en mi voz literaria o simplemente toda la historia pesa en mí como pesa en cualquiera y cada uno la procesa según su conciencia, sus posibilidades y habilidades.

En la actualidad y, desde hace algunos años, vive, trabaja y crea (si las tres cosas pudieran considerarse compartimentos estancos) en Estados Unidos. ¿Cómo de cerca se siente de la literatura uruguaya de hoy “que se mira a sí mismo, de forma autocrítica y nada complaciente”, según palabras de Gustavo Esmoris en un reciente análisis sobre su obra?

Muchos conocen mi rechazo a los patriotismos de juramentos y escarapelas. También mi profundo amor por la tierra donde pasé quizás las vidas más importantes de mi vida. Hasta que me muera, una parte seguirá viviendo en mi infancia, en mi adolescencia y juventud. Es como el lenguaje. No importa cuán correctamente escriba en inglés; nunca podré publicar algo si no siento el ritmo del texto, el color, el sabor de la palabra, de la idea, del compás discursivo. Para mí el inglés es sólo una herramienta; nunca será como el español, mi casa. Por otro lado, desde un punto de vista filosófico y literario, siento que los localismos se van aburriendo y desvaneciendo. Hoy en día casi no tengo contacto con lo nuevo que se escribe y publica en Uruguay. Es algo que siempre lo tengo como una materia pendiente. Me da la impresión de que nuestra generación latinoamericana, nuestros temas, nuestras preocupaciones ya no se definen por fronteras geográficas, ya no está atada a los regionalismos del siglo pasado, los pueblos Macondo en la América tropical, los dictadorcillos en sus islas, los Dostoyevsky en los bares de Montevideo y Buenos Aires. En fin, tal vez la nueva generación sea más cosmopolita y transnacional. O tal vez me equivoco, como tantas veces, por hablar sin pensarlo dos veces.

Ante la pérdida de Mario Benedetti usted manifestó sentir una “mezcla de tristeza y alegría que agradece lo vivido y lo leído” y dolor o nostalgia “como si una parte del Uruguay se hubiese hundido en el mar, estando tan lejos, y la perdí para siempre”. ¿Qué ha representado en su vida y en su obra una personalidad como la del célebre escritor que se nos fue?

A Mario le debemos el ejemplo de amor a la literatura y el compromiso con su tiempo. Benedetti fue la antítesis de Borges. Creo que el exagerado volumen de su obra incluye muchas páginas que tal vez no eran necesarias. Pero lo bueno que ha dejado es tanto que se le perdona todo eso. En lo personal, es como si el Uruguay de mis primeras vidas hubiese cerrado un capítulo, como la muerte de mi abuelo. Cada paso que damos nos acercamos a la muerte. Es algo obvio, pero de sólo pensarlo al caminar da melancolía y agradecimiento por los pasos dados, por los que damos, por los pasos que todavía vamos a dar sin miedo. Eduardo Galeano suele decir que narrar es postergar la muerte. Él es un amante de Scheherazade. No puedo estar más de acuerdo en este punto. Podríamos agregar también aquello de “Stat rosa pristina nomine; nomina nuda tenemus”. “La rosa ya es sólo un nombre; sólo nombres nos quedan”. Eso es lo trágico, pero también hay una esperanza: “¿Dónde está tu gloria, Babilonia? ¿Y Darío? ¿Y Ciro? Ernesto Sábato lo dijo de otra forma, en su última novela, Abaddon: “un día todo será pasado y olvidado y borrado. Hasta los formidables muros y la fosa que rodea la inexpugnable fortaleza…” O algo así.

¿Cómo vivió las últimas elecciones en Estados Unidos?

¿A propósito de la inexpugnable fortaleza…? Con intensidad y en detalle.

¿Cree que, pese a la crisis, la ilusión del pueblo norteamericano por Obama permanece intacta como al día siguiente de su victoria?

Bueno, recuerde lo de Heráclito. Con todo, su popularidad es muy alta y no es pese a la crisis sino, en parte, por la crisis misma. Aunque ya lo habíamos adelantado en el 2006: había un recambio generacional que traería sorpresas. Y esto se manifestaba mucho antes de la crisis financiera del 2008. Claro, ya vendrán tiempos peores para su popularidad y mejores para la economía, pero se defiende muy bien. Ha impulsado cambios que son positivos. Vamos a ver si puede hacer más. Por lo que leo entrelineas de sus actos y discursos, creo que en su mente hay más claridad de lo que puede demostrar según las limitaciones que puede tener cualquier persona en su lugar.

¿Ha notado algún cambio de rumbo respecto de la relación con América Latina desde que asumió el poder la nueva Administración?

No. Todavía no. América Latina no importa mucho en este momento. El levantamiento de la exclusión de Cuba en la OEA, lo dijimos varias veces en las radios que nos consultaron sobre esto mismo, no tiene gran importancia más allá de los discursos hechos para consumo interno. Hay demasiados actos simbólicos, demasiados encuentros y cumbres de mandatarios y nunca pasa nada. Es para la prensa. En el caso de Estados Unidos el gran cambio se viene con la creciente influencia de los hispanos. Actualmente hay 45 millones, más de la cuarta parte indocumentados. Estados Unidos es uno de los países más populosos de Hispanoamérica, casi como España. Y esta proporción va en crecimiento, como una marea silenciosa pero inevitable. En una década o antes comenzarán a aparecer a la luz sus hijos, una generación mejor educada y con más poder económico, político y cultural.

Volviendo a La ciudad de la Luna, como lectores nos enfrentamos a una prosa un tanto experimental: en una misma frase pueden confluir diferentes narradores o un mismo narrador desde otras perspectivas y planos narrativos distintos, incluso mediante el uso de un castellano antiguo. Es como caminar por las dunas del desierto que retrata en la novela: desde cada una de las montañas de arena se observa una perspectiva diferente y todas son igual de verdaderas y válidas. ¿Qué ha pretendido con esta experimentación técnica en la narración?

Claro, por momentos el castellano coloquial de Calataid es un tipo de castellano antiguo con sus particularidades. Una de las teorías sobre la fundación de Calataid sostiene que fue realizada por un ejército perdido de la reconquista cristiana de la península ibérica. Parte de la variación gramatical y sintáctica procede de algunos estudios que hice sobre textos originales del siglo XII y XIII e, incluso del siglo XVI, con la aparición de las estructuras lingüísticas que corresponden al “vos” que sobrevive hoy en el Río de la Plata y en regiones del norte de Sudamérica y de América Central, en lugar del más moderno “tú” que hoy usan ustedes en España. Luego algunos pronombres como “ello”, etc., son producto de una intuición personal puesta en practica sobre el origen de los modernos pronombres personales de objeto directo e indirecto. Aparte de esa particularidad lingüística, está la experiencia de la forma literaria que podríamos llamar, por momentos, una especie de “cubismo”, aunque no me gusta el término aplicado a literatura. Con todo tuve cuidado de no abusar del método para que la forma no interfiera con la historia en lugar de confirmarla. Hay una lectura en mi adolescencia que tal vez sirva como referencia. Jean Paul Sartre hizo un experimento semejante en Los caminos de la libertad (1945). Esa novela me fascinó. Allí Sartre mezclaba diferentes espacios, casi simultáneos, en un mismo párrafo. Lo único que yo he agregado es la pluralidad de voces narrativas —primera, segunda, tercera and so on— en un mismo párrafo y a veces en una misma frase. La intención era darle protagonismo a la ciudad: una idea, un prejuicio no pertenece a una persona sino que es una creación colectiva.

La ciudad de la Luna está ambientada al sur de Argelia y la historia transcurre en una época convulsa, políticamente hablando. En el pasado mes de abril el país celebró elecciones presidenciales y en zonas como la Cabilia, salvando las distancias, seguramente se podrían recrear los escenarios de ficción imaginados por usted para Calataid: Tizi Uzu, su capital, era una ciudad cubierta por el barro provocado por la lluvia que cayó durante la mañana. Como celoso observador de la actualidad internacional, ¿qué futuro más o menos próximo presume para un país como Argelia?

El norte de África vivirá un renacimiento en este siglo pero tendrá que luchar contra sus Calataids. La ciudad de la Luna se terminó de escribir hace algunos años. Desde entonces y aún antes ocurrieron muchos hechos puntuales que ya comenté en el epílogo de la novela y que parecen predichos por la ficción. Quizás haya muchos más. Unos pueden ser casualidades, no sé, pero porque considero que la ficción es el resultado de la realidad, de las realidades que no aceptan ser llamadas ficciones, aún cuando son producto de la fantasía y el delirio de algunos personajes siniestros, no puede ser casualidad que realidad y ficción se confundan. Porque son las dos caras de una misma moneda y conociendo una se adivina la otra, como pueden serlo los sueños y la vigilia. Ahora, con respecto a Argelia. Creo que la novela se ambienta allí porque lo dictó la lógica de la ficción. Fue un proceso natural; y hoy que puedo identificar una docena de calles, rincones, edificios, arcos, sótanos, murallas y callejones con sus espacios, sus formas y sus personajes ya no podría moverla a otra parte. Es verosímil soñar, imaginar una ciudad encerrada por espesos muros, por su propia cultura y por un vasto desierto en esa región. En lugar de Argelia pudo ser Libia. No lo sé. Como ya dije antes, la historia se refiere más a un mundo esquizofrénico, orgulloso de sus miopías. Un mundo que funciona a la inversa del precepto “think globally, act locally” y, por el contrario, piensa provincianamente y actúa globalmente. Y esto, lamentablemente, es universal.

Para finalizar, una curiosidad: ¿existe, o ha existido, Salvador Uriburu?

Sí, existe. Es uno de los personajes de la novela. Fuera de ella, he conocido a algunos personajes como él.

¿Es el mismo que aparece en The Walled Society publicada el año pasado en The Humanist?

Sí. Ese título, La ciudad amurallada, fue uno de los títulos de la novela y esos relatos en inglés —cuidadosa traducción de Bruce Campbell— son capítulos de la novela que publica ahora Baile del Sol en español.
Yaiza Martínez
| Jueves, 24 de Septiembre 2009

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