HISTORIA DE LA MEDICINA HASTA PARACELSO III

Carlos Rubio Sáez

En el siglo XVII, las investigaciones de Sylvio y otros deja el campo abierto a todas las innovaciones, evolucionando la Anatomía, la Fisiología y la Patología interna, dando lugar a una multitud de teorías, de opiniones, de sistemas opuestos, llegándose a una indisciplina absoluta de ideas. Nace la escuela humorista; los quimiatras llevan a extremos el uso de los purgantes, depurativos, derivativos y diaforéticos. Y mientras los profesores permanecen fieles a sus respectivas escuelas, los clínicos son cada vez más independientes, lo que demuestra abiertamente que las teorías no son confirmadas por la práctica.

El sabio Cornarius pone de relieve el gran valor de las obras de Hipócrates, que tan desfiguradas habían quedado a través de Galeno.

Ficin, desempolvando los manuscritos de Platón tanto tiempo abandonados, nos revela las sutilezas de este gran metafísico, con sus ingeniosas teorías sobre los espíritus y sobre las fuerzas ocultas e invisibles que dan un golpe mortal a la autoridad exclusiva del materialista Aristóteles.

Luego surge una serie de hombres extraordinarios, como Rogelio Bacon, Arnaldo de Villanova, Alberto el Grande, Raimundo Lulio y Basilio Valentín, que trataron de arrancar el arte médico de los moldes galénicos. Y así llegamos a un hombre cumbre, que merece capítulo aparte, Paracelso.

Paracelso fue sin duda alguna un gran reformador del arte de curar que revolucionó la Medicina a principios del siglo XVI. Podemos considerarlo como el precursor de Hahnemann, pues en las numerosas obras que ha dejado están expuestas claramente sus ideas, que son sin duda la base de la ciencia moderna. Actualmente, sus obras son buscadas, traducidas y comentadas por su valor excepcional en muchos países, especialmente en Alemania.

Felipe Aurelio Teofrasto Bombast de Hohenheim Paracelso nació en Einsiedlen (Suiza), el 10 de noviembre. Fue bautizado con el nombre de Theophrastus en recuerdo del gran pensador griego, discípulo de Aristóteles, por el que su padre, el Doctor Wilhelm Von Hohenheim, profesaba gran admiración. De pequeño era muy delicado, con tendencia al raquitismo, y reclamaba los continuos cuidados de su padre., por lo que éste le llevaba consigo, para que le diera el aire y el sol.

Así aprendió Paracelso los nombres y utilidades de las hierbas bienhechoras, siendo éstas las primeras lecciones que recibió de su padre, ante el libro siempre abierto de la Naturaleza.

Comenzó sus estudios en Villacts, para continuarlos en el Monasterio de Saint André, en el Lavauthal. Más adelante partió para Basilea, habiendo adquirido ya la práctica de tratamientos quirúrgicos, por haber ayudado a su padre a curar las heridas. Fue pues su padre quien le inició en el arte de curar, poniendo a su disposición la rica biblioteca de que disponía. Además, recibió lecciones de Scheyt, Obispo de Stettgach; de Erhard, Obispo de Lavauthal; de Nicolás, Obispo de Yppon; de Matthaeus Von Schacht, Obispo de Freyssingen, y aprendió la alquimia del abate Tritheme.

Asistió a los cursos de la Universidad de Basilea. Para dar idea de su aprovechamiento, basta decir que llegó a ser catedrático de esta Universidad en 1.527.

Citamos estos hechos para dar fe de que era un médico valioso y un químico notable, no sólo bien pertrechado teóricamente, sino también prácticamente.

Este hombre notable, de talento prodigioso, y que ha dejado muchas obras que forman por sí sola una verdadera enciclopedia científica y filosófica, la más completa de su época, quemó las obras de Galeno y de Avicena, que conocía muy a fondo, mejor que los apologistas de estos libros, dando a entender con este gesto enérgico que el método que él proponía era muy superior a la lectura estéril de “comentaristas pedantes y de glosas indigestas”.

Nadie como él atacó la polifarmacia, que la escuela galénica había llevado hasta la extravagancia. “Leed sus herbarios – decía – y veréis atribuir mil y una propiedades a cada planta; pero cuando se trata de prescribir, veréis frecuentemente en cada fórmula cuarenta o cincuenta substancias para una sola enfermedad”. Censuró muchos abusos de los farmacéuticos, lo cual le atrajo muchas antipatías y calumnias, que le hicieron abandonar la ciudad de Basilea. En cambio consagró interesantes comentarios a los aforismos de Hipócrates.

Pasó algunos años en el laboratorio de las minas de Schwatz (Tirol), donde reconoció la importancia de la experimentación, y el escaso valor que tenían las enseñanzas de los libros, naciendo de allí la idea de fundamentar en bases más sólidas los conocimientos médicos, y con una lógica admirable, después de haber rebuscado en vano en las bibliotecas, comprendió que lo que le interesaba encontrar era precisamente “lo que no estaba en los libros”. Se dispuso así a la exploración e investigación de la verdad, por otros caminos. El primero por la experimentación y luego por las peregrinaciones y viajes.

Concedió gran valor a la experimentación y fue el primero que comprendió el partido inmenso que la Medicina podía sacar de la Química, el día que dedicara a ésta los grandes esfuerzos que venía dedicando a las estériles discusiones escolásticas.

| Martes, 24 de Julio 2012